Escándalo. Vergüenza.
Indignación. Palabras que quedan cortas ante el último suceso que ha sacudido
el acontecer académico y político económicos. Esta es la historia de cómo la fe
irrestricta, el cálculo político, la investigación irresponsable, la
predilección sensacionalista y el pensamiento único se dan cita para generar
desconcierto, desorden y destrucción en el campo de las economías nacionales.
A principios del 2010, dos
economistas de Harvard, Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, de gran prestigio en
el mundillo académico por sus aportaciones para entender las crisis
financieras, sorprendieron a la intelligentsia
occidental con una reveladora y polémica investigación. Esta trascendía sobre
la relación puntualmente lineal entre recesión del crecimiento económico y
niveles de endeudamiento cuando este alcanza el 90% del PBI. Es decir, al
llegar la deuda a representar tal porcentaje del PBI, el crecimiento poco a
poco se ralentizará y caerá: la crisis económica en camino. Lo particular de
este trabajo es que siendo una investigación sin ningún fundamento teórico
claro haya cobrado valía en todo el orbe. A pesar de ello, los autores del
trabajo presentaron, en un primer momento, como concluyentes los resultados
porcentaje 90, o así lo daban a entender en cada oportunidad que tenían
contacto con la prensa.
Rápidamente se desperdigaron los
resultados en el mundo occidental. EE.UU. y Europa, quienes en esos momentos sufrían
ya los efectos de la crisis económica, se decidieron por adoptar políticas de
racionamiento del gasto público a fin de que la deuda no llegase al fatídico
pico porcentual y realmente la economía se vaya en picada. Como queda en
evidencia, paulatinamente los postulados principales de la investigación, que
no pasaban de ser una hipótesis controversial –la cual, inclusive, era
fuertemente recusada por muchos otros economistas- se volvieron verdades
inquebrantables: la austeridad fiscal dijo presente. Los gobernantes de turno
de esos países, así, finalmente encontraron la receta económica que patrocine
“empírica y teóricamente” sus más profundas convicciones, las mismas que buscan
reducir el gasto público a como dé lugar y fortalecer primordialmente el sector
privado.
La acogida que tuvo esta
investigación en el partido republicano, así como en autoridades de la zona
euro, explica el arraigue del discurso conservador. La regla del 90% fue
cumplida cabalmente para cada uno de los países europeos que entraba en
recesión y casi fue aplicada en EE.UU., como deseaban los republicanos. Los
resultados ya todos los conocemos: EE.UU. y la UE tienen economías en riesgo y
no se han recuperado del todo. Los suicidios por los desahucios españoles es la
amarga postal de políticas guiadas por la irreflexión.
El tiro de gracia al convulso y
discutido estudio llego debido a una investigación realizada por economistas de
la universidad de Massachusetts hace una semana. Con la utilización de misma
data recogida por sus colegas de Harvard, Thomas Herndon, Michael Ash y Robert
Pollin comprobaron que la se había usado una metodología poco habitual para
este tipo de enseres, se habían apoyado en muestras que no eran representativas
y, por un error de cálculo en la hoja de Excel, se dejaron de lado a varios
países.
Más allá de los errores en la
elaboración de trabajo, se pudieron concluir dos cosas. Como dice el
investigador del Financial Times, Wolfgang Munchau, dos mitos cayeron. El
primero es el del umbral del 90%; el segundo el de la causalidad entre deuda y
caída de crecimiento. La relación demasiado débil entre el aumento de la deuda
al llegar al mentado punto de inflexión y reducción crecimiento económico rompe
la teoría de la “regla del 90”. Por otro lado, si bien ante el aumento de la
deuda se vislumbra anomalías en el crecimiento, como puede ser que pare o
caiga, no es exacto que lo explique del todo. Un crecimiento atortugado también
significa una deuda indirectamente proporcional, como es el caso de Japón. Incluso la causalidad podría ir al revés, lo
cual pondría en graves aprietos a los postuladores de la adversidad. En
consecuencia, si bien existe una relación tendencial esta no puede ser
explicada por la estadística. Ello conlleva más carga política que otra cosa.
Aquí los economistas deben de ser lo más prudentes posibles.
En todo esto quien tiene más
culpa: ¿los académicos y su trabajo inexacto o los políticos que se valieron de
ella irrefrenablemente e hicieron de una vacua afirmación una política imperativa?
Las interpretaciones evidentemente vinieron de parte de los políticos. El que
haya sido una creencia generalizada y activa revela una vez más el tipo de
personas que tienen las riendas políticas del mundo. Y aunque no sabemos qué ocurrirá
con Reinhart y Rogoff, lo más seguro es que los pro-austeridad del mundo estén
expectantes ante otra teoría de la cual puedan agazaparse. O sea, más de lo mismo.
Fuente: El Comercio, The Economist, Gestión
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