El tráfico limeño parece de nunca
acabar. Avenidas congestionadas, bocinas a todo dar, total irrespeto al peatón.
Estas son postales del sistema vehicular limeño. Comúnmente, y con razón, se le
echa la culpa de esto los trabajadores del servicio público, quienes hacen incontables
méritos para ganarse el rechazo de aquel que para una combi o una coaster. Esta
es una parte importante del problema de la congestión vehicular, pero no
explica del todo esas largas filas de autos varados en las avenidas transitadas
a horas pico.
Para estos fines conviene
resaltar la opinión del economista Waldo Mendoza, jefe del Departamento de
Economía de la PUCP. El académico destaca como una de las causales principales del
pernicioso embotellamiento el incremento exacerbado del cuerpo vehicular. Las
cifras presentadas por él son alarmantes. Una data recogida del Ministerio de
Transportes y Comunicaciones (MTC) revela que en el año 2001 el parque
automotor constaba de 1’209.006 unidades, correspondiéndole 802.748 a Lima.
Actualmente, a nivel nacional poseemos 1’979.865 unidades, los cuales Lima
tiene (¡agárrese!) 1’287.454 vehículos. Las ventas de vehículos nuevos se
multiplicaron por 17 en el 2011. Del mismo modo, el volumen de ventas en los
dos últimos años creció en un 58% anual.
Mendoza ofrece dos razones que
explican este crecimiento que, literalmente, se está saliendo del carril. En
primer lugar, hoy los carros son mucho más baratos. Esto se explica por el
mantenimiento de los precios internacionales y la caída de los aranceles,
producto de las políticas arancelarias y los tratados de libre comercio. En
segundo lugar, la subida del crédito bancario en 44% en el periodo febrero
2011-febrero 2013 faculta a endeudarse para adquirir el ansiado carro.
De todo lo expresado se extrae la
sobrecarga vehicular que padecemos choferes y peatones. El profesor de la
católica lo ve así: “De continuar esta tendencia, el sueño del carro propio,
racional desde el punto de vista microeconómico, puede convertirse en pesadilla
macroeconómica: caos vehicular, contaminación ambiental, reducción de las horas
hombre destinadas a la actividad productiva, reducción de la productividad
total, etc.”. Los infernales embotellamientos a la orden del día.
Concluye Mendoza en dos
alternativas a la amenaza del prolongado tráfico limeño: la creación de
infraestructura de acuerdo a la cantidad de transporte urbano, lo cual es
ciertamente imposible y, la otra, encarecer la compra de vehículos a cargo del
MEF y la Superintendencia de Banca y Seguros (SBS). Esta última se proyecta como
la más realista aunque también la que más escozores sacará en quienes deseen
adquirir esa armazón de cuatro ruedas que hoy tantos dolores de cabeza nos
saca.
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