jueves, 4 de abril de 2013

El déficit fiscal norteamericano: la realidad y la solución entrampadas


Es conocida la labor de Paul Krugman, premio nobel de economía en el 2008, a la hora de desbaratar prolijamente los argumentos económicos de los políticos conservadores norteamericanos. Recordemos que estos, los conocidos republicanos, en cada oportunidad que tienen mencionan bulliciosa y estrepitosamente el tema del déficit como el grave problema a resolver de la política económica del país del norte. Krugman, empero, desestima esto.
Los republicanos aducen que la persistencia del déficit fiscal significa una próxima hecatombe económica para EE.UU. Proponen, por ello, reducir el gasto público del gobierno en sus programas sociales para impedir tal infausto destino. Esta fue la principal propuesta del programa de gobierno del partido republicano en las últimas elecciones norteamericanas. Pero Obama ganó, persistió en sus programas sociales y ninguna crisis, de las proporciones pasadas, se avizora. ¿Qué ocurrió con los argumentos de la derecha ultraconservadora? Los republicanos, dice Krugman, mienten hasta los dientes. Sus cálculos nublados de cerrada ideología les impiden ver la realidad.
Los republicanos, sin embargo, no parecen reparar en el yerro de sus predicciones. Es más, los “estrictos del déficit”, como Krugman los llama, han variado sus argumentos y ahora dicen que de continuar con el déficit las generaciones venideras se verán sumidas en una gran trampa.  Aquí interviene la sólida y sarcástica contraargumentación de Krugman.  
El gasto público contrae deudas, los cuales no necesariamente significa aumento de pobreza. La deuda crea indirectamente más pobreza cuando está destinada a “financiar grandes desequilibrios comerciales, incrementar el endeudamiento en el exterior o contraer la inversión”. Y esto no está precisamente ocurriendo, como sí pretenden creer que pasan los políticos republicanos.
Las empresas se están recuperando, pero no al ritmo deseado. No invierten dinero con toda la capacidad que poseen. Esto ocurre porque la demanda no es la ideal. ¿De qué valdría expandir la capacidad de producción si sus ventas no alcanzarán siquiera los niveles promedio de consumo? En este espacio, Krugman es tajante: “De hecho, se puede pensar en los déficits principalmente como una forma de poner en uso algo de ese dinero inactivo”.
Así identifica que un gran porcentaje de obreros de construcción están en paro cuando las obras de infraestructura en EE.UU. necesitan mejorarse o ampliarse. Apuntar el gasto público en este sector movilizaría la casi convaleciente economía norteamericano. También, ahora que tanto hablan de generación próximas, Krugman cuestiona que no se derive dinero a las universidades para que las personas de baja condición económica manden a sus hijos como sucedía antes. Estas resultan buenas alternativas para reacomodar la economía estadounidense, pero en el corto plazo parece poco probable que suceda.
La respuesta radica en que los grandes medios de comunicación hacen eco del asustador discurso republicano. Reconociendo la facilidad con que se espantan los mercados, los republicanos han sabido ejercer muy bien su capacidad de amedrentamiento a aplicaciones progresistas. Con amplia mayoría republicana en el Senado, los planteamientos que Krugman hace suyo son poco seguros de que se hagan realidad. Ante la ausencia de decisiones, se hace más verosímil el peligro que acecha a las generaciones venideras.   

  

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