Es conocida la labor de Paul
Krugman, premio nobel de economía en el 2008, a la hora de desbaratar
prolijamente los argumentos económicos de los políticos conservadores
norteamericanos. Recordemos que estos, los conocidos republicanos, en cada
oportunidad que tienen mencionan bulliciosa y estrepitosamente el tema del
déficit como el grave problema a resolver de la política económica del país del
norte. Krugman, empero, desestima esto.
Los republicanos aducen que la
persistencia del déficit fiscal significa una próxima hecatombe económica para
EE.UU. Proponen, por ello, reducir el gasto público del gobierno en sus
programas sociales para impedir tal infausto destino. Esta fue la principal
propuesta del programa de gobierno del partido republicano en las últimas
elecciones norteamericanas. Pero Obama ganó, persistió en sus programas
sociales y ninguna crisis, de las proporciones pasadas, se avizora. ¿Qué
ocurrió con los argumentos de la derecha ultraconservadora? Los republicanos,
dice Krugman, mienten hasta los dientes. Sus cálculos nublados de cerrada
ideología les impiden ver la realidad.
Los republicanos, sin embargo, no
parecen reparar en el yerro de sus predicciones. Es más, los “estrictos del
déficit”, como Krugman los llama, han variado sus argumentos y ahora dicen que
de continuar con el déficit las generaciones venideras se verán sumidas en una
gran trampa. Aquí interviene la sólida y
sarcástica contraargumentación de Krugman.
El gasto público contrae deudas,
los cuales no necesariamente significa aumento de pobreza. La deuda crea
indirectamente más pobreza cuando está destinada a “financiar grandes
desequilibrios comerciales, incrementar el endeudamiento en el exterior o
contraer la inversión”. Y esto no está precisamente ocurriendo, como sí
pretenden creer que pasan los políticos republicanos.
Las empresas se están
recuperando, pero no al ritmo deseado. No invierten dinero con toda la
capacidad que poseen. Esto ocurre porque la demanda no es la ideal. ¿De qué
valdría expandir la capacidad de producción si sus ventas no alcanzarán siquiera
los niveles promedio de consumo? En este espacio, Krugman es tajante: “De
hecho, se puede pensar en los déficits principalmente como una forma de poner en
uso algo de ese dinero inactivo”.
Así identifica que un gran
porcentaje de obreros de construcción están en paro cuando las obras de
infraestructura en EE.UU. necesitan mejorarse o ampliarse. Apuntar el gasto
público en este sector movilizaría la casi convaleciente economía
norteamericano. También, ahora que tanto hablan de generación próximas, Krugman
cuestiona que no se derive dinero a las universidades para que las personas de
baja condición económica manden a sus hijos como sucedía antes. Estas resultan
buenas alternativas para reacomodar la economía estadounidense, pero en el corto
plazo parece poco probable que suceda.
La respuesta radica en que los
grandes medios de comunicación hacen eco del asustador discurso republicano.
Reconociendo la facilidad con que se espantan los mercados, los republicanos
han sabido ejercer muy bien su capacidad de amedrentamiento a aplicaciones
progresistas. Con amplia mayoría republicana en el Senado, los planteamientos
que Krugman hace suyo son poco seguros de que se hagan realidad. Ante la
ausencia de decisiones, se hace más verosímil el peligro que acecha
a las generaciones venideras.
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