Ha picado mucho en la academia la
investigación “Cuando despertemos en 2062, visiones del Perú en 50 años”,
editada por la Universidad Pacífico. Ella apunta sobre los riesgos de continuar
con el actual modelo primario exportador que caracteriza a nuestra economía, el
cual se basa centralmente en la dependencia asombrosa que tenemos sobre
nuestros recursos minerales. De acuerdo a la demanda de minerales que tenga China u otros países, nuestra boyante
economía seguirá a tope. Conforme esta demanda decaiga, fruto de las cíclicas
crisis del sistema financiero, y nuestros recursos se agoten, los efectos en
nuestro país serán más que perjudiciales.
Una de las alertas más
significativas de la presente investigación es que dentro de 15 años podríamos
entrar nuevamente en una crisis como las que sufrimos en los años 80. Esta
suerte de profecía le ha valido muchas críticas pues la consideran
económicamente determinista y con un ácido hálito apocalíptico. Lo cierto, no
obstante, es que de no emprender cambios en el modelo que nos ayuden a
enfrentar los riesgos internacionales el panorama será sombrío. “Hasta que no
se homogenice la economía peruana no vamos a poder salir del subdesarrollo”,
dice uno de sus autores, Jurguen Schuldt. En resumen, la investigación reconoce
satisfactoriamente los avances producidos en materia de reducción de pobreza.
Pero esto habla de crecimiento económico no de desarrollo. Los bajos niveles de
calidad educativa y atención en salud dan cuenta de ello. La propuesta va por diversificar la economía y, claro,
hacerla sostenible.
Las reacciones no se han hecho
esperar. Entre ellas tenemos los típicos señalamientos que tildan de
izquierdista la investigación. Los cuales, a decir de economistas como Carlos
Adrianzén, andan reñidos con la realidad.
Estos vaivenes izquierdistas, dice la prédica de los economistas pro-mercado, solamente
buscan lo negativo, lo que, dentro del trasfondo ideológico de ellos, equivale
a buscarle tres pies al gato. Así tenemos a Pablo Bustamante, director del
portal informativo Lampadia, quien señala que esta investigación de claro cariz
izquierdista busca introducir “el viejo argumento de la izquierda” el cual gira
en torno a la “maldición de los recursos naturales”.
Bustamante se propone dejar sin
fundamento la tesis que, a su entender, es el motor principal de la
investigación. Nos habla, de ese modo, de países como Noruega, Australia, Nueva
Zelanda o Chile que han sabido usar muy bien sus recursos, reduciendo la
pobreza a niveles del 10% de la población. La protección de libertades
políticas y económicas se desprende del respeto que tienen estos países por el
mercado, la democracia y sus instituciones. En el otro bando, tenemos a países
como Venezuela, Ecuador, Bolivia y una lejana República del Congo, quienes, al
igual que el bloque de arriba, sus profusos recursos naturales representan el
80% de sus exportaciones. La palmaria diferencia se encuentra en que estos
países tienen un promedio de 45% de población en estado de pobreza. Se reconoce
que esto es consecuencia de sus regímenes políticos.
Por todo ello, Bustamante pone en
tela de juicio catalogar de maldición los recursos naturales y ciertamente lo
logró. El problema sustancial es que en ningún momento se dijo que la
explotación de nuestros recursos naturales es una mala alternativa para salir
del subdesarrollo. Efectivamente, las estadísticas respaldan que, en el corto
plazo, sí es un modelo eficaz. El asunto es, como ya se vio en un inicio, si
resulta sostenible en el largo plazo. Bustamante parece no entender eso.
Gratificado por su fundada argumentación, culmina así: “Este no es momento para
arrugar, es el momento para apostar a ganador”. Como se ve, poner en entredicho
las bases del modelo económico hace saltar del asiento a algunos. El libro ya
está a la venta y es de imprescindible lectura.
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