domingo, 24 de noviembre de 2013

Muerte en el cercado: ¿Hasta cuándo con esto?

¿Otro crónica roja que no moverá de sus sillas a las autoridades? El día de ayer fue asesinado cobardemente Héctor Chuca Calderón, joven de 21 años y trabajador del mercado “Elio”, que intentó frustrar el robo al cambista Filadelfo Abanto Horna, de 55 años, por parte de dos facinerosos que lograron huir con 8 mil soles en una camioneta station wagon.

El crimen se produjo cerca de las 11:30. Filadelfo Abanto, un cambista que trabaja desde hace 10 años en el mercado cooperativa “Elio”, ubicado frente al barrio de Mirones, realizaba con normalidad su rutina diaria. De pronto aparecieron dos jóvenes. Uno de ellos intentó sustraerle el canguro donde portaba los cuantiosos billetes mientras que el otro hacía de campana. Filadelfo opuso resistencia pues ya han sido varias las ocasiones en que los ladrones intentan robarle sus pertenencias. En este forcejeo, el ladrón utilizó la cacha de su arma para golpearle seguidamente la cabeza, que terminó rota al igual que la nariz.

Era un sábado cerca del mediodía y el mercado estaba concurrido. Pese a ello (el incidente ocurrió en la puerta del viejo mercado de abastos, o sea, en plena calle) nadie intentó intervenir. El arma de fuego paralizó a los que estaban situados cercanamente, como aseguran testigos. No se sabe si este temor fue contagiado a los dos policías que resguardan el local del BCP que estaba a escasos metros del hecho del crimen. Algunos vecinos ensayaron una explicación que a cualquiera le parecería ilógico pero que en realidad no lo es para nosotros: los policías estaban cuidando el local y están restringidos de prestar sus labores a otro propósito. “No quisieron intervenir porque se podían robar el banco”, refirió una señora que trabaja vendiendo picarones asentada exactamente al costado del banco. Sea como sea, los policías no intentaron evitar el asalto que sucedía ante los atónitos ojos de la gente que se agolpó a hacer sus compras al mercado. Nada de disparos al aire para amedrentar. Los únicos que estaban persuadidos de eso eran los vándalos. Los serenos de la zona, muy atentos hasta hace unos años para sacar a los informales del lugar, no participaron tampoco. Ellos tienen un bastón; los criminales, un arma de fuego.

Quien sí intervino y no le importó dejar su puesto de abarrotes “libre” fue Héctor Chuca Calderón, quien coincidentemente se acercaba donde su amigo Filadelfo para cambiar un dinero. Al ver a su amigo golpeado, Héctor reaccionó en el acto. Él logró reducir al hampón y parecía que la situación estaba controlada. Como suele pasar en este tipo de incidentes, todo sucedió en contados segundos. El otro ladrón que estaba de campana disparó a Héctor a quemarropa. Dos fueron los disparos: el primero impactó en el cuello y salió por el pómulo izquierdo y el segundo fue al estómago. Suficiente para que los cobardes salieran corriendo y subieran al station wagon. Ellos lograron arrebatarle el canguro a Filadelfo. Héctor estaba en el piso desangrándose aún con vida. Un compañero de trabajo se acercó y logró taparle la herida. Pese a ello, el valiente joven se desangraba. Todavía estaba con vida.

El joven fue llevado al Hospital Loayza, lugar en el que finalmente murió.


Una zona riesgosa

Hasta hace unos años, Mirones era un barrio difícil. Su barra, identificada con los colores de Alianza Lima, constantemente “guerreaba” con la de la U.V. 3, que era de la U. Hace 2 o 3 años la violencia comenzó a menguar. Los días en que las piedras llovían en Elio y Cipreses pertenecen al pasado. No obstante, la zona que reúne las urbanizaciones de Mirones, Elio, Cipreses, Roma, los Pinos y la de la 3, como es conocida, frecuentemente son “visitadas” por malhechores que se aprovechan de la poca seguridad de la zona. Después de Santa Beatriz, esta zona es una de las más riesgosas en el Cercado de Lima.

El personal de serenazgo se ha incrementado. Se han instalado más centrales de seguridad en la zona y las patrullas vigilan el barrio con un policía de copiloto. Pero no es suficiente.  

Pocas semanas atrás, 5 o 6 malhechores rondaban en un carro por la noche en las inmediaciones de Elio. Si bien fue disuadido por una motocicleta del serenazgo cuando intentaba valerse del típico floro del “¿chochera, sabes dónde queda “tal lugar”?” para robar a un par de jóvenes, minutos después, cuando no había serenos a la vista, lograron inmovilizar a un hombre, bolsiquearlo y quitarle las llaves de su auto, que fue puesto inmediatamente en marcha para la fuga. El carro de los malhechores era de las mismas características que el de los asesinos de Héctor: un station wagon.

Un joven de los que ya no hay

La señora vende picarones y está visiblemente afectada. Ella contó que conocía a Héctor desde pequeño y era un chico bueno y educado. Cada vez que podía la saludaba. Era muy cordial. Llegó muy joven desde Chiclayo y terminó sus estudios en el emblemático colegio de la zona: el Hipólito Unanue. A la vez que trabajaba en la parte del fondo del mercado, Héctor estudiaba enfermería. La señora refirió que Héctor estaba embarcado en un proyecto importante.

En la esquina del mercado, en el lugar preciso donde sucedió el crimen, los amigos y compañeros de Héctor han montado un pequeño altar. En las primeras horas del día había un envase donde se solicitaba una colaboración. Héctor vivía solo con unos tíos por Cipreses, barrio colindante con el de Elio. Los amigos y curiosos que estaban la noche de hoy día en el pequeño altarcito indicaron que, en agradecimiento, Filadelfo correrá con los gastos del velatorio y el entierro. Filadelfo no está exento de críticas: los testigos del crimen y amigos de Héctor le echan un poco de responsabilidad pues creen que bien pudo evitar una muerte si dejaba soltar el canguro donde llevaba la plata. El cuerpo es velado en la iglesia del barrio de Palomino, el cual está exactamente frente a la fábrica de Molitalia, también cerca a Elio.

“El héroe de Elio” se leía en unos cartoncitos que en el altar estaban. Y no era gratuito. La señora de los picarones contaba que Héctor ya antes había dado muestras de servicio y de valentía. Él había ayudado a una chica a recuperar su bolso pues persiguió al ladrón y logró traer de vuela lo hurtado donde su dueña.


“Es de los chicos que ya no hay”, se lamentaba con mucha pena y lástima una joven madre de la zona. Héctor, un chico con futuro y conocido por su carácter amical, servicial y valiente, es una víctima más de esta ola del crimen que azota Lima y que aniquila sin remordimiento a los ciudadanos a vista y paciencia de las autoridades. Mientras los políticos llaman a Tilsas al congreso, cubren las cabezas por los López Meneses, la sociedad peruana se desangra desde adentro.


 24-11-13   

Fotos: La República, Diego Torres

viernes, 4 de octubre de 2013

“Estoy aprendiendo, a cocachos, que el periodismo es cosa seria”



Su habitación apenas está iluminada. Cree que corriendo la cortina el aire dejará de entrar. Solo una cornisa cubre la rara ventana que solo abriéndose permite ver el exterior y viceversa. La otra permite que pase la luz. La habitación se ve incómoda. Hay un gran mueble que dio allí porque si seguía en la sala, los muebles terminarían gobernando la pequeña pieza. “Hay que aflojar”, dijeron sus hermanos mayores. Qué mejor que tener un mueblote propio. Y ahí se encuentra en su pequeño cuarto; sirviendo generalmente para tirar la ropa que de otra forma estaría mezclada con la sucia que está en el balde y rebosando. Él siente que le da igual la distribución de cosas en su habitación, pero en realidad cada vez que pueda se va a un lugar más abierto. También siente que tiene una deuda con la pila de periódicos que su lectura esperan. “Es que no hay tiempo”, dice Guillermo Antúnez mientras ojea las pachotadas que en el Facebook publican sus amigos y ciberamigos.  

-Cuéntame lo del trabajo.

Puucha. Es bien difícil pero fue una bonita experiencia. Me he levantado cerca de las 4:55 de la mañana y, durante tres días –contando hoy- no he tenido sueño. Eso es bacán. En las próximas semanas, cuando me cure esta vaina (aspira e inspira y se escucha un ronquido en su pecho: síntoma de su avanzado estado de gripe), voladito me voy a correr. (Señala el parque que está enfrente, donde dos perros juguetean y un niño patea un balón venciendo al padre que hace de arquero)

-Te gusta estar activo..

Sí, pilas, un poco que hago lo mío. Parece que por eso no me pasaron hoy.

-¿Cómo así?

-Viejo, ¡en esa agencia pedían que transcriba tal como estaba el texto de los periódicos! ¿Para eso estudia uno periodismo? Para ser sincero no es tan difícil el periodismo, en realidad es lo opuesto. Creo que fue un error meterme a la Bausate pero a lo hecho pecho. Sin embargo, ¿un estudiante de periodismo entra a pagar sus derechos de piso de esa forma? Me parece muy cojudo. Era horrible. Cada  vez que intentaba “voltearlo”, como se dice en la jerga periodística, me decían que no lo haga, que lo ponga tal como estaba en el bendito periódico. ¡Jodidazo! Semanas atrás me había embutido con links y links de portales de periodismo. Entre ellos recuerdo a un cronista colombiano que ahorita se me ha ido su nombre que citaba cómo Gabo (Gabriel García Marquez) producía sus reportajes, como los contextualizaba y, a partir de eso, las distancias se rompían entre el lector y la información. A mí me pareció buenísimo e intente aplicarlo. Tanto así que tuve la buenísima suerte de encontrar un libro fotocopiado al que le faltan algunas páginas de Gabo que era sobre su chamba periodística. Realmente bueno.

-Otro tipo de periodismo al que estamos acostumbrados entonces..

-Exacto. De esa línea también es el bigotudo Caparrós. No lo he leído tanto pero es como una eminencia en la crónica latinoamericana. Curiosamente, él ha escrito una crítica contra la crónica en el sentido más ruin de la crónica, o comercial como la están queriendo ver ahora si se quiere.

-Regresemos al incidente. Me has contado que lo que pedían básicamente eran transcriptores más que redactores o periodistas. ¿No te parece desproporcionada una generalización sobre este trabajo puntual y tus opiniones sobre el periodismo?

-¿Cómo, cómo?

-De repente lo que ellos buscaban era eso: transcriptores y no redactores. Quizá te equivocaste de lugar.

(Piensa) Puede ser. Pero, mira, esas notas se van a publicar en sus páginas web, van a ser vistas. Estamos hablando de personas que leen. ¿Qué sentido tiene que transcriba partes del texto si de todos modos van a leer la columna o la nota? Creo que es tonto.

-Piensa en los clientes..

-Debe ser eso. Son ministerios varios, una empresa minera, organismos municipales, distritales y hasta regionales. Hay empresas cosméticas y una trasnacional. Son gente de peso, ¿me entiendes? Eso dice mucho también del poder.

-¿Qué cosa?

Que estamos dominados por organizaciones que de la información solo buscan el interés, el dato frío. Ja, y de qué manera. Mínimo que dejen-hablo de la empresa- a resumir el texto de acuerdo a la capacidad del redactor que supongo que para algo está ahí. No que hagan esas boberías de transcribir solamente. Eso me parece nefasto. Mientras salía, admito que cabizbajo, pensaba que este tipo de trabajos debería estar dedicado a escolares o a la gente de la pre. Se supone que esas noticias provienen de gente capaz que redacta bien (he visto que en una nota corta utilizan una misma palabra tres veces y eso que no era un tecnicismo), entonces las personas de las que te hablo bien podrían tener un aprendizaje activo de las reglas de gramática. Sé que puede sonar tonto, pero es que no encuentro otra alternativa para justificar un  trabajo de tal nivel. Si quiera los que hacen resúmenes de programas en vivo o de radio la pasan mejor.

-Puede ser pero sobre lo otro. ¿No estarás siendo muy duro? Es más, y eso es normal, vamos: ¿no estarás picón?

Ja (ríe sarcástico) Nada que ver. Ya te quiero ver sentado ahí con todo un potencial increíble para querer enganchar al lector, inventar historias, si quiera adornarlas un poquito, haciendo el mecánico y primitivo trabajo de un “copy and paste” casi manual. No, así no es.

-¿Alguna otra que quieras decir?

Que los chicos no lean a Salcedo-Ramos ni a Gabo ni a Jon Lee Anderson ni a otros tantos si quieren ver sus bolsillos gordos. Estoy aprendiendo, a cocachos, que el periodismo es cosa seria. Pero ya depende de cada uno.

04-10-2013


domingo, 29 de septiembre de 2013

Real sueño: Atlético Madrid duerme a su rival capitalino en último clásico


No es un domingo cualquiera. Hoy en Madrid, específicamente, en la Fuente de Neptuno la gente debe estar loca de alegría. Sucede que el Atlético de Madrid ha triunfado por segunda vez consecutiva en lo que va del año ante su rival citadino de toda la vida: el Real Madrid. Ello bajo la entera responsabilidad del técnico argentino, Diego “el cholo” Simeone, y el combativo plantel que dirige. Quien fuera jugador de River y campeón con Estudiantes de la Plata en la meteórica campaña del 2006 ha renovado las esperanzas desde que tomó las riendas del club en el 2011.

En efecto, luego de una monótona soberanía de los clubes más poderosos del país de Cervantes, el Real Madrid y el Barcelona, el “Aleti”, como lo llaman sus más fervorosos aficionados, ha dado una vuelta de página y ha mostrado sus mejores armas. 7 triunfos al hilo en 7 partidos de iniciada la Liga dan cuenta del nuevo rostro que llega bajo la dirección del Cholo y que lo ha puesto como puntero del campeonato. Categoría compartida por el siempre fuerte aunque no tan lucido como hace unas pocas temporadas FC Barcelona.

Jorge Barraza, uno de los mejores periodistas deportivos de América Latina, ha quedado encantado con el desempeño mostrado por el “Aleti” en el último clásico madridense. Con esta victoria de 1-0 sobre el Madrid en pleno Bernabeú-en la que bien pudo ser un 4-0 para el “Aleti”, según suscribió Barraza-, el club donde han descollado grandes delanteros latinoamericanos como Forlán, Agüero, Falcao, entre otros, labra a punta de sudor, técnica, entrega y goles su camino hacia la gloria. El tanto fue anotado por Diego Costa, delantero de 24 años que actualmente es disputado por las selecciones brasileña y española para que defienda sus camisetas.

El poder económico que ostentan el Real Madrid y el Barcelona no ha sido suficiente ante la valía de los 11 gladiadores de Simeone. Una vez más se revela la espléndida hermosura de este juego que reúne a 22 hombres, el balón y la grama verde: tan azaroso como la vida, el fútbol seguirá entregando épicas sorpresas.

(Video de las mejores jugadas y goles: http://www.youtube.com/watch?v=M_Wn1sDVizk )


29-09-13

viernes, 27 de septiembre de 2013

El viejito que recorre Lima

Es un largo jirón en el Centro. Casi igual al de la Unión solo que menos transitado. Curiosamente, este rectilíneo y popular pasaje lo corta en dos y entonces pasa de Jirón Ica a llamarse Jirón Ucayali. Ni siquiera cuando los proletarios salen de su centro de trabajo entrada la noche, este paseo de calle se ve abarrotado. Es ideal para la caminata tranquila, la conversadora. Cercan están las panaderías, las tiendas de comestibles. Por ahí está el Teatro Municipal; también la Triple A. Algunas cuadras cercanas están las chinganas. Hay para todos los gustos. Y desde este lugar empieza mi historia.

Se oían pasos de gente que caminaba apresurada, carretillas que iban directo a las tiendas de impresión y el sonido de los autos de la avenida contigua. Nadie se conocía. Indiferentes, cada uno se centraba en sus propios asuntos. Juntos pero no revueltos. Esa parte de la naturaleza de la ciudad y su ritmo de vida, en donde cada uno se enfrasca en sí mismo, estaba muy puesta en evidencia en ese momento. Hombres y mujeres y sus burbujas andaban a la par, sencillos.Pero ocurrió que hubieron felices rupturas ese mismo día.

-¡Abrígate, hijita, que te vas a resfriar!-dijo un viejito de súbito y rompiendo el trance citadino. 

Ojos abiertos, retracción de la cabeza y poquísimos segundos de asimilación de la receptora.

-¡Ay, señor... no se preocupe!-respondió la joven sentada en un asiento blanco de plástico, con la sonrisa extraña del "¿Y a este qué le pasa?"

No era para tanto, además, pues la casaca rosada que llevaba parecía protegerla del viento que, pasado el mediodía, entraba con fuerza. El viejito ni siquiera la conocía pero ya había dado su golpe de efecto. Tras acercarse, le hizo una venia y se fue tan tranquilo como llegó.  

Se detuvo de nuevo, esta vez ante una pareja con un niño. La pareja lo imitó: el viejito se puso frente a ellos y palmoteaba cariñosamente los lacios cabellos del pequeño. No se llegaba a oír lo que decía (desde la Av. Tacna llegaba el bullicio de los motores y la voz innegable del cobrador) pero sonreía. Sin duda ninguna que gozaba. No tanto el niño, sino el viejito. Siguió. En su caminar, se encuentra con otro infante. Le posa la mano y articula palabras con un gesto de afecto. Los padres lo miran y no se llegan a saber y ver sus reacciones por lo inmediato de la acción. 

Después de un rápido trote, pasado el Teatro Municipal, dio una nueva parada. Dos mujeres de provincia, con faldones sucios, chompita raída, lliclla característica y chaposas mejillas, conversaban con el viejito. Él, involuntario centro de su atención, no se dirigía a ellas, sino a su pequeño que lo miraba con esos ojazos grandotes que tenía. Luego ya hizo lo mismo con las señoras. Conversaban alegremente y este las invito a una tiendita ambulante que a escasos metros estaba. Galleta Margarita para el pequeño y un Cifrut sabor granadilla para las damas. Otro toque de cabeza al pequeño a la vez que esbozaba una sonrisa. Despidiéndose, seguramente las señoras le mandaban bendiciones al señor. Ellas continuaron vendiendo el producto que llevaban en una bolsita.

La vendedora y el viejito, ambos juntos. Ya no compraba nada ¡pero se quedaba conversado con ella! Tenía un sobre entre manos con coloridos papeles dentro. ¿Se habrá ganado la lotería el viejito? ¿Habrá recibido un giro de algún negocio lejano o de algún familiar a la distancia? No lo sabemos. Lo seguro era que el señor alegraba con su presencia a quien encontraba a su paso pues tanto él como ella sonreían genuinamente. 

El señor llegó a la Avenida Tacna. Miraba los carros que estaban a punto de estacionarse y no en el lugar que les correspondía. No llegó a la avenida para tomar un carro sino para cruzarla. Iban y venían los carros. Era mejor esperar. Pero no quieto. El señor, enérgico, iba en búsqueda del espacio para ¡fum! cruzar la pista. En ese desenlace, se acerca a un hombre que se lleva una generosa mazorca a la boca., de esas que son vendidas en tiendas o establecimientos pequeños.Con canas también aunque no de la edad del viejito, los dos mayores conversan con simpatía y cercanía. Una palmoteada en el hombro es señal de que el viejito debe continuar su paseo. Sus ojos apuntan a la pista en búsqueda del momento oportuno para invadirla. 

-Oiga, ¿usted conoce a ese viejito?

-No. ¿Tú?-responde como despertado de un sueño el señor después de dar un bocado a su choclo.

-No. ¡Pero está saludando a todo el mundo!-dice la sorpresa general.

El viejito no ceja. Raudo, intrépido y ágil, cruza la muy recorrida Av. Tacna. Las cousters, inmensas máquinas de transporte que meten miedo, están detenidas. Al señor nada parece detenerlo.

Un olor a incienso, colores morados y sabor a octubre señalan la llegada a religiosos dominios. Estamos en el Jirón Huancavelica, o será mejor decir, en la Iglesia de las Nazarenas. Pero el viejito no va a rezar, va a seguir haciendo lo suyo: derrocha su carisma y personalidad entre los transeúntes. Un jovencito, que lleva una bolsa negra, es la nueva "víctima". Este, con sonrojados cachetes, le escucha al viejito que canchero se le ha acercado. Pero su rostro no está colorado por la inesperada aparición del viejito, sino porque sufre del característico acné que le da a los púberes. Con mirada aleccionadora el viejito, y tras darle unas cuantas frases sueltas, se va despidiendo con un diagnóstico sacado de la experiencia: “… ¡¡¡no te toques la cara!!! “. El joven mira a su mamá incrédulamente. Ya el viejito a doblado la esquina a seguir tomándose sus criollísimas licencias en una tienda cercana. Implacable y efectivo, su actividad de hacer bien entre la gente es solo cuestión de minutos. Su sombra, que a duras penas le sigue los pasos, deja como resultado risas y ojos chinos entre las vendedoras de adornos religiosos. Es un grande el viejito.

Ha dejado atrás al Nazareno, pues el viejito sigue. Sigue y sigue. Él está mira que te mira escudriñando la calle. ¿A dónde irá? ¿A quién mira? No se sabe pero busca algo o a alguien. Una puerta inmensa de donde entran y salen personas parece ser su destino. La voina que le cubre la cabeza apenas se mueve y menos parece molestarle la casaca oscura que lleva. Es un mercado y el viejito entra presuroso. 

El viejito aparece sentado en un banquito de madera con respaldar. Estuvo a tiempo pues es el único asiento que quedaba. Es un restaurante norteño. El viejito se sienta, debe estar extenuado. Es hora del almuerzo y el viejito sigue mirando con mucha curiosidad, mirada curiosa que lleva su firma. El viejito ha llegado para darse un gusto, el mismo que desinteresadamente causa en quienes lo encuentran en la calle.

¡Provecho, viejito!



27-09-13

domingo, 22 de septiembre de 2013

“¡Pero qué cochino!”

Pagamos, nos despedimos y bajamos del taxi. El sol hacía una tímida aparición en esa tarde de domingo. Frente a nosotros había un parque ovalado. En él, chicos del barrio jugaban. Dos pequeños y descuidados arbustos hacían de travesaño futbolero. Las hojas caían ante el simple roce de la pelota. “Goool”. A recoger la pelota y a reanudar.

Mi padre lanzó la advertencia:

-Oye, el chico es un poco cochinito, descuidado. Su ropa es algo sucia y tiene como enfermedades de la piel-las descripciones que hacía eran expresadas con palabras de vergüenza propia, con cierta compasión y algo de resignación-. Muecas de asco acompañaban tales palabras.

Era la primera vez que mi padre me decía algo así de una persona que íbamos a visitar. Generalmente, sus referencias ante el encuentro de una persona eran de cómo le iba la vida, de sus ideas políticas, su vida familiar o su condición económica. Una forma de preámbulo necesario. Incluso a veces no hacía falta decirlas. Pero esta vez no. El asunto se centraba en … su higiene. La casa era de tres pisos y estaba al costado de una veterinaria. Después de semejante presentación repare en que la fachada de la casa estaba sucia, despintada y con signos abandono. No tenía los optimistas colores que suelen tener las casas de la capital. Había incomodidad en mí a medida que nos acercábamos. Esta creció.

-Qué tal, Alfredo.

La expresión provino de un hombre que no cuadra en el patrón estético requerido por las convenciones sociales. Su polo, muy parecido al de la fachada de la casa, estaba notoriamente sucio y muy usado. Su pantalón grande y con las bastas deshechas tenía los mismos signos de insalubridad. Las zapatillas otro tanto. Su pelo crecido y maltrecho. Barbita de unos cuantos días. Preferí no mirarle los dientes. Una joroba completaba el cuadro de un hombre que, para mi, estaba dado al abandono.  Si de él no se hubiera sabido que era técnico de computadoras, tranquilamente podría habérsele tomado como los loquitos de las calles o los fumones de algún lugar de mala muerte. Los fumones suelen ser agrestes o huidizos, los locos no tanto. Yo pensé que el chico era enfermito. Nos invitó a pasar.

El interior de la casa reflejaba la filosofía de vida de nuestro anfitrión. Todo era un desastre, un caos, un desorden. Cosas tiradas por ahí. Los muebles llenos de polvo y mugrientos. Tanto así que mi padre, cuando en una oportunidad tenía que apoyarse sobre él para coger una cosa, no lo hizo. Era muy sucio todo. Yo, ganado por el asco, miraba el ambiente hogareño. La sala de estar estaba llena de productos. Una navideña lata de panetón estaba ahí, revistas, comida, cuaderno. Tú podías encontrar cada cosa en esa mesa repleta. En el piso habían bolsas de comida rápida y botellas de un litro y algo de gaseosa. El chico hasta ese momento era para mí el consumidor estereotipo de comida rápida estadounidense que vegeta en su gran sillón embutiéndose el cerebro con televisión chatarra. Solo que cochino.

Él conversaba con mi padre sobre la máquina que era llamado a arreglar. Me producía arcadas verlo cuando tocaba la máquina y al rato se rascaba el cuerpo. Mi curiosidad por su carácter descuidado siguió y, haciéndome el loco, di unos cuantos pasos hacia el patio. Había un olor infeliz y de antigüedad en la habitación. Logré percibir la cocina. Esta era la misma  representación del estilo de vida del joven. Cada artefacto-lavadora, cocina, repisa, etc.- tenía los mismos rasgos de toda la casa: suciedad.

Pensé que el dueño de la casa se debería sentir tan incómodo como yo lo estaba por mis incursiones. Así que, para hacerme sentir que estaba al tanto de la conversación le hice unas cuantas y intrascendentes preguntas. Él las respondía con atención. Yo simulaba ser simpático. Cochino, pensaba por dentro.

Después de 15 o 20 minutos ya entrabamos al final de nuestra estancia en el fortín contra el aseo. Mi padre lo “cochineaba” (nunca esta palabra cayó tan precisa) con una “amiguita”, de la que el joven hablaba con cierta actitud canchera. Las risas fueron el pasillo para la retirada y, al momento de la despedida, evite pensar de la manera más posible, que él se había rascado. No hubo apretón de manos solo un efímero contacto.

-¡Qué bestia, pa! ¡Qué cochino! La mierr…

-Sí, hijo. Pobrecito. Y pensar que así se presenta al trabajo a veces. Qué tendrá. Y eso que es joven, ah.
De la nada aparecimos en la Av. Canadá, a una cuantas del Metropolitano. Tomamos la ruta B y entramos con dificultad. Mucha gente había subido y estábamos apachurrados. Yo agradecía que Don Cochi, como llamamos al técnico de computadoras después de la salida de su casa, no hubiera querido acompañarnos. “Pero quéee cochino, chess”.

22-09-13


miércoles, 18 de septiembre de 2013

Tres cortitas

Crónica: arte en luz roja

Uno. Dos. Tres carros. Ya no había que esperar más. Era sábado y el mediodía estaba próximo. A diferencia de otros días, sin embargo, pocos carros se movilizaban por la avenida. Un lunes, martes o miércoles la cosa era muy distinta: la pista y alrededores eran convulsionados por el tráfico, el smog y las bocinas. Este sábado no era así.

Los artistas no se arredraron. Vieron la luz en rojo y se mandaron al ruedo.

Eran una pareja. Él tenía todos los rasgos de un integrante de la secta de los Ataucusi. Los dreadlocks que llevaba le quitaban, no obstante, toda parentela de religiosidad con los Israelitas del Nuevo Pacto. Un chaleco vistoso medio gastado era la única evidencia de su labor circense. Ella, menuda, short rasgado, pantis moradas y un polo de Faite, polo de contracultura y cabellera amarrada. Un saludo al “público” fue la señal de comienzo.

La gente pasaba con algo de miedo a su alrededor. Entre presurosos por llegar a su destino y asombrados por lo que a sus ojos se presentaba, recorrían el asfalto. Los choferes, eso sí, miraban con atención. Un poco de espectáculo venía bien.

Él y ella, pareja de artistas callejeros, hacían malabares en medio de la pista. Ágilmente, con una maestría aprendida del esfuerzo, lanzaban al aire las clavas y se las intercambiaban. Segundos después, ella se ponía en los hombros del varón para dar más realce al show pistero. Concentradísimos, inconmovibles deleitaban al público.

El semáforo dio verde. Los carros, que ya se habían acumulado, pasaban entre ellos. Las monedas eran recogidas desde el suelo y dirigidas a sus bolsillos. A una cauta distancia un niño se entretenía armando un rompecabezas. La comida del día ya estaba asegurada.

                                                  Noticia: Crisis del sistema

La crisis que atormentó al mundo desde el 2008 hoy parece ir menguando sus efectos. Primero en EE.UU., luego Europa y actualmente en las economías emergentes, la crisis ocasionada en el sector financiero extendió sus consecuencias a las economías reales. Miles de personas a lo largo del  orbe se vieron y se ven afectadas. Algunos expertos predicen una “década perdida” para Europa.

Las opiniones no son concluyentes todavía ante la expectativa de las recesiones en países como India, Indonesia, México, Brasil u otros.

Por otro lado, siendo los bancos los principales responsables de la crisis, estos han salido fortificados de ella. El refrán “lo que no te mata te hace más fuerte” parece calzar a la perfección con las principales entidades bancarias del mundo. Esto, vale mencionar, a costa de la pérdida social y la grave desigualdad que se vive en el mundo.

Bill Gates, una de las personas más ricas del mundo, por ejemplo, se ubicó nuevamente como la más rica desplazando de ese modo al mexicano Carlos Slim. Según Forbes, la fortuna amasada por el fundador de Microsoft llega a los US$72,000. La revista indica también que las 400 personas más ricas del mundo aumentaron su fortuna en un 19% a comparación del 2012: de 2.02 billones de dólares a diferencia de los anteriores 1.7 billones de dólares.

El Premio Nobel de Economía, Paul Krugman, se ha referido a esta situación del siguiente modo: “(…) los ricos han vuelto con fuerza, tanto que el 95% de los mayores ingresos de la recuperación económica desde el 2009 ha ido a parar al famoso 1%. De hecho, más del 60% de ese incremento fue al 0.1% de la población, gente cuyos ingresos anuales superan los US$ 1.9 millones”. Las crisis son también una oportunidad, aseguran algunas escuelas de negocios. Vemos que hay quienes han aprendido bien la lección.

                                              Necrología: Salvador Allende

Salvador Guillermo Allende Gossens (Santiago, 26 de junio de 1908-Santiago, 11 de septiembre de 1973) fue un médico cirujano y político chileno. Tempranamente introducido en la vida política, Allende llega al poder en su cuarto intento de elección en el año 1970. Esto causa el asombro del mundo pues, siendo declaradamente marxista, Salvador Allende se hace cargo del Ejecutivo por la vía democrática, dejando de lado la prédica de la toma del poder por el fusil. Con el apoyo de la Unión Popular (UP), frente de partidos de izquierda, realiza una serie de reformas estructurales en el país, como la nacionalización del cobre y aceleración de la reforma agraria, entre otras. Esto le valió un enfrentamiento con la derecha chilena. El paroxismo de este choque llega el 11 de septiembre de 1973, día en que el general Augusto Pinochet, apoyado por la derecha y la CIA, da un golpe de Estado. Salvador Allende viéndose arrinconado por el Ejército Chileno se suicida en el Palacio de la Moneda. Se instaura luego una dictadura militar que dura 16 años y con grandes costos sociales. Al día de hoy, Chile todavía lucha por una reconciliación.

Humberto Solórzano Pereyra

18-09-13


lunes, 16 de septiembre de 2013

Tras los rastros del cronista

De él y su recorrido me enteré por Enrique Planas, laborioso periodista de la sección culturales en El Comercio. Era la primera mitad del año y Planas había viajado a Colombia por motivo del Festival del Libro de dicho país. Con ese fin, se publicaban las entrevistas que él realizaba a la fauna de escritores asistentes. En esa oportunidad intercambió opiniones con el norteamericano Jon Lee Anderson, protagonista de este artículo.

Este presentaba su libro “La herencia colonial y otras maldiciones”, trabajo esforzado que trata sobre el continente africano y que trata de dilucidar las historias y realidades que se dan sobre él. Es seguro que después de leer esta obra, el lector dejará de lado la mirada reduccionista que se tiene sobre el continente negro. ¿Un África, a secas, o un continente marcado por la explotación colonial y el astuto uso de políticas europeas que estropearon el camino hacia la independencia?

Es Interesante la vida de Anderson. Nació en California pero se crió, literalmente, por el mundo. De esas itinerancias podría decirse que nació su gusto por la aventura. Tal es así que en una entrevista a un medio peruano desmintió a su interlocutor cuando este se refirió a una cierta pulsión freudiana por la muerte, referido esto a sus arriesgadas incursiones de trabajo por territorios complicados y ariscos: “Intento no ser tan introspectivo aunque no tengo nada contra Freud. Nunca he ido a psicoanálisis. En mi caso personal lo de enfrentar la muerte es algo que tenía asumido desde mi juventud. (…)Yo nazco después de que eso fue una constante para el hombre desde la era de los neandertales. Correspondo a ese arquetipo más que una cosa freudiana. No tengo ninguna patología con la muerte; por el contrario, a mí me encanta la vida”. Cualquier intención de psicologismo es derribado en el acto.

Se pudo conocer a Jon Lee Anderson en tierras peruanas pero eso quedó en un “pudo”. Era el primer día del certamen organizado por periodistas culturales peruanos en el Centro Cultural España y Lee Anderson sería presentado como conferencista estrella. Llegado el día de la inauguración, con el auditorio lleno-por cierto pequeño para un evento que los entendidos reconocieron como pequeño- un aviso desmoronó la emoción del público: Jon Lee Anderson no vendría pues, de último momento, estaba por algún lugar del mundo reporteando. La chamba del periodista primó sobre la figura.  

Yo pensaba que recorría Siria por la conflictiva de su situación. Días, semanas, meses después, atiné: un cronista norteamericano reporteaba desde zonas del conflicto en Medio Oriente para la web Puercoespín.

Ahora, setiembre ya, una acción emprendida por la librería El Virrey, con Carola Sanseviero como principal responsable, remueve a los periodistas del entorno local. Se trata de algo sencillo a primera vista: en realidad Jon Lee Anderson si se había acercado al Perú. Durante los 70’s, trabajó como corresponsal en el The Lima Times, diario a cargo de norteamericanos que, salvó la altisonante publicidad, estaba escrito enteramente en inglés. Del año 75 al 78 todo parece ser una versión de los descendientes de la Familia Ingalls en nuestro territorio. La cosa cambia con la convulsión social a raíz de la lucha entre el pueblo peruano y la dictadura militar. Esto dio paso a que los habituales ciudadanos gringos compartan noticia y gráficos con políticos como Víctor Raúl Haya de la Torre, Hugo Blanco, Luis Bedoya Reyes. Asimismo,  pueden verse en las páginas del diario cómo Ricardo Letts Colmenares, político zurdo y tío del “niño terrible” Jaime Baily, presentaba sendas cartas rectificatorias a lo que se publicaba en el Lima Times en torno a su situación con el gobierno. Pero esa es otra historia; volvamos a lo que realmente puede interesarles.

La tarea consiste, entonces, en encontrar los artículos escritos por Lee Anderson, fotocopiarlos y enviarlos a la sede central de la librería en cuestión. Como retribución, el libro al que hice referencia será entregado a quien cumpla con el cometido.  (Más información: http://www.laprimeraperu.pe/online/cultura/tras-las-huellas-de-jon-lee-anderson_149493.html)

La ocasión es imperdible. Jon Lee Anderson se erige como unas de las principales figuras del periodismo contemporáneo. Lo que él hace es escribir crónicas que den cuenta de hechos sociales, lo que lo diferencia de otros cronistas es que, en este acto, su pellejo se ve arriesgado. Verdadera lección para los estudiantes de periodismo. Del mismo modo, es un aprendizaje que se aleja de las criticas que Martín Caparrós hace sobre este nuevo fetiche en el periodismo: escribir crónicas. Sería curiosísimo ver oleadas de simpatizantes del periodismo verse lanzados a territorios hostiles.

Desgraciado de mí, llevo dos meses en Lagos postrado en la cama como el bíblico Lázaro, luchando contra la enfermedad. Ignoro si se trata de una infección tropical, una intoxicación de la sangre o los efectos de un veneno misterioso, pero lo cierto es que mi cuerpo, además de hincharse, se ha cubierto de llagas, ampollas y úlceras. Ya no me quedan fuerzas para soportar y combatir el dolor, y he solicitado a Varsovia que me dé permiso para regresar. En África he caído enfermo muy a menudo, pues el trópico lo fecunda todo en exceso, con exageración, haciendo que las bacterias y los virus tampoco escapen a la ley de degenerada abundancia e infinita multiplicación. No hay salida: si alguien quiere penetrar en los rincones más recónditos y apartados de las rutas trilladas, los más ocultos y traicioneros de estas tierras, tiene que estar preparado para pagar su osadía con la salud o incluso con la vida. Pero lo mismo sucede con cualquier otra pasión que comporte riesgos, ese monstruo ávido de devorarnos. En vista de las circunstancias, hay quienes deciden llevar una existencia paradójica, a saber: al llegar a África, desaparecen en hoteles que les brindan todas las comodidades, y nunca abandonan los lujosos barrios de los blancos; en una palabra, estando topográficamente en África, siguen viviendo en Europa, sólo que se trata de una Europa en miniatura, de un sucedáneo reducido a la mínima expresión. Es un estilo de vida que, sin embargo, resulta indigno de un auténtico viajero e inconcebible para un reportero, que tiene que vivirlo todo en su propia carne”.

Este último párrafo encontrado en “La guerra del fútbol y otros reportajes” pertenece a Ryszard Kapuscinski, imperioso reportero polaco que viajó el mundo en busca de historias imposibles y vivió para contarlo. Seguro se está-ya lo han dicho otros- que Lee Anderson pertenece a esa estirpe.


16-09-13


viernes, 6 de septiembre de 2013

Tarifario

No había ni un alma, todo tenía una inhabitual quietud; quizás ese era el peor síntoma. El silencio aguarda las más insospechados intentos. Pero se tenía que seguir, un visible envalentonamiento lo instaba a hacerlo. Que haya entrelazado las manos con aquella mujer en su sentido camino de retorno lo tenia asi. Piensese si quiera si la besaba, que por cierto lo intento torpemente. Llegando a la esquina un taxi tocó el claxon en busqueda de un pasajero. Se detuvo y él para sus adentros pensó: Bien, puta madre.
-¿A dónde vas?
Dio la dirección.
-Está cerca. ¿Cuánto pagas?
Respondio el monto.
El taxista penso rapidamente la distancia, la ruta a tomar.
-Dale, vamos.
Antes de subir, él primero se aseguro de tener la plata en su lugar. Inicio por el bolsillo izquierdo trasero, luego en el derecho, despues en los de la casaca. La plata no estaba. Se manoteaba la ropa compulsivamente al encuentro del monto, mas no lo encontraba. Repitio los movimientos dos o tres veces mas. Mientras tanto el chofer lo miraba.
-No tengo la plata, mister- repitio finalmente y con cara de piedad.
El taxista dirigia su vista al espejo retrovisor, pero no intentaba ver las calles que habia dejado atras. Se observaba a si mismo, sus adentros.
-Esta zona es peligrosa-reflexiono con paternal preocupacion-. Revisate bien, chibolo.
El hizo caso solo para obedecer el protocolo del extraño que da una ayuda inesperada, pero se sabe que era innecesario.
El taxista hecho un suspiro. Como forma de pago recibiria 70 intrascendentes centimos que era lo que el joven había encontrado. Los acepto y el motor arranco. La desgana no se percibia en su rostro.
Dejo al joven en una avenida que no era tan lejana. Este le agradecio el cumplido que le salvo de un posible hurto al paso.

A la hora de salir disparado a su centro de estudios, cuando se disponia a ponerse el descolorado jean, un billete de diez soles caia por entre sus piernas. El siguio con atencion el desplazamiento del papel. Paralelamente, recordaba el pasaje de la madrugada.

¿Lo habia hecho a proposito?

Solo le quedo sonreir.

domingo, 1 de septiembre de 2013

Decibeles que te acepto

La Vía Expresa estaba solo a escasos metros. Entraba la noche del último sábado de agosto y el tráfico era inexistente, ningún auto amonestaba la tranquilidad con el claxon bullicioso. Solo el ruido del motor que aceleraba daba cuenta del movimiento que le daba sentido. El metropolitano estaba contiguo a dar su paseo final. El sonido aparatoso, desafiante y enterizo se obraría en otro lugar.

Horas antes, el recinto donde se celebraba un concierto subte de música metal y rock progresivo, había dado cobijo a la comunidad hipster. Era un cambio absolutamente radical para quien haya estado presente durante la venta de ropa vintage, politos simpaticones de segunda, morrales con detalles floridos y demás accesorios propios de la particular nueva moda. En ese ambiente, que respiraba la indiferencia y el refinado toque de los hipster, daría lugar a quienes, tiempo atrás, seguramente –no digo participado- habían dado el visto bueno para las humillantes persecuciones que recibía la juventud emo en el parque en que estos se afligían públicamente. Me refiero al parque que está situado frente al Centro Cultural España, por la Av. Arequipa, cerca al remozado Estadio Nacional. Era una noche de metal, de música dura. Algo esencialmente distinto a lo que nos tiene acostumbrados la delicadeza hipster.

Eran las 10 de la noche y el concierto en El Local-ese era su nombre- empezó. En donde habían guardarropas, vitrinas, mesitas con los productos, se apreciaba, al fondo, cerca de una veintena de cajas de cerveza, imágenes y luces psicodélicas, como las de los tonos rave. No eran muchos los asistentes. Los que llegaron primero se sentaban cómodamente apoyados en la pared. El recinto era espacioso, quedaban lugares, pero un hombrecito flaco, desaliñado y con el pelo hasta la cadera se ubicó en medio del gran salón. Su locación, la música que ya sonaba con fuerza y su imperturbabilidad le daban un aspecto entre inquietante e intimidatorio. Esto se perdía cuando otro joven desgarbado se sentaba a su costado y, mientras sentían la música, prendía y le compartía lo que parecía ser un porro de marihuana. Los demás, hombres enfundados en casacas de jean o cuero y pegados jeans, se asemejaban mucho a los púberes que se agrupan en un lugar medianamente alejado de las fiestas acechando a alguna damita en pos de bailar. Ellos escuchaban con atención mientras acercaban grandes vasos de cerveza a sus bocas.

Primero tocaba Cholo Visceral. La música la definieron como rock progresivo. Dos guitarras y un bajo, un saxofón y una batería, cero interpretación vocal. Esos cinco instrumentos explosionaron y arrojaron una melodía informe que sin embargo guardaba mucho ritmo y, por ratos, congruencia. Sonidos inclasificables que dominaban el espacio y que retumbaban en la cabeza. En donde cada quien tomaba espacio propia y llevaba al límite a su respectiva herramienta musical. Luego de estar prendado de lo que oía, sonaron los aplausos. Lo que parecía ser el final de su presentación –calculo que habían transcurrido 25 minutos- era solo el paso para el segundo tema, según informaba mi acompañante. Era suficiente para mí. Medio ensordecido por el volumen me despedí y procuré salir con cuidado pues en medio estaba sentadote el flaco que se mantenía quieto, todavía.

La hora nocturna estaba en sus inicios y el local iba presto a llenarse. La pieza de tela que hacía de única puerta de salida era de una textura pesada y era dificultoso salir por ella.

Los administradores del concierto hacían de cada detalle una extensión de su propia inspiración.


01-09-13


jueves, 15 de agosto de 2013

Clases de periodismo

Tenia en mente al valiente y escrutador periodismo de Gorriti; la tenue, a veces imperceptible y  sensible pluma de Guerriero; los divertimentos y carisma caribeños de Salcedo Ramos; las acervas y mordaces críticas en buena prosa de Krugman; los implecables y detallados reportajes de Hildebrandt en sus trece; algunas columnas interesantes de El Comercio; los articulistas dominicales de La República; las informadas y cancheras entrevistas de Emilio Camacho; y, seguramente, más, más y más. Tenía buen periodismo en la cabeza cuando recordé que estaba cerca de un emblemático centro de estudios de periodismo de la capital. Debía de ir a pagar  teléfonos y tarjetas, pero daba igual. La hora de pago, la misma que la del cierre de la tienda, era hasta las 10 pm. Eran las 6, había tiempo.

Me abrí paso hacia la casona donde el mencionado centro de estudios se encuentra. Perdí de vista por unos momentos los entrañables edificios de la Residencial San Felipe y ya llegaba. Momentos atrás, quede sobrecogido por unos instantes al ver una efigie del maestro sindicalista Horacio Zeballos. La lectura de “Maestra vida” volvía a mi mente.

Ya había estado antes en ese centro. Eran tiempos donde quería estudiar periodismo y buscaba nuevos lugares porque en la universidad donde estoy sería imposible que haya un acuerdo de pago entre las partes, es decir, mis padres. Llegué y tuve que dejar mi DNI. A cambio me entregaron una ficha de visitante. Tal cual sucede en los centros comerciales y en algunas universidades privadas. En San Marcos no. Tú pasas de largo como si nada.

Fui al susodicho centro porque tenía ganas de saber qué enseñanzas impartían en las aulas de periodismo. Es una escuela de renombre, con sus buenos años encima. Lo mencionado se fue yendo un poquito al diablo cuando, al ojear el primer salón, con solo 3 o 4 estudiantes en su interior (si mal no recuero había un señor de “nívea cabeza”), vi que en la pizarra había un gigantesco banner donde se reflejaban las imágenes de la lectora situada por un armazón en el techo. El contenido era el siguiente: usos del adverbio –mente. Maravillosamente, pendejamente, maliciosamente, tontamente. Todo lo que se le pueda ocurrir a uno con -mente. Los alumnos pendencieros del colegio hacían de las suyas con este adverbio al insertarle verbos “altisonantes”. Esto último es una reminiscencia mía. Lo más probable quizá sea que tal sección pertenecía al curso de Redacción I. Lo mismo que enseñan en los últimos bimestres en la primaria y secundaria, o, claro, dependiendo de la escuela en cuestión. Seguí algo consternado mi camino.

¿Informes sobre cursos de especialización?, pregunté. De frente a la mano izquierda, responden. Antes la señorita de recepción me informaba que la carrera dura cinco años. Mirada aguda de sospecha, no había otro gesto que poner tras “mi primera impresión”.

Un bonito jardín daba la bienvenida a un espacio cerrado en lo que parecía ser el centro de finanzas del centro de estudios. Había una filita de asientos y tickets de espera, los mismos que del banco. Tres metros frente ahí, un mural grande donde se consignaban todos los cursos de la carrera. Intenté ver un curso llamativo, quizá de antropología, ciencia política, análisis de procesos políticos, análisis económico, taller de crónica, análisis de estadística, métodos de investigación. Nada de eso vi. Solo cursos básicos como Matemáticas, Redacción, Sociología de las Comunicaciones, Filosofía, Inglés. Lo más avanzado eran Ética de la profesión y dos cursos de Entrevistas. Puedo equivocarme, de repente había, pero no puedo dar fe de ello. De puro curioso o de puro jodido, le pregunté a una chica sobre –lancé- un curso que se llame “Estado y Nación”. “¿Eres estudiante de aquí?”. Voy a serlo, respondí intentando hacerla de cachimbo aplicado e interesado en su próxima “alma máter”. “Ah, cualquier entra, no te preocupes”, soltó con gesto de despreocupación. O inteligente o desmerecido, uno puede elegir.

Entre, finalmente, al lugar que me señalaron en la primera recepción. Una salita de estar con mesa de oficina y todo pintado de azul. En una vidriera se podía apreciar el “merchandising” del centro de estudios. Eso es moneda corriente en cada locación que imparte enseñanzas al día de hoy.

“¿Sí, joven?”. Le repetí mis consultas y rápidamente me entregó un papel bond donde se notaban todos los cursos de especialización. “¿Periodismo deportivo?”- pregunté queriendo siquiera intentando acertar en algo-. “No”. “¿Periodismo económico?”-pregunta de molestia y verdadera. “Tampoco”. Sabía de antemano sus respuestas pero quise confirmar cosas.

Al lado de nosotros había un jovencito que llenaba una cartilla y que me miró. ¿Lo importunaba? Era chico, no tomaba cursos de especialización definitivamente. ¿Y si le hablaba, tal cual lo hacen los mayores frente a un error? Sí, lo hubiera importunado.

Vi la hoja bond: Camarógrafo, Fotografía Digital, Locución y Oratoria, Ortografía y Redacción, Atención al Cliente (¿?), Redacción Empresarial y Redacción Periodística (fiuuu…). Salí rápido de ahí. Tras mi retirada vi un afiche donde se ponen avisos y artículos de interés. Los que estaban eran progres. ¿Progres? Felizmente en la web y en el diario están los periodistas que mencioné en un principio. ¿Habrán seguido cursos similares ellos?

Imagen del autor en el momento que  revisa los cursos

16-08-13



lunes, 5 de agosto de 2013

Mario Mendoza y "La importancia de morir a tiempo"

El FIL, tan injusta y descreídamente vilipendiada por muchos cibernautas, trajo a personas valiosas. Entre ellas ubico a Leila Guerriero y Sergio Ramírez. La primera una despreocupada y casi iconoclasta cronista argentina, el segundo un escritor nicaraguense que fue parte del proceso revolucionario del FSLN hace pocas décadas atrás. El uno y el otro convocaron gente y reafirmaron el amor por la literatura entre ella. Y es más que seguro que tantos otros buenos autores también se hayan hecho lo mismo tras visitar el circuito literario en este buen par de semanas.   

El FIL, en ese sentido, hizo posible que el público peruano conozca a Mario Mendoza, escritor colombiano que, según Wikipedia, es uno de los autores latinoamericanos más conocidos en la actualidad. 

Este fue entrevistado por Enrique Planas, encargado de cultura de El Comercio, y quien por el llamado del FIL se encargó de platicar con lso los principales actores de este  festival. 

El ganador del Premio Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral por su novela Satanás comentó lo que es su última obra: La importancia de morir a tiempo. En esta, Mendoza vuelca sus experiencias de vida que, día a día, apunta en su libreta de notas cual aplicado periodista de investigaciones. La importancia de morir a tiempo revela los aconteceres diarios de un mundo cada vez más en declive, más mortíferamente seducido por las nuevas tecnologías. Mendoza reúne textos sobre los "hikikomori", jóvenes japoneses que no salen de sus habitaciones por años pues solamente quieren dedicarse a su pasión, o vicio: los juegos de red. Tanto Mendoza como Planas, incluso el lector, se sorprenden por la capacidad de renuencia de los nipones a tocarse así mismos. La  tecnología, se lee en la entrevista, ha "desarrollado" tanto que el contacto físico bien puede relegarse a un plano secundario. En conversación con el diario El Tiempo de Colombia, Mendoza indica que comienza el libro con las enfermedades mentales pues estas son las que marcan la hora en lo concerniente a calidad de vida hoy. La incapacidad de poder desplegar el ánimo en unos cuantos caracteres o estar enfocados en el aparatito virtual de turno ha obligado a que ciertas clínicas psiquiátricas hospeden a los transtornados "millenials". "¡Hoy lo peor que le puede pasar a una chica de 15 años es que le quites el celular!", exclama extrañado Mendoza a Planas.


El libro de Mendoza que comentamos habla sobre la muerte, sobre las muchas muertes, simbólicas y físicas, que visitan al ser humano. Ante ello, Mendoza considera que "no nos enseñan a amar ni a morir". "Y sí nos enseñana a producir", dirá otro personaje. 

Mendoza presenta un libro que tiene características distópicas similares a 1984 o Un mundo feliz. Esto, claro está, se debe a méritos propios del ser humano. Mendoza, sin duda con su calidad, solo nos lo muestra. Pero no se descarna en el pesimismo, como cualquiera sugeriría. Mendoza (también se da espacio para aleccionar al necio hombre) habla del vitalismo frente al optimismo que suscitaría la ingenuidad. La anécdota de la mujer ciega que lo toca para "verlo"-y que podría ser forma de ese vitalismo que la vida misma infunde- es una sencilla forma de representar lo que Mendoza dice de Rimbaud: "ser artista es aprender a percibir de otro modo". Quizá esa se la mejor lección para una generación que se debate entre los bajones emocionales. 


05-08-13  


domingo, 4 de agosto de 2013

Los intocables escenarios de muerte en el mundo

Dicen los estudiosos que África debe estar pasando por lo que pasaron las antiguas colonias latinoamericanas que alcanzaron la independencia dos siglos atrás. Los historiadores podrán expresarlo mejor, pero lo cierto es que básicamente habían dos bandos contrapuestos que pugnaban por la mantención de la colonia o la independencia. A lo largo de todo el continente latinoamericano las guerras de independencia se desarrollaban, cada una de ellas en su contexto particular, y el sueño de la independencia de Europa dejaba de serlo para pasar a ser una realidad. Fueron luchas de años y años que dejaban como saldo numerosas muertes. Hoy todo esto sucede en África, en algunos países de África. Uno de los errores heredados por décadas de supina ignorancia es  considerar el territorio africano como uno solo, cuando la realidad es otra en el continente que dio inicio a la aventura humana. Jon Lee Anderson, cronista de los tiempos de hoy y conocedor por largo tiempo de África, así nos lo dice. Y sin duda la razón es suya.

No solo queda en la retina la imagen del niño sudanés mirado por un amenazante buitre que valió el triunfo del Premio Pulitzer en el 94 como el símbolo del hambruna que azotaba y azota las tierras africanas. Quedan también en la memoria los niños obligados a servir militarmente producto de las guerras civiles que se desatan por el caos generado tras la “liberación” de Europa. Esa es una funesta postal de un mal que sigue cobrando miles de vidas innecesaria e implacablemente. Los niños obligados a valerse de las armas, imagen que remite a algunos países de África, no son una realidad que solo pueda verse en las guerras civiles de ese continente. En Siria, conflicto armado que todavía transcurre y que ya cobró más de 280.000 muertes (En este tiempo indiferente, ¿tal cantidad dirá algo? ¿Conmueve?), se ha visto a niños empuñar las armas por sus propios padres. La defensa del territorio se hereda. Y esta la forma de enseñarla. Nosotros los peruanos ya hemos visto cómo se utilizan los niños en guerras de muerte y odio. El caso de Sendero Luminoso, herida no cerrada aún en nuestro país, ofrece un repudiable ejemplo. Paloma de Papel, cinta que narra esos hechos, y la biografía del insólito antropólogo, Lurgio Gavián –“Memorias de un soldado desconocido”-pueden decir cosas al respecto.

La involucración de infantes en procesos de muerte no es potestad de las guerras civiles. Los sicarios, cada vez más jóvenes, pertenecen a otros desenlaces, quizá más cercanos, en donde las autoridades correspondientes brillan por su ausencia. Mientras más temprano mejor para regar las desastrosas semillas de violencia y odio.

El mundo está plagado de violencia. Cada vez menos se escucha, cada vez más se impone y cada vez más los oídos sordos se hacen más presentes por no hacer nada por la realidad que nos rodea. ¿Cómo poder decir “la realidad no superará mi vida” cuando a metros se mata? ¿Cómo decir eso cuando la globalización nos ha traído beneficios de dinero y bienestar pero no una sustancial detención a los procesos de aniquilamiento masivo? Existe un genocidio en Siria pero las grandes potencias mundiales, aquellos países del Primer Mundo, proveen de dinero y armas a las partes beligerantes y desisten a los intentos de solución.  
Acabo de ver Hotel Rwanda y nunca he sufrido  tanto con una película como esta. Es la historia del genocidio perpetrado por el odio entre los hutus y los tutsis que se disputan el país en 1994. Una  rencilla ancestral que devino en odio gracias a la colonización belga. La película narra la persecución de los hutus, mayoría que estuvo relegada en la humillación durante considerable tiempo, sobre los tutsis, minoría que dominó el país mientras los desquiciantes belgas tenían las riendas del país. Es la narración de los hechos y revela cantidad de historias que francamente a uno le chocan. Hutus y tutsis no tienen otra diferencia que la elaborada por burócratas en su carné de identificación. Sin embargo, el odio, forjado por el tiempo, sabe reconocer a unos y a otros. Paul Rusesabagina, con magistral actuación de  Don Cheadle, encargado del aristócrata Hotel Mille Collines, lleva una vida de tratos cordiales hacia las personas poderosas que pasan por las habitaciones de tal hotel. La vida de un próspero regente de hotel se verá marcada por el espiral de odio que corroe al pueblo ruandés. Su esposa, los vecinos y la incontable gente que, tras los contratiempos de la guerra, logran tener resguardo en el hotel, son todos tutsis. El pueblo hutu, enloquecido por el odio, sabrá  de dónde inclinar la balanza de los tiempos de venganza. Los europeos que visitan el lugar, quieran o no, partirán a la seguridad que sus naciones les dejan. La tierra es compartida, pero los problemas solo serán africanos cuando ellos los dispongan. Los países europeos dan medicamentos para los abatidos y los sufrientes de la guerra, pero también dan armas para que esta se perpetúe. Es el círculo vicioso que halaga a los poderosos. Rusia, por cierto, exportó armamento gratuito para las tropas de Bachar el Assad, actual presidente del país donde se da la masacre del nuevo siglo.  

Hotel Rwanda, historia de odio y esperanza, conmociona, sacude. Relata también un milagroso triunfo de la esperanza sobre el caos del odio. En medio de la noche de muerte, la luz se abre paso. Es una historia que no debe repetirse más. Pese a que Siria, Palestina y otros lugares de la tierra refuten tal pretensión (¿Qué es este mundo en que debe defenderse lo obvio?, se preguntan Brecht y nosotros), quien vea la película sabrá que no puede quedarse en manos quietas y exigirá que esto cese. No puede seguir ocurriendo. No más muerte, no más niños, mujeres, ancianos y hombres sin futuro. No más inocentes muertos.


04-08-13


viernes, 2 de agosto de 2013

La haine: el odio

No habla de insurrecciones apoyadas por siglas, por clases medias, ni viralizada en las redes. Estamos en los noventas y en los bloques de Francia se vive bien sin llegar a tener a la mano los artefactos tecnológicos que, seguramente, por el “primer mundo” – en esta película esa metáfora será destruida- ya deben estar a la orden del día. Ciertamente, entre otras cosas, se toca el descontento popular, pero el de los parias. En la Francia de los 90, realidad vigente al día de hoy y compartida por otros países europeos, los parias son los inmigrantes: árabes, negros, latinos, y otras familias de fenotipo distintas al caucásico. Se relata otro  tipo de revuelta tan indignada como las que vivimos de manera actual. No se postula un cambio de modelo económico-eso queda a juicio del espectador- solo que dejen al barrio en paz y se tenga justicia ante la paliza policial a un adolescente. Las noticias muestran un apoyo cívico al inicio, muestra de que la sociedad no está indiferente del todo. Como origen, sin embargo, se tiene a los suburbios. Tal cual sucede aquí, la noticia de muerte temprana en hechos violentos solo sirve para rellenar las hojas policiales. Las cosas, “el sistema”, seguirán campantes y sonantes, alimentando odios, fomentando desuniones, erosionando caminos y vidas. De eso habla La haine o El odio. Película francesa dirigida por Mathieu Kassovitz y en la que actúan Vincent Cassel, Hubert Kounde y Said Taghmaoui.

La policía golpeó a un muchacho de 16 años irracional y salvajemente. Lo dejó en coma. Tras varios tratos indiscriminados y violentos para con la zona, los jóvenes del barrio, que no son santos, deciden tomar justicia por sus manos. Son días y noches de búsqueda desesperada de justicia. La comisaría cercana es tomada como botín, se hace lo que quiera con ella. A partir de eso, las pulsiones entran en tensión. De un lado, se espera que recobre la salud el joven violentado; del otro, las pesquisas policiales continúan en búsqueda del arma de un oficial que ha caído en el barrio. Al transcurso de las horas (la película transcurre en 24 horas), el suspenso aguarda por saber quién dará el paso decisivo en la espiral de violencia. Hay quienes tienen toda una tradición de “control” sobre la situación, otros quienes no tienen tanta cautela y prefieren equilibrar la balanza. Como todo lo concerniente al humano, cuando esta es alcanzada, se dispara el error.

La haine representa muy bien la realidad de una zona marginal. Los suburbios, sus habitantes, no solo están separados urbanísticamente sino también mentalmente. Las periferias de su ubicación se dan en muchos sentidos. Solo la ciudad, simbolizada como lo moderno, se acuerda de ellos cuando algo malo sucede. A ella llegan reporteros y policías en búsqueda de la noticia y de guardar el orden. Ningún rastro de querer ofrecer algo distinto para bien. Por otro lado, los del suburbio acceden a la ciudad en búsqueda de trabajo, diversión y para hacer fechorías. Hay una completa escisión y esto no solo significa la participación de las distancias. El racismo, en todas sus formas, sea la del skin que en base a golpiza busca propinar lecciones  o la del ciudadano que le da el tímido voto a un político de ultraderechas o justifica, juega su parte también. Quien quiera progresar debe salir del suburbio.

En este ambiente de resentimiento, para los chicos del ghetto solo vale lo aprendido en la calle, es decir, las reglas de la violencia, el robo, el pandillaje. Desde chicos se cobija esta idea y el mejor resultado para resolver esto entre las autoridades  se encuentra en el aporreo o el encarcelamiento. La muerte y la tortura física también son opciones. No importan que están se den tras las paredes, lo que debe mantenerse es el orden para cierto segmento de la población. Tal cual los chicos aprenden la violencia, los nuevos agentes de policía pasarán por lo mismo. La violencia, sea cual sea el bando, es aprendida.  

La situación cansa por su insostenibilidad. Debe darse un  tope ya. ¿Servirá la violencia? ¿Se inclinará la balanza y traerá de vuelta más violencia ese equilibrio? Cambiar los hábitos alimentados por el odio tienen su costo, pero las situaciones y emociones fuertes pueden modificar el caudal del río. La hermandad fundida en el barrio y la confianza que esta ejerce dan muchas chances de un probable viraje pero la resistencia presentada por el odio es fuerte. Más todavía si como corrosión de la sociedad está institucionalizado. Todo puede mantenerse en un marco de orden, pero como la metáfora del hombre que cae desde el piso 50: “lo importante no es si caes bien, sino cómo aterrizas…”

El mundo no es “vuestro” como se lee en un anuncio paradigmático. El mundo es “nuestro”. Aunque esa sutil variación en principio puede ser una forma contestataria llevada a cabo por el menor del trío, Said -Vince, Hubert y Said, son unidos amigos-, con una lata de spray, en esta película de representaciones y lecciones, una lectura sería lo que ese “sistema”, según refiere Hubert, realmente patenta. Él tiene el poder, él provee al odio, él disemina las separaciones. “El mundo es nuestro (suyo)” en tanto la violencia siga siendo la barrera para el entendimiento entre la sociedad.  

Es una obra de emociones fuertes y de lacerante vigencia. Corresponde no solo al contexto europeo sino a lo que se vive en todo ambiente de marginalidad, por lo menos los que sitúan en la urbe. Más allá de las lecciones sociológicas o de técnica cinematográfica que pueda dar, La haine interpela al espectador por la cultura de violencia que impera en el mundo. Desde el comienzo se lee “se dedica esta película a quienes murieron durante el rodaje”.


02-08-13

martes, 30 de julio de 2013

El juego en el que te pone la vida

Los dolores abdominales punzaban implacables las paredes del estómago. Se empezaba mal la semana. Cualquier lunes de cualquier otra fecha pudo bien haber ocurrido, pudo ser un leve malestar que devendría en mentira. Pero no ese lunes. Ese lunes el cuerpo se rebeló, tiró las liviandades por la borda. Algo superaba los mecanismos regulatorios internos.

Un té, una manzanilla, ¡bebidas calientes! Eso podría ayudar al cuerpo que ya tomaba forma de moribundo. Antes había ayudado. Los problemas de digestión, habituales para mi abochornado estómago, debían de ser la causa. El fin de semana había sido, como para todo adolescente que navega por la noche, movido. Nada raro, en sí. Todo, en ese caso, tenía lógica.

La tetera hirvió. Sorbos largos pero que trataban de ser pausados. No importaba la lengua y sus quemaduras de ínfimo grado. Valía que salga la supuesta flatulencia. Nada más pero ni eso. Boca abajo, eso funciona. Boca abajo y tornear las piernas en posiciones yoguísticas para fomentar el dinamismo interno. Nada. El tiempo pasaba y el dolor aumentaba. Era hora de llamar a mamá.

Trabajaba lejos. Nada podía hacer. Los tres no éramos de enfermarnos, todo indicaba que sería algo pasajero. No sucedió así. Tirado en su cama, apretaba los dientes, aguantaba los dolores que sin descanso aparecían. Al rato, el milagroso hermano mayor entró a la casa. Fuimos a la posta de la UV3 en combi. Llegamos y esperamos.

Lunes por la mañana en una posta: estudiantes, mayores de edad y sobre todo madres con sus pequeños hijos. Los últimos sobre todo. Hicimos los papeleos, los chequeos, entrega de historias (si no me equivoco): esta es su cita, pase al consultorio. Pasamos. Éramos pocos, pero la espera era endemoniadamente larga. Carajo, ¿yo muriéndome y ahí adentro-en el consultorio- demorándose? El dolor, sensible el hijo de puta, colaboró. Seguía con fuerza  y yo sentía que desfallecía, que me retorcía, que me impregnaba al mueble de dolor. Yo era el segundo en la lista, pero el primero se apiadó de la escena que a este actor lo desbordaba y me dijo que pasé: Dios le dé eternas gracias. Pasé, rápidos chequeos, observaciones. No recuerdo lo que dijo porque no dijo ni un carajo. Salvo una cosa: descanso, pero, antes de eso, inyección urgente. El dolor era mil veces superior a la delgada y aborrecible finura de la aguja. Fui a casa creyendo estar próximo a la cura.

El día transcurrió normal. La familia estuvo conmigo, como siempre. El dolor también. Pasaron las horas. En cama ya-era de noche- me sobrevino una cosa horrible: la presión bajo a niveles subterráneos. Me sentía débil, desorientado, los kilos de frazadas que me cubrían nada podían hacer. Mi cuerpo helaba, era una barbarie. Una doctora amiga de la familia y que me salvó la vida, Nora Carrasco, vino a la casa. El diagnóstico: apendicitis. A operar, quiérase o no. Preocupación y ralentizado pase de saliva por la garganta. El dolor hizo que eso vaya a segundo plano.

Papá, mamá, hermano-el segundo- y un chico lleno de frazadas y abrigadísimo a bordo. Al Castilla, el hospital más cercano. Durante el trayecto, una canción que nunca olvidaré y que me juré escucharla con afecto siempre: Hotel California de The Eagles. La recuerdo, pero de repente el tiempo hizo que pierda la solemnidad de antaño.

Llegamos al  Castilla. En sala de espera había otros como yo. No existía opción para quedarme ahí. En realidad no recuerdo muy bien por qué. Pero solo vi el rostro de desolación de mi madre. Nuevo taxi: al Almenara de la Av. Grau. Solo me viene a la cabeza las luces amarillentas de los postes de luz en esas horas de la madrugada.

El hospital se veía más moderno y grande que el Castilla pero por eso mismo con mayor aforo. Pacientes por todos lados, ancianos en sillas de rueda como yo, solo que ellos lo necesitaban más. Yo sufría de dolor. Para mi suerte, un conocido trabajaba en el Almenara y me hizo pasar sin tanto preámbulo. ¿Quién se encargaría de los otros? Tú sí, otros no. ¿De esto se trata siempre? Las preguntas éticas de rigor quedaban para el después.

Cerca de 24 horas después entre a la sala de operaciones. Del dolor del apéndice vulnerado al que dejó la anestesia que se extinguía, era un tránsito maldito que entre lágrimas aguantaba. Me operaron de apendicitis, que no sé si cayó en peritonitis. Pasé tiempo en el hospital. Mis padres me visitaron. La noche fue solitaria aunque a mis costados estén también recién operados. Volví de nuevo por una complicación. Me operaron nuevamente, artesanalmente (esa vez, si-nuevamente-mal no recuerdo, sin la venia de la santa hermana, es decir, con todas las de la salvaje ley que cae sobre el asegurado de EsSalud: esperar ante la compasión de un médico): me apretaron el estómago con fuerza. Mis ojos se desorbitaban y daba gritos ahogados. Las lágrimas salían con rapidez. Mi madre de testigo. Recuerdo la escena y pienso que una madre nunca debe ver en ese estado a su hijo. Las madres que ven partir a sus hijos…

Digo todo esto porque tengo la gracia de estar aquí. De haber superado una operación que, en realidad no es complicada, pero que si no es atendida a tiempo es mortal. La apendicitis deviene en peritonitis, que es cuando el contenido del apéndice se riega por el cuerpo y de ahí nadie salva. Nadie.

Christian Benítez, el 11 del peinado díscolo de la selección ecuatoriana, murió de un paro cardíaco causado por una peritonitis esta semana en un poderoso país del Asia. Él, con todo el dinero ganado, murió de una enfermedad tratable. Yo, desde otra dimensión socioeconómica, salí, otros salieron. Hay cosas que nos superan. Aunque sea obvio decirlo…



30-07-13

Que siga

El individuo ya no podía más. Realmente era una situación de lo más desesperante. Encerrado en su cubículo obligado a hacer cosas totalmente ajenas a su naturaleza, él solamente recordaba los manuales o los tips de autoayuda  de las revistas dominicales que solía revisar para mantener el ánimo al tope. Era un ejercicio cotidiano pero, en realidad, también fugaz. Un antídoto y a la vez veneno. No era lo suyo, él lo sabía a la perfección. Pero la situación de la casa lo ameritaba. Se reconocía que no había espacios para disidencias nimias. No, había que hacerlo quiérase o no. La realidad era más efectiva que los manuales: vida o muerte, usted decide. En ese momento se iban al tacho los pensamientos de positividad y entraba a tallar el realismo con insumisa fuerza. Los resultados no eran los mismos: cara larga y amarga o rostro apacible. ¿Y qué importaba? La gestión de resultados del mundo de las empresas desde incontables décadas es parte del ADN de la vida social. No había mucha diferencia después de todo. “Manos a la obra”. De nuevo al ruedo.


30-07-13