domingo, 1 de septiembre de 2013

Decibeles que te acepto

La Vía Expresa estaba solo a escasos metros. Entraba la noche del último sábado de agosto y el tráfico era inexistente, ningún auto amonestaba la tranquilidad con el claxon bullicioso. Solo el ruido del motor que aceleraba daba cuenta del movimiento que le daba sentido. El metropolitano estaba contiguo a dar su paseo final. El sonido aparatoso, desafiante y enterizo se obraría en otro lugar.

Horas antes, el recinto donde se celebraba un concierto subte de música metal y rock progresivo, había dado cobijo a la comunidad hipster. Era un cambio absolutamente radical para quien haya estado presente durante la venta de ropa vintage, politos simpaticones de segunda, morrales con detalles floridos y demás accesorios propios de la particular nueva moda. En ese ambiente, que respiraba la indiferencia y el refinado toque de los hipster, daría lugar a quienes, tiempo atrás, seguramente –no digo participado- habían dado el visto bueno para las humillantes persecuciones que recibía la juventud emo en el parque en que estos se afligían públicamente. Me refiero al parque que está situado frente al Centro Cultural España, por la Av. Arequipa, cerca al remozado Estadio Nacional. Era una noche de metal, de música dura. Algo esencialmente distinto a lo que nos tiene acostumbrados la delicadeza hipster.

Eran las 10 de la noche y el concierto en El Local-ese era su nombre- empezó. En donde habían guardarropas, vitrinas, mesitas con los productos, se apreciaba, al fondo, cerca de una veintena de cajas de cerveza, imágenes y luces psicodélicas, como las de los tonos rave. No eran muchos los asistentes. Los que llegaron primero se sentaban cómodamente apoyados en la pared. El recinto era espacioso, quedaban lugares, pero un hombrecito flaco, desaliñado y con el pelo hasta la cadera se ubicó en medio del gran salón. Su locación, la música que ya sonaba con fuerza y su imperturbabilidad le daban un aspecto entre inquietante e intimidatorio. Esto se perdía cuando otro joven desgarbado se sentaba a su costado y, mientras sentían la música, prendía y le compartía lo que parecía ser un porro de marihuana. Los demás, hombres enfundados en casacas de jean o cuero y pegados jeans, se asemejaban mucho a los púberes que se agrupan en un lugar medianamente alejado de las fiestas acechando a alguna damita en pos de bailar. Ellos escuchaban con atención mientras acercaban grandes vasos de cerveza a sus bocas.

Primero tocaba Cholo Visceral. La música la definieron como rock progresivo. Dos guitarras y un bajo, un saxofón y una batería, cero interpretación vocal. Esos cinco instrumentos explosionaron y arrojaron una melodía informe que sin embargo guardaba mucho ritmo y, por ratos, congruencia. Sonidos inclasificables que dominaban el espacio y que retumbaban en la cabeza. En donde cada quien tomaba espacio propia y llevaba al límite a su respectiva herramienta musical. Luego de estar prendado de lo que oía, sonaron los aplausos. Lo que parecía ser el final de su presentación –calculo que habían transcurrido 25 minutos- era solo el paso para el segundo tema, según informaba mi acompañante. Era suficiente para mí. Medio ensordecido por el volumen me despedí y procuré salir con cuidado pues en medio estaba sentadote el flaco que se mantenía quieto, todavía.

La hora nocturna estaba en sus inicios y el local iba presto a llenarse. La pieza de tela que hacía de única puerta de salida era de una textura pesada y era dificultoso salir por ella.

Los administradores del concierto hacían de cada detalle una extensión de su propia inspiración.


01-09-13


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