Horas antes, el recinto donde se
celebraba un concierto subte de música metal y rock progresivo, había dado
cobijo a la comunidad hipster. Era un
cambio absolutamente radical para quien haya estado presente durante la venta
de ropa vintage, politos simpaticones
de segunda, morrales con detalles floridos y demás accesorios propios de la
particular nueva moda. En ese ambiente, que respiraba la indiferencia y el
refinado toque de los hipster, daría lugar
a quienes, tiempo atrás, seguramente –no digo participado- habían dado el visto
bueno para las humillantes persecuciones que recibía la juventud emo en el parque en que estos se afligían
públicamente. Me refiero al parque que está situado frente al Centro Cultural
España, por la Av. Arequipa, cerca al remozado Estadio Nacional. Era una noche
de metal, de música dura. Algo esencialmente distinto a lo que nos tiene acostumbrados
la delicadeza hipster.
Eran las 10 de la noche y el
concierto en El Local-ese era su nombre- empezó. En donde habían guardarropas,
vitrinas, mesitas con los productos, se apreciaba, al fondo, cerca de una
veintena de cajas de cerveza, imágenes y luces psicodélicas, como las de los
tonos rave. No eran muchos los
asistentes. Los que llegaron primero se sentaban cómodamente apoyados en la
pared. El recinto era espacioso, quedaban lugares, pero un hombrecito flaco,
desaliñado y con el pelo hasta la cadera se ubicó en medio del gran salón. Su locación,
la música que ya sonaba con fuerza y su imperturbabilidad le daban un aspecto
entre inquietante e intimidatorio. Esto se perdía cuando otro joven desgarbado
se sentaba a su costado y, mientras sentían la música, prendía y le compartía
lo que parecía ser un porro de marihuana. Los demás, hombres enfundados en
casacas de jean o cuero y pegados jeans, se asemejaban mucho a los púberes que
se agrupan en un lugar medianamente alejado de las fiestas acechando a alguna
damita en pos de bailar. Ellos escuchaban con atención mientras acercaban
grandes vasos de cerveza a sus bocas.
Primero tocaba Cholo Visceral. La
música la definieron como rock progresivo. Dos guitarras y un bajo, un saxofón y
una batería, cero interpretación vocal. Esos cinco instrumentos explosionaron y
arrojaron una melodía informe que sin embargo guardaba mucho ritmo y, por
ratos, congruencia. Sonidos inclasificables que dominaban el espacio y que
retumbaban en la cabeza. En donde cada quien tomaba espacio propia y llevaba al
límite a su respectiva herramienta musical. Luego de estar prendado de lo que
oía, sonaron los aplausos. Lo que parecía ser el final de su presentación –calculo
que habían transcurrido 25 minutos- era solo el paso para el segundo tema, según
informaba mi acompañante. Era suficiente para mí. Medio ensordecido por el
volumen me despedí y procuré salir con cuidado pues en medio estaba sentadote
el flaco que se mantenía quieto, todavía.
La hora nocturna estaba en sus inicios y el local
iba presto a llenarse. La pieza de tela que hacía de única puerta de salida era de una textura pesada y era dificultoso salir por ella.
Los administradores del concierto hacían de cada detalle una extensión de su propia inspiración.
Los administradores del concierto hacían de cada detalle una extensión de su propia inspiración.
01-09-13
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