Tenia en mente al valiente y
escrutador periodismo de Gorriti; la tenue, a veces imperceptible y sensible pluma de Guerriero; los
divertimentos y carisma caribeños de Salcedo Ramos; las acervas y mordaces críticas
en buena prosa de Krugman; los implecables y detallados reportajes de
Hildebrandt en sus trece; algunas columnas interesantes de El Comercio; los
articulistas dominicales de La República; las informadas y cancheras entrevistas
de Emilio Camacho; y, seguramente, más, más y más. Tenía buen periodismo en la
cabeza cuando recordé que estaba cerca de un emblemático centro de estudios de
periodismo de la capital. Debía de ir a pagar teléfonos y tarjetas, pero daba igual. La hora de
pago, la misma que la del cierre de la tienda, era hasta las 10 pm. Eran las 6,
había tiempo.
Me abrí paso hacia la casona
donde el mencionado centro de estudios se encuentra. Perdí de vista por unos
momentos los entrañables edificios de la Residencial San Felipe y ya llegaba.
Momentos atrás, quede sobrecogido por unos instantes al ver una efigie del
maestro sindicalista Horacio Zeballos. La lectura de “Maestra vida” volvía a mi
mente.
Ya había estado antes en ese
centro. Eran tiempos donde quería estudiar periodismo y buscaba nuevos lugares
porque en la universidad donde estoy sería imposible que haya un acuerdo de
pago entre las partes, es decir, mis padres. Llegué y tuve que dejar mi DNI. A
cambio me entregaron una ficha de visitante. Tal cual sucede en los centros
comerciales y en algunas universidades privadas. En San Marcos no. Tú pasas de
largo como si nada.
Fui al susodicho centro porque
tenía ganas de saber qué enseñanzas impartían en las aulas de periodismo. Es
una escuela de renombre, con sus buenos años encima. Lo mencionado se fue yendo
un poquito al diablo cuando, al ojear el primer salón, con solo 3 o 4
estudiantes en su interior (si mal no recuero había un señor de “nívea cabeza”),
vi que en la pizarra había un gigantesco banner donde se reflejaban las
imágenes de la lectora situada por un armazón en el techo. El contenido era el
siguiente: usos del adverbio –mente. Maravillosamente, pendejamente,
maliciosamente, tontamente. Todo lo que se le pueda ocurrir a uno con -mente.
Los alumnos pendencieros del colegio hacían de las suyas con este adverbio al
insertarle verbos “altisonantes”. Esto último es una reminiscencia mía. Lo más
probable quizá sea que tal sección pertenecía al curso de Redacción I. Lo mismo
que enseñan en los últimos bimestres en la primaria y secundaria, o, claro,
dependiendo de la escuela en cuestión. Seguí algo consternado mi camino.
¿Informes sobre cursos de
especialización?, pregunté. De frente a la mano izquierda, responden. Antes la
señorita de recepción me informaba que la carrera dura cinco años. Mirada aguda
de sospecha, no había otro gesto que poner tras “mi primera impresión”.
Un bonito jardín daba la
bienvenida a un espacio cerrado en lo que parecía ser el centro de finanzas del
centro de estudios. Había una filita de asientos y tickets de espera, los
mismos que del banco. Tres metros frente ahí, un mural grande donde se
consignaban todos los cursos de la carrera. Intenté ver un curso llamativo,
quizá de antropología, ciencia política, análisis de procesos políticos,
análisis económico, taller de crónica, análisis de estadística, métodos de
investigación. Nada de eso vi. Solo cursos básicos como Matemáticas, Redacción,
Sociología de las Comunicaciones, Filosofía, Inglés. Lo más avanzado eran Ética
de la profesión y dos cursos de Entrevistas. Puedo equivocarme, de repente había,
pero no puedo dar fe de ello. De puro curioso o de puro jodido, le pregunté a
una chica sobre –lancé- un curso que se llame “Estado y Nación”. “¿Eres
estudiante de aquí?”. Voy a serlo, respondí intentando hacerla de cachimbo aplicado
e interesado en su próxima “alma máter”. “Ah, cualquier entra, no te preocupes”,
soltó con gesto de despreocupación. O inteligente o desmerecido, uno puede
elegir.
Entre, finalmente, al lugar que
me señalaron en la primera recepción. Una salita de estar con mesa de oficina y
todo pintado de azul. En una vidriera se podía apreciar el “merchandising” del
centro de estudios. Eso es moneda corriente en cada locación que imparte enseñanzas
al día de hoy.
“¿Sí, joven?”. Le repetí mis
consultas y rápidamente me entregó un papel bond donde se notaban todos los
cursos de especialización. “¿Periodismo deportivo?”- pregunté queriendo siquiera
intentando acertar en algo-. “No”. “¿Periodismo económico?”-pregunta de
molestia y verdadera. “Tampoco”. Sabía de antemano sus respuestas pero quise
confirmar cosas.
Al lado de nosotros había un
jovencito que llenaba una cartilla y que me miró. ¿Lo importunaba? Era chico,
no tomaba cursos de especialización definitivamente. ¿Y si le hablaba, tal cual
lo hacen los mayores frente a un error? Sí, lo hubiera importunado.
Vi la hoja bond: Camarógrafo,
Fotografía Digital, Locución y Oratoria, Ortografía y Redacción, Atención al
Cliente (¿?), Redacción Empresarial y Redacción Periodística (fiuuu…). Salí
rápido de ahí. Tras mi retirada vi un afiche donde se ponen avisos y artículos
de interés. Los que estaban eran progres. ¿Progres? Felizmente en la web y en
el diario están los periodistas que mencioné en un principio. ¿Habrán seguido
cursos similares ellos?
Imagen del autor en el momento que revisa los cursos
16-08-13
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