domingo, 24 de noviembre de 2013

Muerte en el cercado: ¿Hasta cuándo con esto?

¿Otro crónica roja que no moverá de sus sillas a las autoridades? El día de ayer fue asesinado cobardemente Héctor Chuca Calderón, joven de 21 años y trabajador del mercado “Elio”, que intentó frustrar el robo al cambista Filadelfo Abanto Horna, de 55 años, por parte de dos facinerosos que lograron huir con 8 mil soles en una camioneta station wagon.

El crimen se produjo cerca de las 11:30. Filadelfo Abanto, un cambista que trabaja desde hace 10 años en el mercado cooperativa “Elio”, ubicado frente al barrio de Mirones, realizaba con normalidad su rutina diaria. De pronto aparecieron dos jóvenes. Uno de ellos intentó sustraerle el canguro donde portaba los cuantiosos billetes mientras que el otro hacía de campana. Filadelfo opuso resistencia pues ya han sido varias las ocasiones en que los ladrones intentan robarle sus pertenencias. En este forcejeo, el ladrón utilizó la cacha de su arma para golpearle seguidamente la cabeza, que terminó rota al igual que la nariz.

Era un sábado cerca del mediodía y el mercado estaba concurrido. Pese a ello (el incidente ocurrió en la puerta del viejo mercado de abastos, o sea, en plena calle) nadie intentó intervenir. El arma de fuego paralizó a los que estaban situados cercanamente, como aseguran testigos. No se sabe si este temor fue contagiado a los dos policías que resguardan el local del BCP que estaba a escasos metros del hecho del crimen. Algunos vecinos ensayaron una explicación que a cualquiera le parecería ilógico pero que en realidad no lo es para nosotros: los policías estaban cuidando el local y están restringidos de prestar sus labores a otro propósito. “No quisieron intervenir porque se podían robar el banco”, refirió una señora que trabaja vendiendo picarones asentada exactamente al costado del banco. Sea como sea, los policías no intentaron evitar el asalto que sucedía ante los atónitos ojos de la gente que se agolpó a hacer sus compras al mercado. Nada de disparos al aire para amedrentar. Los únicos que estaban persuadidos de eso eran los vándalos. Los serenos de la zona, muy atentos hasta hace unos años para sacar a los informales del lugar, no participaron tampoco. Ellos tienen un bastón; los criminales, un arma de fuego.

Quien sí intervino y no le importó dejar su puesto de abarrotes “libre” fue Héctor Chuca Calderón, quien coincidentemente se acercaba donde su amigo Filadelfo para cambiar un dinero. Al ver a su amigo golpeado, Héctor reaccionó en el acto. Él logró reducir al hampón y parecía que la situación estaba controlada. Como suele pasar en este tipo de incidentes, todo sucedió en contados segundos. El otro ladrón que estaba de campana disparó a Héctor a quemarropa. Dos fueron los disparos: el primero impactó en el cuello y salió por el pómulo izquierdo y el segundo fue al estómago. Suficiente para que los cobardes salieran corriendo y subieran al station wagon. Ellos lograron arrebatarle el canguro a Filadelfo. Héctor estaba en el piso desangrándose aún con vida. Un compañero de trabajo se acercó y logró taparle la herida. Pese a ello, el valiente joven se desangraba. Todavía estaba con vida.

El joven fue llevado al Hospital Loayza, lugar en el que finalmente murió.


Una zona riesgosa

Hasta hace unos años, Mirones era un barrio difícil. Su barra, identificada con los colores de Alianza Lima, constantemente “guerreaba” con la de la U.V. 3, que era de la U. Hace 2 o 3 años la violencia comenzó a menguar. Los días en que las piedras llovían en Elio y Cipreses pertenecen al pasado. No obstante, la zona que reúne las urbanizaciones de Mirones, Elio, Cipreses, Roma, los Pinos y la de la 3, como es conocida, frecuentemente son “visitadas” por malhechores que se aprovechan de la poca seguridad de la zona. Después de Santa Beatriz, esta zona es una de las más riesgosas en el Cercado de Lima.

El personal de serenazgo se ha incrementado. Se han instalado más centrales de seguridad en la zona y las patrullas vigilan el barrio con un policía de copiloto. Pero no es suficiente.  

Pocas semanas atrás, 5 o 6 malhechores rondaban en un carro por la noche en las inmediaciones de Elio. Si bien fue disuadido por una motocicleta del serenazgo cuando intentaba valerse del típico floro del “¿chochera, sabes dónde queda “tal lugar”?” para robar a un par de jóvenes, minutos después, cuando no había serenos a la vista, lograron inmovilizar a un hombre, bolsiquearlo y quitarle las llaves de su auto, que fue puesto inmediatamente en marcha para la fuga. El carro de los malhechores era de las mismas características que el de los asesinos de Héctor: un station wagon.

Un joven de los que ya no hay

La señora vende picarones y está visiblemente afectada. Ella contó que conocía a Héctor desde pequeño y era un chico bueno y educado. Cada vez que podía la saludaba. Era muy cordial. Llegó muy joven desde Chiclayo y terminó sus estudios en el emblemático colegio de la zona: el Hipólito Unanue. A la vez que trabajaba en la parte del fondo del mercado, Héctor estudiaba enfermería. La señora refirió que Héctor estaba embarcado en un proyecto importante.

En la esquina del mercado, en el lugar preciso donde sucedió el crimen, los amigos y compañeros de Héctor han montado un pequeño altar. En las primeras horas del día había un envase donde se solicitaba una colaboración. Héctor vivía solo con unos tíos por Cipreses, barrio colindante con el de Elio. Los amigos y curiosos que estaban la noche de hoy día en el pequeño altarcito indicaron que, en agradecimiento, Filadelfo correrá con los gastos del velatorio y el entierro. Filadelfo no está exento de críticas: los testigos del crimen y amigos de Héctor le echan un poco de responsabilidad pues creen que bien pudo evitar una muerte si dejaba soltar el canguro donde llevaba la plata. El cuerpo es velado en la iglesia del barrio de Palomino, el cual está exactamente frente a la fábrica de Molitalia, también cerca a Elio.

“El héroe de Elio” se leía en unos cartoncitos que en el altar estaban. Y no era gratuito. La señora de los picarones contaba que Héctor ya antes había dado muestras de servicio y de valentía. Él había ayudado a una chica a recuperar su bolso pues persiguió al ladrón y logró traer de vuela lo hurtado donde su dueña.


“Es de los chicos que ya no hay”, se lamentaba con mucha pena y lástima una joven madre de la zona. Héctor, un chico con futuro y conocido por su carácter amical, servicial y valiente, es una víctima más de esta ola del crimen que azota Lima y que aniquila sin remordimiento a los ciudadanos a vista y paciencia de las autoridades. Mientras los políticos llaman a Tilsas al congreso, cubren las cabezas por los López Meneses, la sociedad peruana se desangra desde adentro.


 24-11-13   

Fotos: La República, Diego Torres

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