No habla de insurrecciones
apoyadas por siglas, por clases medias, ni viralizada en las redes. Estamos en
los noventas y en los bloques de Francia se vive bien sin llegar a tener a la
mano los artefactos tecnológicos que, seguramente, por el “primer mundo” – en esta
película esa metáfora será destruida- ya deben estar a la orden del día. Ciertamente,
entre otras cosas, se toca el descontento popular, pero el de los parias. En la
Francia de los 90, realidad vigente al día de hoy y compartida por otros países
europeos, los parias son los inmigrantes: árabes, negros, latinos, y otras
familias de fenotipo distintas al caucásico. Se relata otro tipo de revuelta tan indignada como las que
vivimos de manera actual. No se postula un cambio de modelo económico-eso queda
a juicio del espectador- solo que dejen al barrio en paz y se tenga justicia
ante la paliza policial a un adolescente. Las noticias muestran un apoyo cívico
al inicio, muestra de que la sociedad no está indiferente del todo. Como
origen, sin embargo, se tiene a los suburbios. Tal cual sucede aquí, la noticia
de muerte temprana en hechos violentos solo sirve para rellenar las hojas
policiales. Las cosas, “el sistema”, seguirán campantes y sonantes, alimentando
odios, fomentando desuniones, erosionando caminos y vidas. De eso habla La
haine o El odio. Película francesa dirigida por Mathieu Kassovitz y en la que
actúan Vincent Cassel, Hubert Kounde y Said Taghmaoui.
La policía golpeó a un muchacho
de 16 años irracional y salvajemente. Lo dejó en coma. Tras varios tratos indiscriminados
y violentos para con la zona, los jóvenes del barrio, que no son santos,
deciden tomar justicia por sus manos. Son días y noches de búsqueda desesperada
de justicia. La comisaría cercana es tomada como botín, se hace lo que quiera
con ella. A partir de eso, las pulsiones entran en tensión. De un lado, se
espera que recobre la salud el joven violentado; del otro, las pesquisas
policiales continúan en búsqueda del arma de un oficial que ha caído en el
barrio. Al transcurso de las horas (la película transcurre en 24 horas), el suspenso
aguarda por saber quién dará el paso decisivo en la espiral de violencia. Hay
quienes tienen toda una tradición de “control” sobre la situación, otros
quienes no tienen tanta cautela y prefieren equilibrar la balanza. Como todo lo
concerniente al humano, cuando esta es alcanzada, se dispara el error.
La haine representa muy bien la
realidad de una zona marginal. Los suburbios, sus habitantes, no solo están
separados urbanísticamente sino también mentalmente. Las periferias de su
ubicación se dan en muchos sentidos. Solo la ciudad, simbolizada como lo
moderno, se acuerda de ellos cuando algo malo sucede. A ella llegan reporteros
y policías en búsqueda de la noticia y de guardar el orden. Ningún rastro de
querer ofrecer algo distinto para bien. Por otro lado, los del suburbio acceden
a la ciudad en búsqueda de trabajo, diversión y para hacer fechorías. Hay una
completa escisión y esto no solo significa la participación de las distancias. El
racismo, en todas sus formas, sea la del skin que en base a golpiza busca propinar
lecciones o la del ciudadano que le da
el tímido voto a un político de ultraderechas o justifica, juega su parte
también. Quien quiera progresar debe salir del suburbio.
En este ambiente de resentimiento,
para los chicos del ghetto solo vale lo aprendido en la calle, es decir, las
reglas de la violencia, el robo, el pandillaje. Desde chicos se cobija esta
idea y el mejor resultado para resolver esto entre las autoridades se encuentra en el aporreo o el
encarcelamiento. La muerte y la tortura física también son opciones. No
importan que están se den tras las paredes, lo que debe mantenerse es el orden
para cierto segmento de la población. Tal cual los chicos aprenden la
violencia, los nuevos agentes de policía pasarán por lo mismo. La violencia,
sea cual sea el bando, es aprendida.
La situación cansa por su
insostenibilidad. Debe darse un tope ya.
¿Servirá la violencia? ¿Se inclinará la balanza y traerá de vuelta más
violencia ese equilibrio? Cambiar los hábitos alimentados por el odio tienen su
costo, pero las situaciones y emociones fuertes pueden modificar el caudal del
río. La hermandad fundida en el barrio y la confianza que esta ejerce dan
muchas chances de un probable viraje pero la resistencia presentada por el odio
es fuerte. Más todavía si como corrosión de la sociedad está
institucionalizado. Todo puede mantenerse en un marco de orden, pero como la
metáfora del hombre que cae desde el piso 50: “lo importante no es si caes
bien, sino cómo aterrizas…”
El mundo no es “vuestro” como se
lee en un anuncio paradigmático. El mundo es “nuestro”. Aunque esa sutil
variación en principio puede ser una forma contestataria llevada a cabo por el
menor del trío, Said -Vince, Hubert y Said, son unidos amigos-, con una lata de
spray, en esta película de representaciones y lecciones, una lectura sería lo
que ese “sistema”, según refiere Hubert, realmente patenta. Él tiene el poder,
él provee al odio, él disemina las separaciones. “El mundo es nuestro (suyo)”
en tanto la violencia siga siendo la barrera para el entendimiento entre la sociedad.
Es una obra de emociones fuertes
y de lacerante vigencia. Corresponde no solo al contexto europeo sino a lo que
se vive en todo ambiente de marginalidad, por lo menos los que sitúan en la
urbe. Más allá de las lecciones sociológicas o de técnica cinematográfica que
pueda dar, La haine interpela al espectador por la cultura de violencia que
impera en el mundo. Desde el comienzo se lee “se dedica esta película a quienes
murieron durante el rodaje”.
02-08-13
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