lunes, 21 de diciembre de 2015

Recordar después de dos meses: yoga, cocina y cine, Miller y El Flaco de siempre

Es el diez de octubre. Puede ser cualquier hora. Yo estoy en Vilcashuamán, una provincia de Ayacucho. Podría decir que me he perdido en el pueblo, como también decir que espero a la sombra de una pared blanca. Lo mismo vale que mencione que beba junto a campesinos como que describa las excelsas estrellas que solo en este lar se pueden ver. Habrá ocasión. Hoy día no he leído el periódico y no es tampoco necesario que lo haga. Deben de pasar más de dos meses para que pueda ver lo que se escribió en ese sábado de octubre.

Yoga, pero pal’ pueblo

Gabriela Machuca, de Somos, escribe una interesante crónica de la difusión de yoga que realiza Omar Ananías, un maestro de esta disciplina oriental que acerca la práctica a reos, adolescentes ultrajadas y jóvenes con problemas de aprendizaje. El yoga equilibra el cuerpo, la mente y el alma; aspira a que disfrutemos el momento (mas no, creo, que se disfrute a la manera emprendedurista del limeño de hoy) y para esto vuelca todo un bagaje teórico de siglos de maduración. Asanas o namaste son palabras que por sí solas evocan tranquilidad, como si fueran un soplo muy ligero al oído. Es como si oyéramos la poesía de Tagore.

Qué interesante es este artículo, pues con él sabemos que la labor de Ananías es una práctica institucionalizada de la Asociación Peruana de Permacultura que, entre otras cosas, difunde un actuar basado en la ecología humana. Realmente suscribible. Ya lo dice Ananías al recoger los sentimientos de las personas marginadas de la sociedad al tener contacto con sus, en ocasiones, imposibles posturas: ¡Queremos más! Del yoga y de toda la filosofía –de contemplación y de sabiduría- se entiende.

Cine y cocina

Ignacio Medina, el español que por partida doble publica sus comentarios gastronómicos en El Comercio, decide quedarse en casa. Busca alguna película, enciende la pantalla y el mueble y la trama se apoderan de él. Películas como El festín de Babette, Comer, beber, amar (Eat, Drink, Man Woman), Ratatouille, Como agua para chocolate y Le Grande Bouffe son recordadas por el crítico gastronómico, en especial la primera de ellas, grabada hace 28 años en Dinamarca y que recuerda lo que es verdaderamente traer a la mesa un festín digno de la mesa del padre mortal de Heracles: Anfitrión. Opulencia, sibaritas, comida exquisita. Como para tomar apuntes, cosa que hace este articulista, chapar el carro, irse a Polvos y adquirirlas, disfrutarlas y socializarlas todas. También como para echarle una ojeada a la comida nacional, no a la que quiera la Marca Perú, sino a la cocina de nuestras abuelas, abuelos, madres y padres. La que se cocina con tradición y autenticidad.

Enamorar a la rosa

¿Quién pudo hacerlo? Arthur Miller, dramaturgo y novelista norteamericano que se casó con Marilyn Monroe, la bomba sexy rubia, a la que ella llamaba “papá”. Muy ilustrativa la semblanza que realiza Enrique Sánchez Hernani de este escritor. Sobre todo cuando toca su pasado como hombre de izquierdas en tiempos de la casa de brujas del repetible senador McCarthy. Si bien no se consideró como comunista, sí se liga al marxismo (“aunque luego lo recusaría”). Una anécdota nos acompañará hasta el final de los días: en esa puja ética y política que fue la persecución de personas ligadas al ala comunista del mundo, el realizador Elia Kazan, que hacía de la obra de Miller viva imagen, habló. Miller le quitaría la palabra por años. Mención aparte para la azarosa relación con la rubia Monroe, a la que su inseguridad terminaría por agobiar al escritor y, posteriormente, la abandonaría, aunque Monroe tampoco sería una perla.

Consultados por el periodista, Miguel Rubio, de Yuyachkani, dice: “A mediados del siglo pasado, en Latinoamérica, el teatro empezó a plantearse con fuerza la posibilidad de un pensamiento propio, y de hecho se dio así, a través de influencias de autores como Arthur Miller, cuya noción del pensamiento crítico a través del teatro nos devuelve como un espejo para mirar nuestro contexto y nuestra realidad. Alonso Alegría, dramaturgo, hace lo propio: “Las obras de Arthur Miller reúnen tres virtudes que rara vez aparecen juntas: un fuerte compromiso político y social, una exigente conciencia moral y una ejemplar perfección artística. En la muerte de un viajante, Miller supo delinear situaciones límite cotidianas con tanta destreza como compromiso y corazón. Resumió emociones extremas con frases tan certeras y parcas que se han vuelto parte del idioma inglés. Finalmente, Ísola habla de la trascendencia de las obras de Miller, de su contundencia y fuerza dramáticas únicas. Sitúa al narrador al lado de Brecht y Samuel Beckett, como uno de los más grandes del siglo XX.

¿Y por qué escribo?

El primero de noviembre el mismo periodista, Sánchez Hernani, publicó un artículo sobre la efeméride noventa del desaparecido escritor Sebastián Salazar Bondy. Anteriormente publicamos una larga descripción sobre él, pero es menester insistir en la labor de este titán de la cultura peruana. Multifacético y prolífico escritor, estuvo ampliamente comprometido con el arte y con la política. Hugo Neira dice al respecto de Sebastián: “ligaba escritores con escritores. A estos, con la política nacional. Y a las ideologías con la cultura”. Ese carácter de su personalidad lo llevaría a ser fundador del Movimiento Social Progresista para las elecciones de 1962. Tentó una curul sin fortuna.

Plácido en el mar, bebedor de la fuente de la poesía, Salazar Bondy no ocultaba su indignación por las miserias de su patria. “Alguna vez lo vi llorar”, confiesa la viuda del sensible intelectual. En otra ocasión, al ir Nicomedes y Victoria Santa Cruz a su casa para una cena, quien ayudaba en casa se negó a servirles comida. “Cómo les voy a servir si son negros como yo”, le dijo al “Flaco”. El impasse fue superado por el propio Salazar Bondy: él se encargó de servir la mesa.

Me despido con las palabras de Mario Vargas Llosa, extraídas de una columna de un gran conocedor del intelectual de aguileña nariz, Alejandro Susti: “¿Quién de mi generación se atrevería a negar lo estimulante, lo decisivo que fue para nosotros el ejemplo centelleante de Sebastián? ¿Cuántos nos atrevimos a intentar ser escritores gracias a su poderoso contagio?”. Las encomiables palabras tenían bastante asidero: según cálculos del estudioso francés Gérald Hirschhorn, Salazar Bondy publicó en vida (1924-1965) cerca de 2.231 artículos periodísticos (500 de ellos dedicados a la crítica literaria).


(En la foto: un serio Monroe parece proteger a la insospechable Monroe)
Fuente: Pinterest

21-12-15

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Tarde caída

Se paró. Había dormido mal la anterior noche. El mueble, aunque confortable, no era para dormir. Se despidió de esa comodidad y del paisaje morado y citadino. Se resolvió a hacer. Antes, fue donde la abuela y donde el perro. Ahí, en esa parte apartada del librero, como quien niega a la realidad, la abuela está con el perro. Miran a cualquier otra parte que no sea el feo tráfico. Él los mira. La abue, como casi siempre, lleva un gesto adusto pero no por ello enojado; esa no siempre fue su cara, también tenía su broma cáustica, su buen hablar, su joda al nieto. A su costado, con el lomo frotado, está el perro. Él que se ha levantado del mueble los recuerda. “Hace solo unos meses…”. Quiere imaginarlos, de pronto. Quiere creer que pueden estar ahí. Mira la columna de la puerta de la cocina, el pequeño espacio de la pared en la que se apoyaba el perro jadeante y que observaba sigilosa y tranquilamente todo. No está ese pedazo de ternura marrón con pecho blanquecino. Ni tampoco suenan sus pisadas en el piso malamente lustrado. Recuerda el apretón que le daba en todo el lomo, en todo su cuellazo, ese apretón que quería dejar exhausto al perro pero que en realidad lo dejaba a él así, nada… Piensa en la abuela, y no está su chompa mostaza oscura, ni su olor a abuela, ni el sonido que salía –no se sabe cómo- de su boca. Tampoco las lisuras, ni sus cantos. Piensa en la cocina, y no está sentada. Ya ni hay música en la radio. La putamadre hay que aprovechar la tecnología…

Ya en el cuarto, piensa: “No volverán más… Para eso se vive, fíjate”, con sorna. “Ni modo”, vuelve a pensar, “en vida todo”.

Se para, va a la sala. El día sigue morado. Pasan los carros. Y nuevamente el atropello que lo recrudece todo: “¿Y de cuándo acá eso fue consuelo?”.


18-11-15

domingo, 15 de noviembre de 2015

El abuelo que quería mucho…



El abuelo quiere mucho a su nieto. Lo quiere con el alma. Todos se han ido del a casa, los hijos, los recuerdos, las fuerzas, pero queda el nieto, que es pequeño y al que le espera toda una vida por delante. Por ende, hay que enseñarle; sobre todo, se le debe amar.

El abuelo lo ama, lo ha querido mucho. El día a día es para él.

Una vez, la desgracia le toca la puerta. La revienta. Ocurre un accidente, el niño queda parapléjico. He dicho que el abuelo lo quiere mucho. Hay que ver al abuelo: sufre, sufre demasiado el pobre viejo. Le he visto enjugarse las lágrimas con el antebrazo y ver todavía húmeda la manga de la camisa. Lo he visto mirar al cielo y en su iris ver piedad. No me gusta verlo llorar, porque viéndolo temo por mi futuro… El viejo ha tocado puertas, nadie las abrió. Todos la revientan. Al nieto sus padres lo abandonaron, en el abuelo la esperanza se desgasta.

“Ya no se puede más… Mierda…”. Piensa el abuelo al ver al nieto. Este yace en la cama y ni Vallejo podría expresar el sufrimiento del muchacho. Esta tenso, al igual que su mirada. El nieto ve al abuelo, lo vio en las situaciones de anterior descritas. Una lágrima le brota. Nadie puede hacer nada.

Días, semanas y meses del mismo tormento. El abuelo quiere mucho al nieto. Pero no se puede soportar aún más. Entra a la habitación, ha exhalado sus últimas oraciones. El abuelo besa al nieto amargamente en la frente, y le toma la cabeza con firmeza pero con cuidado. No hay que hacerle… daño. Pasan con delicadeza infernal los segundos. El abuelo lo mira. Que se haga de una vez. Saca una pistola.

-Te vas…

¡Pum…!

-… Conmigo…



15-11-15

martes, 10 de noviembre de 2015

Estrategia para salir del tren



Se alejaba el tren verde y lo hacía sin hacer méritos para superar a su otro compadre verde, el Gusanito de los juegos. Ese sí era bravo y divertido y te permitía sacar la cara de la ventana… porque no tenía ventanas. Este tren verde, de excesiva seguridad, ni siquiera te deja comer plátanos en su interior ni tocar ni cantar canciones de guitarra argentinas.

Hasta te quiere dejar dentro cuando de él sacas una bicicleta a punto de armar por puro capricho.

-¡Baja, baja! ¡Apura! ¡Tan que cierran! ¡Hey!

Hombres y mujeres reemplazan lo que las puertas deberían hacer; no ceden la salida ni la entrada.

-Lo siento, señor-dice la seguridad- tendrá que esperar hasta el otro paradero (El Ángel).

“¿Qué? ¡Pasu mare…!”. Debajo de nosotros, las instalaciones de pesado fierro siguen soportando a las cientos de gentes que suben y bajan para abarrotarse en los vagones y viajar más rápido en esta ciudad lerda. Las colas de salida a la ciudad son otro sucedáneo de lo que ocurre dentro de los vagones y, ¿por qué no?, en nuestras urbanizadas vidas.

“Nicaragua…”. Un poco de show.

-¡Mi hijo, mi hijo! ¡Mi hijo, mi hi-jo…!-grita este señor. Pero ni el chofer ni el tren le hacen caso. Es más sus puertas se van cerrando todas. Sus antenitas monses se empiezan alejarse. El condenado me ha escuchado, se alucina más bravo que el Gusanito. Pero su retirada no es de alguien seguro, es dubitativa. De pronto se hace… ¿Lenta?

Se detiene el tren a destiempo.  Se quiere hacer el chévere, el pata, por eso se detiene. Se abre una de sus puertas.  Sale un brazo, de entre los cuerpos insertos; sale una cabeza con la pana. Sale también la bicicleta y su dueño, el de desmesuradas manos.

“¡Oe qué!”. Es un milagro.

-¿Qué fue?

Como si improvisara sus relajados blues, la vocera primera replica mirando indiferente en dirección a Tacora.

-Le dije…: “¡Mi braffo, mi braffo!”.


  10-11-15

martes, 20 de octubre de 2015

Gasfitero por un día



-¿Y en el techo? –le pregunto desde el piso rojo que el patio da.

-No, no –dicen desde abajo-. Está porai.

“Es en el techo”.

-Ya, un rato.

Subo. Hace un súper sol. Y no es la primavera, es el fenómeno del niño. El cerro San Cristóbal ni se ve. Mucho menos la gran montaña que une a San Juan con Lima Norte, esa que me daba miedo desde que la vi en toda su dimensión de niño en un cuarto piso del edificio del frente. Miro inevitablemente para el mar. Ni líneas cristalinas ni el distante San Lorenzo. Pero arriba, hace sol.

Me dirijo al tanque, que debe estar bien cuarteado. Una ojeada para la derecha: el collar ya viejo, ya gastado y con polvo de mi perro. Trago la melancolía, llego a la reserva. Como hay que hacer, muevo la llave de inmediato, pero con cuidado por el óxido.

-¿Ya?-grito.

Escucho balbuceos, en realidad escucho poca cosa.

-¿Ya?-reitero.

-Ta’ bajando, ta’ bajando-me dicen desde abajo.

Más tranquilo por eso, pero menos tranquilo porque mis manos están secas y sucias y hay ropa por lavar. Me reservo mi destino y aguaito un ratito por las cajas del techo. Veo un libro que me hicieron leer en la primaria, uno medio bobo, zonzo, de dos amigos en las Filipinas. Lo bueno es que mi madre o yo tuvimos mirada de águila –ella decía y yo hacía- : anda forrado (“forraré con mucho cuidado todos mis libros” pienso mientras me elevo corriendo por el puente; “forraré todo eso en alguna mesa de la biblioteca o de la facultad de Educación”, pienso mientras los hilos de agua van cayendo al envase que me absorberá). La curiosidad me gana como buen gato que no quiero ser, y doy otra mirada: cuentos americanos y textos de Bolívar que mi viejo compraba, nada entusiasmante hasta que… ¡El Principito! Me alegran las llamadas y las ganas de mi tío de que quiera arreglar el caño. Me lo llevo a las manos y miro si conserva la firma que tenía cuando lo compré hace tres años en el Centro de la  ciudad. Nada de eso, pero no importa, lo leeré y pensaré en este libro de hojas salidas y de piel de arena en las que las cuarenta y tres puestas de sol limpian las penas de los tristes.

Recibo otra llamada. Bajo, hay que ayudar. El bravo no puede solo –esta vez-.

Mi tío está recostado sobre tres cojines. Veo su panza y sus esfuerzos por soldar el lavabo. Pese a su barriga, conserva todavía  la forma. Parado al lado del caño, miro su abdomen, como un arqueólogo, intentando ver antiguas líneas que me señalen sus abdominales. Hay que hacer esfuerzo y ni así. Luego pienso en seres divinos llamados mujeres, pero ese es otro cantar.

-Tío, yo lo hago-le digo una, dos, tres veces…

Se levanta. Llega mi turno. Veo los adentros del lavabo, algunas tuercas, mangueras. Ni una araña cerca, apenas polvo. Desde mi posición me alucino algo así como un mecánico. Empiezo, por veleidosos motivos, a sentirme cómodo, como un niño que aprende algo nuevo y que sirve a la casa. Echado sobre, ahora, dos cojines, miro una tuerca que sirve de base para el caño de extraño metal. Mientras le doy vuelta de la derecha para la izquierda con tan solo mis dos dedos tensos de mi mano diestra, pienso: “Esto está bacán… La gasfitería es como un arte”. Y de la jardinería pienso en la gasfitería.

Se ha acabado, hemos usado cosas alemanas y nuevas compras.

Mi tío muestra esa cara de niño feliz que a veces tiene; él lo ideó todo. Me muestra un puño, los juntamos. La puerta abierta nos trae la luz de nuestra escuela la calle –más suya que mía-.

-Bien, sobri, la hiciste como gasfitero-me dice achinando los ojos y con sus sonrisa de mofa.

20-10-15

jueves, 8 de octubre de 2015

Caldo “magic”



Decía un viejo izquierdista, de esos que aprendió marxismo de Harnecker y de Politzer.

-No es que la literatura sea fundamentalmente escéptica. Con un poco de materialismo histórico, de análisis dialéctico, se podrá comprobar que ese tedio -que te priva- de los libros, pertenece a esa espiritualidad hueca de la asustada burguesía que, a pesar de todo lo dicho, sigue teniendo las vías para solamente ser ella leída. Con un poco de esfuerzo, ándate al centro y compra los fanzines, o las hojas fotocopiadas por pobres millones de las plazas. Te brillarán los ojos, y de tu sangre resurgirán burbujas, como las del preparado de este caldo que tenemos a los ojos.

-Está rico el caldo-dijo este viejo sorbiendo la cucharay mirando a la Tía Veneno de la carretilla "nueva".


08-10-15

martes, 22 de septiembre de 2015

Resumen Ejecutivo: 22-09-15 / El Tromercio



I

“Quien canta, su mal espanta”, nos dice Guillermo “Guille” Bastías; y de popular y fácil manera este dibujante y caricaturista chileno llama la atención de cómo el arte puede ser esa fuerza que te hace resistir el mal momento. Él fue dibujante durante la dictadura de Pinochet y lo enfrentaba desde su trinchera con dibujos. Solamente cuando caracterizó al dictador como Luis XIV, sintió el peligro muy de cerca. La policía impidió la venta de las  tiras en donde se exponía a Pinochet y hasta secuestró a los directores de la revista para encontrar al irresponsable autor del dibujo. “Guille” se salvó aquella vez. Uno de los directores, en pleno trance de tortura, se echó toda la culpa. Ahora “Guille” sigue viviendo del dibujo, el cual aprendió que era modo de vida en Alemania. En cuanto a la época responde: “En la dictadura vivíamos mejor”. Actualmente, dice, todavía se vive en  Chile una dictadura institucionalizada. Es lo que dice Boaventura de Sousa Santos: “vivimos en sociedades socialmente fascistas”.

II

Dos nuevos testigos que se quieren acoger a la figura de colaboradores eficaces han dado información de que el hermano de la Primera  Dama, Ilan Heredia, y el contador de la empresa de la que Nadine Heredia ha afirmado que le brindaba servicios de consultoría –y por los cuales recibió grandes sumas de dinero-, Apoyo Total, amañaban los contratos. El móvil: cubrir del modo que fuese que la Primera Dama su incrementada capacidad adquisitiva.

III

César Bazán, del Instituto de Defensa Legal, menciona que una investigación realizada por su institución da cuenta de que de las 29 escuelas preparatorias para la policía -28 para sub oficiales, 1 para oficiales- solamente hay un curso sobre derechos humanos y es nula la existencia de un curso de prevención de la policía comunitaria. Asimismo, las condiciones son deplorables –como que los propios internos deben de comprarse sus colchones, tienen servicios deficientes y sus habitaciones están sobrepobladas, entre otras-. Es menester, por ende, un cambio en el proceso de formación de nuestros agentes.

Asimismo, Bazán indicó que la fórmula policial 24x24, instaurada en el gobierno de Fujimori para que el policía compense su magro sueldo y se dedique a velar por la seguridad de privados una vez terminado su día de labores, debe finalizarse. Por otro lado, el especialista afirmó que las municipalidades deben hacer un esfuerzo por coordinar con los vecinos en la tarea de la prevención del delito. Este es, por cierto, un tema que los municipios no deben soslayar y sin embargo lo hacen. Para muestra, un botón: de los S/.406 millones destinados para invertir, la Municipalidad de Lima solo destinará un 1% a la seguridad ciudadana. En la otra orilla se encuentra San Borja con un 18.71%. Entre otro de los municipios que figuran en el ránking se encuentra Villa El Salvador con un 2.78%. 

Una de las propuestas de Ricardo Valdés, ex viceministro del Interior, es que se creen rondas ciudadanas. Otra de sus propuestas –más verosímil- es que el serenazgo dote de información a las comisarías para que se empiecen a diseñar mapas de delito; en cuanto a las comisarías estas deben empezar a trabajar en conectividad. Carlos Basombrío, también ex viceministro del Interior, ha mencionado en entrevista que fue eso lo que precisamente se hizo en Colombia para reducir su violencia ciudadana. Otro tanto ocurrió en Río de Janeiro y Medellín en la que las áreas críticas fueron recuperadas mediante dotación de infraestructura y creación de mejores condiciones de vida urbanas. Asimismo, Basombrío pidió romper el mito de que a menores sueldos mayor riesgo. No hay una correlación. Lo que es mejor es sancionar los casos de corrupción desde las altas esferas, pues la impunidad de estas facilita la legitimidad de la corrupción.

IV

En su habitual columna de los martes, el economista David Rivera –también editor de la revista Poder- se pregunta cómo es que los intereses –sólidos y poderosos- privados llegan a ocupar el debate público. Lo resalta cuando en un Cade –esos encuentros que sirven de pretexto para que los tarjetazos empiecen a distribuirse- unos empresarios le dijeron a Piero Ghezzi, uno de los autores de la indigna Ley Pulpín: “¡Ya pues, Piero, no seas caviar!”. Sucedía que, por ese entonces, Ghezzi, junto a su par en el Ministerio de Transportes y Comunicaciones, José Gallardo Ku, promovían la diversificación productiva del país. Naturalmente, esto chocaba con los apetitos del sector exctractivista y de la banca.

Dado este panorama, Rivera se pregunta que el Perú tendrá “posibilidades más estables” el día en que la agricultura tenga un lugar privilegiado como lo es hoy la minería, cuando el Instituto Nacional de Innovación Agraria (INIA) tenga relevancia internacional, cuando empecemos a tomar en serio las medicinas naturales de nuestras comunidades, cuando en la selva se levanten yacimientos científicos para conocer de sus posibilidades –así como la de poner en valor estos conocimientos-, cuando se creen más circuitos turísticos que le hagan la pelea a Machu Picchu, cuando el legado arqueológico sea más una oportunidad que una traba. Ha soñado Rivera, y nosotros solo decimos: “Qué bueno es que despertemos”.

V

¿Buena noticia? Para fines de año el ministro de Transportes y Comunicaciones, José Gallardo Ku, ha dicho que su cartera terminará a fines de este año la creación del proyecto de la Autoridad Única de Transporte. Esta integraría las voces de las autoridades regionales -¿municipales también?- de Lima y Callao para empezar a diseñar proyectos de infraestructura y ordenamiento vial planificados y organizados. También participaría el Ministerio. Todo aquel que sufre el caos limeño cruce los dedos y ruegue por que todo esto sea transparente. Ahí nomás está el ejemplo de cómo las mafias conviven con los municipios. Va para ti, Mudo.

VI

En la Villa Deportiva del Callao una trituradora pasó por encima de juguetes… bélicos. Una iniciativa del Gobierno Regional del Callao y DP World, empresa que maneja el Terminal de Contenedores del Muelle Sur del Callao, convocó a seis colegios estatales de La Perla y Bellavista para que sus alumnos entreguen juguetes que pueden tener alguna vinculación con la violencia. Granadas y pistolas de diferentes diseños fueron intercambiadas por robots, legos, y juegos ligados a la pedagogía. Félix Moreno dijo: “es una forma temprana de alejarlos de los peligros del pandillaje”. ¿Será eficaz esto?, se preguntó el periodista y yo también. Magaly Noblega, docente del Departamento de Psicología de la PUCP, ha dicho que no hay una correlación entre este intercambio y el cese de la violencia. Lo que sí es valorable es asumir el juego como eje primordial del niño. En cuanto a la violencia pide que se ayude al niño a procesar la violencia de su entorno y sepa comunicarla.

VII

El urbanista Angus Laurie habla de los bloques de césped en su columna de martes. Esos bloques de cemento con algo de césped en su interior son la estrategia para armonizar una ciudad con creciente número de automóviles con las necesidades de querer ser una ciudad verde. “A la larga”, dice Laurie, “los elimina”, en referencia  a los espacios verdes. Un ejemplo de cómo esta es una pésima estrategia es lo que ocurre en la calle Grau de Miraflores. En esta vía transitable convertida en gran parte en berma, se utiliza más como estacionamiento, inhabilita el tránsito peatonal e inclusive parte de estos han sido enrejados para que se conserven ya que su mantenimiento es muy difícil.  El concepto detrás del bloque de césped es, como dice Laurie, el privilegio del automóvil como elemento central de transporte. Mientras tanto, las personas siguen cayendo cuando osan pasar por estos caminos de indeseable estética ecológica.

VIII

Monitores de la Autoridad Nacional del Agua (ANA) se encuentran realizando labores de investigación y prevención en 830 lagunas del país. En Áncash y con coordinación l auspicio del Sistema de Alerta Temprana (SAT), las lagunas Palcacocha y Parón están siendo evaluadas en razón de su  tamaño y cercanía a centros poblados. Para ello se hace una medición de los movimientos de sus aguas y con eso se determina qué clima tienen, el caudal del río, la cantidad de precipitaciones y la velocidad del  viento.

Todo esto se inscribe en un contexto en el que el Fenómeno del Niño vendrá con fuerza.

IX

Murió Carmen Balcells, una de las promotoras del Boom Latinoamericano, férrea defensora y amiga de los escritores. Mario Vargas Llosa, García Márquez, Onetti, Donoso, Cortázar se encuentran entre sus privilegiados protegidos. Uno de las cosas que se le puede destacar a  Balcells es su pelea por darle a las artes narrativas un lugar y por mejorar la posición en la transacción económica y legal a los escritores. Si vemos el panorama actual, entenderemos que hacen falta más mujeres de este tipo.

XI  

Hay protestas en Huanchaco, Trujillo por la pérdida de playas y la construcción de espigones. De momento dos agrupaciones, Movimiento Huanchaquero en  Defensa por el Medio Ambiente y los Pescadores Artesanales de Huanchaco han dirigido una denuncia penal a la Primera Fiscalía Especializada en Materia Ambiental contra quienes resulten autores de los actos denotados. “En las Delicias y Buenos Aires se han perdido entre 400 y 500 metros de playa, y esto es un riesgo para la población que vive frente al mar”, manifestó Elfri Navarrete, presidente del Movimiento Huanchaquero.
En la playa Buenos Aires, los residentes cuestionan que se esté enrocando parte de la playa cuando estas actividades no cuentan con los expedientes técnicos. Al respecto, Manuel Llempén  Coronel, gerente general del Gobierno Regional de La Libertad ha dicho que el encargado del diseño y trabajo es el Ministerio de Transportes y Comunicaciones. Este, de momento, se mantiene en silencio, como ha manifestado Róger Torres, gerente de  Defensa Nacional del mismo gobierno regional.


22-09-15

sábado, 29 de agosto de 2015

Mira lunas




Se conocen recién por esta noche. Él la invita a bailar. Ella deja, valiente, el grupo. Comienzan. Primero salsa, luego un reggaetoni, nuevamente salsa y por ahí un rock antiguo con el cual la chica salta, se mueve como edificio tembloroso o bella genio. Él se ríe. "Qué looooca".


Le quitan a alguien la cerveza, le quitan a otro su cigarro. Beben y fuman, ¿cómo te llamas? Tal. ¿Tú? Tel. ¿Dónde vives? Allí. ¿Tú? Allá. Se ríen. Como no saben de miradas, sus ojos hacen veraces sus decires. Cuando empieza a llover, miran ambos para arriba. Hay lluvia y luna, y un pequeño acontecer entre estos dos.


Ingenuos en el tema, dudan en besarse. Ella toma la iniciativa. ¿A ver, dicen sus ojos, hasta qué hora espero? Él la besa, pero no la besa con un “voy”; él la besa con un “bueno”. Quien quiera que los vea, podría decir: ¿Pa eso?

Se besan, pero él matiene una seña en la cara que se vuelve cada vez más evidente: es la interrogante “¿dónde?”, a la cual se le agregan en sus ojos solos el “¿está?”. Es un tonto de los que faltan. Empedernidamente tonto, cuenta no se da que está besando a alguien. Se rompió el dique.

El Dj quiere imponer romance y asombrosamente pone una canción pero de aquellas. Las parejas que desean ser ridículas se abrazan. Es como si la música tuviera continuidad en el máximo contacto de los pechos. La sensación invade a todos, inclusive a esta novísima pareja. Al inicio, el abrazo es consistente, pero luego aquella interrogante puede más y el abrazo mismo va languideciendo. Para colmo llega la memoria, que susurra: ¿recuerdas cómo te abrazabas con…? Ahí si que muere todo.

El abrazo agoniza, y me da pena continuar. Los ojos recobran la perdida astucia, se hacen de pronto inteligentes. Se miran, ensayando explicaciones. El hechizo se rompió, sigue lloviendo pero pasa; sigue la luna, y no me importa. Los ojos se dicen lo que tomos de soledad no han y han podido decir.

El siguiente paso es fulminante. Sin decirlo, él le dice que no puede, ella está quedada. Él le dice no doy más, ella le dice, ¿siempre eres así? Cada segundo es un alejamiento, cada tiempo es un equivocado pedido de la comprensión. El da pasos de miedo, va encaminándose hacia atrás. Le sigue conservando la mirada, que huele a un perdóname.

La chica retorna a su grupo. Además de ser ridículo abrazarse, es ridículo estar solo, en medio de todos y en medio de una fiesta.

-Que ridículo ese tipo, dice alguien en referencia a aquel chico que mira a la húmeda luna y ha dejado de bailar.



29-08-15 

sábado, 8 de agosto de 2015

Alpicha



Errante, ermitaño de los ponchos. ¿Viajero? ¿Como el padre de Arguedas? No… No para tanto. Pero igual viajaba de pueblo en pueblo de la sierra, por las quebradas, los cerros. Rehuía a las carreteras ese joven loco.

-¡Alpicha, Alpicha!-le decían en los pueblos-¡Plantéeme este problema en el papel, pue!

Alpicha accedía. Así era casi siempre en la vida de este joven que iba de pueblo en pueblo respondiendo, solícito, los pedidos de la escritura. Viajaba, él, solamente acompañado por un papel, lapiceros y unos ojos de constante interrogante por la belleza de la tierra.


08-08-15

lunes, 3 de agosto de 2015

“Clack, clack”, no era lo tuyo



"Tú bamboleas a las clavas, tú osas desafiar al aire con el viaje de machetes, tú intentas burlarte de las teorías de Newton con tus pelotitas, tú le das otra perspectiva al dominio del balón desde una pelota sucia, casi desinflada y encima bamba, tú usas tu cuerpo y el de tu compañera para obnubilar los ojos de los choferes de los carros y buses, tú te amarras a una baranda e interpretas nuevas caminatas al pasar por una línea férrea... tú... tú vas más allá del límite de lo que las convenciones planean absolutizar sobre los cuerpos ... Pero tú... Tú eres sensibilidad... ¿Puedes contra el poder de la mente?"

Los dedos son meticulosos, los movimientos son concretos para la abstracción de la simetría y armonía del cuadrado tridimensional. Los segundos pasan, decaen y la proximidad del verde se avecina al rojo. Pero no hay sudor, no hay tensión solo hay una mirada y una sonrisa que se acentúan en la confianza de su gesto.

Hay un chico de vestimenta oscura, en este día oscuro, detenido frente a los carros que vibran sus motores. Lo que hace no puede calificarse como arte callejero.

10... 9... 8...

¡Ya está!

El chico que ha volcado su materia gris a sus diez dedos, levanta el cubo victorioso. Los seis lados lucen colores separados. No hay jadeos, tan solo una entrecortada respiración. Él muestra el cubo como muestran los cazadores a sus presas derrotadas. Sus movimientos no son magistrales, son los de un ser que se arroga un triunfo merecido. En vez de causar sorpresa, cuando pasa por las ventanas de los carros, él pretende causar sometimiento. No le dan monedas, y no es precisamente debido a la poca luz.

7… 6… 5…

Pasa con el Rubik por cada una de las hileras de carros. Con el cubo luciendo, con los dedos que lo exhiben. Alguien, de esos que siempre quieren saber de las personas por medios de los ojos, lo mira. El joven también; este le sonríe. Su sonrisa es interceptada por el cubo en su estado de orden.
Pronto la mirada que proviene del carro desiste de su tradición.

4… 3… 2…

Arrancan los carros, dejan tras ellos humo pestilente, de veneno acumulado. El joven se mezcla entre el humo que se expande. No hay “Cof, cof, cof”. Tampoco hay monedas en las palmas.

Llega, gana la vereda, se pone, por más de quinta vez, el cubo hecho y rehecho en su bolsillo.

-Tanta huevada… Regreso al ajedrez.

Camina, desde lo alto se ve la torre de una Iglesia Celeste. Va en busca de partidas. “Clack, clack”, suenan los relojes.


03-08-15

domingo, 2 de agosto de 2015

A él nadie lo para



Bajo del carro bañado de lo popular. Hoy a mí nadie me detiene. Ni la policía parada atrás que impide que los buses se detengan donde quieran.

Hoy a mí nadie me para.

Con el bolsillo mojado por el sudor, meto la mano en busca de monedas. Las tanteo, mis dedos juegan, se excitan, ambiciosos, con ellas. Es poca cosa, sí. Pero las gano con sudor. Mi éxtasis, calculo, durará cosa de menos de una hora.

Hoy a mí nadie me para.

Lo siento, me dice un abuelo, interrumpiendo a su esposa, no tenemos cambio, dice y vuelve la mirada a las golosinas expuestas en la vitrina de su tienda. Yo, entendiendo, pego la vuelta. Empieza, se los dije, a decaer el éxtasis ganado.

Llego, doy con la avenida, aquella que me enamoró, de tarde, y que de noche, todavía más, pero que hoy me figura que es desdeñable y literalmente vacía. Las luces amarillas y los apenas buses llenos que pasan le dan un halo de nada, de abandono. ¿Dónde los comerciantes de chucherías y resucitadores de bicicletas caídas como Lázaros? ¿Dónde ellos? Ya el oculto callejón se supone tan visible, que por eso mismo pierde todo el encanto que guardaba. Ni los gallos de plumaje blanco están en el terral que no se conmueve ante el asfalto que en la ciudad todo lo puede, todo lo quiere. Solo espero que rompan a cantar muy de temprano por la madrugada. Los hombres que antes vendían, hoy toman, pocos, en algún asiento de magullados fierros y asiento azul en plena calle. Son tres, uno, mejor vestidos que los otros dos, se disculpa: “Hermanos, vengo en una hora, debo ir, fregado, al compromiso”. Compra una Pilsen, se regresa.

Yo, siento cómo el éxtasis se me va disminuyendo, ni la casa o almacén de paredes blancas pero de lunáticos dominios de la esquina, me causa ese placer medio tonto pero placer a fin de cuentas que me provocaba cuando caminaba por esta calle hacía ya años. Nada, nada. Ya recuerdo: era el placer de caminar sin que nadie me haga algo, pese a tener mucho en los bolsillos y en mochila. Hoy, ya está, la adrenalina, el riesgo, no aparecen, a pesar que tengo mucho en los bolsillo y en mochila. Debe ser por la hora misma, a pesar de no ser tarde, y a pesar de que este barrio bravo, tenga a sus residentes metidos en sus casas o en algún otro lugar que ni Dios sabe ubicar.

Sigo la ruta, alguien me ve. Él, camina, yo vuelo. Me detengo, no obstante, en un sublime segundo de mortalidad.

Volteo, lo llamo: “¿Kuchi?”

Kuchi, descubierto, responde. “Habla, tío”.

Nos saludamos: “¿Qué hay, viejo?”, “¿Cómo estás?”. “¿A dónde vas?”. “A ver a la Milly”, le digo sincero. “Ah… está actuando ya…”. “Sí, ya sé, pero voy para verla cuando termine, no hay problema. ¿Y tú qué tal?”. Me responde con preguntas sobre carros que van a la zona del mar de la ciudad. Pienso que sí, pero no le doy seguridad en mis palabras. Intento, ya en el cierre de la conversación, ya de despedida, de puro respeto, saber de su enamorada:

-“¿Y cómo está la Sule?”.

Su rostro cambia.

-Y… creo que bien.

Sule, medio china, de respingada nariz, de personalidad tranquila, por no decir aburrida, pero de unas curvas que entrañan un erótico misterio por el silencio del que ella quiere crear un misticismo, sola. Ese “y…”, básico para nuestro lenguaje macho, me da la señal.

Pero no avanzo, no avanzaré.

Me hago el loco. “Mándale saludos, mano”.

Su “Ya, ya, ya…” tiene tanto, tanto de vencido, que no hace falta enfatizar en eso.

Soy una esponja, pronto veo a “Kuchi”, medio quejumbroso, medio vano, en el reflejo de un autobús naranja, de esos carreables, que van para San Juan. “Kuchi” está en el mar, ¿cómo así apareció en el reflejo?

Dije que las cosas duran menos de una hora. Dije.


02-08-15

viernes, 10 de julio de 2015

Traumado en traumatología




Apenas ingreso al consultorio, le doy al médico los resultados de mi tomografía para que los vea y me diga cómo voy de la espalda. Él recibe el examen, saca los papeles de adentro Lo revisa, lee. Yo espero que me dé una buena noticia, que me diga que es “grasita formada” - como me dijo Carlos, el artista recorrido- en el hueso.

El doctor mira, pone cara de análisis, toma el papel por los dos lados, baja y sube los ojos, hace algunas diagonales.

-Es un quiste-sentencia.

En la parte delantera del sobre del examen decía, también, quiste.

“¿Qué será eso?”.

El doctor saca el cd del sobre, lo pone en su monitor y busca la carpeta para abrir el archivo y poder ver en detalle el asunto.

-Cáncer…-sale esta palabra de su boca en voz bajísima.

Yo estoy tan confiado en la palabra de Carlos, en su saber propio, empírico, que pienso: “Este doctor ala weadas”.

Cuando sale un programa de fondo negro con varios indicadores, columnas, nombres, espacios, etc., el doctor ve una hoja sobre su mesa y regresa a la pantalla para teclear algo. Aparecen varias casillas y teclea palabras para luego borrarlas y nuevamente rehacerlas. Hace click en una palabra y nada sale, da vuelta atrás. El mismo procedimiento es realizado, ¿cuánto?, ¿5, 6… 10 veces?

Miro las paredes para ver si tiene algún cuadro de honor o diploma que refrende el imaginario que tenemos de los médicos: persona circunspecta que conoce al dedillo nuestras partes del cuerpo, que da el análisis preciso y te sana con drogas de diferentes efectos colaterales. No hay nada de eso (“lo sospeché desde un principio…”). Apenas hay un cuadro pintado de una iglesia con la inscripción “Perú” en la parte inferior izquierda que intenta tímidamente darle vivacidad a esta habitación promedio. Un ventilador en la columna derecha protege el ambiente de gérmenes sedentarios. Nada más. El doctor, en tanto, teclea los vínculos, da vuelta atrás en la pantalla, da vuelta adelante, da vuelta atrás, se coge el mentón, el doctor está investigando. Nada. No le importa que esté frente a él, que no sepa nada de lo que dice y sin embargo haya oído la tenebrosa palabra: “cáncer”. Yo me quedo callado, sin embargo, para apreciar cómo proceden los ineptos.

-Voyallamarala…-balbucea, pensando en que no sabe.

Sale y regresa con la secretaria.

-Tú si sabes, Mari…-le dice.

Ella se demora un poco esperando que el doctor le indique el problema.

-El paciente Flores Zeva…

-Me apellido es Solórzano-respondo de inmediato con una molestia seca.

-Oh… perdón, perdón…-se disculpa. Problema de la computadora y el doctor resuelto. La secretaria pasa, nos miramos, nuestros ojos se ponen piadosos ante el doctor que no será nunca un millenial de la medicina.

-¿Cómo dices que te apellidas?

-Solórzano Pereyra (“huevón”).

-Ya.. ya…

Teclea mi nombre, pregunta por la fecha del examen, gira la rueda del maus, busca, rebusca, vuelve a buscar, abre pantallas, cierra pantallas, vuelve a tocarse el mentón, carajo, no sabe. De nuevo con la misma cantaleta: este doctor hace y rehace las palabras, adelanta y atrasa las ventanas. Es un indeciso este doctor, es el ambiguo de la medicina. Por lo menos, hace que me dé cólera en vez de pensar en mi cáncer.

-Voyallamara…-balbucea.

La secretaria ha regresado. Lo espera respetuosa, desea que el doctor le dé la indicación. El doctor se vuelve alumno e intenta ponerse aplicado, hace algunas operaciones en la pantalla, va ahí, busca acá, teclea con miedo en un vínculo, teclea por si las moscas dos veces con cierta precaución. Al ver que no pasa nada, teclea como un desorbitado dos, tres, cuatro veces…

Voilá.

Esta vez, ya no me miro con la secretaria. Miro a la pantalla.

Ante él aparecen seis imágenes de lo que sería el interregno entre mi cavidad pélvica y mi columna. Da click en dos imágenes y pareciera que se queda maravillado el muy huevón al ver cómo huesos de mi columna o los huesos de la zona pélvica aparecen y desaparecen, cómo sus respiraciónes –pareciera ese proceso- hicieran que el calcio se fragmente y con ello se lleve a las estructuras que dan forma. Este médico prefiere los efectos especiales que dar diagnósticos.

Su película le toma ¿2? ¿3? ¿5 minutos…?

-Es un quiste…-me repite.

Voltea y me dice: “Es un quiste, es un tumor benigno; no es cáncer. No te preocupes”.

-¿Cómo, cómo?-esta vez no me hago el desentendido.

-Verás… el hueso está inflamado. Y es producto de eso, es una inflamación. Un quiste.

Me parece que la relación no da como para pensar en un quiste y que este lleve a un cáncer. El doctor debe ser un contador de chistes. Le pregunto:

-Doctor, pero… si me golpeo el dedo y se me inflama… ¿Eso es un tumor benigno?-le pregunto para hacerle ver el estúpido sobredimensionamiento que hace o la “inexperiencia” que tiene al explicar.

-No, no… no tienes cáncer.

-Pero usted ha dicho quiste.

-No, no…

Me pongo espeso y le hablo de semántica, de significados, que uno no es lo otro, que no joda, hablamos de la RAE, de los sinónimos, de los antónimos, del poder simbólico de la palabra, de lo mucho que puede afectar, que no seamos taxativos, que se vayaala.

-Bueno, si eres hipocondríaco te lo escribo.

 Voltea el papel en que pondrá una receta todavía no escrita y apunta con esmero en letras que no se parecen a la de los médicos pues esta sí es legible: NO TIENES CÁNCER.

Para ya irme le digo: “Entonces, ¿qué hago?”.

-Eso se baja solo-me dice-peeero…

-¿…mejor seguir terapia…?

-No.

Prosigue:

-Mejor te vas al médico.



10-07-15


viernes, 26 de junio de 2015

La historia como fue


Antes, en la tarde de ese día de la cita, yo había llegado a casa muy temprano. Al abrir la puerta, mi Rockito vino a saludarme como de costumbre. Noté algo raro. Su pancita, ¡su pancita estaba hinchada! Rápidamente, sin embargo, la moción interna. “Ok, Humberto, tienes plata. Pero… la darás para tu perro o para tu cita”. Con una ética imponderable, me suministré la siguiente reflexión: “El Rocko es lo primero”. Media hora después regresaba con un raro confort de la veterinaria: lo que mi perro tenía era obesidad. A instruirle dieta de inmediato y listo. Lo que es yo: se me fue el 80% de mi poca plata.

Una pregunta que se hace el limeño promedio en cuanto a citas se trata: ¿Las mujeres sabrían entender esta situación?

Ya en clase, mi corazón latía a mil. Si la gente me cree valiente, se equivoca. Tenía miedo de acercármele, a la hora del cierre, y decirle: “vamos, ¿ya?”. Lo que hice, cuando acabó la clase, fue salir primero disimuladamente y disimuladamente ir a su encuentro.

-Oye, hola, ¿vamos, entonces?-le dije mientras ella salía y miraba su móvil.

-Sí, sí…-dijo como distraída.

Y nos fuimos.

Bajando, nos encontramos en el primer piso de la facultad con un amigo psicólogo, buenmozo él pero, por lo desganado –quiero pensar-, vuelto obeso. Si dije que no era valiente, quise decir también que no era seguro. Un poco intranquilo contaba los minutos para que cierre la conversa que él daba con L., dado que llevaban juntos una clase. Nos despedimos. Al ir por la facultad de ciencias, pedí un minuto para ir al baño. Cuando salgo, ella está sentada en una grada resolviendo un asunto con su bolso.

-Ya está- y se para. Acaba de enmendar su bolso oscuro de una manera práctica: le ha hecho un nudo. Yo me he quedado mudo. “Qué autosuficiente”, pensé –y pienso eso  ahora con su particular y rico dejo que tenía y tiene-.

Al salir de la universidad, ¿de qué hablar? Sí, ese es el nerviosismo. Bueno, con ella a mi costado ya era un buen comienzo. Ahora… “Oye, al llegar a casa vi a mi perro…”. Pues, le conté lo de mi perro.
A ella también se le dio por contar. “Humberto, la verdad que hoy no estaba de ganas… Si no me pillabas me iba y te dejaba un mensaje”. “¿Qué pasó?”, pregunté conteniendo la ola de desconsuelo que estaba a punto de sobrevenirme. “Ah… es que me peleé por el inter con un colega al que estimo mucho…”. Nockout. No para tanto. Pero lo único que pasó fue que se desencadenó más mi instinto de inseguridad, el cual, como varias cosas de mi vida, fue interceptado por la cadena de acontecimientos: llegando al cruce de Universitaria con La Mar se me ocurrió algo que cualquier mortal juzgaría de inepto y de un pistoletazo al pie: “Oye… ¿vamos carreando?”. “¿Qué es eso?”.Oh… como me gano la vida”. “A ver…”. Plaf, una aventura.

A los pocos minutos, L. y yo nos montamos a un bus anaranjado. Fue así como mi envasada energía negativa obtuvo bríos positivos.

-Señoras y señores, muy buenas tardes, quien les habla es un joven inspector de cultura que ha venido a ofrecerles un excelentísimo espectáculos. Sabedor de que se vienen las elecciones municipales quiero, a juicio de mi actual empleador, el alcalde de este distrito, que uds. se sientan a gusto con el servicio automotriz que le brinda este carromato. Solo así, podremos darle continuidad al megaproyecto civil que tenemos en mente para uds. Sin más ni más… Taratatá…”. Un poema de Benedetti. Luego, otro poema de Benedetti. Más ratito, otro poema de Benedetti. Todos ellos del libro El amor, las mujeres y la vida, título del poemario del charrúa, el cual le barajó el nombre a una idea del misógino filósofo europeo Arthur Schopenhauer.

Aliviado, solo de esa forma se me arrancó el nerviosismo, el cual quedó evidenciado cuando, al recitar el poema, se me fue un verso que, para bien o para mal, fue detectada por un atento y joven pasajero. Al decírmelo, no obstante, quien les habla se hizo el loco. ¿Me hice? Yo ya lo estaba, privado de pena como y colmado de alegría al ver a L.  en ese momento apretando el labio inferior y con la cara sorprendida, con esos ojos redondones y delineados de negro que me enamoraron.

Con el rostro encendido, al bajar, se moría de risa y me decía: “Joo… ¡Eres todo un showman!”. También me dio algunas indicaciones sobre el arte de recitar poesía en los carros. Así, nos subimos a otro carro y otro. En uno de ellos, inclusive, me encontré con un conocido, quien aplaudió mi iniciativa, la cual me trajo réditos. En un dos por tres recuperaba lo gastado por mi Rocko. También, recobraba el vigor perdido por esas inseguridades que me concedió la vida.

La idea que tenía al llegar al Centro era la de caminar un rato y, oh sorpresa, dar con un profesional mulato que tocaba callejeramente el saxo en el Jr. Huancavelica. También, subiendo por las cuadras peatonalizadas hasta Abancay, encontrarnos con otro músico de la calle que solía tocar con su trompeta “My Way” de Frank Sinatra. Él se diferencia por su peculiar atuendo: zapatillas, jeans casual, un saco o una prenda abrigadora y una enorme cabeza del ratón Mickey Mouse. Yo tenía la convicción de que le gustarían, de que salían como la nada, pero ese día, no estuvieron. Entonces tuve que tragar en serio la saliva y, virar para la izquierda. Quizá en Plaza de Armas encontraríamos algo. En efecto, cuando llegamos a la plaza, tuve una revelación.

-¿Te suele dar soroche?, pregunté mirando más allá de Palacio de Gobierno.

-¿Qué?

-Nada, vamos, te gustará –y los dos apuramos el paso.

Cuando cruzábamos la plaza, vimos a un hippie en una esquina, de esos que están condecorados de artísticos vestigios para sostenerse la vida pasandiera. Él, al verla, pensó que mirándola magnéticamente, produciría, en un santiamén, aquel instante que vincularía a dos almas a las que sus cabelleras la artesanía las ha vuelto materia de inquietud cultural: los dreads. Mala decisión, joven rasta. Al pasar por su costado, L. rechazó con facilidad la menudencia de ese rastafari y creo que me dijo: “¿Y este qué se ha creído?”.

Llegamos,  pues, al paradero de los buses, que, por el horario o por la informalidad, se había pasado a la parte de atrás del Museo de Correo.  En ese momento, me dio por molestar.

-L. mira… para que nos cobren menos…

Terminé con rostro resignado:

-…  Debemos de ir de la mano.

Se rió, entendió mi juego. Nos tomamos de las manos. Feliz.

Cuando se acercó una jaladora para preguntar si viajábamos también, decidí prolongar el ruedo:

-Señorita, ¿verdad que si nos damos un besito nos descuentan hasta el 50%?

Ahí sí nos matamos de risa, pero salí ganando: antes de subir le había dado un beso en la mejilla.

Dentro del carro, en efecto, full parejas. Ella pagó la ida, con la condición que yo pague las cervezas luego.El carro demoraba, nos cambiamos de carro incluso. Me fui al baño, ella también, nos compramos galletas. Al rato, al buen rato, el carro zarpó.

Fuimos por una calle menuda que llevó a la couster a la av. Tacna. Desde ahí nos dirigimos al barrio del Rímac, barrio de historia, de pobreza y lamentablemente dejado en manos de la delincuencia. En el trayecto, pudimos hablar; ver, a lo lejos, cómo ese cerro atrayente se hacía cada vez más próximo. Fue ahí que me confesé, mientras pasábamos por la fábrica de la cervecera Backus, por una alameda, por un inmenso portal de colores rojos oscuros:

-L…

-Diiiime

-Mi abuelo no se fastidiaría. Al contrario…

-¿Qué dices?

-Es que

Le conté que se cumplía un aniversario más del fallecimiento de mi abuelo, que en casa se celebraba una misa y que, supuestamente, yo debía estar ahí, pero no lo estaba. En ese momento yo estaba en una situación que, presumiblemente, mi abuelo hubiera aprobado. 

Creo que se enfadó, pero creo que en el fondo le gustó. Llegamos al cerro, el carro, empinado, subía por las estrechísimas calles. Se podía sentir que rozabas las ventanas, que eras otro vecino, aunque pasajero, más. Lento subía el carro y la ciudad se hacía cada vez más entrañable desde las ventanas. Sentados y acompañados, yo no sabía si esta sería mi noche.

Llegamos a la cima, nos bajamos. Vimos todo. Recorrimos la redondela que franqueaba lo alto del Cerro San Cristóbal. Desde nuestra posición, Lima entera era un mar de bolitas amarillas, semejante a un inmenso collar de perlas de la abuela, o movedizas serpientes ataviadas de oro. Nos sentamos en el muro, mirando a la ciudad, yo mirando a ella. Estuvimos un rato en silencio. Ahí hablamos otro poco. L. me confesó que desearía viajar, que haría eso, que le importaba más eso que el estudio. Sí, reflexivamente, apoyaba su rostro entre sus brazos cruzados por las piernas subidas. Yo intentaba, en ese momento, señalarle imposiblemente la ubicación de mi casa. Aunque supiera donde estaba de nada valdría esa boba indicación.

Llamado, ya el carro se iba. Subimos. Descendió el carro por las laderas del cerro. Le pregunté tímidamente si… si la noche iba a continuar. Que sí, me dijo. Nuevamente en el Rímac me deslizó que no saldría con peruanos –ella no es de este país-, que yo era lindo, pero que… Yo preferí no escuchar. No sé si me hacía el loco o simplemente intentaba jugar un juego. Nos bajamos. Era de más noche aún. Nos fuimos, entonces, por todo Camaná, a tomar a Quilca, a los viejitos o a don Ciro.

En la caminata, por todo el Jr. Camaná, conversamos más fluidamente. En una esquinita, entre Emancipación y Camaná, la compra necesaria. Para mí una Soda V, para ella su galleta preferida: Chocosoda. Caminamos, nos burlamos. Nos miramos en el grande ventanal de un edificio del cual salía gente del trabajo a darse un respiro, a fumar un cigarro. Llegamos a Colmena y sus paredes amarillas por el fulgor de los postes de luz. Seguimos. Dimos a la calle conocida por la juventud alternativa: Quilca.

Fuimos a Don Ciro, por razones de cercanía. El amplio espacio de paredes celestes y blancas estaba, como de costumbre, lleno en esa noche. Al fondo, pegado a la pared, habían unos asientos vacíos. Ahí fuimos. Me saque la casaca. Ella se puso cómoda. A nuestro costado, los salientes de las oficinas conversaban, pero también nos miraban. Pedimos unas cervezas. Bebimos.

Conversamos. Nos contábamos varias cosas. Recuerdo que había un tipo de camisita y pantalón formales que le buscaba la mirada. Yo me enfadé y le miré con ojos de enojo. Ella me pidió que me descuide, que no importaba; y tenía razón. No había espacio para una escenita, quizá era el alcohol.
Entonces, la música llegó a nuestros oídos. Era la vieja radiola. Me miré, como suelo hacer, y dije: “Ya vengo”. Me paré y fui hasta esa máquina antigua de música, puse cincuenta céntimos y elegí dos canciones. Una, de Javier Solís. La otra, no recuerdo.

Al regreso, la música irrumpió en el lugar. No sé si hubo sonrisas, solo sé que le hablé de mi padre y de su gusto por la música mexicana. En ese mismo lugar, no me contuve y saque un libro muy querido por mí, uno que compre en Cusco, en la universidad principal, apenas llegado de viaje. Se llamaba “Patas arriba. La escuela del mundo al revés”, del fallecido autor uruguayo Eduardo Galeano. Ese libro, recuerdo, lo cogía cada vez que iba con el ánimo caído. Sus últimas palabras me reconfortaban, me hacían sentir que había una fuerza mayor que ayudaba a los que estaban mal. Esa lectura, como sus viejas anécdotas, me llevaron a que se lo diera. A que le diera uno de mis mayores baluartes y amores. Es así que, después de hacer la dedicatoria, se lo di. “Por ser un mundo al revés”, recuerdo que puse.

La noche siguió como debía ser. Cervezas y más cervezas, y ella junto a la pared, cambiando de posición y estando ahora con los pies desnudos sobre la silla, a lo que yo la invite a que los ponga sobre mis piernas para que los descanse más aún. Con las sandalias descalzadas, posó sus pies de oscurecidas plantas en mis muslos. Pienso en su pantalón morado, de agradable algodón y, sobre todo, en sus piernas fuertes y sencillas, dejadas al pulso de mi mano. Yo tocaba con tensión su rodilla, pasaba mi mano caliente por los bordes de sus músculos cansados sin caer en la insolencia. La sentía.

Ya era tarde. Una última cerveza. Fui por ella pese a que ya no querían seguir vendiendo. Al diablo. Uno dice al diablo por esas horas y más cuando está tomado. Tomé una cerveza y pagué pese a que “Ciro” vino a por ella. Nada. Con un movimiento rápido evite que la coja. Ya en mi boca, nada podía hacer. Fue algo sin sentido pero para mí fue una victoria. Salimos, con mi triunfo a cuestas, con miras a Tacna para la respectiva despedida.

Eso es lo malo del alcohol, que, en su torbellino, no recuerdas. Fue así que sin planeármelo, terminé besándola. No era como yo quería, un momento tan esperado para mí, esperado como deseado, pero la besé. Nos besamos, cruzamos la pista y en una esquina en donde usualmente hay travestis y taxistas cotizándolas, nos paramos esperando que venga el taxi. Ahí, la besé de nuevo, la sentí muy cerca, mi mano pecaminosa, exploradora, fue a por su cuerpo; en un momento terminó en sus glúteos, a los que toqué con moderación pero también con deseada pasión; sí, era contradictorio. Ella era suave, grácil; y experimentada.

-No sabes besar-me dijo mi tutora involuntaria.

Yo di una sonrisa nerviosa. “Ya fue…”.  No sé si la abrace. Solo pensé que era feliz. “Feliz”, una palabra tantas veces repetida.

Paró su taxi, ¿me iba a quedar solo? Me dio diez soles. No quería que camine solitariamente desde donde estaba hasta dos de mayo.  

Vi su carro alejarse por esa avenida que nuevamente nos cobijaría, como la vez que nos fuimos en un taxi desarmado hasta su hospedaje en Miraflores. Se fue y no me quedé solo.

Elevé la mano y me subí. En el carro una chica con la que salí me mandó un mensaje diciéndome que estaba fumada. Yo le dije que estaba, como si se  tratara de un reto, tomado. “¿A estas horas?”, respondió.

“Sí”, respuesta no llegada. Sí porque todo esto comenzó apenas la vi y se anticiparon las cosas por una acción imberbe pero incondicionalmente eficaz. Tanto así que al verla –su nombre y el mío dibujados en un corazón y atravesado este por una flecha- en una de las páginas del índice de un libro que le presté, ella explotó en risas inexplicables por la situación causando que su aula se alborote por lo que pasaba. Al darse cuenta, me mando un riente mensaje, en él que me decía que casi le da un soponcio, y también que toda la clase la miró como si fuera una loca.

Otras veces nos vimos, de esas otras veces escribí. Hoy, a un año de la cita, refresco la memoria y avivo esas viejas sensaciones que mi “mami” me dejó para que sepa que la quiero y que nunca fue gratuito eso de que le vuelvan a escribir cartitas de amor de ilegibles letras después de años de silencios.

Y sin tanta seriedad… ¡Eh, mami! ¡Sigue viajando! ¡Besos a lo lejos! ¡Llevo tu collar! ¡Él lo lleva!.
   

26-06-15