El abuelo quiere mucho a su
nieto. Lo quiere con el alma. Todos se han ido del a casa, los hijos, los
recuerdos, las fuerzas, pero queda el nieto, que es pequeño y al que le espera
toda una vida por delante. Por ende, hay que enseñarle; sobre todo, se le debe
amar.
El abuelo lo ama, lo ha querido
mucho. El día a día es para él.
Una vez, la desgracia le toca la
puerta. La revienta. Ocurre un accidente, el niño queda parapléjico. He dicho
que el abuelo lo quiere mucho. Hay que ver al abuelo: sufre, sufre demasiado el
pobre viejo. Le he visto enjugarse las lágrimas con el antebrazo y ver todavía
húmeda la manga de la camisa. Lo he visto mirar al cielo y en su iris ver
piedad. No me gusta verlo llorar, porque viéndolo temo por mi futuro… El viejo
ha tocado puertas, nadie las abrió. Todos la revientan. Al nieto sus padres lo
abandonaron, en el abuelo la esperanza se desgasta.
“Ya no se puede más… Mierda…”.
Piensa el abuelo al ver al nieto. Este yace en la cama y ni Vallejo podría
expresar el sufrimiento del muchacho. Esta tenso, al igual que su mirada. El
nieto ve al abuelo, lo vio en las situaciones de anterior descritas. Una lágrima
le brota. Nadie puede hacer nada.
Días, semanas y meses del mismo
tormento. El abuelo quiere mucho al nieto. Pero no se puede soportar aún más.
Entra a la habitación, ha exhalado sus últimas oraciones. El abuelo besa al
nieto amargamente en la frente, y le toma la cabeza con firmeza pero con
cuidado. No hay que hacerle… daño. Pasan con delicadeza infernal los segundos.
El abuelo lo mira. Que se haga de una vez. Saca una pistola.
-Te vas…
¡Pum…!
-… Conmigo…
15-11-15
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