Apenas ingreso al consultorio, le
doy al médico los resultados de mi tomografía para que los vea y me diga cómo
voy de la espalda. Él recibe el examen, saca los papeles de adentro Lo revisa,
lee. Yo espero que me dé una buena noticia, que me diga que es “grasita
formada” - como me dijo Carlos, el artista recorrido- en el hueso.
El doctor mira, pone cara de
análisis, toma el papel por los dos lados, baja y sube los ojos, hace algunas
diagonales.
-Es un quiste-sentencia.
En la parte delantera del sobre
del examen decía, también, quiste.
“¿Qué será eso?”.
El doctor saca el cd del sobre,
lo pone en su monitor y busca la carpeta para abrir el archivo y poder ver en
detalle el asunto.
-Cáncer…-sale esta palabra de su
boca en voz bajísima.
Yo estoy tan confiado en la
palabra de Carlos, en su saber propio, empírico, que pienso: “Este doctor ala weadas”.
Cuando sale un programa de fondo
negro con varios indicadores, columnas, nombres, espacios, etc., el doctor ve una
hoja sobre su mesa y regresa a la pantalla para teclear algo. Aparecen varias
casillas y teclea palabras para luego borrarlas y nuevamente rehacerlas. Hace
click en una palabra y nada sale, da vuelta atrás. El mismo procedimiento es
realizado, ¿cuánto?, ¿5, 6… 10 veces?
Miro las paredes para ver si
tiene algún cuadro de honor o diploma que refrende el imaginario que tenemos de
los médicos: persona circunspecta que conoce al dedillo nuestras partes del
cuerpo, que da el análisis preciso y te sana con drogas de diferentes efectos
colaterales. No hay nada de eso (“lo sospeché desde un principio…”). Apenas hay
un cuadro pintado de una iglesia con la inscripción “Perú” en la parte inferior
izquierda que intenta tímidamente darle vivacidad a esta habitación promedio. Un
ventilador en la columna derecha protege el ambiente de gérmenes sedentarios.
Nada más. El doctor, en tanto, teclea los vínculos, da vuelta atrás en la
pantalla, da vuelta adelante, da vuelta atrás, se coge el mentón, el doctor
está investigando. Nada. No le importa que esté frente a él, que no sepa nada
de lo que dice y sin embargo haya oído la tenebrosa palabra: “cáncer”. Yo me quedo callado, sin embargo, para
apreciar cómo proceden los ineptos.
-Voyallamarala…-balbucea,
pensando en que no sabe.
Sale y regresa con la secretaria.
-Tú si sabes, Mari…-le dice.
Ella se demora un poco esperando
que el doctor le indique el problema.
-El paciente Flores Zeva…
-Me apellido es Solórzano-respondo
de inmediato con una molestia seca.
-Oh… perdón, perdón…-se disculpa.
Problema de la computadora y el doctor resuelto. La secretaria pasa, nos
miramos, nuestros ojos se ponen piadosos ante el doctor que no será nunca un millenial de la medicina.
-¿Cómo dices que te apellidas?
-Solórzano Pereyra (“huevón”).
-Ya.. ya…
Teclea mi nombre, pregunta por la
fecha del examen, gira la rueda del maus, busca, rebusca, vuelve a buscar, abre
pantallas, cierra pantallas, vuelve a tocarse el mentón, carajo, no sabe. De
nuevo con la misma cantaleta: este doctor hace y rehace las palabras, adelanta
y atrasa las ventanas. Es un indeciso este doctor, es el ambiguo de la
medicina. Por lo menos, hace que me dé cólera en vez de pensar en mi cáncer.
-Voyallamara…-balbucea.
La secretaria ha regresado. Lo
espera respetuosa, desea que el doctor le dé la indicación. El doctor se vuelve
alumno e intenta ponerse aplicado, hace algunas operaciones en la pantalla, va
ahí, busca acá, teclea con miedo en un vínculo, teclea por si las moscas dos
veces con cierta precaución. Al ver que no pasa nada, teclea como un desorbitado
dos, tres, cuatro veces…
Voilá.
Esta vez, ya no me miro con la
secretaria. Miro a la pantalla.
Ante él aparecen seis imágenes de
lo que sería el interregno entre mi cavidad pélvica y mi columna. Da click en
dos imágenes y pareciera que se queda maravillado el muy huevón al ver cómo
huesos de mi columna o los huesos de la zona pélvica aparecen y desaparecen, cómo
sus respiraciónes –pareciera ese proceso- hicieran que el calcio se fragmente y
con ello se lleve a las estructuras que dan forma. Este médico prefiere los
efectos especiales que dar diagnósticos.
Su película le toma ¿2? ¿3? ¿5 minutos…?
-Es un quiste…-me repite.
Voltea y me dice: “Es un quiste,
es un tumor benigno; no es cáncer. No te preocupes”.
-¿Cómo, cómo?-esta vez no me hago
el desentendido.
-Verás… el hueso está inflamado.
Y es producto de eso, es una inflamación. Un quiste.
Me parece que la relación no da
como para pensar en un quiste y que
este lleve a un cáncer. El doctor
debe ser un contador de chistes. Le pregunto:
-Doctor, pero… si me golpeo el
dedo y se me inflama… ¿Eso es un tumor benigno?-le pregunto para hacerle ver el
estúpido sobredimensionamiento que hace o la “inexperiencia” que tiene al explicar.
-No, no… no tienes cáncer.
-Pero usted ha dicho quiste.
-No, no…
Me pongo espeso y le hablo de
semántica, de significados, que uno no es lo otro, que no joda, hablamos de la
RAE, de los sinónimos, de los antónimos, del poder simbólico de la palabra, de
lo mucho que puede afectar, que no seamos taxativos, que se vayaala.
-Bueno, si eres hipocondríaco te
lo escribo.
Voltea el papel en que pondrá una receta
todavía no escrita y apunta con esmero en letras que no se parecen a la de los
médicos pues esta sí es legible: NO TIENES CÁNCER.
Para ya irme le digo: “Entonces,
¿qué hago?”.
-Eso se baja solo-me dice-peeero…
-¿…mejor seguir terapia…?
-No.
Prosigue:
-Mejor te vas al médico.
10-07-15
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