"Tú bamboleas a las clavas,
tú osas desafiar al aire con el viaje de machetes, tú intentas burlarte de las
teorías de Newton con tus pelotitas, tú le das otra perspectiva al dominio del
balón desde una pelota sucia, casi desinflada y encima bamba, tú usas tu cuerpo
y el de tu compañera para obnubilar los ojos de los choferes de los carros y
buses, tú te amarras a una baranda e interpretas nuevas caminatas al pasar por
una línea férrea... tú... tú vas más allá del límite de lo que las convenciones
planean absolutizar sobre los cuerpos ... Pero tú... Tú eres sensibilidad... ¿Puedes
contra el poder de la mente?"
Los dedos son meticulosos, los
movimientos son concretos para la abstracción de la simetría y armonía del
cuadrado tridimensional. Los segundos pasan, decaen y la proximidad del verde
se avecina al rojo. Pero no hay sudor, no hay tensión solo hay una mirada y una
sonrisa que se acentúan en la confianza de su gesto.
Hay un chico de vestimenta
oscura, en este día oscuro, detenido frente a los carros que vibran sus
motores. Lo que hace no puede calificarse como arte callejero.
10... 9... 8...
¡Ya está!
El chico que ha volcado su
materia gris a sus diez dedos, levanta el cubo victorioso. Los seis lados lucen
colores separados. No hay jadeos, tan solo una entrecortada respiración. Él
muestra el cubo como muestran los cazadores a sus presas derrotadas. Sus
movimientos no son magistrales, son los de un ser que se arroga un triunfo merecido.
En vez de causar sorpresa, cuando pasa por las ventanas de los carros, él
pretende causar sometimiento. No le dan monedas, y no es precisamente debido a
la poca luz.
7… 6… 5…
Pasa con el Rubik por cada una
de las hileras de carros. Con el cubo luciendo, con los dedos que lo exhiben. Alguien,
de esos que siempre quieren saber de las personas por medios de los ojos, lo
mira. El joven también; este le sonríe. Su sonrisa es interceptada por el cubo en
su estado de orden.
Pronto la mirada que proviene del
carro desiste de su tradición.
4… 3… 2…
Arrancan los carros, dejan tras
ellos humo pestilente, de veneno acumulado. El joven se mezcla entre el humo
que se expande. No hay “Cof, cof, cof”. Tampoco hay monedas en las palmas.
Llega, gana la vereda, se pone,
por más de quinta vez, el cubo hecho y rehecho en su bolsillo.
-Tanta huevada… Regreso al ajedrez.
Camina, desde lo alto se ve la
torre de una Iglesia Celeste. Va en busca de partidas. “Clack, clack”, suenan
los relojes.
03-08-15
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