lunes, 3 de agosto de 2015

“Clack, clack”, no era lo tuyo



"Tú bamboleas a las clavas, tú osas desafiar al aire con el viaje de machetes, tú intentas burlarte de las teorías de Newton con tus pelotitas, tú le das otra perspectiva al dominio del balón desde una pelota sucia, casi desinflada y encima bamba, tú usas tu cuerpo y el de tu compañera para obnubilar los ojos de los choferes de los carros y buses, tú te amarras a una baranda e interpretas nuevas caminatas al pasar por una línea férrea... tú... tú vas más allá del límite de lo que las convenciones planean absolutizar sobre los cuerpos ... Pero tú... Tú eres sensibilidad... ¿Puedes contra el poder de la mente?"

Los dedos son meticulosos, los movimientos son concretos para la abstracción de la simetría y armonía del cuadrado tridimensional. Los segundos pasan, decaen y la proximidad del verde se avecina al rojo. Pero no hay sudor, no hay tensión solo hay una mirada y una sonrisa que se acentúan en la confianza de su gesto.

Hay un chico de vestimenta oscura, en este día oscuro, detenido frente a los carros que vibran sus motores. Lo que hace no puede calificarse como arte callejero.

10... 9... 8...

¡Ya está!

El chico que ha volcado su materia gris a sus diez dedos, levanta el cubo victorioso. Los seis lados lucen colores separados. No hay jadeos, tan solo una entrecortada respiración. Él muestra el cubo como muestran los cazadores a sus presas derrotadas. Sus movimientos no son magistrales, son los de un ser que se arroga un triunfo merecido. En vez de causar sorpresa, cuando pasa por las ventanas de los carros, él pretende causar sometimiento. No le dan monedas, y no es precisamente debido a la poca luz.

7… 6… 5…

Pasa con el Rubik por cada una de las hileras de carros. Con el cubo luciendo, con los dedos que lo exhiben. Alguien, de esos que siempre quieren saber de las personas por medios de los ojos, lo mira. El joven también; este le sonríe. Su sonrisa es interceptada por el cubo en su estado de orden.
Pronto la mirada que proviene del carro desiste de su tradición.

4… 3… 2…

Arrancan los carros, dejan tras ellos humo pestilente, de veneno acumulado. El joven se mezcla entre el humo que se expande. No hay “Cof, cof, cof”. Tampoco hay monedas en las palmas.

Llega, gana la vereda, se pone, por más de quinta vez, el cubo hecho y rehecho en su bolsillo.

-Tanta huevada… Regreso al ajedrez.

Camina, desde lo alto se ve la torre de una Iglesia Celeste. Va en busca de partidas. “Clack, clack”, suenan los relojes.


03-08-15

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