miércoles, 15 de mayo de 2013

Tragedia en Bangladesh: situación política y social de un país contradictorio

El mundo ve conmocionado los trágicos hechos que se dan en  Daca, Bangladesh. El fatal accidente ocurrido el 24 abril, donde un edificio textil de 8 pisos de magra infraestructura y se derrumbó por el insoportable peso de más de 3.000 personas, máquinas y escaleras entre otras, ha puesto en la mira las condiciones laborales y económicas del trabajador bangladesí, así como también los perversos beneficios de las multinacionales textiles. De acuerdo a la ONG europea Campaña Ropa Limpia “el costo salarial para fabricar un pantalón jean de 130 dólares en Asia no supera un dólar”. El desmedido afán de lucro tiene aquí un sustancioso caldo de cultivo.

La tragedia del 24 de abril ha dejado más de 1.000 muertos y muchos de los heridos han tenido que sufrir amputaciones por las profundas heridas ocasionadas. Los obreros textiles han recibido otro fuerte agravio. Esta es la gota que colma el vaso de una actividad caracterizada por las condiciones subhumanas en las que trabajan (muchos centros laborales solo tienen una sola puerta, de ingreso y salida, para tener un mayor control hacia los trabajadores) y sus míseros sueldos que oscilan entre 38 y 50 dólares. Es menester recordar que hasta el 2010 el sueldo era de 21 dólares. Las jornadas laborales son de 54 horas semanales y algunas fuentes declaran que un obrero textil puede llegar a trabajar 15 horas diarias, sin, por supuesto, recibir pago alguno por las horas extra.

El escenario es muy crudo y devastador. Bangladesh tiene una población de 128 millones de personas. El rubro textil, el más fuerte de su mercado, representa el 80% de sus exportaciones; Los ingresos netos de esta actividad económica llegan a los US$ 20.000; y da trabajo solamente a 4 millones de personas. Bangladesh, uno de los países más pobres del mundo, es una plaza indistintamente atractiva para multinacionales de la ropa, ávidas por obtener jugosas ganancias. Las ventajas comparativas, tan celebradas por el dogma neoliberal, en este país asiático son las de tener a una población sumida en la pobreza que busca desesperadamente un trabajo para sobrevivir.

La élite política, ganada por la corrupción y una pútrida vocación lucrativa, está conformada por dos decenas de los dueños de las fábricas textiles, las cuales en el territorio bangladesí llegan a 5.400. De esta forma, las pretensiones por cambiar el régimen laboral se choca con la negativa de un poder legislativo ensoberbecido por el verde papel. Sin embargo, que se cambien las reglas del juego sería una victoria pírrica para el pueblo bangladesí. Los reducidos pagos a los obreros textiles en el continente asiático ocasionaría solamente que las multinacionales empaquen sus maletas y se trasladen a otro país a aprovechar esas ventajas comparativas odiosamente injustas.

La tragedia de Daca ha puesto en un dilema a las multinacionales. A unas, de pronto, les ha dado por denunciar el estado de cosas existente que devendría en apoyar fuertemente políticas de seguridad de infraestructura. Otras, a la vista de que sus relaciones contra los mercaderes del hambre ya no son pasadas desapercibidamente, evalúan cambiarse de vecindario. Tienen una reputación mellada.
Los del primer grupo donan dinero al gobierno para que este apoye a las fábricas en su implementación de medidas contra incendios. Asimismo, academias de salud y seguridad laboral son una de los ejes donde trabajan principalmente multinacionales como Gap, Primark, Loblaw y Walmart.

Las auditorías laborales, que sirven para fiscalizar las condiciones laborales en las fábricas, claramente no han servido de nada. Con un sencillo “compra-venta” entre auditores y empresarios, las auditorias, que para muchos de sus críticos consisten en rápidos formularios, estos mecanismos no han sabido resolver los desastrosos estándares laborales. Esta iniciativa, que compete al gobierno, ha hecho que las multinacionales se decidan más por la ayuda monetaria independiente que prestan. Esta particular responsabilidad social consiste, a juicio de los actores laborales, en la reproducción de videos tutoriales y clases de seguridad. Ineke Zeldenrust, de la Campaña Ropa Limpia considera así esta actividad: “Los trabajadores necesitan una solución rápida. Esta falta de una acción inmediata y contundente para afrontar este tipo de problemas equivale a una negligencia criminal”. Y es cierto. De concretarse estas medidas sería como que el embaucado trabajador textil trabaje en un lugar “segurísimo” manteniendo esos sueldos de miseria. Por lo pronto, es poco lo que se le puede exigir a estas empresas. La OIT, sin embargo, en los últimos días está realizando negociaciones con las multinacionales y miembros del gobierno para mejorar los estándares laborales. Empresas como Zara, Benetton, H&M suscribirán el documento.

La sindicalización y la negociación colectiva pertenecen al mundo de la fantasía en Bangladesh. La OIT denuncia que se introduzcan entre el plano de reformas y se espera que así sea. Del mismo modo que organismos multilaterales vean que este tipo de realidades no pueden seguir reproduciéndose. El capitalismo más brutal ha hecho otra aparición.




Fuentes: ABC, El Comercio, Rtves, El Mundo, Centro de noticias ONU

15.05.13

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