martes, 7 de mayo de 2013

Eh, Chino, tanto por decir… Feliz CUMPLE!!!

Abue, han pasado diez años de que nos dejaste. La potente carcajada que te mandabas sigue sonando ruidosa y alegremente en nuestros corazones, produciendo en cada quien que lo recuerde una entrañable satisfacción. Esa poderosa y contagiante risa nadie me la quita de la memoria. Te cuento que cada que río, y eso es muy rara vez, hasta me sale una igual, casi igual, pues como la tuya ninguna.


Recuerdo cuando tomábamos un colectivo (ahí en que aprovechabas, pícaro tú, para hacerle la conversa a cualquier linda señorita. Empezando por temas de coyuntura hasta arrancarle sonrisas por temas triviales), esos de los que ahora ya no pasan, para irnos de polo a polo, que es lo mismo decir que nos íbamos al Callao, a que hagas algún trámite en instituciones de la marina cerca al Real Felipe, o al Centro, donde por las calles de Colmena alguna vez nos sentamos, junto a mi abuelita, en una banquita donde, si no me equivoco, fue el Ministerio de Marina. Ahí, despidiendo a la modestia, reconocías que fuiste secretario de un alto cargo de ese lugar. Ahora el mismo sitio, te cuento, cobija a funcionarios del Poder Judicial, en un considerable esfuerzo –ojalá no me equivoque- por ir descentralizando eficazmente los ambientes de ese poder del Estado.

Los chifas, el pollo a la brasa, el tacacho con cecina, las largas conversaciones que te mandabas con tus amigotes allá en el barrio de Cipreses, más exactamente en la tiendita de la señora Rosa. Ahí dabas rienda suelta a tus encantos, a tu vivacidad, a tu historia de hombre; y eso te alegraba. Una Coca-Cola para tu acompañante, que era yo, o un rico pie de manzana hacían que olvide el guardado aburrimiento que era estar ahí en medio de tanto adulto. Aunque eso pertenece a la anécdota fue un bonito recuerdo de cuanto viví contigo. Debo decirte, abue, que desde que te fuiste ya no voy a la  tiendita; no me lo explico muy bien. Quizá se deba a una suerte de cuidado, a una extraña evasión que me impide ir ahí. Todo es cambio, claro está. Probablemente por eso no voy… porque quiero que el recuerdo de lo que allí aconteció esté intacto.

Desde hace un año, abue, estoy arrasando con el periódico. Si antes sufría con leer apenas una columna (en ese entonces inconmensurable para mí), con el acuciante fin de que me dejes ver las jocosas correteadas que se mandaban el coyote y el correcaminos en aquel televisor potón que se manejaba con un gran botón (Vichonni la llamabas tú); hoy, abue, le doy vuelta y media al periódico. Protegiéndome la nariz o guardando un poco la compostura ante noticias degradantes o columnistas retrógrados que solo crean en el egoísmo y en sus únicas verdades. Hoy los medios de información de información solo tienen el nombre  pues no informan nada y se dedican más que todo a verter mierda- discúlpame la palabra-en las cabezas de las personas. Es toda una batahola, un regresivo fenómeno mundial.

El énfasis lector que tengo, tan alimentado por mi viejo como por ti (¿recuerdas la torta de chocolate por los 100?), derivo en que me entusiasme mucho el periodismo. Hasta incluso pensé en seguir la carrera, pero el autodidactismo está triunfando. Las mejores aulas de periodismo están en las calles.

Ya no escribo rimas como antes, pero eso no es motivo para celebrarte y agradecerte cada buena cosa que me sucede (las triunfos del cuaderno amarillo son exclusivamente nuestros). Aun más, escribo una que otra columna, reconocedor de que todavía estoy en pañales, y colaboro como “freelance” en una página web. Voy de libro en libro sobre cultores del periodismo para coger técnica, sé que pronto daré el salto.

Hace poco salí de un problemón (un proooblemón) que me tenía fuera de foco. Lucho por ser otro, abue. Recordando que te hiciste solo, al igual que mi abuelita, me motivo para ser más. Me he propuesto cambiar para bien, y ya he tenido signos de avance. Tú me entiendes, estás a mi costado. Todos tenemos caídas a nuestro modo, pero ahí, ahí nos levantamos. Siempre estarás a mi lado. Agradezco a la vida por haberte puesto a mi lado, no te defraudare.

Cierro esta carta (que fue inspirada por una similar de mi agraciada y eternamente bella Tía Flor) con una canción “Mi viejo San Juan”, que te gustaba y que hace unos días la escuché mientras limpiaba la casa. Aprovecho para ir a la memoria y recordar cuando te ponías en la sala a escuchar la buena música del ayer: tus boleros, tus valses. Abuelo, que Dios te tenga en su Gloria. Nos volveremos a ver, definitivamente.
El mundo, balón al pie, es nuestro.


Te quiere,

Agu
Pd: la familia está saliendo adelante. No hay de qué preocuparse. Tate’, tranqui’. Aunque eso es pedir lo obvio

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