Recuerdo cuando tomábamos un
colectivo (ahí en que aprovechabas, pícaro tú, para hacerle la conversa a
cualquier linda señorita. Empezando por temas de coyuntura hasta arrancarle
sonrisas por temas triviales), esos de los que ahora ya no pasan, para irnos de
polo a polo, que es lo mismo decir que nos íbamos al Callao, a que hagas algún
trámite en instituciones de la marina cerca al Real Felipe, o al Centro, donde
por las calles de Colmena alguna vez nos sentamos, junto a mi abuelita, en una
banquita donde, si no me equivoco, fue el Ministerio de Marina. Ahí,
despidiendo a la modestia, reconocías que fuiste secretario de un alto cargo de
ese lugar. Ahora el mismo sitio, te cuento, cobija a funcionarios del Poder
Judicial, en un considerable esfuerzo –ojalá no me equivoque- por ir descentralizando
eficazmente los ambientes de ese poder del Estado.
Los chifas, el pollo a la brasa,
el tacacho con cecina, las largas conversaciones que te mandabas con tus
amigotes allá en el barrio de Cipreses, más exactamente en la tiendita de la
señora Rosa. Ahí dabas rienda suelta a tus encantos, a tu vivacidad, a tu
historia de hombre; y eso te alegraba. Una Coca-Cola para tu acompañante, que
era yo, o un rico pie de manzana hacían que olvide el guardado aburrimiento que
era estar ahí en medio de tanto adulto. Aunque eso pertenece a la anécdota fue
un bonito recuerdo de cuanto viví contigo. Debo decirte, abue, que desde que te
fuiste ya no voy a la tiendita; no me lo
explico muy bien. Quizá se deba a una suerte de cuidado, a una extraña evasión
que me impide ir ahí. Todo es cambio, claro está. Probablemente por eso no voy…
porque quiero que el recuerdo de lo que allí aconteció esté intacto.
Desde hace un año, abue, estoy
arrasando con el periódico. Si antes sufría con leer apenas una columna (en ese
entonces inconmensurable para mí), con el acuciante fin de que me dejes ver las
jocosas correteadas que se mandaban el coyote y el correcaminos en aquel televisor
potón que se manejaba con un gran botón (Vichonni la llamabas tú); hoy, abue,
le doy vuelta y media al periódico. Protegiéndome la nariz o guardando un poco
la compostura ante noticias degradantes o columnistas retrógrados que solo
crean en el egoísmo y en sus únicas verdades. Hoy los medios de información de
información solo tienen el nombre pues no
informan nada y se dedican más que todo a verter mierda- discúlpame la
palabra-en las cabezas de las personas. Es toda una batahola, un regresivo fenómeno mundial.
El énfasis lector que tengo, tan
alimentado por mi viejo como por ti (¿recuerdas la torta de chocolate por los
100?), derivo en que me entusiasme mucho el periodismo. Hasta incluso pensé en
seguir la carrera, pero el autodidactismo está triunfando. Las mejores aulas de
periodismo están en las calles.
Ya no escribo rimas como antes,
pero eso no es motivo para celebrarte y agradecerte cada buena cosa que me
sucede (las triunfos del cuaderno amarillo son exclusivamente nuestros). Aun
más, escribo una que otra columna, reconocedor de que todavía estoy en pañales,
y colaboro como “freelance” en una página web. Voy de libro en libro sobre
cultores del periodismo para coger técnica, sé que pronto daré el salto.
Hace poco salí de un problemón
(un proooblemón) que me tenía fuera de foco. Lucho por ser otro, abue.
Recordando que te hiciste solo, al igual que mi abuelita, me motivo para ser
más. Me he propuesto cambiar para bien, y ya he tenido signos de avance. Tú me
entiendes, estás a mi costado. Todos tenemos caídas a nuestro modo, pero ahí,
ahí nos levantamos. Siempre estarás a mi lado. Agradezco a la vida por haberte
puesto a mi lado, no te defraudare.
Cierro esta carta (que fue
inspirada por una similar de mi agraciada y eternamente bella Tía Flor) con una
canción “Mi viejo San Juan”, que te gustaba y que hace unos días la escuché
mientras limpiaba la casa. Aprovecho para ir a la memoria y recordar cuando te
ponías en la sala a escuchar la buena música del ayer: tus boleros, tus valses.
Abuelo, que Dios te tenga en su Gloria. Nos volveremos a ver, definitivamente.
El mundo, balón al pie, es
nuestro.
Te quiere,
Agu
Pd: la familia está saliendo
adelante. No hay de qué preocuparse. Tate’, tranqui’. Aunque eso es pedir lo
obvio
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