La punta del tenedor intenta
ensartar un pedazo de carne que brega por no ser tragada. “Ven, ven, carajo,
ven”. Pero la carne no es ensartada. “Maldito tenedor. Qué tenedor… ni siquiera
debí de haber venido aquí. Ayy… qué habrá cocinado Juancha. Lomito…”.
-Oe, ¿no comes,no?-pregunta
Rosaldo viendo con temeridad la carnecita jugosa y con sus dedos de oyuco muy
cerca a ella.
-¿Ah…? ¿Qué…?
-Fuiste-y la carne no es
ensartada, sino tocada por los dedos de oyuco. La carne finaliza en la boca de
Rosaldo ante los ojos absortos de Tiberio. Este despierta de su libre albedrío
y piensa nuevamente en su angustia: cómo hacer que las universidades públicas
tengan la dicha de tener una buena biblioteca como la que él goza en su actual
casa de estudios.
-Cholo, ¿te imaginas? Tremendos
salones para todo el mundo, ¡y gratis! ¡Todo gratis! Todo pagado por el Estado.
¡Fabuloso! –esta última palabra la dice muy risueñamente con la cara apoyada en
la mano derecha, al estilo del poeta Vallejo.
Tiberio no se interrumpe:
-Puta, los chibolos podrían leer
de todo, todo. Ficciones, geografía, psicología, humanidades, historia, cómics,
libros de fotos, hay uno de porno para los que son como tú, pucha, ciencias
sociales, crónicas, periodísticos, fábulas, poesía, teatro, e-co-no-mía
ufffffffffff… ¡tantas cosas! ¡¡¡Tantas cosas que ayudan y, nosotros, putos
privilegiados, solo tenemos en este país!!! ¡Ta que me siento mal huón!
-Ayy… ya empezó con su rojada –dice,
levantándose de su sopor Marita.
-¡Calla oe care’mpanada! –revienta
cual volcán Tiberio.
Rosaldo se mata de risa. Volviendo
en sí le dice a Tiberio:
-Puta es verdad… -y mira los
fideos rojos que, ellos sí, quieren estar bien guardaditos dentro de un ser
humano.
-Sí, causa. Cuántas veces de una
bajoneada ir a la biblioteca me ha salvado de buenas, ¡cuántas! Puta si no
hubiera accedido a un buen libro de Saramago, a una citita de Roque Dalton o si
quiera a la introducción de algún libro de Unamuno (¡bárbaro el tío!), ¿dónde
estaría yo? Ahora, ahora, imagínate los chibolos de San Narcos, de, puta, de la
Alas Peruanas, ¡locazo! ¡Ni qué decir de los del cerro Camote! ¡Qué cólera
conchasumare!
Tiberio levanta los brazos, se
exalta, los ojos se le desorbitan del enojo, todo es muy rápido y ya no hay más
bebida de sobre para calmarle la sed. Rosaldo y Marita lo ven con misterio. Marita
piensa para sus adentros: “¿y a este que bicho le picó?”.
-Puuuuta… -atina a decir Rosaldo
únicamente.
Tiberio ve el desinterés de sus
amigos. Su inicial gesto risueño pasa a ser uno desgastado, abatido. Tiberio
vuelve a su anterior ensimismamiento, como lo hace un guerrero después de una
batalla, solo, despacito, a curar heridas.
Pero todavía hay gasolina:
-¡La pucha, tíos! ¡Ahora querer
que todos compartan una universidad como la de nosotros me hace Rojimio
Zeballos! ¡La pucha, eh! ¡Son todos unos bestias! ¡Bes-tias!
Se para y se va.
-Oiga, la cuenta-le grita el mozo atento a todo.
-Que la pague ese huevón que me
debe 10 lucas-dice señalando a Rosaldo y se va refunfuñando.
07-08-14
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