“Es una lástima no verla. A
kilómetros está. Creo que ya no la volveré a ver…”. Rocko husmea las plantas, algunos arbustos. Su nariz no le teme a la malograda
planta de espinas, pasa por ella y riega la planta con animal sentido. El perro
rasga el pasto con la pata y sigue su camino oliendo como si tratara de
detectar un tesoro o la presencia de un enemigo de su raza.
Vuelvo a pensar en ella, en esos
quince minutos que tengo para el perruno amigo que ella conoció aquí y para
caminar un rato. La calle está vacía. Cuando pasan los carros, se siente el
paso de los neumáticos con la garúa. Es un sonido húmedo y rápido, como cuando las olas llegan a la
orilla, besan las piedras y retornan a la masa marina.
Me dan ganas de soplar, siento
mis pulmones hinchados y boto el aire, aguijoneado por algo interno.
Una bocanada de fuerza
transparente se aleja de mí, mueve los cables de los postes y la propaganda
electorera amarilla es volteada, volviéndose imperceptible. La bocanada
prosigue hasta llegar a la atmósfera para combatirla. Yo quedo atónito pues a
lo mucho le soplo desde mi asiento lector a Rocko y sus orejas ni se mueven,
incluso cuando es mi cumpleaños necesito de dos o tres sopladas para fulminar
la llama de la vela interrogante. Me sorprendo he dicho. Por eso sigo sopla que
te sopla por la idea que se me ha cruzado.
Mi esfuerzo va rindiendo frutos.
Rocko ni me mira, solo ha caminado un poquito más rápido pues el aire que sale
de mí pronto se vuelve helado.
El aire exhalado forma un
conducto arremolinado de sólida consistencia. “Ta huevón”, me digo mientras
soplo como el lobo del cuento. Algunas avecillas se desorientan por el canal de
aire formado. Su bandada se desordena. Paro por segundos al ver que he golpeado
con mi soplo a una que se desvía notoriamente. El soplo y mis cachetes inflados
continúan pues el ave se ha recompuesto y se pliega a la banda. Escucho unos
graznidos. Debe de recordar a mi madre.
En lo alto, ni siquiera los del
instituto Senamhi lo han podido prever. Allá en el cielo se ha formado un
círculo por el soplo que despeja. A su alrededor hay niebla aburrida, un manto
muy oscuro que no tiene nube alguna. En mi círculo no. Hay nubes sí, pocas y
distantes, pero también hay estrellas. Cinco o seis que están encantadoramente
dispuestas. Son puntos que brillan mucho y de cuando en cuando tintinean. Sigo
soplando pero reduciendo la fuerza, hechizado por lo que he hecho.
Rocko me jala, quiere llegar
pronto a un arbusto para dejar o recibir un mensaje, eso no lo tengo claro. Le
digo que espere. Como no hace caso,
impongo mi principio de autoridad y cojo con firmeza la soga. Él siente la
advertencia y obedece para que su cuello no moleste.
Más tranquilo, me siento en el
murito del jardín de la ciclovía observando el fenómeno que cualquiera diría
como meteorológico o producto de los ovnis. Qué bueno que en este domingo por
la noche la avenida esté vacía y el vigilante duerma, sino las habladurías
incumbirían la visión. Dentro del círculo, hay sosiego y limpieza. Las
estrellas están como deberían estar y el firmamento es de un azul marino muy
nítido. Si se le agregase la luna sería fantástico, pero el calendario dice que
para el siguiente mes. No importa igual. Esta noche hay cielo verdadero y
estrellas. Por ráfagas, ella.
Entiendo que el can debe seguir.
Él y yo. Miro las contadas estrellas por unos segundos, recuerdo un paisaje
serrano, este, sin círculos de defensa a su alrededor, sino de cielo pleno, de
estrellas abundantes y con montañas grandes debajo de ellas y de él.
La presión de la contaminación
limeña va reduciendo el radio de mi círculo. Ya no son cinco o seis, ahora se
ven tres, dos. Soplo con fuerza, quiero despedirme. La niebla se repliega, la
esfera se extiende por momentos y aparece de nuevo el sexteto estelar. Recuerdo
que le gustaban las estrellas, los pendientes del cielo; también la luna en sus
diversas formas.
Rocko, impaciente, me jala. Debo
de hacerle caso. Ahora sí me despido y mi aliento cede.
Cecilia desde lo alto ha sido
vista. Creo que pude comunicarle mis deseos. Siento desde dentro de mi corazón
que sí, que en estos momentos, esté donde esté, se toca el dedo anular y mira
su anillo rojizo, decorado con estrellas y lunas.
La veo sonreír.
18-08-14
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