viernes, 15 de agosto de 2014

Del papel al corazón (o viceversa)



Esta historia me la contó Andrés el día que nos vimos por última vez. Se iba a Colombia a ver cómo era la vida por allá al término del semestre universtario. No en avión ni en bus, sino en camión, tirando dedo. Sus ojos verdes y su piel y cabellos claros, me dijo, le ayudarían. “Puede sonar racista, pero… ¿y qué hago?”. Fue un comentario atinado, propio de un poeta-mochilero.

-Soy todo oídos, causita-le dije-. Lanza.

Su cara cambió de inmediato. Al tacho el problema de su pasaporte perdido ni de su celular sin señal. Andrés sabía que debía contarlo. Si no, explotaba. Yo lo entendía.

-Compare, compare- achinó los ojos de una forma extraña-. Compare, fue hermoso, hermoso- y me puso el brazo izquierdo encima del hombro. Sentí todo su peso encima.

-Ya, peeee, habla oe-le dije para que me cuente.

-Loco, fue hermoso –sacó su brazo de mi hombro, se pasó la mano por la cabellera, miró al cielo o a Stefania que entraba a su casa y sonrío-. Fue hermoso.

-Yaaaaaaaaa, oe –y lo empujé-. ¡Cuenta!

Reaccionó.

-Salimos, pes.

I

Quedamos el lunes en salir. ¿Cómo? No me lo creerás. Ella está haciendo un trabajo de investigación sobre cómo los centros médicos afectan la… la nosequé de no sé cuál comunidad. Ya, justo yo tenía un librito sobre eso. Y le dije una semana atrás que se lo daría. El lunes en mi casa, cansado de la universidad, estaba en mi cama. Y, pues, se me vino a la mente algo, así todo muy loco. Primero probé los lapiceros que tenía en el cuarto. Ninguno funcionaba, salvo un lapicito con punta. Fui a la sala y cogí un lapicero rojo. Volví al cuarto y me senté. “Con la fe”. “Sí, con la fe”, me dije. Hice un trazo por aquí, otro por allá. Lapicito por acullá. Listo. “¿Sí o no…? Ya que chucha, total…”.

-Tengo tu libro, eh- le dije cuando me la encontré antes de ir a clase.

Ella me miró con esa sonrisa tan hermosa que tiene y esos ojazos idílicos. Pero luego posó sus ojos en mi oreja.

-¿Y eso, wey?-preguntó sobre mi nueva adquisición corporal: mi arete.

-Sexy, ¿no? –dije para salvarme del pavor de no saber qué decirle.

Una risa logré arrancarle. “Te veo en clase”, me dijo y subió. “Soleee...”, pensé. Salí del baño, en dos zancadas hice los 9 escalones y entré al salón. El tema, aburridísimo, hizo que le haga el habla a Renzo, un tipo con el carisma de un cubito de hielo que no se afeita desde hace cuatro meses. Paso rápida la clase: 5:53 p.m. Mis manos sudaron. “¡¡¡Respira!!!”.


-¿Y el libro? –preguntó Sole, al pasar por mi costado, con su bolso negro, al término de la clase.
-Ahh… ahorita te lo doy. Vamos, yendo-le dije “apurado”.

En realidad, no recuerdo nada de la conversación. Bajamos los escalones y, aunque estoy enamoradísimo de ella, quería deshacerme de ella (en un sentido figurativo, claro).

-Sole, aquí está el libro –le dije y le di el pequeño volumen de un investigador de apellido raro: Schyblezki. Calculadoramente, el libro espiralado tenía por tapa y contratapa las mitades del libro-. Chau, eh-y le di un beso apurado a esa bella mujer que lleva por nombre Soledad.

Me encontré con un amigo. Le dije que iría al Centro. “Vamos”, me dijo. “Vamos, pues”, le respondí. Fui al baño, al regresar él se despedía de unas amistades. “Apurate, pe”, mandó.

-Soy un huevóooooooon-exploté.

-¿Qué pasó?

Le conté que me amisté con Sole después de casi tres o cuatro semanas de no hablar, de saber que ella me extraña, según me confesó aquel lunes cuando me encontró en la avenida y me abrazó y me dio un beso firme en el cachete que me dejó colorado. Y que por todo eso me vino un pensamiento loco: amorcito, 
corazón.

-¿Qué?

-Huevón, ¡le dibuje un corazón! ¡Un corazón y dentro nuestros nombres! ¡Lo hice!-dije entre extasiado y derrotado, recordando aquella fatídica hora en que, como un niñito, me puse a hacer ese dibujito infantil que inmortalice y haga ver mi amor por ella, mi locura toda.

Mi amigo, el chino Sosa, no se la creía.

-Ay, eres un huevón –me dijo con su peculiar forma de mandarme a volar-. Ahora, huevón, pensará con mayor fuerza de que eres un niñito.

-Puuuta, sí –le seguí-. Pero, no sé… ya qué chucha… si ya se va…

El chino me miró con reprobación de amigo y me dijo: “vamos, nomás”, en referencia al destino mutuo.
Como ocurrió media o cuarenta minutos atrás en clase, no prestaba atención a lo que decía. Le hice una pregunta sobre marxismo, clases sociales, sobre si el concepto está delimitado o no, el por qué de su uso, etc. El chino, que tira de estos temas, me desasnaba. “Ahh”, decía yo. Pero como no quería hacer la del chico que aprende de otro de su misma edad, intentaba joderlo con preguntas que él, maldito él, respondía, si bien después de meditarlas un rato.

-Entonces, quiérase o no, la situación socioeconómica condiciona la subjetividad del individuo pero –enfatizó- no la determina.

“Suena razonable”, pensé.

-Pero, loco, hay que averiguar más de estos temas, profundizar. No debemos quedarnos aquí, sino ver qué cambios hay. Tú sabes, pues. No debemos guiarnos por los manuales esos que dan en clase. Me revienta lo que hace Bossio…

-Sí, men, es pura mierda-le dije-. Hay que hacerle caso a Yuntay y cagarlo en la asamblea de estudiantes.
-Putaa… -me quitó la mirada- no creo en esas cosas…

-Pero, loco, si… Suave,-vibró mi bolsillo- mensaje.

Cogí el celular, lo desbloquée y vi el destinatario. Mi corazón quería salirse de mi pecho, sentí un escalofrío en las mejillas que bajaba por el cuello, golpecitos en el abdomen, los ojos se salían de sus órbitas: ¡¡¡Era Sole!!!

-¡¡¡Compaaaaaaaaare, compaaaaaaaare, Soleeee!!!

-¿Quéeee? ¡O, huevón!

-¡¡Aaaaaaala mierdaaa!!

-¡Léelo, léelo!

Yo estaba muerto de felicidad, emociondísimo.

-Puta, ¿me habrá cagao’?

-Ja,ja, nicaa…

Yo

“jajaja ksi m da un ataque al ver el corazón jeje la clase me mira y se pregunta xk se rie esa loca jajaja stas lokoooo!!!”

A mí me dio igual que en el siguiente paradero se suba todo un equipo de fulbito. Con gallos y todo, me puse a cantar una ranchera o una canción de Los Enanitos Verdes. Feliz, feliz de toda la vida y abrazando como si estuviera borracho al chino.

-¿Y a ese qué le pasa? –preguntó un aventao’-.

El chino Sosa, contento, le dijo:

-Ja,ja,ja. ¡Le han parao’ balón, al hombre!

-Soy un papi-fue lo que le dije tarareando.

29-06-14


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