En las próximas horas o días
revisaré mi cuaderno o hablaré con algunos compas de clase. Antes de eso
quisiera dejarle una reflexión interesante que surgió en la práctica de hoy del
curso de Antropología Política.
No recuerdo cómo pero desde la
Polinesia de inicios del siglo XX terminamos en plena y bullente actualidad
política. El vínculo entre ambas temporalidades era la del intercambio de
presentes, bienes o relaciones. En la Polinesia le llamaban el kula y lo que se
trasladaba de persona en persona era el don, bajo el subterfugio del hau, una
especie de valor que el objeto tiene y que hace que retorne a su dueño – de un
circuito básico de tres personas-. El kula, además, organizaba a la sociedad.
La institución del kula evitaba que la sociedad entre en conflicto dada la
obligatoriedad de la entrega de dones y la constitución de relaciones sociales.
El hau devuelto además restringía la posibilidad de que el donatario tenga una
posición eminente de poder y por eso devolvía el presente. Moralmente, en las
tribus que formaban parte del kula, acumular poderío, limitar la circulación de
bienes era algo inmoral.
De acuerdo con esto, y del cual
se desprende la oración con que inicié estas líneas, quien dirige la práctica
comenzó a hablar sobre el Estado peruano y la falta de ciudadanía que tienen
quienes habitamos Lima (no me animaría a hablar de otras regiones aunque sé que
también están hasta el perno).
La forma moderna de organización social, el Estado y su contrato social, se abastece
supuestamente de impuestos. Pero en una realidad como la peruana, en la que se supera el 70% de
informalidad, ¿cómo recabarlos? ¿Cómo hacer obra pública? De inmediato saltó a
la vista el recurrente tópico que repercute en fechas electorales: “roba pero
hace obra”. ¿Realmente le duele a la gente cuando un político roba? ¿Afecta sus
bolsillos? El estimado de informalidad haría pensar en que no puesto que hay
mucha gente que está al margen en materia impositiva.
Dado esto, los hechos indicarían
que como no afecta el bolsillo del informal (¿De hacerlo tendría efectos?
¿Ellos, los informales, que desde los setenta son el tema carnecita de las
ciencias sociales como aliciente del crecimiento económico, como muestra clara
de la crisis de los partidos políticos por la incapacidad de estos de
representarlos?), a estos no les molesta que un político haga obras y robe.
Sería lo mínimo que se espera en una arena política sin programas de largo
plazo y en la que la desesperanza por la que se haga algo cunde. Entonces… “que
haga obras, normal que robe. Total…”. Mientras tanto los individuos hacen lo que quieren porque no hay quien fiscalice, no hay programas. Lo que hay es inmediatez y miras cortas. También hay "emprendedurismo" o un individualismo atroz.
Si el filósofo Hobbes hablaba de que se pasa de un estado de naturaleza (caos supuestamente) a otro en el cual el Leviatán administra el uso de la fuerza para regular la sociedad, somos testigos que en pleno siglo XXI los atropellos de la Orión dejó descalabrado el viejo sueño del ciudadano con derechos y responsabilidades.
Otra pregunta aparece: ¿y cómo se
llenan las arcas del Estado? A todo esto la inversión privada sería la respuesta.
Roxana Barrantes, economista y quien lidera actualmente el Instituto de Estudios
Peruanos (IEP), ha dado un dato muy preciso sobre el acontecer económico
nacional: 200 empresas son responsables del 60% del PBI. Si agregamos nuestra
fuerte dependencia a la exportación de minerales, se entiende perfectamente el
irrestricto apoyo que se le da a las mineras, también a otras grandes empresas.
Se comprende la existencia de lobby’s.
Este análisis en particular, que
toma la tasa de informalidad y el pago de los impuestos en el Perú como modo en
el cual se va escindiendo las relaciones formales, llamémosle “adecuadas”,
entre ciudadanos y Estado devendrían, como sucede, en relaciones más
personalistas, en donde la corrupción sea el modus operandi por excelencia.
Llevándolo al lado del “don”, del
“kula”, vemos que no se cierra el círculo de reciprocidad que sí se establecía
en los tres actores polinesios. Puede que sí desde las altas esferas: te pago
tu viaje a Punta Cana y me das un contrato. Desde el lado en que nos importa,
naturalmente no: los servicios que brinda el estado son pésimos porque… ¿no
pagamos debidamente nuestros impuestos? ¿Son escasos los contribuyentes?
Ahora bien, sería iluso pensar
que reduciendo los impuestos, la informalidad desaparecerá y tendremos
relaciones con el Estado, ese ogro que hipotéticamente nos daría los servicios
que todos necesitamos, más desarrolladas y positivas socialmente hablando. No
obstante, el planteamiento de esta opción, considero, muestra otro marco del
asunto, de la complejidad evidente que existe, que debería ser analizado para
establecer soluciones eficaces para los problemas actuales.
28-08-14
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