Era apenas un chiquillo y no
estaba acostumbrado a las exigidas formalidades de salón. Mucho menos a estar
acompañado con niños de mi edad, que era siete si mal no recuerdo, que ni
conocía. Generalmente la pasaba en casa o en las pistas cercanas. Al compás del
juego de turno. Estaba en ese salón-decía-, quieto como los demás niños, con
una curiosidad limitada pues no nos conocíamos y habían adultos que con la
mirada y el porte ordenaban quietud(Tan pequeños y ya con respeto a la
autoridad). De pronto, de todo ese molesto silencio para nuestras infantiles
humanidades, alguien rompió al llanto. No solo eso: se tiró al piso a dar
pataletas. Era un chico que no soportaba la angustia de estar sin su madre e
hizo lo que hizo. No se le juzga para nada obviamente. Pero del incómodo
momento por el que pasábamos los que nos quedábamos sentaditos pasamos a ser
atónitos testigos de esa característica escena de infancia.
Esa es la imagen que tengo de los
exámenes de ingreso para las escuelas. Si bien a mí me fue y me vino, creo que
a los demás chicos les genera situaciones incómodas. Nunca traumantes, pero sí
incómodas. Traigo este recuerdo a colación por la reciente medida adoptada
desde el Ministerio de Educación, la cual elimina la evaluación de ingreso en
la educación inicial y primaria. La razón es evitar justamente eso situaciones
incómodas, a la vez que “fomentar” eso que dicen educación universal.
De otra manera no se entiende
sino que se exima de este reglaje a los pequeños que ingresan al sistema
educativo nacional y particular. Además de lo innecesaria porque los niños de
temprana edad no tienen conocimientos fraguados, ni la edad propicia para dar
este tipo de exámenes (más que todo generarían fatiga, desinterés, ansiedad
autogenerada y desde el entorno, siguiendo a la Directora de Educación Inicial
del Minedu, Vannety Molinero Nano), considero que los únicos favorecidos con
este este examen son los bolsillos de los directores de las escuelas que crecen
por el cobro de los mismos. Camuflados en una búsqueda de la excelencia
académica, estos mercaderes de la educación siguen haciendo de las suyas.
Quizá sea apresurado decir cosas
como esta, pero el escatológico puesto de nuestra calidad educativa así nos lo
demanda (puesto 132 de 144 economías, según el Foro Económico Mundial).
Claramente estos exámenes que hurgan de entre la multitud de aspirantes al
alumno modelo no está dando los resultados esperados. Como si de esta suerte de
examen de ingreso se garantizara la salida de individuos hechos y derechos y
con talento propio desarrollado. Nada de eso. Más bien, pareciera que tiene el
efecto contrario.
Hay consenso sobre lo fútil de la
prueba. En lo que respecta al destinatario de las pruebas, sería mejor acudir
al entorno familiar, pues es el que más los influye, lo cual significaría otro
reto para el Ministerio. Además facilitaría criterios más confiables para
observar la estrategia de educación al alumno, afirma Vannety Molinero Nano. No
obstante lo dicho, es interesante lo que expresado por Hugo Díaz Díaz, miembro del Consejo Nacional
de Educación. El especialista en temas de educación ve en el examen un
diagnóstico para aplicar las medidas adecuadas en educación para el alumno. Él
está de acuerdo en que se prohíba el trato discriminatorio, expresado en
exámenes de conocimientos y habilidades que los niños deben –desde arriba
impuestos- tener. Pero si eso significa dejar de lado las potencialidades del
alumno que se develan conforme se conocen los resultados de la prueba de
ingreso, Hugo Díaz Díaz tiene una opinión opuesta.
Y en eso, pues, se resume esta
nueva medida del gobierno. Como se ve no es nada “relevante” si tomamos en
cuenta el estado de nuestra educación. Y si trata de que los alumnos sorteen
esos fastidiosos filtros digitados por mentes ambiciosas de dinero para entrar
fácilmente a los predios educativos, pues bueno ya vimos cómo estamos en cuanto
a nivel educacional.
Razón no le falta entonces que Patricia del
Río señale esa –siempre precisa- “balbuceante” política. Una tibia forma de que
el Minedu se vaya poniendo los pantalones para ejercer su potestad en ese tema
que le compete. De hecho que desde el Gobierno se nos dirá que este es un paso
para recuperar la autoridad perdida, un modo de ganar terreno y emprender
nuevas reformas, mas ante eso uno muestra una escéptica postura. Ver para creer.
De momento, suponemos que esta
eliminación significará un pequeñísimo alivio en los bolsillos de los padres de
familia allá por febrero o marzo. ¿Y luego qué? ¿La educación como tal cuándo?
De ahí el escepticismo que ya suena colérico.
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