lunes, 17 de diciembre de 2012

Una tibia reforma de la educación, si se le puede llamar así


Era apenas un chiquillo y no estaba acostumbrado a las exigidas formalidades de salón. Mucho menos a estar acompañado con niños de mi edad, que era siete si mal no recuerdo, que ni conocía. Generalmente la pasaba en casa o en las pistas cercanas. Al compás del juego de turno. Estaba en ese salón-decía-, quieto como los demás niños, con una curiosidad limitada pues no nos conocíamos y habían adultos que con la mirada y el porte ordenaban quietud(Tan pequeños y ya con respeto a la autoridad). De pronto, de todo ese molesto silencio para nuestras infantiles humanidades, alguien rompió al llanto. No solo eso: se tiró al piso a dar pataletas. Era un chico que no soportaba la angustia de estar sin su madre e hizo lo que hizo. No se le juzga para nada obviamente. Pero del incómodo momento por el que pasábamos los que nos quedábamos sentaditos pasamos a ser atónitos testigos de esa característica escena de infancia. 
Esa es la imagen que tengo de los exámenes de ingreso para las escuelas. Si bien a mí me fue y me vino, creo que a los demás chicos les genera situaciones incómodas. Nunca traumantes, pero sí incómodas. Traigo este recuerdo a colación por la reciente medida adoptada desde el Ministerio de Educación, la cual elimina la evaluación de ingreso en la educación inicial y primaria. La razón es evitar justamente eso situaciones incómodas, a la vez que “fomentar” eso que dicen educación universal.
De otra manera no se entiende sino que se exima de este reglaje a los pequeños que ingresan al sistema educativo nacional y particular. Además de lo innecesaria porque los niños de temprana edad no tienen conocimientos fraguados, ni la edad propicia para dar este tipo de exámenes (más que todo generarían fatiga, desinterés, ansiedad autogenerada y desde el entorno, siguiendo a la Directora de Educación Inicial del Minedu, Vannety Molinero Nano), considero que los únicos favorecidos con este este examen son los bolsillos de los directores de las escuelas que crecen por el cobro de los mismos. Camuflados en una búsqueda de la excelencia académica, estos mercaderes de la educación siguen haciendo de las suyas.
Quizá sea apresurado decir cosas como esta, pero el escatológico puesto de nuestra calidad educativa así nos lo demanda (puesto 132 de 144 economías, según el Foro Económico Mundial). Claramente estos exámenes que hurgan de entre la multitud de aspirantes al alumno modelo no está dando los resultados esperados. Como si de esta suerte de examen de ingreso se garantizara la salida de individuos hechos y derechos y con talento propio desarrollado. Nada de eso. Más bien, pareciera que tiene el efecto contrario.
Hay consenso sobre lo fútil de la prueba. En lo que respecta al destinatario de las pruebas, sería mejor acudir al entorno familiar, pues es el que más los influye, lo cual significaría otro reto para el Ministerio. Además facilitaría criterios más confiables para observar la estrategia de educación al alumno, afirma Vannety Molinero Nano. No obstante lo dicho, es interesante lo que expresado por  Hugo Díaz Díaz, miembro del Consejo Nacional de Educación. El especialista en temas de educación ve en el examen un diagnóstico para aplicar las medidas adecuadas en educación para el alumno. Él está de acuerdo en que se prohíba el trato discriminatorio, expresado en exámenes de conocimientos y habilidades que los niños deben –desde arriba impuestos- tener. Pero si eso significa dejar de lado las potencialidades del alumno que se develan conforme se conocen los resultados de la prueba de ingreso, Hugo Díaz Díaz tiene una opinión opuesta.
Y en eso, pues, se resume esta nueva medida del gobierno. Como se ve no es nada “relevante” si tomamos en cuenta el estado de nuestra educación. Y si trata de que los alumnos sorteen esos fastidiosos filtros digitados por mentes ambiciosas de dinero para entrar fácilmente a los predios educativos, pues bueno ya vimos cómo estamos en cuanto a nivel educacional.
 Razón no le falta entonces que Patricia del Río señale esa –siempre precisa- “balbuceante” política. Una tibia forma de que el Minedu se vaya poniendo los pantalones para ejercer su potestad en ese tema que le compete. De hecho que desde el Gobierno se nos dirá que este es un paso para recuperar la autoridad perdida, un modo de ganar terreno y emprender nuevas reformas, mas ante eso uno muestra una escéptica postura.  Ver para creer.
De momento, suponemos que esta eliminación significará un pequeñísimo alivio en los bolsillos de los padres de familia allá por febrero o marzo. ¿Y luego qué? ¿La educación como tal cuándo? De ahí el escepticismo que ya suena colérico.

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