jueves, 6 de diciembre de 2012

Lima no cansa de indignar.


Hemos sido testigos de esa repetitiva tara de la que constantemente hacemos gala y que a veces se constituye como uno de las prácticas en la que mejor nos desenvolvemos: la miseria humana. En esta oportunidad, la víctima fue un niñito: Adrianito.
El pequeño sufre de una enfermedad que, como se lee en los diarios, hace de su piel más frágil que la de una mariposa. Al conocerse su penosa enfermedad, se produjo una colecta pública para atender el mal del infante. Se obtuvo buena cantidad de dinero (aprox. 370 mil dólares). La operación cuesta un millón de dólares, pero en esta acomodada ciudad se logró aquello. Algo se había avanzado. Sin embargo, los miserables padres, ciegos por el dineral que tenían, destinaron parte del dinero a comprar un automóvil. Descubierta esta podredumbre moral, el padre dio la siguiente y degradada explicación: “Sí se compró ese automóvil con el dinero de la donación, pero con la seguridad y la certeza de que ese dinero va a retornar porque así me lo garantizó mi papá (acá puede entrar papi sin temor alguno) y obviamente yo confío en él”. Además de lo ensuciante que llega a ser esta declaración, la forma en que expresa esa ingenuidad de niño pequeño y de amor filial hacia “mi papá” es de lo más detestable. La combinación de torpe ingenuidad y una flagrante desatención hacia el hijo grave da como resultado esta muestra digna de un alcantarillado.  
Pero aquí no nos hemos propuesto analizar el discurso de ese estropajo al que no se puede declarársele como hombre. Más allá de que el dinero haya servido al abuelo del niño como forma de ganarse la vida, que es taxista (si eso hubiera sido cierto, se entiende completamente el proceder de Raúl  Castañeda, el impresentable. El abuelo aceptaba un dinero para el delicado estado de salud del niño.), está el hecho del comportamiento de los padres.
 Vemos pues a dos jóvenes padres con un niño en brazos. El pequeño padece un mal gravísimo pero ellos prefieren gastar en cosas que creen más importantes. Los padres más irresponsables que nunca, desestiman lo que tiene el niño. Olvidan.
Como claro signo de los tiempos, en los que nos vemos impulsados constantemente a tener y tener, padre y madre convienen en darle prioridad al carro. Se ha perdido de vista nuestras humanidades. Incluso el amor maternal, desde siempre visto como lo más fuerte y sólido, en esta oportunidad se ve mellado. La madre, sin inmutarse, aprueba la transacción. Este sentimiento consumista nos ha llevado al grado de “patear” a la sangre nuestra.
Las nuevas generaciones la tienen difícil. Un mundo cada vez más cerca a la debacle ambiental y, para colmo, la humanidad igual de próxima al abismo del egoísmo. Kafkiano.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario