domingo, 20 de abril de 2014

Las lecciones de Orbegozo

No quiero perder la oportunidad de compartirles esta grata entrevista que hace Gianmarco Farfán Cerdán a uno de los hitos del periodismo peruano: Manuel  Jesús Orbegozo. Debido a ella somos capaces de reconocer con mayores detalles el itinerario del gran entrevistador y destacadísimo reportero.

Nacido en La Libertad, Orbegozo decidió viajar a la capital del país a sus 25 años para ser periodista. En un inicio, se dedicó a voltear noticias para una emisora radial. Con el tiempo, y con el empeño que le ponía a sus notas, fue escalando de a pocos. Fue con una entrevista imaginaria que le hace a Ramón Castilla y que llegó a presentar a la revista Cultura Peruana que fue captado. Tal era la calidad del texto que Orbegozo se aseguró un contrato y un trabajo seguro. Ese fue el inicio de su labor como periodista, labor que no dejaría y a la que se dedicaría con pasión y entusiasmo.

Pasa el tiempo y recala en El Comercio en el año después de un tira y afloja con el diario de los Miró Quesada. Orbegozo comienza su travesía por el mundo con este medio y también beneficiado por un concurso organizado por las Naciones Unidas en el 68’ titulado “Turismo para la paz en el mundo”, en donde queda primer y tercer puesto gracias a sus artículos. Ocurría por ese entonces una guerra civil en Nigeria mejor conocida como la Guerra del Biafra. Entre ir a recoger el premio a Ginebra o ir a Biafra, Orbegozo decide lo segundo como buen periodista y seguidor de la noticia que es. Sus deseos son bien recibidos por los organizadores del premio que no solo le dan la oportunidad de que viaje a Biafra y a Ginebra sino a otros lugares del mundo. Orbegozo ya es un periodista consumado y viaja por el orbe cubriendo las noticias que se suscitan.

La entrevista presenta a un Orbegozo exultante e involucrado por la carrera del periodismo. Sobre la enseñanza del periodismo en particular  cuenta de cómo logro entender que este no se aprende entre cuatro paredes, sino en la calle.

En San Marcos. Dos chicos y una chica. A ver, escriban: “Ayer hubo un choque -ellos escribiendo- en la esquina de Gamarra con Suárez Vértiz. El camión, manejado por fulano y el automóvil manejado por sutano. En el choque salió herido el fulano. La policía tomó…”. ¡Hacerme una noticia de eso! Entonces, ellos se arrinconaban y en una hora me entregaban la nota. Y yo veía si hacían bien el texto. Una, dos, tres veces, a la cuarta vez ya no aguanté. Porque me di cuenta que el periodismo no se aprende en las cuatro paredes de la clase: el periodismo se aprende en la calle, aunque sea en tu esquina. Si te paras en tu esquina y ves que un cojo por ahí se cae de su carril tienes una noticia sensacional: “Ayer un cojo, fulano de tal, porque Dios es grande, no se mató”. A partir de ese momento dije: “Para afuera”. Salgo con estos tres para afuera y me iba a las esquinas, paraba en las esquinas. Yo decía: “Vamos a ver cuántas gentes pasan por acá. A ver, escríbanse una nota de eso y mañana me entregan”. Y así comencé, hasta que llegó el momento en que ya la cosa se puso grande, los chicos se dieron cuenta de que yo era un buen profesor, me gustaba enseñar, sabía enseñar, sabía lo que enseñaba -porque era un buen profesor y un buen periodista-“.





20-04-14

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