El mercado estaba lleno por esas
horas. Danae se sentía fastidiada. No soportaba aquel lugar: gente, ruido,
colas, desechos por el piso. Ella quería llegar cuanto antes a casa. Carlo,
para quien su prima era todo, soportaba estoicamente los nada guardados
berrinches de su prima.
-No te entiendo, Dana. El mercado
puede ser pero la calle es todo.
Ella se sabía su discurso. Pero
no miro a los ojos como solía hacer y le espetó:
-Carlo-dijo con gesto desencajado
y deteniendo las palabras-¿te apuras?
-No en serio. No te entiendo.
¡Mira!
Danae solo podía ver lo que se ha
dicho: gente, ruido, colas, desechos por el piso. Un escolar corriendo detrás
de otro.
-Carlo, por favor, compra lo que
mi tía ha pedido y vámonos.
Carlo sonrío. Eran diferentes, por
supuesto. Pero él no entendía cómo su adorada prima no podía ver lo que él
veía. Los estibadores hablando, muriéndose de risa, pachoteando, como se dice.
Disfrutando pese a la jornada laboral reservada solamente para los de físico
fuerte y a los que desesperadamente buscaban como sea llevarse algo a la boca.
Sonaba cumbia norteña y una señora que vendía frutas movía las caderas mientras
depositaba en una frágil bolsa el kilo de mandarinas que remataba a solo un
sol. En las colas para los cajeros, un chiquillo de gorra blanca y polo azul
hacía llorar de risa a la gente con sus ocurrencias mientras, en cuclillas,
pasaba una crema saca manchas a los zapatos de los jóvenes que querían lucir
bien con el objetivo de que le compren su producto. Un grupo de cinco o seis hijos improvisando un arco con las cajas de
aceite y una pelota hecha de papel asegurada con cinta adhesiva sobrante de una
librería de por ahí. Nada, él no entendía. Sin ser de esos optimistas tontuelos
que andan por ahí, Carlo veía la energía de ese entorno. Un poco sumergido en
la informalidad y el desequilibrio pero, pese a ello, con energía.
De golpe dijo:
-Yo he estado aquí antes.
-¿Ah?
-Sí, sí. Me has hecho acordar.
-¿Qué cosa?
-Vine hace como dos o tres años.
El mercado estaba igual de lleno. Incluso más. Creo que era diciembre-se detuvo
unos segundos y continuó-Sí, era diciembre. Qué aburrido dirás tú. Mercado,
lleno completo, los villancicos que taaanto te gustan-dijo mirándola y Danae sonrió-.
Era diciembre y me comía las compras de fin de año. Estaba viendo si compraba
los cohetecillos para el tío Cacho y conversaba con un vendedor muy gordo que
estaba ubicado justo en esa esquina donde está ese patita que vende medias y
calzoncillos. Bueno, conversaba de lo más ameno con el gordo cuando le dio como
una taquicardia creo.
Danae le agarró cuerda al asunto
y comenzó a prestar más atención.
-¿Así?
-Sí, el tío se cogía el pecho, se
encerraba. Hasta se cogió de un poste. Y no entiendo pero como que caía de él. Su cara se había ensombrecido. No pude ver más porque se cubrió el rostro con la mano. Era muy loco.
-¿Tanto así? Oye qué raro, Calo.
-Sí, de veras. ¿Y sabes por qué? Por una
canción. Momentos antes pusieron esa canción que pasan a cada rato en la radio
que escucha el abuelo.
-¿Cuál?
-Mmm... Creo que me sé algo de la letra. A ver... - Y cantó, el chico cantó:
Cómo olvidar tu pelo, cómo olvidar tu aroma
Si aún navega en mis labios, el sabor de tu
boca
Cada piba que pase con un libro en la mano
Me traerá tu nombre en aquel verano.
Fuiste mía un verano, solamente un verano.
Yo no olvido la playa ni aquel viejo café
Ni aquel pájaro herido que entibiaste en tus
manos
Ni tu voz ni tus pasos se alejarán de mí…
Inexplicablemente, Carlo tuvo un
momento de inspiración. Canto con ardor, con sentimiento. Volcó todo lo que
sentía en ese momento. Era muy raro, pues generalmente Carlo era un tipo muy
reservado. Chistoso pero muy reservado. Un chistoso y reservado que sabía de
canto. Una señora colgó el teléfono que usaba, y cuando Carlo terminó, recién
dejó salir el aire que guardaba. Danae, más conmovida que sorprendida, lo
mismo.
-Chucha. ahora, entiendo al
gordo-dijo pensativo mientras retenía aquel instante-. Esa canción me hace
acordar a Fátima. Asu…
09-04-14
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