Estamos ya a mitad del año y un
inusual sol se hace presente por estos días. Anteriormente, esto sería motivo
de una sutil curiosidad, un desbalance atmosférico, pero hoy no parece ser así.
Es correcto decir que hemos tenido nuestros propicios días nublados, pero de un
día a esta parte el sol ha estado fatigando con sus rayos y desordenando las
temperaturas corporales de cada quien. Es un fenómeno poco común.
El asomo de estas líneas se
inclinan a pensar que esto se debe a una actividad que ya es por todos
conocida. El calentamiento global, el efecto invernadero, la contaminación
siguen ocasionando sus graves efectos y como consecuencia la naturaleza sufre.
En su intento de estabilizar el mundo, la madre tierra arrecia con catástrofes,
sequías, terremotos e inundaciones, entre otras muchos caóticas depuraciones.
Se la está cobrando.
Mientras tanto, las sociedades no
parecen sentirse aludidas. Cada país o grupo social viene sufriendo los
estragos de tales desastres naturales pero los gobiernos no hacen nada al
respecto. El índice de la temperatura global viene en aumento y esto se debe a
la explosiva proliferación de gases de efecto invernadero producto de la
industrialización magnificada.
Los gobiernos, en nombre del
protocolo, establecen figuras legales, compromisos pero queda claro que eso es
un rotundo saludo a la bandera. Hace unos días los poderosos países
industrializados –más Rusia- conocidos como el G8 se reunieron para debatir y
analizar el acontecer internacional. Lo más sonado del asunto fue que
disertaron sobre la salud económica de los países y los perceptibles síntomas
de recuperación; así como la inestable y trágica situación de Siria. En lo que
respecta a economía incluso esto se encuentra a la espera de pruebas fundadas
porque así no lo dicta la realidad social de los descompuestos países de
Europa. Retomando el tema, hay escasos indicios de que se haya tocado el tema
de políticas medioambientales. El tema medioambiental no es con los poderosos.
Incluso, estos instan a aplicar concienzudamente estas políticas a los países
en vías de desarrollo. Una cruel paradoja.
Tom Wolfe, del Financial Times,
postula que se elabore un plan alternativo que concilie el interés de las
sociedades por el cuidado del medioambiente sin que este se ampare en el
fatalismo del inextricable devenir ambiental. Más bien, el plan debe estar
apoyado en estrategias que sean radicalmente distintas-esto es, mejores- a las
que actualmente se usan, de modo que sean atractivas y rápidamente asumidas por
los gobiernos.
A decir de José Ambrozic, estamos
ante tres clases de ecologías: la inhumana, la antihumana y la humana. La
inhumana es la que vivimos; donde la voluntad de poder (legada por Nietzsche)
sustenta nuestras posiciones del dominio de la naturaleza; la interrupción de
la ética protestantista estudiada por Weber que dice que el esfuerzo en el
trabajo es una loa al Señor; y la muy voceada narrativa de los liberales que
refiere una vida de derechos mas no de compromiso ni obligaciones: todas ellas
nutren la vocación egoísta del hombre y el deterioro tanto del ecosistema como
de los propios hombres. Así las cosas, uno se pregunta que de sorprendente tendría la ecología antihumana. Sobre la humana, las comunidades indígenas, por dar un ejemplo, pueden darnos las mejores lecciones.
Un dilema ético, económico,
sociocultural es el que nos presenta el actual estado del mundo. De momento, motiva
saber que en determinadas partes del mundo (Turquía, Brasil, España, Grecia,
etc.) las protestas apuntan al cambio de gobiernos. No serán similares a los
movimientos sociales de otro tiempo (en cuanto a la efectividad de posible
cambio), pero es de gran reconocimiento que se opongan y actúen frente a lo
injusto.
Pd: Me vaciló el enfoque de
Ambrozic, sin embargo, revisando un poco de su vida me enteré que estuvo metido
en prácticas religiosas reñidas con la moral y, precisamente, se asemeja mucho
a las prácticas que él critica. De todos modos, se seguirá investigando.
19-06-13
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