lunes, 18 de febrero de 2013

Renuncia en el vaticano: impresiones


La gravitante renuncia de Benedicto XVI ha sacudido a la Iglesia católica en todos sus cimientos. Ha sido, en general, un golpe para la religión, y, en particular, un fuerte revés para la institución católica: la Iglesia. Naturalmente, este no es un caso de cuerdas separadas ya que una supone a la otra y viceversa. No obstante, es importante señalar el porqué de esta distinción.
El mundo de hoy ha perdido el rumbo. Las ideologías de cambio y las religiones (“los grandes discursos”) van de capa caída. Asumiendo que estas nociones infundían estabilidad a los hombres y les brindaban sentido, su derrumbe, como lo deja ver la época de hoy, trae como consecuencia un pesado desgano, es decir, el pesimismo, la nada. No hay a donde ir, se dice.  
Divagando en suelos relativistas, los valores son poca cosa e impera el “sálvese quien pueda”. La solidaridad colectiva cada vez tiene menos devotos (y, electoralmente, menos votos). Sumando la hegemonía de un sistema mundial que privilegia el individualismo, el acaparamiento de las riquezas y un engañador continuismo económico que promueve la desigualdad y la ruina ambiental, el panorama toma la forma de un páramo.
Según creo, la religión provee de las fuerzas necesarias para sobrellevar situaciones de dificultad. De más está decir, que ella no es exclusiva dispensadora de fuerzas en momentos donde se requiera para pasar el mal momento. La religión se vive de manera diferente, según la cultura y personalidad del creyente. Sin embargo, en el caso de la fe cristiana, constituida en una jerarquía, la significancia de la renuncia irrevocable del cargo ocupado por Joseph Ratzinger es de particular atención por los efectos que esta pueda traer para los creyentes. ¿Que renuncie el representante en la tierra de  Cristo? ¿Contagio pesimista en altos cargos? El cuerpo de creyentes está en vilo. Otros no tanto: “De la cruz no se baja”, dijo Stanislaw Dziwisz, actual arzobispo de Cracovia. La duda, cara opuesta de la fe, ve relucirse por estas horas.  
En tanto, la Iglesia oficial está anonadada. La decisión de Ratzinger ha caído como un baldazo de agua fría en el Vaticano. Ya se barajan opciones aunque estás sean previsibles, como se pasará a explicar. Asimismo, lo ocurrido revela la lucha de poderes interinos en el Vaticano, que días después de su renuncia, Benedicto XVI se apuró a criticar. Esto hace más prioritario la búsqueda de una elección positiva.  
El revuelo causado por la imprevista renuncia ha dado a conocer la historia detrás de los pontificados de Benedicto XVI y también la de su antecesor, Juan Pablo II. La barca de Pedro, bajo los últimos dos papados, ha estado a cargo de dos grandes conservadores. Esto se explica en mayor parte por el estado de la fe católica en los últimos tiempos. Vayan a una iglesia de domingo y generalmente verá a mayores de edad y algunos cuantos “modernos”. Una imagen vale más que mil palabras. La mano dura, de la que el  conservadurismo hace gala, pareció ser la mejor receta. Así, los embrollos de la Iglesia (los escándalos de sacerdotes pederastas, su oposición al matrimonio gay, el aborto o la opción del celibato dentro de sus fueros) no tuvieron como respuesta el debate, el encuentro de dos voces desacordes; sino, más bien, el veto cayó redondo y toda opción de apertura se vio oscurecida. Este cierre de filas, banderas de los últimos papas, descubre por qué las nuevas generaciones desestiman plegarse a la fe católica. Más aún si tenemos en cuenta de que Joseph Ratzinger provenía de las canteras de la Congregación por la Doctrina de la Fe, variante moderna de lo que fue la persecutoria Santa Inquisición y que, décadas atrás, fue esforzado crítico de los teólogos de la liberación, rama progresista de la Iglesia reconocida por su labor con los más pobres.
Ante la renuncia y la situación de la Iglesia no parecen haber opciones en la baraja que anticipen un recambio de dirección en el sillón de Pedro. Benedicto XVI y Juan Pablo II, ortodoxos de línea dura, facilitaron el ingreso de cardenales del mismo conservador perfil ideológico en el cónclave. Sea como sea, lo más probable es que el papa elegido el 28 de febrero continúe por la misma senda de sus antecesores. ¿Los fieles rezarán por un milagro?
Peter Tukson, cardenal de Ghana, es favorito de las casas de apuestas para suceder el cargo petrino. Esto no es más que una especulación antojadiza. Si bien pertenece al cuerpo conservador de la iglesia, como muchos de los otros aspirantes, los especialistas les dan mayores opciones a los cardenales italianos o, mejor sea dicho, europeos, pues son mayoría. El favoritismo de Tukson responde mayormente al sensacionalismo de los medios quienes rescatan las profecías de Nostradamus, esas que hablan que la llegada de un papa negro avecinará el Apocalipsis. Risible.

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