“Acompáñame a la panadería”,
pidió mi viejo. Un momento. Eran cerca de las 10 de la noche: ¿a quién se le
ocurre comprar pan a esta hora?, pensé. Un rastro de seguridad en su rostro me
llevó a aceptar. El perro, Rocko, estaba inquieto por los cohetes que
reventaban en alguna fiesta cercana. Se me pasó por la cabeza sacarlo: es
costumbre mía hacer ello cuando el cielo oscurece y contados carros pasan por
la avenida. Además, el lugar estaba a muy corta distancia. Negativa. Solo
saldríamos padre e hijo. El perro se quedó en casa preso del nerviosismo.
Caminamos los dos por la vereda
de la cuadra. No recuerdo muy bien de qué hablamos, pero hablamos. Me comentó
algo sobre la puntualidad a medida de que nos acercábamos a la panadería. “Pues
claro. ¡A esta hora a quién se le ocurre comprar el bendito pan!”, respondía
por dentro. Cruzó el pavimento como intentando buscar algo en la calle del
frente. Era obvio: esperaba a alguien. “Que sea rápido”. Tenía que hacer cosas
en casa. Comí dos uvas que llevaba en la mano derecha y le seguí el paso.
Ya lo había visto antes, cuando
fui a la imprenta amiga de mi pa’. En esa oportunidad, el señor ese soltó una
broma racista lo cual me causó una reñida impresión. Era otro el momento, otra
la situación. Era un hombre alto y delgado, de ropas sencillas y grandes
lentes. Sus orejas grandes y puntiagudas, así como la forma de su rostro y
ojos, me hicieron acordar al historiador que se fue hace poco: Eric Hobsbawm.
Eran casi idénticos.
El encuentro empezó con quejas
sobre la situación del sindicato de EsSalud y cómo los jueces peruanos –en
estos momentos, gravosamente apristas-
se permitían desmantelar a su antojo el sistema de justicia y encubrían
con sus repelentes sentencias al lastre político de por acá. Los dardos hacia
Alan no se hicieron esperar y la quimera de lo que Javier Diez Canseco (hoy
nueva víctima de esa plaga maldita que es el cáncer) hubiera podido hacer en la
Megacomisión Investigadora cobró rápida importancia. Tejada no ha hecho mucho.
Pensé cuando ratas fujimoristas objetaban la elección de JDC aduciendo que no
se quería una caza de brujas: con el escándalo en que se halla García hora, qué
diferente sería actualmente la historia. Del putrefacto aprismo en arenas judiciales
se pasó a una ética de izquierda (“Los izquierdistas seremos de todo pero menos
ratas”, parafraseando) y de esta, no se sabe cómo, a la vida del lúcido hombre
que estaba sentado con mi viejo en las bancas del paradero de El Paso. Fue un
deleite escuchar a este hombre curtido por la vida.
Aprendizaje en fábricas de la
psicología femenina desde muy chico (único trabajador hombre en una empresa con
planilla enteramente femenina), comentarios puntuales y divertidos sobre su
progenie, experiencias universitarias en San Marcos, relatos de izquierda, la
historia del desbocado abuelo (la cumbre de la tertulia) y su particularísima
personalidad para con sus nietos, su padre casanova que se le fue a corta edad,
la aguda mirada de su madre y el descubrimiento de la literal hermandad que lo
unía con sus vecinos de la zona, las anécdotas en su Barrios Altos y la
posibilidad de encontrar la buena vida en un entorno adverso: esta
conversación, con más características de exposición que de otra cosa, pues mi
viejo y yo escuchábamos entretenidos, reveló la sabiduría del hombre que
trajina, del que ha vivido y, sobre todo, ha vivido con gusto. Eso fue lo que
se pudo apreciar de sus palabras, de sus experiencias, en su hablar. El buen
humor que te la tranquilidad de espíritu.
“Si tienes miedo, carajéate.
Verás que es efectivo”. “Un ajo diario previene el cáncer”. “La vida me ha
enseñado a no guardar rencor; eso malogra el alma”. Cosas un tanto simples pero
que hacía mucho que no las escuchaba. Estas palabras caían en modo preciso y
levantaban el ánimo, sobre todo viniendo de un hombre de su edad. Sobre todo si
la generación de hoy en día se encuentra tan presta al abismo del declive.
Estamos acostumbrados a rehuir a
los mayores. Tiempos vertiginosos donde todo va presuroso, la pausa de las
arrugas y las canas conlleva al miedo y de ahí que la impaciencia a veces se
torne en violencia. Nos enseñaron a desprendernos de los ancianos y llamarlos
estorbos. Lo sucedido el día de ayer demuestra lo mucho que estamos equivocados
y que la energía no se extingue cuando el cuerpo no da, sino que se lleva en el
corazón, en el coraje por ganarle a la vida, en congraciarse con uno mismo.
Es un buen tipo ese Nelson.
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