sábado, 29 de agosto de 2015

Mira lunas




Se conocen recién por esta noche. Él la invita a bailar. Ella deja, valiente, el grupo. Comienzan. Primero salsa, luego un reggaetoni, nuevamente salsa y por ahí un rock antiguo con el cual la chica salta, se mueve como edificio tembloroso o bella genio. Él se ríe. "Qué looooca".


Le quitan a alguien la cerveza, le quitan a otro su cigarro. Beben y fuman, ¿cómo te llamas? Tal. ¿Tú? Tel. ¿Dónde vives? Allí. ¿Tú? Allá. Se ríen. Como no saben de miradas, sus ojos hacen veraces sus decires. Cuando empieza a llover, miran ambos para arriba. Hay lluvia y luna, y un pequeño acontecer entre estos dos.


Ingenuos en el tema, dudan en besarse. Ella toma la iniciativa. ¿A ver, dicen sus ojos, hasta qué hora espero? Él la besa, pero no la besa con un “voy”; él la besa con un “bueno”. Quien quiera que los vea, podría decir: ¿Pa eso?

Se besan, pero él matiene una seña en la cara que se vuelve cada vez más evidente: es la interrogante “¿dónde?”, a la cual se le agregan en sus ojos solos el “¿está?”. Es un tonto de los que faltan. Empedernidamente tonto, cuenta no se da que está besando a alguien. Se rompió el dique.

El Dj quiere imponer romance y asombrosamente pone una canción pero de aquellas. Las parejas que desean ser ridículas se abrazan. Es como si la música tuviera continuidad en el máximo contacto de los pechos. La sensación invade a todos, inclusive a esta novísima pareja. Al inicio, el abrazo es consistente, pero luego aquella interrogante puede más y el abrazo mismo va languideciendo. Para colmo llega la memoria, que susurra: ¿recuerdas cómo te abrazabas con…? Ahí si que muere todo.

El abrazo agoniza, y me da pena continuar. Los ojos recobran la perdida astucia, se hacen de pronto inteligentes. Se miran, ensayando explicaciones. El hechizo se rompió, sigue lloviendo pero pasa; sigue la luna, y no me importa. Los ojos se dicen lo que tomos de soledad no han y han podido decir.

El siguiente paso es fulminante. Sin decirlo, él le dice que no puede, ella está quedada. Él le dice no doy más, ella le dice, ¿siempre eres así? Cada segundo es un alejamiento, cada tiempo es un equivocado pedido de la comprensión. El da pasos de miedo, va encaminándose hacia atrás. Le sigue conservando la mirada, que huele a un perdóname.

La chica retorna a su grupo. Además de ser ridículo abrazarse, es ridículo estar solo, en medio de todos y en medio de una fiesta.

-Que ridículo ese tipo, dice alguien en referencia a aquel chico que mira a la húmeda luna y ha dejado de bailar.



29-08-15 

sábado, 8 de agosto de 2015

Alpicha



Errante, ermitaño de los ponchos. ¿Viajero? ¿Como el padre de Arguedas? No… No para tanto. Pero igual viajaba de pueblo en pueblo de la sierra, por las quebradas, los cerros. Rehuía a las carreteras ese joven loco.

-¡Alpicha, Alpicha!-le decían en los pueblos-¡Plantéeme este problema en el papel, pue!

Alpicha accedía. Así era casi siempre en la vida de este joven que iba de pueblo en pueblo respondiendo, solícito, los pedidos de la escritura. Viajaba, él, solamente acompañado por un papel, lapiceros y unos ojos de constante interrogante por la belleza de la tierra.


08-08-15

lunes, 3 de agosto de 2015

“Clack, clack”, no era lo tuyo



"Tú bamboleas a las clavas, tú osas desafiar al aire con el viaje de machetes, tú intentas burlarte de las teorías de Newton con tus pelotitas, tú le das otra perspectiva al dominio del balón desde una pelota sucia, casi desinflada y encima bamba, tú usas tu cuerpo y el de tu compañera para obnubilar los ojos de los choferes de los carros y buses, tú te amarras a una baranda e interpretas nuevas caminatas al pasar por una línea férrea... tú... tú vas más allá del límite de lo que las convenciones planean absolutizar sobre los cuerpos ... Pero tú... Tú eres sensibilidad... ¿Puedes contra el poder de la mente?"

Los dedos son meticulosos, los movimientos son concretos para la abstracción de la simetría y armonía del cuadrado tridimensional. Los segundos pasan, decaen y la proximidad del verde se avecina al rojo. Pero no hay sudor, no hay tensión solo hay una mirada y una sonrisa que se acentúan en la confianza de su gesto.

Hay un chico de vestimenta oscura, en este día oscuro, detenido frente a los carros que vibran sus motores. Lo que hace no puede calificarse como arte callejero.

10... 9... 8...

¡Ya está!

El chico que ha volcado su materia gris a sus diez dedos, levanta el cubo victorioso. Los seis lados lucen colores separados. No hay jadeos, tan solo una entrecortada respiración. Él muestra el cubo como muestran los cazadores a sus presas derrotadas. Sus movimientos no son magistrales, son los de un ser que se arroga un triunfo merecido. En vez de causar sorpresa, cuando pasa por las ventanas de los carros, él pretende causar sometimiento. No le dan monedas, y no es precisamente debido a la poca luz.

7… 6… 5…

Pasa con el Rubik por cada una de las hileras de carros. Con el cubo luciendo, con los dedos que lo exhiben. Alguien, de esos que siempre quieren saber de las personas por medios de los ojos, lo mira. El joven también; este le sonríe. Su sonrisa es interceptada por el cubo en su estado de orden.
Pronto la mirada que proviene del carro desiste de su tradición.

4… 3… 2…

Arrancan los carros, dejan tras ellos humo pestilente, de veneno acumulado. El joven se mezcla entre el humo que se expande. No hay “Cof, cof, cof”. Tampoco hay monedas en las palmas.

Llega, gana la vereda, se pone, por más de quinta vez, el cubo hecho y rehecho en su bolsillo.

-Tanta huevada… Regreso al ajedrez.

Camina, desde lo alto se ve la torre de una Iglesia Celeste. Va en busca de partidas. “Clack, clack”, suenan los relojes.


03-08-15

domingo, 2 de agosto de 2015

A él nadie lo para



Bajo del carro bañado de lo popular. Hoy a mí nadie me detiene. Ni la policía parada atrás que impide que los buses se detengan donde quieran.

Hoy a mí nadie me para.

Con el bolsillo mojado por el sudor, meto la mano en busca de monedas. Las tanteo, mis dedos juegan, se excitan, ambiciosos, con ellas. Es poca cosa, sí. Pero las gano con sudor. Mi éxtasis, calculo, durará cosa de menos de una hora.

Hoy a mí nadie me para.

Lo siento, me dice un abuelo, interrumpiendo a su esposa, no tenemos cambio, dice y vuelve la mirada a las golosinas expuestas en la vitrina de su tienda. Yo, entendiendo, pego la vuelta. Empieza, se los dije, a decaer el éxtasis ganado.

Llego, doy con la avenida, aquella que me enamoró, de tarde, y que de noche, todavía más, pero que hoy me figura que es desdeñable y literalmente vacía. Las luces amarillas y los apenas buses llenos que pasan le dan un halo de nada, de abandono. ¿Dónde los comerciantes de chucherías y resucitadores de bicicletas caídas como Lázaros? ¿Dónde ellos? Ya el oculto callejón se supone tan visible, que por eso mismo pierde todo el encanto que guardaba. Ni los gallos de plumaje blanco están en el terral que no se conmueve ante el asfalto que en la ciudad todo lo puede, todo lo quiere. Solo espero que rompan a cantar muy de temprano por la madrugada. Los hombres que antes vendían, hoy toman, pocos, en algún asiento de magullados fierros y asiento azul en plena calle. Son tres, uno, mejor vestidos que los otros dos, se disculpa: “Hermanos, vengo en una hora, debo ir, fregado, al compromiso”. Compra una Pilsen, se regresa.

Yo, siento cómo el éxtasis se me va disminuyendo, ni la casa o almacén de paredes blancas pero de lunáticos dominios de la esquina, me causa ese placer medio tonto pero placer a fin de cuentas que me provocaba cuando caminaba por esta calle hacía ya años. Nada, nada. Ya recuerdo: era el placer de caminar sin que nadie me haga algo, pese a tener mucho en los bolsillos y en mochila. Hoy, ya está, la adrenalina, el riesgo, no aparecen, a pesar que tengo mucho en los bolsillo y en mochila. Debe ser por la hora misma, a pesar de no ser tarde, y a pesar de que este barrio bravo, tenga a sus residentes metidos en sus casas o en algún otro lugar que ni Dios sabe ubicar.

Sigo la ruta, alguien me ve. Él, camina, yo vuelo. Me detengo, no obstante, en un sublime segundo de mortalidad.

Volteo, lo llamo: “¿Kuchi?”

Kuchi, descubierto, responde. “Habla, tío”.

Nos saludamos: “¿Qué hay, viejo?”, “¿Cómo estás?”. “¿A dónde vas?”. “A ver a la Milly”, le digo sincero. “Ah… está actuando ya…”. “Sí, ya sé, pero voy para verla cuando termine, no hay problema. ¿Y tú qué tal?”. Me responde con preguntas sobre carros que van a la zona del mar de la ciudad. Pienso que sí, pero no le doy seguridad en mis palabras. Intento, ya en el cierre de la conversación, ya de despedida, de puro respeto, saber de su enamorada:

-“¿Y cómo está la Sule?”.

Su rostro cambia.

-Y… creo que bien.

Sule, medio china, de respingada nariz, de personalidad tranquila, por no decir aburrida, pero de unas curvas que entrañan un erótico misterio por el silencio del que ella quiere crear un misticismo, sola. Ese “y…”, básico para nuestro lenguaje macho, me da la señal.

Pero no avanzo, no avanzaré.

Me hago el loco. “Mándale saludos, mano”.

Su “Ya, ya, ya…” tiene tanto, tanto de vencido, que no hace falta enfatizar en eso.

Soy una esponja, pronto veo a “Kuchi”, medio quejumbroso, medio vano, en el reflejo de un autobús naranja, de esos carreables, que van para San Juan. “Kuchi” está en el mar, ¿cómo así apareció en el reflejo?

Dije que las cosas duran menos de una hora. Dije.


02-08-15