Era un domingo que ameritaba que
la casa se abandone y la calle sea ocupada. Por eso el gran parque público
lucía lleno. Los pequeños muros de la pileta principal, situada al centro del
parque, eran usados por los visitantes para darse un descanso. Ahí se conversaba
y se respiraba en aire de multitud. Para bien o para mal, la pileta desde hacía
años estaba fuera de servicio y la poca agua que ahí quedaba estaba en reposo.
La seguridad estaba garantizada para las espaldas de quienes se reconfortaban a
sus anchas en los marmoleados muros de las piletas. Metros atrás, los puestos
de venta de fast food, dulces
tradicionales o golosinas industriales eran requeridos por los transeúntes. Era
la hora del lonche, la hora estelar para darse esos gustos.
En el anfiteatro principal se
llevaba a cabo un espectáculo para toda la familia. Pero, a diferencia de
anteriores eventos, se cobraba entrada. Eso parecía explicar que ni siquiera la
mitad del recinto estuviera lleno. Una pena porque el coloso estaba decorado
debida y enteramente para la ocasión. Letras circenses adornaban la entrada
principal y había toda una red de seguridad de resguardo. No obstante, los
curiosos que se había acercado preferían tomarse fotos con las espaciosas
gigantografías que ahí estaba apostadas. Una señorita sacaba la lengua mientras
se ponía en su mejor ángulo. Había una larga fila, sí, pero era para entrar a los
servicios higiénicos que se encontraban en la base exterior de la arquitectura.
En un gran bloque de piedra cuadrangular, cuatro jóvenes pasaban su tarde
dominical. Con peinados que solo podían imaginarse en la películas futuristas
de fines de los 80’s e inicios de los 90’s, los muchachos buscaban ser el
centro de la atención.
Existían dos o tres grupúsculos
donde la gente se amontonaba para sorprenderse o quizá pasar el rato mientras
esperaba a la cita. En dos de ellos, artistas con lata de spray en mano
pintaban cuadros surrealistas en donde cascadas de ensueño y verdes parajes
servían de paisaje a una pareja. En ese firmamento, las más brillantes
estrellas dominaban un cuadro de utópica e inalcanzable belleza que, no
obstante, en realidad estaba muy a la mano del embelesado ciudadano: a solo S/.
10 soles. Incluso uno podía llevarse la emoción de adquirir un cuadro a solo
S/. 1 previo sorteo entre el respetable. Emoción es un decir pues al ganar un
cuadro –que podía ser elegido a discreción del ganador- una señora solo recibió
sonados aplausos de parte de unos mochileros del sur del continente, los cuales
buscaban contagiar al público. Este no les hizo mucho caso en realidad pero eso
no amilanó a la señora (a la que, por cierto, quisieron emparentar con el
artista los sureños a modo de broma) que entre risas no podía creer su suerte.
El caso del sorteo es moneda común entre los creativos artistas del spray.
Un vidente que no vende humo
Pero entre los grupúsculos había
uno que sobresalía. Y no nos referimos al de los adolescentes que bailaban muy
concentrados ellos música urbana. Hablamos más bien de hombre con saco guinda y
peinado engominado hacia atrás que se llamaba Luis. Nos corregimos, Lhuis con “h”.
Sí, con ese énfasis. El sr. Lhuis es un hombre que aunque tenga fotos con Jaime
Baily, Eugenio Derbez (el popular comediante mexicano de Derbez en cuando y
quien puso su voz al entrañable burro de la película animada Shrek) y otras
personalidades no es muy conocido en el medio que digamos. Una razón que podría
hacernos comprender tal falta es que el sr. Lhuis con h se dedica a la ciencia
de lo paranormal. Lhuis con h se dedica a proteger a quien solicite sus
servicios de los espíritus malos, lee el futuro y realiza otras tantas cosas
que tengan que ver con el sobrenatural mundillo del espiritismo. Para mayores señas, Lhuis con h es vidente y,
en rigor, vidente internacional.
El sr. Luis con h estaba rodeado
por una veintena de curiosos entre los que se encontraban varios niños que no
se sabe si les gustaba lo que el señor decía o si les gustaba ver tanto adulto
a su alrededor. Los niños, no obstante, eran una molesta para el trabajo del
vidente pues impedían que este se desenvuelva limpiamente por el cerrado
círculo. Amablemente, pedía a los niños que se retiren. Si a la primera no
hacía caso, el llamado llegaba a los padres.
Podía verse una cruz en la
alfombra roja en la que se encontraba Lhuis con h. Esta cruz estaba formada por
monedas de escaso valor como las de 10, 20 o 50 céntimos. Eran pocas las de un
nuevo sol. No habían de dos soles y mucho menos de cinco. Las monedas se
encontraban allí por una sencilla razón: Lhuis con h te las bendecía con el
poder que tenía, el cual provenía desde el más allá. Los niños y también
algunos chistosos le entregaban, a la hora en que Lhuis con h pedía monedas
para bendecirlas, monedas de 5 centavos. Esas plateadas que te entregan en el
supermercado y que molesta llevarlas en la billetera. Sin una muestra de
molestia en el rostro, Lhuis con h cumplía con profesionalismo su trabajo y las
recibía.
Llegó el momento en que tenía que
hacer su acto principal. Lhuis con h, cual mago, pidió un colaborador entre el
público. Una señora de florida ropa fue elegida. El vidente, que también te dice
tu horóscopo pero en un diario popular, según refería en un cartelito que
estaba al costado de la monetaria cruz, le pidió que haga saliva mientras él
tomaba fuerza y proclamaba al público lo que haría.
-Saldrá humo, fuego y candela de
tu mano- dijo con absoluta confianza a la señora y al público que lo veía, al
momento de señalar una pequeña piedrita gris y resplandeciente: un pedazo de
cuarzo.
Lhuis con h sacó un pedazo de
papel metálico con el cual envolvería el cuarzo. Antes de continuar, pidió a la
mujer que escupa su saliva en el papelito. La mujer no se demoró en hacer caso
y en un rápido movimiento el líquido corporal terminó en el papel. Fue algo muy
asqueroso en realidad. El vidente no le pidió que saque flema sino saliva pero
parece que la señora estaba enferma pues de su boca salió una cosa tan compacta
que no podía ser otra cosa que flema. Lhuis con h, en otra muestra de
profesinoalismo, ni se inmutó. Lo que sí hizo fue inclinar el papelito para
abajo para que caiga la flema. “Es que es mucha saliva”, fundamentó.
Inmediatamente, sacó unas monedas
de la cruz que a sus pies se encontraba y las colocó en el papelito. Hizo un
llamado a los asistentes para ver si querían que sean bendecidas. El acto de
taumaturgia instantáneamente recibió respaldo pues varias brazos se aproximaron
al vidente pidiendo que les bendiga las monedas. Lhuis con h las recibía haciendo
hincapié en que al final del trascendental acto las devolvería dueño por dueño.
En otro acto demostrativo de la pasión y la involucración con su trabajo de
Lhuis con h, este untaba con sus dedos las monedas con la saliva de la señora que
atenta miraba la obra del criollo parasicólogo. Acto seguido, con el cuarzo ya
adentro, cerró el paquetito, pero eran tantas las moneditas agrupadas que estas
hicieron que el elemento principal, el cuarzo, caiga al suelo. ¿Mala señal? ¿El
cazador cazado? El punto es que Lhuis con h se inclinó, lo recogió y
simplemente explicó que, por supuesto, era mucho el contenido como para que el
papelito aguante. Nada del otro mundo, simple suceso humano. Cerró el
envoltorio pero ya un hilo de humo se dejó ver.
Llegó el momento final. El
envoltorio estaba en manos de la señora y esta lo apretaba con fuerza,
siguiendo las indicaciones de Lhuis con h. Este exclamaba lo que se iría a
venir: fuego, humo y candela. El robusto vidente puso sus manos junto a la de
la señora y rezó. Hizo una invocación a Dios, a Jesucristo y al Espíritu Santo.
“¿Quiénes son ellos?”, preguntó como lo hacen los profesores en la escuela al
público. “La Santísima Trinidad”, respondieron los que sabían. Lhuis con h
asintió y dijo que ellos lo acompañaban. Otras palabras más de bendición de
monedas le siguieron.
Al apretón de manos le siguió,
como pasó antes, hilos de humo. Lhuis con h, un hombre de fe, cogió el humeante
envoltorio por entre el público, para que comprueben la tremenda fuerza de la
fe que él tenía. Si la fe mueve montañas y sana enfermos, Lhuis con h saca
humito de un papel metálico, monedas de ningún valor y un pedacito de cuarzo.
-¿Y la candela?-preguntó alguien
del público con ánimos de molestar.
-Por haber muchas monedas no pudo
salir- replicó el vidente sin que se le mueva el rostro.
La gente empezó a irse y Lhuis
con h, que para ese entonces ya había repartido su tarjeta de presentación -un
volante-, dijo que quien presente este papel tendría un descuento a la hora de acercarse
a su oficina para realizar una consulta. Tomarse no menos de media hora en la
mesa de Lhuis con h puede llegar a costar más de S/. 100 soles. Era, sin lugar
a dudas, una impostergable oportunidad.
Lhuis con h cumplió su palabra y
repartió las monedas entre el público. Uno a uno hacía un llamado para el dueño
de la moneda de 10 céntimos, para la de 20, para la de 50, etc. Pero llego el momento
en que los dueños ya se habían retirado. El silencio momentáneo hizo que Lhuis
con h llame a los dueños de los que no dieron monedas. Al hacer tal
convocatoria ninguno se animó a hacerse con la moneda. En un primer momento,
pensaron que era una broma. Pero, durante la velada, fueron pocas las veces en
las que Lhuis con h bromeo. Sin embargo, el público, temeroso, no respondió al
llamado del vidente.
-Es mía- se oyó decir a un joven
entre el público.
-Moneda para el que no es dueño
de la moneda- dijo Lhuis con h al momento de entregarle al joven una moneda de
cincuenta céntimos. –Está bendecida- refirió como advertencia y siguió buscando
más dueños.
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