domingo, 29 de septiembre de 2013

Real sueño: Atlético Madrid duerme a su rival capitalino en último clásico


No es un domingo cualquiera. Hoy en Madrid, específicamente, en la Fuente de Neptuno la gente debe estar loca de alegría. Sucede que el Atlético de Madrid ha triunfado por segunda vez consecutiva en lo que va del año ante su rival citadino de toda la vida: el Real Madrid. Ello bajo la entera responsabilidad del técnico argentino, Diego “el cholo” Simeone, y el combativo plantel que dirige. Quien fuera jugador de River y campeón con Estudiantes de la Plata en la meteórica campaña del 2006 ha renovado las esperanzas desde que tomó las riendas del club en el 2011.

En efecto, luego de una monótona soberanía de los clubes más poderosos del país de Cervantes, el Real Madrid y el Barcelona, el “Aleti”, como lo llaman sus más fervorosos aficionados, ha dado una vuelta de página y ha mostrado sus mejores armas. 7 triunfos al hilo en 7 partidos de iniciada la Liga dan cuenta del nuevo rostro que llega bajo la dirección del Cholo y que lo ha puesto como puntero del campeonato. Categoría compartida por el siempre fuerte aunque no tan lucido como hace unas pocas temporadas FC Barcelona.

Jorge Barraza, uno de los mejores periodistas deportivos de América Latina, ha quedado encantado con el desempeño mostrado por el “Aleti” en el último clásico madridense. Con esta victoria de 1-0 sobre el Madrid en pleno Bernabeú-en la que bien pudo ser un 4-0 para el “Aleti”, según suscribió Barraza-, el club donde han descollado grandes delanteros latinoamericanos como Forlán, Agüero, Falcao, entre otros, labra a punta de sudor, técnica, entrega y goles su camino hacia la gloria. El tanto fue anotado por Diego Costa, delantero de 24 años que actualmente es disputado por las selecciones brasileña y española para que defienda sus camisetas.

El poder económico que ostentan el Real Madrid y el Barcelona no ha sido suficiente ante la valía de los 11 gladiadores de Simeone. Una vez más se revela la espléndida hermosura de este juego que reúne a 22 hombres, el balón y la grama verde: tan azaroso como la vida, el fútbol seguirá entregando épicas sorpresas.

(Video de las mejores jugadas y goles: http://www.youtube.com/watch?v=M_Wn1sDVizk )


29-09-13

viernes, 27 de septiembre de 2013

El viejito que recorre Lima

Es un largo jirón en el Centro. Casi igual al de la Unión solo que menos transitado. Curiosamente, este rectilíneo y popular pasaje lo corta en dos y entonces pasa de Jirón Ica a llamarse Jirón Ucayali. Ni siquiera cuando los proletarios salen de su centro de trabajo entrada la noche, este paseo de calle se ve abarrotado. Es ideal para la caminata tranquila, la conversadora. Cercan están las panaderías, las tiendas de comestibles. Por ahí está el Teatro Municipal; también la Triple A. Algunas cuadras cercanas están las chinganas. Hay para todos los gustos. Y desde este lugar empieza mi historia.

Se oían pasos de gente que caminaba apresurada, carretillas que iban directo a las tiendas de impresión y el sonido de los autos de la avenida contigua. Nadie se conocía. Indiferentes, cada uno se centraba en sus propios asuntos. Juntos pero no revueltos. Esa parte de la naturaleza de la ciudad y su ritmo de vida, en donde cada uno se enfrasca en sí mismo, estaba muy puesta en evidencia en ese momento. Hombres y mujeres y sus burbujas andaban a la par, sencillos.Pero ocurrió que hubieron felices rupturas ese mismo día.

-¡Abrígate, hijita, que te vas a resfriar!-dijo un viejito de súbito y rompiendo el trance citadino. 

Ojos abiertos, retracción de la cabeza y poquísimos segundos de asimilación de la receptora.

-¡Ay, señor... no se preocupe!-respondió la joven sentada en un asiento blanco de plástico, con la sonrisa extraña del "¿Y a este qué le pasa?"

No era para tanto, además, pues la casaca rosada que llevaba parecía protegerla del viento que, pasado el mediodía, entraba con fuerza. El viejito ni siquiera la conocía pero ya había dado su golpe de efecto. Tras acercarse, le hizo una venia y se fue tan tranquilo como llegó.  

Se detuvo de nuevo, esta vez ante una pareja con un niño. La pareja lo imitó: el viejito se puso frente a ellos y palmoteaba cariñosamente los lacios cabellos del pequeño. No se llegaba a oír lo que decía (desde la Av. Tacna llegaba el bullicio de los motores y la voz innegable del cobrador) pero sonreía. Sin duda ninguna que gozaba. No tanto el niño, sino el viejito. Siguió. En su caminar, se encuentra con otro infante. Le posa la mano y articula palabras con un gesto de afecto. Los padres lo miran y no se llegan a saber y ver sus reacciones por lo inmediato de la acción. 

Después de un rápido trote, pasado el Teatro Municipal, dio una nueva parada. Dos mujeres de provincia, con faldones sucios, chompita raída, lliclla característica y chaposas mejillas, conversaban con el viejito. Él, involuntario centro de su atención, no se dirigía a ellas, sino a su pequeño que lo miraba con esos ojazos grandotes que tenía. Luego ya hizo lo mismo con las señoras. Conversaban alegremente y este las invito a una tiendita ambulante que a escasos metros estaba. Galleta Margarita para el pequeño y un Cifrut sabor granadilla para las damas. Otro toque de cabeza al pequeño a la vez que esbozaba una sonrisa. Despidiéndose, seguramente las señoras le mandaban bendiciones al señor. Ellas continuaron vendiendo el producto que llevaban en una bolsita.

La vendedora y el viejito, ambos juntos. Ya no compraba nada ¡pero se quedaba conversado con ella! Tenía un sobre entre manos con coloridos papeles dentro. ¿Se habrá ganado la lotería el viejito? ¿Habrá recibido un giro de algún negocio lejano o de algún familiar a la distancia? No lo sabemos. Lo seguro era que el señor alegraba con su presencia a quien encontraba a su paso pues tanto él como ella sonreían genuinamente. 

El señor llegó a la Avenida Tacna. Miraba los carros que estaban a punto de estacionarse y no en el lugar que les correspondía. No llegó a la avenida para tomar un carro sino para cruzarla. Iban y venían los carros. Era mejor esperar. Pero no quieto. El señor, enérgico, iba en búsqueda del espacio para ¡fum! cruzar la pista. En ese desenlace, se acerca a un hombre que se lleva una generosa mazorca a la boca., de esas que son vendidas en tiendas o establecimientos pequeños.Con canas también aunque no de la edad del viejito, los dos mayores conversan con simpatía y cercanía. Una palmoteada en el hombro es señal de que el viejito debe continuar su paseo. Sus ojos apuntan a la pista en búsqueda del momento oportuno para invadirla. 

-Oiga, ¿usted conoce a ese viejito?

-No. ¿Tú?-responde como despertado de un sueño el señor después de dar un bocado a su choclo.

-No. ¡Pero está saludando a todo el mundo!-dice la sorpresa general.

El viejito no ceja. Raudo, intrépido y ágil, cruza la muy recorrida Av. Tacna. Las cousters, inmensas máquinas de transporte que meten miedo, están detenidas. Al señor nada parece detenerlo.

Un olor a incienso, colores morados y sabor a octubre señalan la llegada a religiosos dominios. Estamos en el Jirón Huancavelica, o será mejor decir, en la Iglesia de las Nazarenas. Pero el viejito no va a rezar, va a seguir haciendo lo suyo: derrocha su carisma y personalidad entre los transeúntes. Un jovencito, que lleva una bolsa negra, es la nueva "víctima". Este, con sonrojados cachetes, le escucha al viejito que canchero se le ha acercado. Pero su rostro no está colorado por la inesperada aparición del viejito, sino porque sufre del característico acné que le da a los púberes. Con mirada aleccionadora el viejito, y tras darle unas cuantas frases sueltas, se va despidiendo con un diagnóstico sacado de la experiencia: “… ¡¡¡no te toques la cara!!! “. El joven mira a su mamá incrédulamente. Ya el viejito a doblado la esquina a seguir tomándose sus criollísimas licencias en una tienda cercana. Implacable y efectivo, su actividad de hacer bien entre la gente es solo cuestión de minutos. Su sombra, que a duras penas le sigue los pasos, deja como resultado risas y ojos chinos entre las vendedoras de adornos religiosos. Es un grande el viejito.

Ha dejado atrás al Nazareno, pues el viejito sigue. Sigue y sigue. Él está mira que te mira escudriñando la calle. ¿A dónde irá? ¿A quién mira? No se sabe pero busca algo o a alguien. Una puerta inmensa de donde entran y salen personas parece ser su destino. La voina que le cubre la cabeza apenas se mueve y menos parece molestarle la casaca oscura que lleva. Es un mercado y el viejito entra presuroso. 

El viejito aparece sentado en un banquito de madera con respaldar. Estuvo a tiempo pues es el único asiento que quedaba. Es un restaurante norteño. El viejito se sienta, debe estar extenuado. Es hora del almuerzo y el viejito sigue mirando con mucha curiosidad, mirada curiosa que lleva su firma. El viejito ha llegado para darse un gusto, el mismo que desinteresadamente causa en quienes lo encuentran en la calle.

¡Provecho, viejito!



27-09-13

domingo, 22 de septiembre de 2013

“¡Pero qué cochino!”

Pagamos, nos despedimos y bajamos del taxi. El sol hacía una tímida aparición en esa tarde de domingo. Frente a nosotros había un parque ovalado. En él, chicos del barrio jugaban. Dos pequeños y descuidados arbustos hacían de travesaño futbolero. Las hojas caían ante el simple roce de la pelota. “Goool”. A recoger la pelota y a reanudar.

Mi padre lanzó la advertencia:

-Oye, el chico es un poco cochinito, descuidado. Su ropa es algo sucia y tiene como enfermedades de la piel-las descripciones que hacía eran expresadas con palabras de vergüenza propia, con cierta compasión y algo de resignación-. Muecas de asco acompañaban tales palabras.

Era la primera vez que mi padre me decía algo así de una persona que íbamos a visitar. Generalmente, sus referencias ante el encuentro de una persona eran de cómo le iba la vida, de sus ideas políticas, su vida familiar o su condición económica. Una forma de preámbulo necesario. Incluso a veces no hacía falta decirlas. Pero esta vez no. El asunto se centraba en … su higiene. La casa era de tres pisos y estaba al costado de una veterinaria. Después de semejante presentación repare en que la fachada de la casa estaba sucia, despintada y con signos abandono. No tenía los optimistas colores que suelen tener las casas de la capital. Había incomodidad en mí a medida que nos acercábamos. Esta creció.

-Qué tal, Alfredo.

La expresión provino de un hombre que no cuadra en el patrón estético requerido por las convenciones sociales. Su polo, muy parecido al de la fachada de la casa, estaba notoriamente sucio y muy usado. Su pantalón grande y con las bastas deshechas tenía los mismos signos de insalubridad. Las zapatillas otro tanto. Su pelo crecido y maltrecho. Barbita de unos cuantos días. Preferí no mirarle los dientes. Una joroba completaba el cuadro de un hombre que, para mi, estaba dado al abandono.  Si de él no se hubiera sabido que era técnico de computadoras, tranquilamente podría habérsele tomado como los loquitos de las calles o los fumones de algún lugar de mala muerte. Los fumones suelen ser agrestes o huidizos, los locos no tanto. Yo pensé que el chico era enfermito. Nos invitó a pasar.

El interior de la casa reflejaba la filosofía de vida de nuestro anfitrión. Todo era un desastre, un caos, un desorden. Cosas tiradas por ahí. Los muebles llenos de polvo y mugrientos. Tanto así que mi padre, cuando en una oportunidad tenía que apoyarse sobre él para coger una cosa, no lo hizo. Era muy sucio todo. Yo, ganado por el asco, miraba el ambiente hogareño. La sala de estar estaba llena de productos. Una navideña lata de panetón estaba ahí, revistas, comida, cuaderno. Tú podías encontrar cada cosa en esa mesa repleta. En el piso habían bolsas de comida rápida y botellas de un litro y algo de gaseosa. El chico hasta ese momento era para mí el consumidor estereotipo de comida rápida estadounidense que vegeta en su gran sillón embutiéndose el cerebro con televisión chatarra. Solo que cochino.

Él conversaba con mi padre sobre la máquina que era llamado a arreglar. Me producía arcadas verlo cuando tocaba la máquina y al rato se rascaba el cuerpo. Mi curiosidad por su carácter descuidado siguió y, haciéndome el loco, di unos cuantos pasos hacia el patio. Había un olor infeliz y de antigüedad en la habitación. Logré percibir la cocina. Esta era la misma  representación del estilo de vida del joven. Cada artefacto-lavadora, cocina, repisa, etc.- tenía los mismos rasgos de toda la casa: suciedad.

Pensé que el dueño de la casa se debería sentir tan incómodo como yo lo estaba por mis incursiones. Así que, para hacerme sentir que estaba al tanto de la conversación le hice unas cuantas y intrascendentes preguntas. Él las respondía con atención. Yo simulaba ser simpático. Cochino, pensaba por dentro.

Después de 15 o 20 minutos ya entrabamos al final de nuestra estancia en el fortín contra el aseo. Mi padre lo “cochineaba” (nunca esta palabra cayó tan precisa) con una “amiguita”, de la que el joven hablaba con cierta actitud canchera. Las risas fueron el pasillo para la retirada y, al momento de la despedida, evite pensar de la manera más posible, que él se había rascado. No hubo apretón de manos solo un efímero contacto.

-¡Qué bestia, pa! ¡Qué cochino! La mierr…

-Sí, hijo. Pobrecito. Y pensar que así se presenta al trabajo a veces. Qué tendrá. Y eso que es joven, ah.
De la nada aparecimos en la Av. Canadá, a una cuantas del Metropolitano. Tomamos la ruta B y entramos con dificultad. Mucha gente había subido y estábamos apachurrados. Yo agradecía que Don Cochi, como llamamos al técnico de computadoras después de la salida de su casa, no hubiera querido acompañarnos. “Pero quéee cochino, chess”.

22-09-13


miércoles, 18 de septiembre de 2013

Tres cortitas

Crónica: arte en luz roja

Uno. Dos. Tres carros. Ya no había que esperar más. Era sábado y el mediodía estaba próximo. A diferencia de otros días, sin embargo, pocos carros se movilizaban por la avenida. Un lunes, martes o miércoles la cosa era muy distinta: la pista y alrededores eran convulsionados por el tráfico, el smog y las bocinas. Este sábado no era así.

Los artistas no se arredraron. Vieron la luz en rojo y se mandaron al ruedo.

Eran una pareja. Él tenía todos los rasgos de un integrante de la secta de los Ataucusi. Los dreadlocks que llevaba le quitaban, no obstante, toda parentela de religiosidad con los Israelitas del Nuevo Pacto. Un chaleco vistoso medio gastado era la única evidencia de su labor circense. Ella, menuda, short rasgado, pantis moradas y un polo de Faite, polo de contracultura y cabellera amarrada. Un saludo al “público” fue la señal de comienzo.

La gente pasaba con algo de miedo a su alrededor. Entre presurosos por llegar a su destino y asombrados por lo que a sus ojos se presentaba, recorrían el asfalto. Los choferes, eso sí, miraban con atención. Un poco de espectáculo venía bien.

Él y ella, pareja de artistas callejeros, hacían malabares en medio de la pista. Ágilmente, con una maestría aprendida del esfuerzo, lanzaban al aire las clavas y se las intercambiaban. Segundos después, ella se ponía en los hombros del varón para dar más realce al show pistero. Concentradísimos, inconmovibles deleitaban al público.

El semáforo dio verde. Los carros, que ya se habían acumulado, pasaban entre ellos. Las monedas eran recogidas desde el suelo y dirigidas a sus bolsillos. A una cauta distancia un niño se entretenía armando un rompecabezas. La comida del día ya estaba asegurada.

                                                  Noticia: Crisis del sistema

La crisis que atormentó al mundo desde el 2008 hoy parece ir menguando sus efectos. Primero en EE.UU., luego Europa y actualmente en las economías emergentes, la crisis ocasionada en el sector financiero extendió sus consecuencias a las economías reales. Miles de personas a lo largo del  orbe se vieron y se ven afectadas. Algunos expertos predicen una “década perdida” para Europa.

Las opiniones no son concluyentes todavía ante la expectativa de las recesiones en países como India, Indonesia, México, Brasil u otros.

Por otro lado, siendo los bancos los principales responsables de la crisis, estos han salido fortificados de ella. El refrán “lo que no te mata te hace más fuerte” parece calzar a la perfección con las principales entidades bancarias del mundo. Esto, vale mencionar, a costa de la pérdida social y la grave desigualdad que se vive en el mundo.

Bill Gates, una de las personas más ricas del mundo, por ejemplo, se ubicó nuevamente como la más rica desplazando de ese modo al mexicano Carlos Slim. Según Forbes, la fortuna amasada por el fundador de Microsoft llega a los US$72,000. La revista indica también que las 400 personas más ricas del mundo aumentaron su fortuna en un 19% a comparación del 2012: de 2.02 billones de dólares a diferencia de los anteriores 1.7 billones de dólares.

El Premio Nobel de Economía, Paul Krugman, se ha referido a esta situación del siguiente modo: “(…) los ricos han vuelto con fuerza, tanto que el 95% de los mayores ingresos de la recuperación económica desde el 2009 ha ido a parar al famoso 1%. De hecho, más del 60% de ese incremento fue al 0.1% de la población, gente cuyos ingresos anuales superan los US$ 1.9 millones”. Las crisis son también una oportunidad, aseguran algunas escuelas de negocios. Vemos que hay quienes han aprendido bien la lección.

                                              Necrología: Salvador Allende

Salvador Guillermo Allende Gossens (Santiago, 26 de junio de 1908-Santiago, 11 de septiembre de 1973) fue un médico cirujano y político chileno. Tempranamente introducido en la vida política, Allende llega al poder en su cuarto intento de elección en el año 1970. Esto causa el asombro del mundo pues, siendo declaradamente marxista, Salvador Allende se hace cargo del Ejecutivo por la vía democrática, dejando de lado la prédica de la toma del poder por el fusil. Con el apoyo de la Unión Popular (UP), frente de partidos de izquierda, realiza una serie de reformas estructurales en el país, como la nacionalización del cobre y aceleración de la reforma agraria, entre otras. Esto le valió un enfrentamiento con la derecha chilena. El paroxismo de este choque llega el 11 de septiembre de 1973, día en que el general Augusto Pinochet, apoyado por la derecha y la CIA, da un golpe de Estado. Salvador Allende viéndose arrinconado por el Ejército Chileno se suicida en el Palacio de la Moneda. Se instaura luego una dictadura militar que dura 16 años y con grandes costos sociales. Al día de hoy, Chile todavía lucha por una reconciliación.

Humberto Solórzano Pereyra

18-09-13


lunes, 16 de septiembre de 2013

Tras los rastros del cronista

De él y su recorrido me enteré por Enrique Planas, laborioso periodista de la sección culturales en El Comercio. Era la primera mitad del año y Planas había viajado a Colombia por motivo del Festival del Libro de dicho país. Con ese fin, se publicaban las entrevistas que él realizaba a la fauna de escritores asistentes. En esa oportunidad intercambió opiniones con el norteamericano Jon Lee Anderson, protagonista de este artículo.

Este presentaba su libro “La herencia colonial y otras maldiciones”, trabajo esforzado que trata sobre el continente africano y que trata de dilucidar las historias y realidades que se dan sobre él. Es seguro que después de leer esta obra, el lector dejará de lado la mirada reduccionista que se tiene sobre el continente negro. ¿Un África, a secas, o un continente marcado por la explotación colonial y el astuto uso de políticas europeas que estropearon el camino hacia la independencia?

Es Interesante la vida de Anderson. Nació en California pero se crió, literalmente, por el mundo. De esas itinerancias podría decirse que nació su gusto por la aventura. Tal es así que en una entrevista a un medio peruano desmintió a su interlocutor cuando este se refirió a una cierta pulsión freudiana por la muerte, referido esto a sus arriesgadas incursiones de trabajo por territorios complicados y ariscos: “Intento no ser tan introspectivo aunque no tengo nada contra Freud. Nunca he ido a psicoanálisis. En mi caso personal lo de enfrentar la muerte es algo que tenía asumido desde mi juventud. (…)Yo nazco después de que eso fue una constante para el hombre desde la era de los neandertales. Correspondo a ese arquetipo más que una cosa freudiana. No tengo ninguna patología con la muerte; por el contrario, a mí me encanta la vida”. Cualquier intención de psicologismo es derribado en el acto.

Se pudo conocer a Jon Lee Anderson en tierras peruanas pero eso quedó en un “pudo”. Era el primer día del certamen organizado por periodistas culturales peruanos en el Centro Cultural España y Lee Anderson sería presentado como conferencista estrella. Llegado el día de la inauguración, con el auditorio lleno-por cierto pequeño para un evento que los entendidos reconocieron como pequeño- un aviso desmoronó la emoción del público: Jon Lee Anderson no vendría pues, de último momento, estaba por algún lugar del mundo reporteando. La chamba del periodista primó sobre la figura.  

Yo pensaba que recorría Siria por la conflictiva de su situación. Días, semanas, meses después, atiné: un cronista norteamericano reporteaba desde zonas del conflicto en Medio Oriente para la web Puercoespín.

Ahora, setiembre ya, una acción emprendida por la librería El Virrey, con Carola Sanseviero como principal responsable, remueve a los periodistas del entorno local. Se trata de algo sencillo a primera vista: en realidad Jon Lee Anderson si se había acercado al Perú. Durante los 70’s, trabajó como corresponsal en el The Lima Times, diario a cargo de norteamericanos que, salvó la altisonante publicidad, estaba escrito enteramente en inglés. Del año 75 al 78 todo parece ser una versión de los descendientes de la Familia Ingalls en nuestro territorio. La cosa cambia con la convulsión social a raíz de la lucha entre el pueblo peruano y la dictadura militar. Esto dio paso a que los habituales ciudadanos gringos compartan noticia y gráficos con políticos como Víctor Raúl Haya de la Torre, Hugo Blanco, Luis Bedoya Reyes. Asimismo,  pueden verse en las páginas del diario cómo Ricardo Letts Colmenares, político zurdo y tío del “niño terrible” Jaime Baily, presentaba sendas cartas rectificatorias a lo que se publicaba en el Lima Times en torno a su situación con el gobierno. Pero esa es otra historia; volvamos a lo que realmente puede interesarles.

La tarea consiste, entonces, en encontrar los artículos escritos por Lee Anderson, fotocopiarlos y enviarlos a la sede central de la librería en cuestión. Como retribución, el libro al que hice referencia será entregado a quien cumpla con el cometido.  (Más información: http://www.laprimeraperu.pe/online/cultura/tras-las-huellas-de-jon-lee-anderson_149493.html)

La ocasión es imperdible. Jon Lee Anderson se erige como unas de las principales figuras del periodismo contemporáneo. Lo que él hace es escribir crónicas que den cuenta de hechos sociales, lo que lo diferencia de otros cronistas es que, en este acto, su pellejo se ve arriesgado. Verdadera lección para los estudiantes de periodismo. Del mismo modo, es un aprendizaje que se aleja de las criticas que Martín Caparrós hace sobre este nuevo fetiche en el periodismo: escribir crónicas. Sería curiosísimo ver oleadas de simpatizantes del periodismo verse lanzados a territorios hostiles.

Desgraciado de mí, llevo dos meses en Lagos postrado en la cama como el bíblico Lázaro, luchando contra la enfermedad. Ignoro si se trata de una infección tropical, una intoxicación de la sangre o los efectos de un veneno misterioso, pero lo cierto es que mi cuerpo, además de hincharse, se ha cubierto de llagas, ampollas y úlceras. Ya no me quedan fuerzas para soportar y combatir el dolor, y he solicitado a Varsovia que me dé permiso para regresar. En África he caído enfermo muy a menudo, pues el trópico lo fecunda todo en exceso, con exageración, haciendo que las bacterias y los virus tampoco escapen a la ley de degenerada abundancia e infinita multiplicación. No hay salida: si alguien quiere penetrar en los rincones más recónditos y apartados de las rutas trilladas, los más ocultos y traicioneros de estas tierras, tiene que estar preparado para pagar su osadía con la salud o incluso con la vida. Pero lo mismo sucede con cualquier otra pasión que comporte riesgos, ese monstruo ávido de devorarnos. En vista de las circunstancias, hay quienes deciden llevar una existencia paradójica, a saber: al llegar a África, desaparecen en hoteles que les brindan todas las comodidades, y nunca abandonan los lujosos barrios de los blancos; en una palabra, estando topográficamente en África, siguen viviendo en Europa, sólo que se trata de una Europa en miniatura, de un sucedáneo reducido a la mínima expresión. Es un estilo de vida que, sin embargo, resulta indigno de un auténtico viajero e inconcebible para un reportero, que tiene que vivirlo todo en su propia carne”.

Este último párrafo encontrado en “La guerra del fútbol y otros reportajes” pertenece a Ryszard Kapuscinski, imperioso reportero polaco que viajó el mundo en busca de historias imposibles y vivió para contarlo. Seguro se está-ya lo han dicho otros- que Lee Anderson pertenece a esa estirpe.


16-09-13


viernes, 6 de septiembre de 2013

Tarifario

No había ni un alma, todo tenía una inhabitual quietud; quizás ese era el peor síntoma. El silencio aguarda las más insospechados intentos. Pero se tenía que seguir, un visible envalentonamiento lo instaba a hacerlo. Que haya entrelazado las manos con aquella mujer en su sentido camino de retorno lo tenia asi. Piensese si quiera si la besaba, que por cierto lo intento torpemente. Llegando a la esquina un taxi tocó el claxon en busqueda de un pasajero. Se detuvo y él para sus adentros pensó: Bien, puta madre.
-¿A dónde vas?
Dio la dirección.
-Está cerca. ¿Cuánto pagas?
Respondio el monto.
El taxista penso rapidamente la distancia, la ruta a tomar.
-Dale, vamos.
Antes de subir, él primero se aseguro de tener la plata en su lugar. Inicio por el bolsillo izquierdo trasero, luego en el derecho, despues en los de la casaca. La plata no estaba. Se manoteaba la ropa compulsivamente al encuentro del monto, mas no lo encontraba. Repitio los movimientos dos o tres veces mas. Mientras tanto el chofer lo miraba.
-No tengo la plata, mister- repitio finalmente y con cara de piedad.
El taxista dirigia su vista al espejo retrovisor, pero no intentaba ver las calles que habia dejado atras. Se observaba a si mismo, sus adentros.
-Esta zona es peligrosa-reflexiono con paternal preocupacion-. Revisate bien, chibolo.
El hizo caso solo para obedecer el protocolo del extraño que da una ayuda inesperada, pero se sabe que era innecesario.
El taxista hecho un suspiro. Como forma de pago recibiria 70 intrascendentes centimos que era lo que el joven había encontrado. Los acepto y el motor arranco. La desgana no se percibia en su rostro.
Dejo al joven en una avenida que no era tan lejana. Este le agradecio el cumplido que le salvo de un posible hurto al paso.

A la hora de salir disparado a su centro de estudios, cuando se disponia a ponerse el descolorado jean, un billete de diez soles caia por entre sus piernas. El siguio con atencion el desplazamiento del papel. Paralelamente, recordaba el pasaje de la madrugada.

¿Lo habia hecho a proposito?

Solo le quedo sonreir.

domingo, 1 de septiembre de 2013

Decibeles que te acepto

La Vía Expresa estaba solo a escasos metros. Entraba la noche del último sábado de agosto y el tráfico era inexistente, ningún auto amonestaba la tranquilidad con el claxon bullicioso. Solo el ruido del motor que aceleraba daba cuenta del movimiento que le daba sentido. El metropolitano estaba contiguo a dar su paseo final. El sonido aparatoso, desafiante y enterizo se obraría en otro lugar.

Horas antes, el recinto donde se celebraba un concierto subte de música metal y rock progresivo, había dado cobijo a la comunidad hipster. Era un cambio absolutamente radical para quien haya estado presente durante la venta de ropa vintage, politos simpaticones de segunda, morrales con detalles floridos y demás accesorios propios de la particular nueva moda. En ese ambiente, que respiraba la indiferencia y el refinado toque de los hipster, daría lugar a quienes, tiempo atrás, seguramente –no digo participado- habían dado el visto bueno para las humillantes persecuciones que recibía la juventud emo en el parque en que estos se afligían públicamente. Me refiero al parque que está situado frente al Centro Cultural España, por la Av. Arequipa, cerca al remozado Estadio Nacional. Era una noche de metal, de música dura. Algo esencialmente distinto a lo que nos tiene acostumbrados la delicadeza hipster.

Eran las 10 de la noche y el concierto en El Local-ese era su nombre- empezó. En donde habían guardarropas, vitrinas, mesitas con los productos, se apreciaba, al fondo, cerca de una veintena de cajas de cerveza, imágenes y luces psicodélicas, como las de los tonos rave. No eran muchos los asistentes. Los que llegaron primero se sentaban cómodamente apoyados en la pared. El recinto era espacioso, quedaban lugares, pero un hombrecito flaco, desaliñado y con el pelo hasta la cadera se ubicó en medio del gran salón. Su locación, la música que ya sonaba con fuerza y su imperturbabilidad le daban un aspecto entre inquietante e intimidatorio. Esto se perdía cuando otro joven desgarbado se sentaba a su costado y, mientras sentían la música, prendía y le compartía lo que parecía ser un porro de marihuana. Los demás, hombres enfundados en casacas de jean o cuero y pegados jeans, se asemejaban mucho a los púberes que se agrupan en un lugar medianamente alejado de las fiestas acechando a alguna damita en pos de bailar. Ellos escuchaban con atención mientras acercaban grandes vasos de cerveza a sus bocas.

Primero tocaba Cholo Visceral. La música la definieron como rock progresivo. Dos guitarras y un bajo, un saxofón y una batería, cero interpretación vocal. Esos cinco instrumentos explosionaron y arrojaron una melodía informe que sin embargo guardaba mucho ritmo y, por ratos, congruencia. Sonidos inclasificables que dominaban el espacio y que retumbaban en la cabeza. En donde cada quien tomaba espacio propia y llevaba al límite a su respectiva herramienta musical. Luego de estar prendado de lo que oía, sonaron los aplausos. Lo que parecía ser el final de su presentación –calculo que habían transcurrido 25 minutos- era solo el paso para el segundo tema, según informaba mi acompañante. Era suficiente para mí. Medio ensordecido por el volumen me despedí y procuré salir con cuidado pues en medio estaba sentadote el flaco que se mantenía quieto, todavía.

La hora nocturna estaba en sus inicios y el local iba presto a llenarse. La pieza de tela que hacía de única puerta de salida era de una textura pesada y era dificultoso salir por ella.

Los administradores del concierto hacían de cada detalle una extensión de su propia inspiración.


01-09-13