jueves, 15 de agosto de 2013

Clases de periodismo

Tenia en mente al valiente y escrutador periodismo de Gorriti; la tenue, a veces imperceptible y  sensible pluma de Guerriero; los divertimentos y carisma caribeños de Salcedo Ramos; las acervas y mordaces críticas en buena prosa de Krugman; los implecables y detallados reportajes de Hildebrandt en sus trece; algunas columnas interesantes de El Comercio; los articulistas dominicales de La República; las informadas y cancheras entrevistas de Emilio Camacho; y, seguramente, más, más y más. Tenía buen periodismo en la cabeza cuando recordé que estaba cerca de un emblemático centro de estudios de periodismo de la capital. Debía de ir a pagar  teléfonos y tarjetas, pero daba igual. La hora de pago, la misma que la del cierre de la tienda, era hasta las 10 pm. Eran las 6, había tiempo.

Me abrí paso hacia la casona donde el mencionado centro de estudios se encuentra. Perdí de vista por unos momentos los entrañables edificios de la Residencial San Felipe y ya llegaba. Momentos atrás, quede sobrecogido por unos instantes al ver una efigie del maestro sindicalista Horacio Zeballos. La lectura de “Maestra vida” volvía a mi mente.

Ya había estado antes en ese centro. Eran tiempos donde quería estudiar periodismo y buscaba nuevos lugares porque en la universidad donde estoy sería imposible que haya un acuerdo de pago entre las partes, es decir, mis padres. Llegué y tuve que dejar mi DNI. A cambio me entregaron una ficha de visitante. Tal cual sucede en los centros comerciales y en algunas universidades privadas. En San Marcos no. Tú pasas de largo como si nada.

Fui al susodicho centro porque tenía ganas de saber qué enseñanzas impartían en las aulas de periodismo. Es una escuela de renombre, con sus buenos años encima. Lo mencionado se fue yendo un poquito al diablo cuando, al ojear el primer salón, con solo 3 o 4 estudiantes en su interior (si mal no recuero había un señor de “nívea cabeza”), vi que en la pizarra había un gigantesco banner donde se reflejaban las imágenes de la lectora situada por un armazón en el techo. El contenido era el siguiente: usos del adverbio –mente. Maravillosamente, pendejamente, maliciosamente, tontamente. Todo lo que se le pueda ocurrir a uno con -mente. Los alumnos pendencieros del colegio hacían de las suyas con este adverbio al insertarle verbos “altisonantes”. Esto último es una reminiscencia mía. Lo más probable quizá sea que tal sección pertenecía al curso de Redacción I. Lo mismo que enseñan en los últimos bimestres en la primaria y secundaria, o, claro, dependiendo de la escuela en cuestión. Seguí algo consternado mi camino.

¿Informes sobre cursos de especialización?, pregunté. De frente a la mano izquierda, responden. Antes la señorita de recepción me informaba que la carrera dura cinco años. Mirada aguda de sospecha, no había otro gesto que poner tras “mi primera impresión”.

Un bonito jardín daba la bienvenida a un espacio cerrado en lo que parecía ser el centro de finanzas del centro de estudios. Había una filita de asientos y tickets de espera, los mismos que del banco. Tres metros frente ahí, un mural grande donde se consignaban todos los cursos de la carrera. Intenté ver un curso llamativo, quizá de antropología, ciencia política, análisis de procesos políticos, análisis económico, taller de crónica, análisis de estadística, métodos de investigación. Nada de eso vi. Solo cursos básicos como Matemáticas, Redacción, Sociología de las Comunicaciones, Filosofía, Inglés. Lo más avanzado eran Ética de la profesión y dos cursos de Entrevistas. Puedo equivocarme, de repente había, pero no puedo dar fe de ello. De puro curioso o de puro jodido, le pregunté a una chica sobre –lancé- un curso que se llame “Estado y Nación”. “¿Eres estudiante de aquí?”. Voy a serlo, respondí intentando hacerla de cachimbo aplicado e interesado en su próxima “alma máter”. “Ah, cualquier entra, no te preocupes”, soltó con gesto de despreocupación. O inteligente o desmerecido, uno puede elegir.

Entre, finalmente, al lugar que me señalaron en la primera recepción. Una salita de estar con mesa de oficina y todo pintado de azul. En una vidriera se podía apreciar el “merchandising” del centro de estudios. Eso es moneda corriente en cada locación que imparte enseñanzas al día de hoy.

“¿Sí, joven?”. Le repetí mis consultas y rápidamente me entregó un papel bond donde se notaban todos los cursos de especialización. “¿Periodismo deportivo?”- pregunté queriendo siquiera intentando acertar en algo-. “No”. “¿Periodismo económico?”-pregunta de molestia y verdadera. “Tampoco”. Sabía de antemano sus respuestas pero quise confirmar cosas.

Al lado de nosotros había un jovencito que llenaba una cartilla y que me miró. ¿Lo importunaba? Era chico, no tomaba cursos de especialización definitivamente. ¿Y si le hablaba, tal cual lo hacen los mayores frente a un error? Sí, lo hubiera importunado.

Vi la hoja bond: Camarógrafo, Fotografía Digital, Locución y Oratoria, Ortografía y Redacción, Atención al Cliente (¿?), Redacción Empresarial y Redacción Periodística (fiuuu…). Salí rápido de ahí. Tras mi retirada vi un afiche donde se ponen avisos y artículos de interés. Los que estaban eran progres. ¿Progres? Felizmente en la web y en el diario están los periodistas que mencioné en un principio. ¿Habrán seguido cursos similares ellos?

Imagen del autor en el momento que  revisa los cursos

16-08-13



lunes, 5 de agosto de 2013

Mario Mendoza y "La importancia de morir a tiempo"

El FIL, tan injusta y descreídamente vilipendiada por muchos cibernautas, trajo a personas valiosas. Entre ellas ubico a Leila Guerriero y Sergio Ramírez. La primera una despreocupada y casi iconoclasta cronista argentina, el segundo un escritor nicaraguense que fue parte del proceso revolucionario del FSLN hace pocas décadas atrás. El uno y el otro convocaron gente y reafirmaron el amor por la literatura entre ella. Y es más que seguro que tantos otros buenos autores también se hayan hecho lo mismo tras visitar el circuito literario en este buen par de semanas.   

El FIL, en ese sentido, hizo posible que el público peruano conozca a Mario Mendoza, escritor colombiano que, según Wikipedia, es uno de los autores latinoamericanos más conocidos en la actualidad. 

Este fue entrevistado por Enrique Planas, encargado de cultura de El Comercio, y quien por el llamado del FIL se encargó de platicar con lso los principales actores de este  festival. 

El ganador del Premio Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral por su novela Satanás comentó lo que es su última obra: La importancia de morir a tiempo. En esta, Mendoza vuelca sus experiencias de vida que, día a día, apunta en su libreta de notas cual aplicado periodista de investigaciones. La importancia de morir a tiempo revela los aconteceres diarios de un mundo cada vez más en declive, más mortíferamente seducido por las nuevas tecnologías. Mendoza reúne textos sobre los "hikikomori", jóvenes japoneses que no salen de sus habitaciones por años pues solamente quieren dedicarse a su pasión, o vicio: los juegos de red. Tanto Mendoza como Planas, incluso el lector, se sorprenden por la capacidad de renuencia de los nipones a tocarse así mismos. La  tecnología, se lee en la entrevista, ha "desarrollado" tanto que el contacto físico bien puede relegarse a un plano secundario. En conversación con el diario El Tiempo de Colombia, Mendoza indica que comienza el libro con las enfermedades mentales pues estas son las que marcan la hora en lo concerniente a calidad de vida hoy. La incapacidad de poder desplegar el ánimo en unos cuantos caracteres o estar enfocados en el aparatito virtual de turno ha obligado a que ciertas clínicas psiquiátricas hospeden a los transtornados "millenials". "¡Hoy lo peor que le puede pasar a una chica de 15 años es que le quites el celular!", exclama extrañado Mendoza a Planas.


El libro de Mendoza que comentamos habla sobre la muerte, sobre las muchas muertes, simbólicas y físicas, que visitan al ser humano. Ante ello, Mendoza considera que "no nos enseñan a amar ni a morir". "Y sí nos enseñana a producir", dirá otro personaje. 

Mendoza presenta un libro que tiene características distópicas similares a 1984 o Un mundo feliz. Esto, claro está, se debe a méritos propios del ser humano. Mendoza, sin duda con su calidad, solo nos lo muestra. Pero no se descarna en el pesimismo, como cualquiera sugeriría. Mendoza (también se da espacio para aleccionar al necio hombre) habla del vitalismo frente al optimismo que suscitaría la ingenuidad. La anécdota de la mujer ciega que lo toca para "verlo"-y que podría ser forma de ese vitalismo que la vida misma infunde- es una sencilla forma de representar lo que Mendoza dice de Rimbaud: "ser artista es aprender a percibir de otro modo". Quizá esa se la mejor lección para una generación que se debate entre los bajones emocionales. 


05-08-13  


domingo, 4 de agosto de 2013

Los intocables escenarios de muerte en el mundo

Dicen los estudiosos que África debe estar pasando por lo que pasaron las antiguas colonias latinoamericanas que alcanzaron la independencia dos siglos atrás. Los historiadores podrán expresarlo mejor, pero lo cierto es que básicamente habían dos bandos contrapuestos que pugnaban por la mantención de la colonia o la independencia. A lo largo de todo el continente latinoamericano las guerras de independencia se desarrollaban, cada una de ellas en su contexto particular, y el sueño de la independencia de Europa dejaba de serlo para pasar a ser una realidad. Fueron luchas de años y años que dejaban como saldo numerosas muertes. Hoy todo esto sucede en África, en algunos países de África. Uno de los errores heredados por décadas de supina ignorancia es  considerar el territorio africano como uno solo, cuando la realidad es otra en el continente que dio inicio a la aventura humana. Jon Lee Anderson, cronista de los tiempos de hoy y conocedor por largo tiempo de África, así nos lo dice. Y sin duda la razón es suya.

No solo queda en la retina la imagen del niño sudanés mirado por un amenazante buitre que valió el triunfo del Premio Pulitzer en el 94 como el símbolo del hambruna que azotaba y azota las tierras africanas. Quedan también en la memoria los niños obligados a servir militarmente producto de las guerras civiles que se desatan por el caos generado tras la “liberación” de Europa. Esa es una funesta postal de un mal que sigue cobrando miles de vidas innecesaria e implacablemente. Los niños obligados a valerse de las armas, imagen que remite a algunos países de África, no son una realidad que solo pueda verse en las guerras civiles de ese continente. En Siria, conflicto armado que todavía transcurre y que ya cobró más de 280.000 muertes (En este tiempo indiferente, ¿tal cantidad dirá algo? ¿Conmueve?), se ha visto a niños empuñar las armas por sus propios padres. La defensa del territorio se hereda. Y esta la forma de enseñarla. Nosotros los peruanos ya hemos visto cómo se utilizan los niños en guerras de muerte y odio. El caso de Sendero Luminoso, herida no cerrada aún en nuestro país, ofrece un repudiable ejemplo. Paloma de Papel, cinta que narra esos hechos, y la biografía del insólito antropólogo, Lurgio Gavián –“Memorias de un soldado desconocido”-pueden decir cosas al respecto.

La involucración de infantes en procesos de muerte no es potestad de las guerras civiles. Los sicarios, cada vez más jóvenes, pertenecen a otros desenlaces, quizá más cercanos, en donde las autoridades correspondientes brillan por su ausencia. Mientras más temprano mejor para regar las desastrosas semillas de violencia y odio.

El mundo está plagado de violencia. Cada vez menos se escucha, cada vez más se impone y cada vez más los oídos sordos se hacen más presentes por no hacer nada por la realidad que nos rodea. ¿Cómo poder decir “la realidad no superará mi vida” cuando a metros se mata? ¿Cómo decir eso cuando la globalización nos ha traído beneficios de dinero y bienestar pero no una sustancial detención a los procesos de aniquilamiento masivo? Existe un genocidio en Siria pero las grandes potencias mundiales, aquellos países del Primer Mundo, proveen de dinero y armas a las partes beligerantes y desisten a los intentos de solución.  
Acabo de ver Hotel Rwanda y nunca he sufrido  tanto con una película como esta. Es la historia del genocidio perpetrado por el odio entre los hutus y los tutsis que se disputan el país en 1994. Una  rencilla ancestral que devino en odio gracias a la colonización belga. La película narra la persecución de los hutus, mayoría que estuvo relegada en la humillación durante considerable tiempo, sobre los tutsis, minoría que dominó el país mientras los desquiciantes belgas tenían las riendas del país. Es la narración de los hechos y revela cantidad de historias que francamente a uno le chocan. Hutus y tutsis no tienen otra diferencia que la elaborada por burócratas en su carné de identificación. Sin embargo, el odio, forjado por el tiempo, sabe reconocer a unos y a otros. Paul Rusesabagina, con magistral actuación de  Don Cheadle, encargado del aristócrata Hotel Mille Collines, lleva una vida de tratos cordiales hacia las personas poderosas que pasan por las habitaciones de tal hotel. La vida de un próspero regente de hotel se verá marcada por el espiral de odio que corroe al pueblo ruandés. Su esposa, los vecinos y la incontable gente que, tras los contratiempos de la guerra, logran tener resguardo en el hotel, son todos tutsis. El pueblo hutu, enloquecido por el odio, sabrá  de dónde inclinar la balanza de los tiempos de venganza. Los europeos que visitan el lugar, quieran o no, partirán a la seguridad que sus naciones les dejan. La tierra es compartida, pero los problemas solo serán africanos cuando ellos los dispongan. Los países europeos dan medicamentos para los abatidos y los sufrientes de la guerra, pero también dan armas para que esta se perpetúe. Es el círculo vicioso que halaga a los poderosos. Rusia, por cierto, exportó armamento gratuito para las tropas de Bachar el Assad, actual presidente del país donde se da la masacre del nuevo siglo.  

Hotel Rwanda, historia de odio y esperanza, conmociona, sacude. Relata también un milagroso triunfo de la esperanza sobre el caos del odio. En medio de la noche de muerte, la luz se abre paso. Es una historia que no debe repetirse más. Pese a que Siria, Palestina y otros lugares de la tierra refuten tal pretensión (¿Qué es este mundo en que debe defenderse lo obvio?, se preguntan Brecht y nosotros), quien vea la película sabrá que no puede quedarse en manos quietas y exigirá que esto cese. No puede seguir ocurriendo. No más muerte, no más niños, mujeres, ancianos y hombres sin futuro. No más inocentes muertos.


04-08-13


viernes, 2 de agosto de 2013

La haine: el odio

No habla de insurrecciones apoyadas por siglas, por clases medias, ni viralizada en las redes. Estamos en los noventas y en los bloques de Francia se vive bien sin llegar a tener a la mano los artefactos tecnológicos que, seguramente, por el “primer mundo” – en esta película esa metáfora será destruida- ya deben estar a la orden del día. Ciertamente, entre otras cosas, se toca el descontento popular, pero el de los parias. En la Francia de los 90, realidad vigente al día de hoy y compartida por otros países europeos, los parias son los inmigrantes: árabes, negros, latinos, y otras familias de fenotipo distintas al caucásico. Se relata otro  tipo de revuelta tan indignada como las que vivimos de manera actual. No se postula un cambio de modelo económico-eso queda a juicio del espectador- solo que dejen al barrio en paz y se tenga justicia ante la paliza policial a un adolescente. Las noticias muestran un apoyo cívico al inicio, muestra de que la sociedad no está indiferente del todo. Como origen, sin embargo, se tiene a los suburbios. Tal cual sucede aquí, la noticia de muerte temprana en hechos violentos solo sirve para rellenar las hojas policiales. Las cosas, “el sistema”, seguirán campantes y sonantes, alimentando odios, fomentando desuniones, erosionando caminos y vidas. De eso habla La haine o El odio. Película francesa dirigida por Mathieu Kassovitz y en la que actúan Vincent Cassel, Hubert Kounde y Said Taghmaoui.

La policía golpeó a un muchacho de 16 años irracional y salvajemente. Lo dejó en coma. Tras varios tratos indiscriminados y violentos para con la zona, los jóvenes del barrio, que no son santos, deciden tomar justicia por sus manos. Son días y noches de búsqueda desesperada de justicia. La comisaría cercana es tomada como botín, se hace lo que quiera con ella. A partir de eso, las pulsiones entran en tensión. De un lado, se espera que recobre la salud el joven violentado; del otro, las pesquisas policiales continúan en búsqueda del arma de un oficial que ha caído en el barrio. Al transcurso de las horas (la película transcurre en 24 horas), el suspenso aguarda por saber quién dará el paso decisivo en la espiral de violencia. Hay quienes tienen toda una tradición de “control” sobre la situación, otros quienes no tienen tanta cautela y prefieren equilibrar la balanza. Como todo lo concerniente al humano, cuando esta es alcanzada, se dispara el error.

La haine representa muy bien la realidad de una zona marginal. Los suburbios, sus habitantes, no solo están separados urbanísticamente sino también mentalmente. Las periferias de su ubicación se dan en muchos sentidos. Solo la ciudad, simbolizada como lo moderno, se acuerda de ellos cuando algo malo sucede. A ella llegan reporteros y policías en búsqueda de la noticia y de guardar el orden. Ningún rastro de querer ofrecer algo distinto para bien. Por otro lado, los del suburbio acceden a la ciudad en búsqueda de trabajo, diversión y para hacer fechorías. Hay una completa escisión y esto no solo significa la participación de las distancias. El racismo, en todas sus formas, sea la del skin que en base a golpiza busca propinar lecciones  o la del ciudadano que le da el tímido voto a un político de ultraderechas o justifica, juega su parte también. Quien quiera progresar debe salir del suburbio.

En este ambiente de resentimiento, para los chicos del ghetto solo vale lo aprendido en la calle, es decir, las reglas de la violencia, el robo, el pandillaje. Desde chicos se cobija esta idea y el mejor resultado para resolver esto entre las autoridades  se encuentra en el aporreo o el encarcelamiento. La muerte y la tortura física también son opciones. No importan que están se den tras las paredes, lo que debe mantenerse es el orden para cierto segmento de la población. Tal cual los chicos aprenden la violencia, los nuevos agentes de policía pasarán por lo mismo. La violencia, sea cual sea el bando, es aprendida.  

La situación cansa por su insostenibilidad. Debe darse un  tope ya. ¿Servirá la violencia? ¿Se inclinará la balanza y traerá de vuelta más violencia ese equilibrio? Cambiar los hábitos alimentados por el odio tienen su costo, pero las situaciones y emociones fuertes pueden modificar el caudal del río. La hermandad fundida en el barrio y la confianza que esta ejerce dan muchas chances de un probable viraje pero la resistencia presentada por el odio es fuerte. Más todavía si como corrosión de la sociedad está institucionalizado. Todo puede mantenerse en un marco de orden, pero como la metáfora del hombre que cae desde el piso 50: “lo importante no es si caes bien, sino cómo aterrizas…”

El mundo no es “vuestro” como se lee en un anuncio paradigmático. El mundo es “nuestro”. Aunque esa sutil variación en principio puede ser una forma contestataria llevada a cabo por el menor del trío, Said -Vince, Hubert y Said, son unidos amigos-, con una lata de spray, en esta película de representaciones y lecciones, una lectura sería lo que ese “sistema”, según refiere Hubert, realmente patenta. Él tiene el poder, él provee al odio, él disemina las separaciones. “El mundo es nuestro (suyo)” en tanto la violencia siga siendo la barrera para el entendimiento entre la sociedad.  

Es una obra de emociones fuertes y de lacerante vigencia. Corresponde no solo al contexto europeo sino a lo que se vive en todo ambiente de marginalidad, por lo menos los que sitúan en la urbe. Más allá de las lecciones sociológicas o de técnica cinematográfica que pueda dar, La haine interpela al espectador por la cultura de violencia que impera en el mundo. Desde el comienzo se lee “se dedica esta película a quienes murieron durante el rodaje”.


02-08-13