jueves, 31 de enero de 2013

No más teología en la universidad


Juan Luis Cipriani, jefe de la Iglesia peruana oficial, ha cometido otro traspié. Empecinado en ensuciar su hoja de vida y ebrio del poder concentrado que posee, quien consideró una cojudez los derechos humanos, tomó la cerril decisión de prohibir el dictado del curso de teología en la PUCP en el semestre académico del 2013. Los sacerdotes y laicos que deseen difundir conocimientos relacionados a la doctrina católica tendrán que hacerlo en otro lugar gracias a la intransigencia de este personaje. Revestido como un niñito gruñón y engreído, Monseñor Cipriani reveló su verdadera vocación autoritaria debido al conflicto que tiene con la citada universidad. Si no eres mía, no serás de nadie, parece ser una de las frases de cabecera del pastor de nuestra iglesia lorcha.
Los cursos de Teología en la PUCP distan –o distaban- mucho de ser como los cursos de religión que se enseñaban en los colegios. Recojo mi experiencia en cuanto a cursos de religión y casi siempre los profesores partían de que nosotros, los alumnos, éramos empeñosos y fervorosos soldados de Dios, cosa que era completamente ajena. Los postulados católicos, en ese momento, entraban por una oreja y salían por la otra. Las palomilladas del colegio salvaban el día del curso de religión y lo que más recuerdo de él es que tenía la posibilidad de dibujar, pues las tareas demandaban gráficos. 
Cosa diferente se vio en la Universidad, naturalmente por alcanzar mayor madurez. En particular, las clases que llevé no fueron con un profesor de mi agrado, P. Ernesto Rojas. Recuerdo que en una clase el cura defendía la onerosidad de los representantes de la Iglesia, inmediatamente después de hablar sobre la ascetismo de San Francisco de Asís. Era un poco contradictorio oír eso. Sin embargo, influenciado quizá por excelentes obras, Quo Vadis, de Henryk Sienkiewycz (debo decir que me valí de ella para aprobar el examen final) y El evangelio según Jesucristo de mi entrañable José Saramago, la temática de perdón, libertad y amor del curso llamó mi atención. Cabe mencionar que las lecturas presentadas por Rojas eran mayormente históricas y por ello presentaban las oscuridades que la Iglesia busca ocultar. Eso demostraba el talante abierto del curso de Teología.
Asimismo, pasado el semestre, conocer la teología de la liberación reavivó mi interés por la teología y por el catolicismo. Conocida como la “doctrina social de la iglesia”, tan popular y estigmatizada décadas anteriores en América Latina, esta “vertiente” prima la atención y el trabajo por los pobres, por los menos favorecidos. Es una lucha constante por que ellos- en realidad, todos- obtengan un mejor modo de vida. Partiendo de la solución de los problemas sociales como algo primordial, mas no esencial (“construir el paraíso en la tierra”), la teología de la liberación no tiene otra opción que enfrentarse a los poderes de facto que privilegian el egoísmo y alientan la desigualdad e injusticias con fines mortíferos para las mayorías. Todo esto es muy bello y esperanzador tomando en cuenta el desinterés y la desidia reinantes hoy en día.
Es así que pese al desagrado de algunos alumnos, el curso de Teología de alguna manera competía con el de Ética, dados los contenidos de ambos. El mensaje común  indiscutiblemente es la corrección del hombre y del descubrimiento de su destino. Si ofensivos fustigadores pro-Opus Dei reclaman el “enrojecimiento” de este claustro universitario pues se hallan muy confundidos. La variedad de temas presentes en los syllabus de teología (textos sartreanos, por citar un ejemplo) no es otra cosa que labrar la discusión académica prolífica poner a prueba los postulados de la fe rebatiendo sus fueros. Ese era el caso de profesores como “Pipo” Zegarra, dueño de un espléndido carisma, y el campechano Andrés Gallego. Estos cursos de teología, si bien obligatorios en su momento, no significaban un tormento como lo fue en la primaria, sino una posibilidad de descubrir y desafiar las creencias religiosas de los alumnos; todo ello basado desde una perspectiva integral.
Si uno atiende la historia de diversos personases de la religión cristiana, incluso prestando atención a los postulados cristianos, observará qué tan lejos se encuentra el Sr. Cipriani. Es por todos sabido que lo que busca este hombre de poca monta es poseer más poder y defender sus nada santos intereses. Empero, indigna e entristece que aparezca como representante de una Institución en la cual hombres en el pasado y la actualidad reconocieron su verdadera humanidad y lucharon por una vida mejor. Quizá el arzobispo de El Salvador, Arnulfo Romero, vilmente asesinado por la contrarrevolución, sea el más claro ejemplo de ardorosa entrega por el prójimo.
Vivimos en un mundo que asiste a su propio funeral. Incluso en esta perspectiva, Norman Birnbaum, sociólogo representante de toda una generación de las ciencias sociales en el vertiginoso siglo XX, reconoce la poca preponderancia que se le dio a los valores humanos en la senda del progreso del hombre occidental. La filosofía y la religión, lo dijo Erich Fromm, formas de explicar y entender al hombre, actualmente figuran en los patios traseros. Hoy, sin intentar ser alarmista, vemos cómo se colabora por que tal situación se mantenga. 

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