miércoles, 2 de abril de 2025

Las lecturas como mi cobijo

 

Agotado por el trabajo, lo dejé en stand by y me dediqué a navegar por la red. Noté que estoy abriendo muchos videos de Youtube. No usaré Tik Tok, pero estoy en la misma movida. Yendo de aquí para allá, buscando entretenimiento y sin sostener la otrora disciplina en donde por lo menos debía leer 3 artículos en francés para recién mataperrear digitalmente. Noté eso y, cosas del destino, ya sea por una recomendación de Youtube o porque entré a Facebook para buscar una cosa, me encontré con la producción de dos escritores a los que admiro.


El uno es Ezequiel Fernández Moores, periodista deportivo argentino. El otro es, ustedes ya lo conocen, Rodrigo Núñez Carvalho, el autor de Sueños Bárbaros, un libro de casi 500 páginas y que me lo leí en semana y un día. A Ezequiel lo leí cuando su columna era incluida en el diario El Comercio hace unos años. Y me acuerdo perfectamente de cómo su artículo sobre Johan Cruyff me influyó en un momento de mi vida en la que buscaba respuestas y agilidad en el pensamiento. Releí aquel viejo artículo en donde el holandés responde a la pregunta de su opinión sobre Messi: “debe aprender inglés”. En donde dice que como holandés, un país pequeño en medio de las potencias europeas, se debería ser más inteligente que los otros.


Esa entrevista me gustó bastante y por eso cuando tuve la oportunidad, me descargué la autobiografía de Cruyff en inglés. No recuerdo mucho de aquel libro, la verdad. Quizá porque en ese momento estaba más interesado en leer en inglés, en habituar a mi cerebro a eso, que en realidad comprender las cosas. O tal vez no me llamó la atención porque no tenía la pluma buena que Fernández sí posee.


El otro artículo era un post en su muro. Era sobre el fotógrafo de ascendencia japonesa y huamanguina que le tomó la foto a Vargas Llosa cuando se planteaba el márketing para Conversación en La Catedral. Ahí Núñez con su particular estilo habla de su vecindad barranquina con aquel fotógrafo, Félix Nakamura.


Es bello cómo la contextualización de la historia, la manera en Núñez la construye accedemos a los entretelones de la vida de un joven que ingresa a la vida universitaria, la sanmarquina, allá por los 50’s del siglo pasado. Y cómo con eso logramos captar un poco la forma en que se manejaban las cosas, tales como los ingresos a la universidad con exámenes orales, la presencia de Raúl Porras Barrenechea (de la cual Núñez se confiesa un estudioso y de esa vida ya hemos gozado en algunas páginas del semanario de Hildebrandt) como baluarte de cultura en la vida intelectual de su tiempo y, tal vez la más entrañable, el encuentro de Nakamura con Porras Barrenechea en una agitada Navidad de aquel entonces.


Leer esa parte me devolvió a mis propios vagabundeos por el Centro de Lima, en donde en una fecha parecida (era el 31 de diciembre del 2015), no me encontré a un intelectual, pero sí a un importante de la movida musical: Iván Cruz, quien con sus dedos ensortijados me recibió el saludo cuando hacía cola en el Banco de la Nación de Jr. Lampa.


Los vasos comunicantes entre estas dos lecturas que tuve fueron la pausa, la reflexión, cuando tocaba, pero también la caracterización de los personajes y las emociones en la descripción al momento de la reconstrucción de una historia, que fue el caso de Núñez. Recordé como una sensación que el libro que actualmente leo; no obstante, con historias bien construidas, tiene otro ritmo, es veloz, los acontecimientos ocurren uno tras otro. Es más, el libro actual, sobre el continuo de la historia que sobre la utilización de la belleza para sintetizar ciertos momentos.


No lo sé, me fue inevitable pensar en eso y me agradó. Me gustó tener acceso a ese tipo de lectura en donde el ritmo te pausa y lo que lees es una exigencia intelectual (como juzgó un periodista sobre Ezequiel), pero también hay decoro y profundidad emocional en los pasajes de lo que se cuenta. Me gustan, entonces, ambas rítmicas, ambas “personalidades” de lo escrito. Y quizá lo sentí así por la deriva de las emociones en la que me encontraba. Una vez más, las letras como mis aliadas.

 

02-04-2025

jueves, 20 de febrero de 2025

Del libro que se vive: invitación a Sueños Bárbaros

 


I

Volví a leer como se debe el año pasado recién. Es decir, libros físicos como lo hacía antes, pero ni tanto. Recuerdo haber leído más que todo crónicas cortas en revistas, artículos académicos, algunos poemas. Pero libros y sobre todo literatura, no tanto. Esa es la verdad.

Sin embargo, el año pasado arranqué con El Padrino de Puzo en circunstancias que no me lo había propuesto y la mechita simplemente se encendió. Lo leí de inmediato, pues la prosa de Puzo así lo invita y de ahí, así en volada, me aluciné y fui devorando mundos, devorando libros. Mi segunda víctima fue el también voluminoso El hombre que amaba a los perros del cubano Padura. Fue más por reto que por atracción, pero qué tal reto gratificante significó. Fue un verdadero placer para mis sentidos leer semejante obra que conjunta geografías, dramas sociales y personales y episodios de importancia histórica.

Luego, en esa viada, intenté otros libros, pero quizá fue más por querer establecerme una disciplina de lector de literatura que por amante de los libros que yo iba seleccionando. Me demoraba en leer porque francamente eran aburridos, se gastaban, se perdían en la trama, algunos eran intragables, pero continué. A fines del año pasado, sin embargo, me tracé una lista de libros que me llamaban la atención. Así es como he comenzado el año, no con este libro precisamente, pero con este libro inauguro lo que podría definir como el momento feliz de la literatura. Me refiero a Sueños Bárbaros del bárbaro Rodrigo Núñez Carvallo.


II

El primer contacto que tengo con Rodrigo Núñez es con sus colaboraciones que hace para la revista Hildebrandt en sus 13. Me ubico más o menos entre el 2014 y el 2015, su crítica contundente y demoledora a la obra de Jeremías Gamboa, Contarlo Todo, a la puesta en escena de los “Karamazov” por parte de Mariana de Althaus, sus crónicas históricas a personajes de la política y cultura peruana como Porras Barrenechea, Arguedas (la mención, en una de sus crónicas, donde Arguedas celebra la noche al ritmo del violín de Máximo Damián me es inolvidable), José Tola, Julio Mezzich; sus compactas semblanzas a su padre Estuardo Núñez, a su madre Cota Carvallo, a su hermano el fulminante Hernando Núñez, entre otros, me mantuvieron como lector de una revista que poco a poco fue perdiendo su atractivo para mí. Pero si me mantuve fue por aquella prosa de adjetivos precisos, de creación de escenarios, de diálogos frescos y atentos, propios de alguien que conoce la cosa, de alguien que parece haber estado ahí, viviéndola.


III

Sin embargo, aquella prosa no definida como distante, pero sí histórica como término que pretende respetar la objetividad de un acontecimiento y todo lo que eso implica, no es lo que aparece como medio de transmisión principal en Sueños Bárbaros. Es eso, sí, dale, pero bañado por un río de literatura, de sabor, de vida, es una corriente de tensiones que tiene como base el empeñoso trabajo artístico como lo señala Abelardo Sánchez León cuando entrevista al autor en el contexto de la publicación de la novela.

Leer Sueños Bárbaros es un goce, aún cuando empezada la novela - que arranca trepidante e intensa (los convulsos episodios en la selva peruana para la grabación de Fitzcarraldo así lo demuestran)- se da paso al inicio de la trama de las metaperlículas que es un tanto divagadora para mi gusto, pero es donde se van sentando las bases de las muchas tramas que la araña de Rodrigo va tejiendo. Y en el balance, es aceptable.

 

Sueños Bárbaros, fresco de la época de los 90 de Lima que retrata la intensidad de una familia de amigos que tiene como bastión una casa derruida que mira a la playa de Chorrillos, es una novela y una apuesta por la vida como tal. Esta novela tiene de todo, drogas, sexo, alcohol, literatura, tensiones de poder, historias de calle, de homosexualidad, de otorongos, de noches desenfrenadas en discos del sur de la ciudad, en montes de Lima este con miras a un próximo atentado terrorista, tiene de todo. Y es bueno calificarla como lo hace Sánchez León de vuelta: es una novela arrecha, pero no solo por sus detalladas, jugosas y poéticas escenas y hambre de sexo, sino que es arrecha por contar la pasión con la que los protagonistas viven sus pasiones como sus vicios y pesares: que son el cine, el teatro, el alcohol, la cocaína, la soledad, la depresión, la traición de una madre, la pérdida de un padre, la pérdida de uno mismo, el fracaso de la educación en casa, etc.

Es por eso que cuando la leía pensaba en el significado de la casa, o más bien de un hogar. Y pensar en la figura de Rafael Delucchi, sátiro de Lima sur en el buen sentido helénico, quien convoca a su hijo Ramón, hijos e hijas otorongas, amigos como Pipo, Paloma, Domingo de Ramos, Rik, Claudio y demás damas (las más de las veces veinteañeras) a su lares, da una lección de lo que es vivir por una pasión y cómo es, tal vez sin proponérselo, convocar y crear las condiciones para que esa vieja casa con miras al mar sea un espacio de encuentro (tanto para amigos, artistas, terroristas o manifestantes contra la dictadura).

Ese es uno de los designios o ideas que deja esta novela y que, si no me equivoco, era lo que le reclamaba el autor a Jeremías Gamboa con su novela: que no legaba nada. Pero Sueños Bárbalos lo hace. Para mí lo hace y con creces. No sé si es una novela que cambia la vida, pero esta novela de una metapelícula toca tu vida y con aquellos instrumentos del cine, la literatura, del teatro, de la psicología jungiana, trata al lector como una dócil pero innatamente salvaje jaguar hembra lo haría y de esta el lector sale sacudido.

Y ese ha sido mi caso: he vivido la novela. La he leído con intensidad y pasión. Incluso ahora me pregunto si acaso estoy faltando a mis deberes de lector por no haber reflexionado un poco más con ella, ser más sesudo en la comprensión de la misma, de sus etapas, episodios y, a lo Claudio o Pipo, ser más reflexivo y apartado en cuanto a ella, para… retenerla conmigo. Pero acá el Lincoln (el lector sabrá a qué me refiero) es de raigambre de Rafael o de su Ota, la actuante, la hacedora, la mandada, y es precisamente por ellos que me quede pegado a esta gran obra.



21-02-25

 

Hinchado… de palabras

Camino a Camaná, hace ya dos semanas casi, en el bus sentí una leve sensación de náuseas. No le dije nada a mi tía pues no quise alarmarla, tampoco me veía sosteniendo una bolsa de papel, como en las películas, y vomitando y haciendo todo un show en el bus cama en el que íbamos. Me quedé chitón y aguantando la sensación de náusea.

El sábado pasado tuve la misma sensación y cierta descompensación, pero la tarde de ese día terminé comiendo y bebiendo de lo lindo. Nada pasó. Al menos en ese exacto tiempo, ya en casa malestar y al día siguiente un estómago hinchado, náuseas y descompensación. Igual me fui a bailar, pero sintiendo mi estómago como un barril pesado de metal. Y náuseas.

Todo esto me conminó a que busque al doctor. Sí, a dos o tres días. Quise actuar rápido porque el lunes no hice nada de ejercicios, y eso que era primera semana, semana en donde arranco con las paralelas rusas que con dolor me ha costado “desbloquear”. Pero ocurre que el doctor con el que saqué cita, un doctor joven pero canoso, bonachón, canceló pues también se puso mal. Y…

Estas cosas se dieron en un contexto de que el lunes fui al baño unas cuantas veces. ¿Pueden creerlo? Tras esos síntomas gástricos raros, le agregué a mi dieta “blanda” un potente plato de frejoles seco. El resultado fue un tremendo festival de pirotecnia gástrica que terminó en lo que se conoce como bicicleta. La noche del día en que el doctor bonachón cancela la cita salgo a la sala y veo un plato cubierto, lo develo y veo una pizza suculenta. Toco mi estómago y siento ya alivio. “Venga pa’ acá”.

Lo que vino fue un episodio dos de la bicicleta y ahí sí me preocupé.

Acabo de terminar cita con la doctora, una simpática doctora de raíces palestinas que no dejaba de reírse cuando me veía anotar lo que decía o de poner cara de circunstancias, y me dijo que lo más probablemente tenga un episodio viral. Si bien no me gustó que me llene de medicinas a la manera de los doctores de la medicina norteamericana, me gustó que me recete zinc como medio para proteger mi sistema inmune. Eso, de hecho, me lo dateó mi fisioterapeuta hace unos meses y es posible que lo tome de manera diaria (en 30 mg.) de aquí en adelante. ¿Qué si es gastritis? Poco probable, pero ahora entiendo – e investigaré más- que la gastritis es un tema de cuidado de la mucosa gástrica y que cometemos un error si tomamos café en ayunas o algún ácido. ¿Eso va a contracorriente de aquella cultura general de beber agua con limón a ayunas? No lo sé, es una guerra de saberes y ahí está el tema de seguir investigando.

Alabado sea el de arriba por coger el problema de mi barriga como excusa para ensayar estas letras, pues como decía el adagio romano “nulla dies sine línea”.

domingo, 24 de noviembre de 2024

Los Orishás de la salsa: ¿Qué dice la academia sobre nuestro género tropical?

 “¿Sabes…?”, me dijo esa negra linda que conocí de la nada en la alameda de los Héroes Navales allá por mayo, “bailar contando como que te encasilla, es más sobre sentir los instrumentos”. Me miró e indicó que siga la musicalidad del bongó, de la clave, de la trompeta. Yo estaba perdido ante la novedad de sus ideas. Remata: “se trata de sentir la música, de sentir la religión ahí”. “¿Cómo así?”, le pregunté asombrado. “Claro, en sus orígenes la música caribeña era una conexión con los dioses africanos”.

Desde ahí no he dejado de pensar la conexión entra la musicalidad de la salsa, sus orígenes africanos y esa sensación que nos causa en el cuerpo cuando la escuchamos. En efecto, tú escuchas salsa, o cualquier ritmo que mueva, y puedes sentir que tu cuerpo capta y opta por seguir el ritmo. ¿Pero qué ocurre cuando enfocamos ese aspecto con el lente de la religiosidad que está en los orígenes de la expresión musical, cuando la música es parte de un ritual de llamado y de conexión con espíritus, con una creencia?

Fueron estas indagaciones que me llevaron a un conversatorio sobre la influencia africana en la salsa, todo ello en el contexto de la Semana de la Salsa que organiza la PUCP. Reunidos en el tercer piso de la Biblioteca General, Jesús Cosamalón, historiador, también músico y encargado de la agenda salsera, presentó a esta octava semana como un esfuerzo único en el mundo (“ni siquiera Puerto Rico lo tiene…”) que busca llevar a la salsa a la pista del pensamiento. ¿Y lo africano aquí? Se da en el marco de la abolición de la esclavitud en el Perú, ocurrida hace 170 años.

A su lado se encontraban Luis Rocca, sociólogo chalaco y miembro fundador del Movimiento Negro Francisco Congo, y Maribel Arrelucea, historiadora sanmarquina con estudios centrados en la esclavitud africana en el país.

Mujeres en su salsa

El planteamiento de Arrelucea fue la de establecer una caracterización de las mujeres en la salsa. Si bien ha habido una participación de las mujeres como fuente de inspiración, temáticas o coristas, indica, ella optó por centrarse en un número limitado de intérpretes. Desde ahí, la idea era ver cómo ellas se hacían de un sitio en un espacio predominantemente masculino.

Un aspecto interesante es su mención a la salsa no solo como género de música bailable, sino como una plataforma que vehiculiza imaginarios; es decir, ideas, narrativas o imágenes que alimentan o influyen en la visión que tenemos sobre el mundo. Este punto de vista es poderoso pues la masividad y ámbito de acción de un género (sea cual sea) coadyuvan hacia la manera en que nosotros nos dirigimos al mundo. Con este planteamiento, Arrelucea adjudica identidades o personajes que moldean el desempeño de las intérpretes. Y esto es así pues una intérprete elige cómo quiere actuar y ser vista, y es esto, en esencia, lo que es un personaje.

Elige, así, diferentes rótulos para definir a las intérpretes, como una suerte de arquetipos. Tenemos a la “loca”, “las sensuales”, “las mujeres bien” y “las maestras”. Con una línea del tiempo que ineluctablemente realiza dada su formación de historiadora, Arrelucea nos muestra a diferentes féminas de la salsa desde 1960 en adelante. Ella comenta sobre los exotismos, una concentración en el trabajo sobre la identidad étnica y hasta territorial de los primeros años de las intérpretes hasta pasar, en épocas actuales, a una manifestación más global. Sobre este punto volveremos luego.

Arrelucea se centra sobre la cantante la Lupe y cómo ella representa lo que es ser “la loca”, es decir, una mujer que transgrede los parámetros establecidos por la norma social, algo que supuestamente no debería hacer y, en razón de ello, se le intenta detener (o domesticar) tildándole de loca. Detalla sobre su carrera, aciertos y desaciertos, y también sobre su rivalidad con Celia Cruz, quien vendría a representar lo que es una “mujer bien” (esta denominación es mía): o sea, los valores de consenso en la sociedad y que se visibilizan en el anticastrismo y anticomunismo. Hay que reparar en cómo lo que es de consenso social (o hegemonía) se alinea con una orientación política.

Luego pasa al perfil más solicitado en el género tropical: la de las “sensuales”. Habla sobre los cuerpos erotizados, voluptuosos, diseñados para ser vistos. Definitivamente, en este aspecto, cabe una aproximación crítica y cuidadosa en la medida en que la insistencia en los atributos corporales/eróticos circula por la delgada línea entre la afirmación de una identidad femenina (la poderosa), pero también en cómo esto encaja en un público, masculino, habituado a ver a la mujer como objeto.

Un punto que me llamó la atención fue la caracterización: al situar a cada mujer dentro de un perfil, pareciera que, justamente, se las encaja en ello, y no se puede entender las diferentes estrategias que ellas puedan realizar a lo largo de sus trayectorias. Por ejemplo, la Lupe jugaba con el aspecto físico, pero eso también las sensuales hacen, y al final se orienta hacia la religión, lo cual podríamos situarla dentro del consenso y eso la admite dentro de lo que se entiende por “mujer bien”. ¿Cómo entender estas fluctuaciones? Indudablemente, la caracterización se trata de un esfuerzo por dar orden y ciertas líneas generales a lo que han significado las mujeres en la industria, pero no dejé de pensar en ello.

 

Las religiones africanas en la salsa

Sin duda, esta era la exposición que buscaba pues se centra en la diáspora africana y los valores religiosos de África en la salsa, algo que me interesa. El sociólogo Luis Rocca, empero, inició su intervención con dos autocríticas destacables. La primera era la de cómo los estudios sobre la influencia africana tenían una “marca nacional”: eran afro-ecuatorianos, afro-peruanos o afro-bolivianos. No se habla, indica, de cómo conforman una diáspora como proceso general mayor. Lo segundo, es cómo desde el Cono Sur ha habido un escaso diálogo con la zona Caribe. Que un especialista de esta área lo refiera es digno de importancia y merecen saberse las razones de esta brecha de conocimientos y por qué sería importante ese diálogo.

La vida de Lavoe termina en tragedia y se dicen muchas cosas de la santería, su ocultismo. Eso pensé cuando Rocca muestra un extracto de respuesta de Lavoe a su llegada al Callao allá por los 80’s donde indica que es cultor de la santería y que, de hecho, había un santero con él antes de dar sus conciertos.  

Luis entonces nos habla de tres grandes religiones africanas presentes en América: la religión Yoruba, la Bantú y el Voudú. Él hace referencia a la esfera de influencia de esas culturas/religiones dentro de África y eso nos da luces sobre a cómo no homogeneizar a todo el continente africano, lo cual es una práctica muy común. Hizo referencia a cómo la religión Yoruba tuvo mayor presencia en las islas caribeñas (¿Trinidad y Tobago? ¿Martinica? ¿Guadalupe?) y el Brasil. Provenientes sobre todo de las áreas africanas que ahora son parte de Nigeria, Benín y Togo. Habló de las 7 potencias dentro de esa cosmovisión y algunos aspectos de ritual.

Mencionó al Bantú y su presencia animista y politeísta en Cuba. Reflexionó sobre sus cualidades sincréticas, algo que se enseña que realizaron las culturas andinas ante el poder colonial, pero no tanto, por lo menos en Perú, sobre el sincretismo de las religiones africanas. Es interesante, entonces, la permeabilidad y la flexibilidad de sus exponentes. Aunque también cabe mencionar que esa flexibilidad puede representar una estrategia de supervivencia dentro del marco de poderío e implacabilidad de los imperios coloniales de turno.  

Mencionó al Voudú, sus orígenes desde Dahomey, su presencia en Haití y luego su tránsito hacia tierras cubanas en la primera mitad del siglo XX. Es interesante también reparar en esto pues las migraciones haitianas generalmente son migraciones laborales y esto hace referencia a cómo sociedades o individuos transportan con ellos sus culturas y sus creencias religiosas. La presencia del Voudú también se ha visto en las zonas sur de los Estados Unidos que es donde ha existido migración haitiana, también en un contexto de migración laboral.

Por último, Rocca cerró con la reproducción de canciones y videos donde se refleja la mención a las divinidades y potencias religiosas africanas. El caso de Aguanile o Santa Bárbara (santa que “oculta” tras sí al orishá Changó) y que la hemos escuchado en un remake de Brunella Torpoco nos habla sobre los cantos con influencia divina y de la cual no reflexionaríamos en medio del frenesí de una descarga salsera.

Reflexiones

Mi cabeza era un hervidero de ideas y para colmo Cosamalón invitó a que las intervenciones del público (esas que adoro y parecen ser marca de identidad de la PUCP) sean preguntas pues “los comentarios lo pueden hacer al final de la mesa” y no me quedó otra que intervenir… con un comentario.

Subrayé la mención que Rocca hace sobre la falta de diálogo entre América del Sur y el Caribe. Cuando hice esa pregunta pensaba en el novelista trinitario de origen hindú, V. S. Naipaul, y cómo su biografía demuestra procesos históricos como la migración de mano de obra de la India hacia las Indias Occidentales (o territorios de la corona inglesa) a fines del XIX, pero también podemos pensar en cómo el territorio caribeño se yergue como epicentro de procesos internacionales de gran penetración como el de la gesta concreta de las bases políticas, económicas e ideológicas del racismo toda vez que ahí confluyen la explotación de caña de azúcar por parte de mano de obra negra esclavizada.

Mi otra pregunta fue sobre cómo se podría establecer un vínculo entre ambas exposiciones en la medida en que, siguiendo a Arrelucea, en una primera etapa las intérpretes femeninas destacan una identidad étnica dentro su desempeño como cantantes, pero, como ella misma señala, con el paso del tiempo esta identidad étnica se pierde yendo hacia algo más “global”. Las canciones de raigambre religiosa que Rocca trae a colación, de otro lado, parecen ser de los inicios de la salsa, ¿lo cual parecería que se trata de una instrumentalización de las influencias de religión africana justamente para enaltecer esta identidad étnica? ¿Por qué entonces no se producen más canciones de este tipo?

La mesa respondió que mi primera pregunta tal vez escapaba a los objetivos de la mesa, la segunda no recibió respuesta. Tal vez porque no fue planteada con claridad. De todos modos, hay mucho por investigar en un género que, como se ha dicho, lo tenemos tan cerca desde la rumba, pero tan lejos desde el conocimiento de sus contextos.

 



 

20-11-24

24-11-24

jueves, 26 de septiembre de 2024

De cuando dejé las pepas

I

Adormecido, pero sintiéndome sin los pensamientos opresivos, esos que dañan. Esa es la forma en como me sentí tras una semana de disciplinado consumo de antidepresivos. El paroxismo de miedo que viví y su posterior “derrota” bien valían la pena esas mañanas cansadas en que recién me ponía a trabajar por la tarde, me tranquilizaba. Ese cansancio más la pérdida de libido, esos los efectos secundarios. Ustedes me entienden. Una semana después, un viernes, empecé a sentir sentimientos físicos de intranquilidad. Estaba al tanto de eso, sabía la armada cognitiva, los embates del TOC como pensamiento, pero esto, esto era diferente. La intranquilidad, la sensación de nerviosismo sin causa aparente. “Chanfle”, me decía, pero aún así fui a entrenar jiu-jitsu aquel viernes. Complicado, pero lo logré. Terminé el entrenamiento cansado y me fui con el nerviosismo a casa.


Una semana después, me citaba con una psiquiatra. Ella me tranquilizó. Me dijo, a diferencia de la desafortunada (por decir lo menos) psicóloga que deslizó que podría tener rasgos psicopáticos. La psiquiatra me dijo que, para entrar en esos comportamientos, de esquizofrenia, de ultra violencia, tendría que haber una historia. Ahí mis conocimientos de ciencias sociales intervinieron para darle pausa al pensamiento mágico: no te vuelves loco de la nada, mi bro’. Y se cerró ese capítulo. “El TOC puede controlarse con pastillas, con terapia psicológica o con las dos”. Esa idea me dio vueltas. Por la noche, estaba arrojando a la basura los antidepresivos recetados en el Larco Herrera, dos semanas atrás, luego de una crisis horrenda de ansiedad más TOC.


Como dije, había tomado disciplinadamente mis ansiolíticos y mis antidepresivos. Por dos semanas. Y ya había sentido esa sensación de ansiedad física que muy rara vez había sentido durante mi vida. Aquel sábado, al día siguiente, me fui a mi clase de dibujo. La situación fue aparatosa. Difícilmente podía concentrarme y a mi incomodidad física agregaba pensamientos terribles, ansiosos en relación a la modelo. Era espeluznante. Pero aguanté. Salí como pude, tomé un taxi a casa pues no quería sumirme en el transporte público. Llegué a casa y me refugié en páginas de Instagram sobre terapeutas. “Ay, carajo…”, me decía. A la vez, pensaba en la nueva receta de pastillas que la doctora me había recomendado. Y que guardé como carta bajo la manga. Quedé dormido.


II

Al día siguiente le pedía a mi padre que me acompañe a la farmacia. O tal vez él me lo dijo. Preferí ir a comprar lejos las pastillas. Por vergüenza, la vergüenza de los que se sienten bajo el yugo de sufrir una enfermedad mental. O condición. Nos fuimos lejos, a Breña. Y ahí compré las pastillas.


Según lo que sabía, las debía consumir por la tarde. Y como era temprano por la mañana, decidí matar el tiempo leyendo mi libro de TOC, el cual, para ser sinceros, no había pasado nunca de la página de diagnóstico, nunca revisé los tratamientos a seguir, los pasos, nada. En el pasado, solo me había reconfortado saber que algo tenía y luego la lucha mental cedía. Pero esta vez, con los pesares a cuestas, revisé. Y me puse a pensar: “loco, ¿es que has intentado esto antes? No necesariamente”. Y seguí pensando. En tanto, la hora de la pastilla se iba alejando.


Era 24 de setiembre y ya el sol empezaba a salir con timidez. Era domingo y aproveché mi golpeada situación para salir al mar y reflexionar. Como lo había hecho 10 años antes cuando iba a la bajada Balta a reclamarle al mar con mi paseo solitario por qué diablos tenía miedos y pensamientos intrusivos. Voy para allá, me dije, y driblée los pedidos de mi madre de que la acompañe a misa. “Primero yo”, era mi mantra.


III

Tome la combi. Mi plan era tomar el Metropolitano e irme al sur. Pero sabía que quería caminar. Me bajé en 2 de Mayo y fui orientando mis pasos no hacia la estación, sino hacia las cuadras que venían. Opté por cruzar hacia las calles de las putas, tal vez para entretener la vista. Pero seguía sumido en mis pensamientos, en una decisión. Caminar ayuda, y el sol también. Eran como las 4 de la tarde y comenzaba a reflexionar en lo que chucha haría. En qué debería hacer de cara al futuro. Me acordaba del libro, del pasaje de tratamiento cognitivo, y mover las piernas, no lo sé, me infundía ánimos. Seguía con miedo, pero quería pelear. No quería estar como un imbécil, cansado, sin que se me pare, que era como estaba con las pastillas. Entonces dije, sin pepas, conchasumadre. Creo que no menté la madre, pero ahí ustedes sienten el feeling.


Ver a un brother fornido, lateando con sus pitbulls sin cadena, el desorden de las calles aledañas a Plaza Bolognesi fue lo último que necesitaba para decidirme: no, pepas, carajo. Y me di media vuelta para acompañar a mi madre y a mi tía a la misa de otra tía familiar. No iba a tomar pepas, mierda.


IV

Envalentonado por la decisión y por el sol, aquel lunes transcurrió normal hasta las 6 y tantos de la noche. En clase, así de la nada, comencé a sentir nuevamente esa intranquilidad física, nerviosismo, desespero, querer largarme del aula y ocultar mi sufrimiento, pero por las huevas no había tenido una crisis que me había hecho salir bárbaramente de mi normalidad. Ya conocía, pensaba, eso: no era que me volvía loco, era no lo sabía, pero loco no me iba a volver. Era, era algo distinto. ¡Era ansiedad! Coño, me enojé. ¿Y de cuándo a aquí tú? Respiraba, mientras el profe daba las clases. Respiraba, mientras los alumnos hueveaban en lo suyo. No podía ceder, no podía largarme, tenía que aguantar.


Las clases terminaron y fui directo a la biblioteca. Busqué un libro de ansiedad desde la terapia cognitiva y supe clarito que tenía que fotocopiarlo. Hablé con una amiga mientras estaba ahí en la biblioteca, la reconforté, me recuerdo. Y me fui a casa. El infierno se trasladó a mi cama.


He tenido sueños locos, pero nada tan desesperante como estar embargado por el miedo, la desesperación y al mismo tiempo intentar mantener la calma pues sabes que no te vas a volver loco. Los pensamientos, las imágenes eran de caos, de desorden, de jalones hacia el grito. Creo que no tenía noción de respiraciones, solo intentaba mantener la calma y guardar a que me llegue el sueño, mientras mi mente se batía en inundaciones de pensamientos y sensaciones desesperantes. “Uy, ahora sí quemé”, y pensaba en, ahí nomás en la madrugada, irme a Emergencias del Larco Herrera y que me encierren.


V

“Papá, ¿me puedes acompañar al Larco Herrera?”, le dije esta vez queriendo confiar en alguien y ya como última opción. No eran ni las 9 de la mañana y no iba a trabajar. Tenía que resolver eso. Y el taxi llegó y me subí con mi cara de poto. Mientras bajaba las escaleras sentía la misma sensación cuando me fui a ser operado sin anestesia al Almenara en el 2009. Golpeado, con miedo, viendo qué pasaría en el nosocomio.


El taxi fue otra odisea, el espiral de ansiedad física como cognitiva, el miedo incansable subía en decibeles, entraba en pánico, pero a Dios gracias, ningún acto que lo revele, solo sufría por dentro e intentaba guardar la calma. El miedo aparatoso me ganaba por completo y alucinaba o sentía (esa es la palabra en realidad) que mi cuerpo pesaba y que mis puños se volvían pesados y, te lo juro, se volvían verdes y venosos como los de Hulk. “Quemaste”, hermanito, me decía, y miraba la playa y la avenida Brasil. “Aquí me quedo”, pensaba al ver las paredes amarillas del Larco Herrera.


Yo ya conocía el procedimiento. Ponía cara de circunstancias y exageraba en mis palabras, pese a que notablemente estaba en alarma. El guachimán nos dejó entrar y esperamos a que un joven psicólogo les hiciera triaje. Él fue mi ángel de la guarda. Pasado el joven que había recaído en no sé qué enfermedad, fue el turno de contar la mía. Aproveché que, en ciertos momentos, guardo la compostura y me deshago en frases selectas. Conté con pormenores mi situación. Todo lo que han leído. Lo de las pastillas, la recomendación de la psiquiatra, el abandono de las pepas, el día en que dejé de tomarlas, la


-          Es un efecto rebote – me dijo-. Es la abstinencia de las pastillas, es el corte repentino de haberlas cortado.


Por fin, todo mi mundo volvía al orden. Todo encajaba. Todo volvía a su sitio. Su conocimiento, serenidad, pero autoridad también ayudaron. Temblé y dije que sí ante la pregunta de si deseaba una cita de tratamiento.


Entretanto mi padre conversaba a su estilo con el guachimán, yo pensaba en lo que había sucedido. Estaba golpeado, pero más sereno. Lo que vino después… A mi estilo retiré a un psiquiatra muy cuadriculado, a la antigua, obtuso y sospechoso, que más se concentraba en las jovencitas practicantes que en mi caso. Le pedí con la misma cara de poto con que había bajado las escaleras de mi casa que prefería hablar con el joven que me hizo el triaje. No me importó que él me diga que él era apenas un residente, que él sí tenía los galones. Le dije que quería verlo pues, mano, confiaba en él. Y así se hizo. Esperé un momento más y pudimos conversar.


Ese muchacho tiene un talento especial para ser psiquiatra. Su tacto y su llegada incluso me hicieron que suelte algunas lágrimas. De hecho, me dijo que lo mío no era tan necesario ser tratado con pastillas (algo que me reconforto) pero por razones de protocolo, igual, me recetó algunas. Yo las compré, también por protocolo. Me despedí de ese muchacho que de hecho fue un ángel y con mi padre nos fuimos por el Hospital. Él me hablaba, como siempre, de su pasado, y yo, nuevamente, pensaba en cómo iría resolviendo las cosas de ahí en adelante.


VI


Eso ocurrió exactamente hace un año. No he botado, esta vez, las pastillas que compré. He atravesado momentos difíciles de ansiedad, siempre física, pero ahí le damos. Escribo esto como memoria, como recuerdo, de uno de los episodios más pendejos de mi vida. A inicios de mes sentí una sensación corporal, era como si mi cuerpo me dijera: “papi, se acabó”. Y no les voy a mentir, he tenido sí, ansiedad, pero no como la que he tenido julio y agosto, los meses de ansiedad física más pesados.


A estas alturas conozco bien a la ansiedad. Conocer sus manifestaciones es vital para que no se pase de la raya y te lleve al suelo, como me llevo hace un año y de la cual, creo, me he sabido levantar.




26-09-24

martes, 23 de julio de 2024

Ese mi Carpe Diem emocional

 

Recuerdo que cuando ya había salido de lo más hondo de la crisis TOC, me decía: “Ojalá tuviese solamente ansiedad. Comparado a lo que siento, tener ansiedad no significaría nada”. Ahora me estoy tragando mis palabras. Una vez dejé de tomar antidepresivos, allá por fines de setiembre, sufrí lo que se llama el efecto rebote, que es algo así como el restablecimiento de tu “normalidad” cerebral. Para entendernos: el antidepresivo cumplía una función tal que impedía el torrente de bioquímicos que producía determinados estados emocionales en mí. Al quitar el tapón, toda una suerte de parafernalia psíquica se chorreaba en mí. Ese es el contexto.

Cuando me restablecí, cuando empecé a aplicar técnicas de la terapia cognitivo conductual, es que lancé esa declaración triunfal. Sin embargo, a mediados de enero, empezaron a sobrevenirme manifestaciones físicas de la ansiedad. Tensiones, sudor en las manos, sensaciones de miedo, nerviosismo, temor. ¡Putamadre! ¡No otra vez! Pero había algo importante: si bien aún arrastraba ciertos temores de índole cognitiva, sabía como hacerles frente. Había leído y leía al respecto. Era cuidadoso y por eso me sentía seguro. ¿Pero quién me explicaba esos efectos físicos?

De enero para julio, ha sido una lucha sostenida en la que mi conducta y mi mentalidad han ganado la mayor de las veces la partida. Sí, me he sentido como la mierda, pero aún así he ido para adelante. ¿He tenido TOC? Sí, pero con respiraciones y metodología lo he ido dejando en la nebulosa. Dentro de todo, he sobrellevado en mis términos la condición del TOC/Ansiedad y me he visto favorecido. De lo bueno, he agradecido. De lo malo, he aprendido. Así han sido las cosas. Todo aquello que signifique un reto para mí, lo he tomado. He ido a salsa, palteado. Me he ido de viaje, palteado. He bailado, palteado. ¡He puesto a raya mi ansiedad!

Pero ha sido a la ansiedad cognitiva, con la que puedo lidiar. Al menos con sus versiones más sutiles. Hace unas semanas sufrí un bajón anímico que me palteó. Eso pegó la vuelta el lunes tras mi regreso de viaje y pensé que era, tú sabes, el retorno a mi normalidad, el dejar en el pasado una muy bonita experiencia, etc. El ejercicio me ayudó a manejar lo que pasaba y con creces.

Pero me sobrevino, nuevamente aquella tensión conocida. Diantres. Luego los bajones anímicos, primero suaves. Intenté ponerme a prueba tomando café para hacer frente al demonio en vivo y en directo. Pude lidiar con el nerviosismo. Disfruté su trifulca. Pero domingo y lunes tuve esas caídas de ánimo más energía que hicieron que sucumba en cama. Debilidades emocionales que se ven acompañadas por emergencias de ansiedad cognitiva, quiero decir, funestos pensamientos de descontrol, de pena, de desequilibrio. ¡Una lástima!

Eso ha sido un verdadero golpe para mí en estos días. Días en donde el desconcierto, la derrota, la sumisión ante algo que no puedes manejar se mezclan. ¿Debo tomar medicinas? Es algo a lo que me niego. Yo no tenía estas manifestaciones antes de empezar a tomar pastillas. Pero ese soy yo. Con todo, soy funcional, puedo echar para delante. Pero estos últimos días han sido de miseria emocional. Esa es la certera descripción.

¿Por qué escribo esto? Para narrar mi vía crucis, o más bien mi carpe diem emocional. No sé qué ocurra mañana, pero en estos momentos me siento tranquilo. O al menos sin el monigote de la desesperanza. Eso es bueno.

Al momento de prepararme la cena, puse salsa y quise que mi cuerpo sienta la energía, la rumba. Lo gocé. Al momento de hacer mis ejercicios, cojones, para despegarme de la mala vibra con la que había estado casi todo el día, tuve que diseñarme in situ estrategias. Tales de por qué recoger las pesas, cinco razones por la que debería hacer un muscle up, cinco motivos por las que debería subir y bajar al momento de hacer squats. Puede sonar hasta estupefaciente, pero créeme que, aunque no de manera inmediata, mi estado de ánimo cambiaba en esos momentos. Me mostraba furibundo, me mostraba agradecido, me mostraba hasta sabio y distante de mi emocionalidad marchita. Y me dije, wow, está bueno. Quizá deba aplicar estas estrategias cuando el tsunami de la desolación te acecha.

Cuando me digo por qué debo de estar agradecido, mi estado mental se enfoca en lo positivo y eso alienta mi perspectiva de futuro. Cuando me digo que recuerde cosas que me hacen reír, pienso en comediantes norteamericanos, en mi flow al momento de hacer reír y eso me carga la seguridad. Cuando me digo por qué debo hacer ciertas cosas, eso refuerza mi energía, mi ímpetu, mi encabronamiento y de eso tengo cuidado, pues la idea, mi idea, es no guiarme por emocionalidades y estar en equilibrio. Por eso mencioné antes lo “sabio”. Pero si hay una emocionalidad buena no soy gil y la sigo. Es así como terminé besando a esa mi chica hermosa, de hecho.

He detallado, entonces, un poco lo que haré de aquí en adelante. Cosas por las que debo sentirme agradecido y cosas que me han hecho sentir de buen humor. La caída está a la vuelta de la esquina. No se trata esto de un optimismo barato y toda la química y complejidad cerebral se van al carajo. No. Pero quiero intentar las cosas a mi manera. Me duele mucho no ser el tipo funcional y con posibilidades en el que me he reconocido últimamente. Por eso la seriedad, la urgencia, y por eso este mi tiempo de escribir lo que he escrito. Soltar, escribir me ayuda, hay también una suerte de deleite al atrapar en palabras eso por lo que atravieso. Y si, como he dicho también muchas veces antes, ayuda, pues… en buena hora. Salve. Que tengan buena semana…

23-07-24

jueves, 9 de mayo de 2024

Fintas en la plaza

Es la plaza de Barranco. Es jueves por la tarde. El viento ya empieza a correr. Hay personas, pero estas caminan sobre todo, van de aquí para allá. Entonces el área que da a la biblioteca, por ese anfiteatro, anda vacío. Dos árboles, contrapuestos, se miran. Son más de las cinco de la tarde y la gente se empieza a liberar de las amarras del trabajo, también del colegio. Una manchita de cinco escolares, de primaria con seguridad, se aparecen con ese andar de chibolos despreocupados. De inmediato se instalan en esa área y yo temo por mi pizza y por mi hambre. La pelota empieza a rodar.


Es un equipo de dos contra dos. Al inicio, lo que se ve es aquel juego desorganizado, casi sin ganas, de los chibolos que juegan por jugar. No hay pelotazos, ni tiros largos, normal entonces, me digo. Aunque de vez en cuando devuelvo con el pie lleno de arena la pelota que llega hacia nuestra banca. Primero la elevo, a la siguiente la piso y luego la elevo con la punta como intentando que alguno la pare de pecho, como intentando también decirme “aún la tienes, campeón”.


Sigue la charla con Isa. Hablamos de nuestras cosas, de la vida, del proyecto de cada uno. De pronto, el juego de los muchachos se ve interrumpido. Es la antigua, es el “oe’ pa’ jugar pe’” de un par de muchachos recién llegados sin uniforme. Isa y yo nos vemos, la interacción. Uno de los chibolos, que está “en la banca” que es una grada, se agrega a la conversa de si los aceptan o no. “Es que no es mi pelota”, “dile a él”, “oe, pero tú que dices…”, se pasan la pelota del sí. Los chicos del Saco Oliveros están ante la prueba del juego de la calle. Los recién llegados, por la fuerza de las cosas, ganan. Atrás de ellos, un hombre viejo, celebra el ingreso. Es… como si fueran sus pupilos.


Rueda la pelota, 2 contra 3 del colegio. Yo me olvido de esta conversa muy importante de adultos pues uno de los recién llegados, un muchacho de chompa azul marino, short negro y gastadas zapatillas de fulbito rojo oscuras, empezó su baile y quiebra las cinturas de los escolares que o caen al suelo o conocen la burla en el balompié.


Isa y yo estamos enganchados. “Qué paja ver esto”, digo acordándome de los tiempos en que mataperreaba y jugaba al ras de la pista. “Qué paja ver esto… aquí en Barranco”. El chibolo de chompa azul no deja de mostrar el chocolate, haciendo piruetas, haciendo fintas, enganchando de acá para allá, y las defensas que ven torcidas sus humanidades mientras aprenden la dura lección del quien sabe pisarla más. El chibolo quiere más. “¡Chalaquita!” y ni corto ni perezoso eleva la pelota y cuando esta se encuentra a la altura de la cabeza tira su cuerpo para atrás y patea hacia el arco.


“¡No vale!”, grita el gordito que en definitiva será el líder de los escolares. Y demostrando la cancha de su viejo o de sus tíos remata: “Muy alto” y señala el travesaño invisible. La pelota vuelve a rodar.


La gente, o para ser más precisos yo, estamos gozando el juego del de la chompita. Su comparito, que parece ser un niño venezolano que porta la camiseta de la selección de México, juega para él, le da pases. Se ha integrado otro muchacho al de los recién llegados. Este juega descalzo, pero no es tan prodigioso como el muchacho de la chompa azul, que, al escuchar el asombro y la celebración de la platea, o sea mía, ya se la cree y empieza a fintear más de lo debido, pero es el ego del pelotero. Ahora se le escucha, “ahí-va, ahí-va”, “¡apura, apura!”, para driblear con la voz, para hacer torcidas de cadera que con el cuerpo engañan, entra en onda y empieza a caminar guapeando, rengueando, moviendo la cadera, exagerándola casi como el caminar de un cojo. Como el caminar del buen chocolatero.  


-          Ese muchacho, en unos años, llegará a la selección – dice entre cachosa y optimista Isa mientras arropa en protección a Fifi, su tembloroso schnauzer.


-          O quizá solo termina en buen pelotero de barrio -respondo pensando en aquellos muchachones que, otrora, hacían brillar pistas y canchitas de loza y que hoy hacen lo mismo en céspedes artificiales como preámbulo para el fullvaso.

 

09-05-24