I
Adormecido, pero sintiéndome sin los
pensamientos opresivos, esos que dañan. Esa es la forma en como me sentí tras
una semana de disciplinado consumo de antidepresivos. El paroxismo de miedo que
viví y su posterior “derrota” bien valían la pena esas mañanas cansadas en que
recién me ponía a trabajar por la tarde, me tranquilizaba. Ese cansancio más la
pérdida de libido, esos los efectos secundarios. Ustedes me entienden. Una
semana después, un viernes, empecé a sentir sentimientos físicos de intranquilidad.
Estaba al tanto de eso, sabía la armada cognitiva, los embates del TOC como
pensamiento, pero esto, esto era diferente. La intranquilidad, la sensación de
nerviosismo sin causa aparente. “Chanfle”, me decía, pero aún así fui a entrenar
jiu-jitsu aquel viernes. Complicado, pero lo logré. Terminé el entrenamiento cansado
y me fui con el nerviosismo a casa.
Una semana después, me citaba con una psiquiatra.
Ella me tranquilizó. Me dijo, a diferencia de la desafortunada (por decir lo
menos) psicóloga que deslizó que podría tener rasgos psicopáticos. La
psiquiatra me dijo que, para entrar en esos comportamientos, de esquizofrenia,
de ultra violencia, tendría que haber una historia. Ahí mis conocimientos de
ciencias sociales intervinieron para darle pausa al pensamiento mágico: no te
vuelves loco de la nada, mi bro’. Y se cerró ese capítulo. “El TOC puede
controlarse con pastillas, con terapia psicológica o con las dos”. Esa idea me
dio vueltas. Por la noche, estaba arrojando a la basura los antidepresivos
recetados en el Larco Herrera, dos semanas atrás, luego de una crisis horrenda
de ansiedad más TOC.
Como dije, había tomado disciplinadamente mis
ansiolíticos y mis antidepresivos. Por dos semanas. Y ya había sentido esa
sensación de ansiedad física que muy rara vez había sentido durante mi vida.
Aquel sábado, al día siguiente, me fui a mi clase de dibujo. La situación fue
aparatosa. Difícilmente podía concentrarme y a mi incomodidad física agregaba
pensamientos terribles, ansiosos en relación a la modelo. Era espeluznante.
Pero aguanté. Salí como pude, tomé un taxi a casa pues no quería sumirme en el
transporte público. Llegué a casa y me refugié en páginas de Instagram sobre
terapeutas. “Ay, carajo…”, me decía. A la vez, pensaba en la nueva receta de
pastillas que la doctora me había recomendado. Y que guardé como carta bajo la
manga. Quedé dormido.
II
Al día siguiente le pedía a mi padre que me
acompañe a la farmacia. O tal vez él me lo dijo. Preferí ir a comprar lejos las
pastillas. Por vergüenza, la vergüenza de los que se sienten bajo el yugo de
sufrir una enfermedad mental. O condición. Nos fuimos lejos, a Breña. Y ahí
compré las pastillas.
Según lo que sabía, las debía consumir por la
tarde. Y como era temprano por la mañana, decidí matar el tiempo leyendo mi
libro de TOC, el cual, para ser sinceros, no había pasado nunca de la página de
diagnóstico, nunca revisé los tratamientos a seguir, los pasos, nada. En el
pasado, solo me había reconfortado saber que algo tenía y luego la lucha mental
cedía. Pero esta vez, con los pesares a cuestas, revisé. Y me puse a pensar: “loco,
¿es que has intentado esto antes? No necesariamente”. Y seguí pensando. En
tanto, la hora de la pastilla se iba alejando.
Era 24 de setiembre y ya el sol empezaba a
salir con timidez. Era domingo y aproveché mi golpeada situación para salir al
mar y reflexionar. Como lo había hecho 10 años antes cuando iba a la bajada
Balta a reclamarle al mar con mi paseo solitario por qué diablos tenía miedos y
pensamientos intrusivos. Voy para allá, me dije, y driblée los pedidos de mi
madre de que la acompañe a misa. “Primero yo”, era mi mantra.
III
Tome la combi. Mi plan era tomar el
Metropolitano e irme al sur. Pero sabía que quería caminar. Me bajé en 2 de
Mayo y fui orientando mis pasos no hacia la estación, sino hacia las cuadras
que venían. Opté por cruzar hacia las calles de las putas, tal vez para entretener
la vista. Pero seguía sumido en mis pensamientos, en una decisión. Caminar
ayuda, y el sol también. Eran como las 4 de la tarde y comenzaba a reflexionar
en lo que chucha haría. En qué debería hacer de cara al futuro. Me acordaba del
libro, del pasaje de tratamiento cognitivo, y mover las piernas, no lo sé, me
infundía ánimos. Seguía con miedo, pero quería pelear. No quería estar como un
imbécil, cansado, sin que se me pare, que era como estaba con las pastillas.
Entonces dije, sin pepas, conchasumadre. Creo que no menté la madre, pero ahí
ustedes sienten el feeling.
Ver a un brother fornido, lateando con sus pitbulls
sin cadena, el desorden de las calles aledañas a Plaza Bolognesi fue lo último
que necesitaba para decidirme: no, pepas, carajo. Y me di media vuelta para
acompañar a mi madre y a mi tía a la misa de otra tía familiar. No iba a tomar
pepas, mierda.
IV
Envalentonado por la decisión y por el sol, aquel
lunes transcurrió normal hasta las 6 y tantos de la noche. En clase, así de la
nada, comencé a sentir nuevamente esa intranquilidad física, nerviosismo, desespero,
querer largarme del aula y ocultar mi sufrimiento, pero por las huevas no había
tenido una crisis que me había hecho salir bárbaramente de mi normalidad. Ya
conocía, pensaba, eso: no era que me volvía loco, era no lo sabía, pero loco no
me iba a volver. Era, era algo distinto. ¡Era ansiedad! Coño, me enojé. ¿Y de
cuándo a aquí tú? Respiraba, mientras el profe daba las clases. Respiraba,
mientras los alumnos hueveaban en lo suyo. No podía ceder, no podía largarme,
tenía que aguantar.
Las clases terminaron y fui directo a la
biblioteca. Busqué un libro de ansiedad desde la terapia cognitiva y supe clarito
que tenía que fotocopiarlo. Hablé con una amiga mientras estaba ahí en la
biblioteca, la reconforté, me recuerdo. Y me fui a casa. El infierno se
trasladó a mi cama.
He tenido sueños locos, pero nada tan
desesperante como estar embargado por el miedo, la desesperación y al mismo tiempo
intentar mantener la calma pues sabes que no te vas a volver loco. Los
pensamientos, las imágenes eran de caos, de desorden, de jalones hacia el
grito. Creo que no tenía noción de respiraciones, solo intentaba mantener la
calma y guardar a que me llegue el sueño, mientras mi mente se batía en
inundaciones de pensamientos y sensaciones desesperantes. “Uy, ahora sí quemé”,
y pensaba en, ahí nomás en la madrugada, irme a Emergencias del Larco Herrera y
que me encierren.
V
“Papá, ¿me puedes acompañar al Larco Herrera?”,
le dije esta vez queriendo confiar en alguien y ya como última opción. No eran
ni las 9 de la mañana y no iba a trabajar. Tenía que resolver eso. Y el taxi llegó
y me subí con mi cara de poto. Mientras bajaba las escaleras sentía la misma
sensación cuando me fui a ser operado sin anestesia al Almenara en el 2009. Golpeado,
con miedo, viendo qué pasaría en el nosocomio.
El taxi fue otra odisea, el espiral de ansiedad
física como cognitiva, el miedo incansable subía en decibeles, entraba en pánico,
pero a Dios gracias, ningún acto que lo revele, solo sufría por dentro e
intentaba guardar la calma. El miedo aparatoso me ganaba por completo y
alucinaba o sentía (esa es la palabra en realidad) que mi cuerpo pesaba y que
mis puños se volvían pesados y, te lo juro, se volvían verdes y venosos como
los de Hulk. “Quemaste”, hermanito, me decía, y miraba la playa y la avenida Brasil.
“Aquí me quedo”, pensaba al ver las paredes amarillas del Larco Herrera.
Yo ya conocía el procedimiento. Ponía cara de
circunstancias y exageraba en mis palabras, pese a que notablemente estaba en
alarma. El guachimán nos dejó entrar y esperamos a que un joven psicólogo les
hiciera triaje. Él fue mi ángel de la guarda. Pasado el joven que había recaído
en no sé qué enfermedad, fue el turno de contar la mía. Aproveché que, en ciertos
momentos, guardo la compostura y me deshago en frases selectas. Conté con
pormenores mi situación. Todo lo que han leído. Lo de las pastillas, la
recomendación de la psiquiatra, el abandono de las pepas, el día en que dejé de
tomarlas, la
- Es un efecto rebote – me dijo-. Es la abstinencia de las pastillas, es el corte repentino de haberlas cortado.
Por fin, todo mi mundo volvía al orden. Todo
encajaba. Todo volvía a su sitio. Su conocimiento, serenidad, pero autoridad
también ayudaron. Temblé y dije que sí ante la pregunta de si deseaba una cita
de tratamiento.
Entretanto mi padre conversaba a su estilo con
el guachimán, yo pensaba en lo que había sucedido. Estaba golpeado, pero más
sereno. Lo que vino después… A mi estilo retiré a un psiquiatra muy
cuadriculado, a la antigua, obtuso y sospechoso, que más se concentraba en las
jovencitas practicantes que en mi caso. Le pedí con la misma cara de poto con
que había bajado las escaleras de mi casa que prefería hablar con el joven que
me hizo el triaje. No me importó que él me diga que él era apenas un residente,
que él sí tenía los galones. Le dije que quería verlo pues, mano, confiaba en
él. Y así se hizo. Esperé un momento más y pudimos conversar.
Ese muchacho tiene un talento especial para ser
psiquiatra. Su tacto y su llegada incluso me hicieron que suelte algunas
lágrimas. De hecho, me dijo que lo mío no era tan necesario ser tratado con
pastillas (algo que me reconforto) pero por razones de protocolo, igual, me
recetó algunas. Yo las compré, también por protocolo. Me despedí de ese muchacho
que de hecho fue un ángel y con mi padre nos fuimos por el Hospital. Él me
hablaba, como siempre, de su pasado, y yo, nuevamente, pensaba en cómo iría
resolviendo las cosas de ahí en adelante.
VI
Eso ocurrió exactamente hace un año. No he
botado, esta vez, las pastillas que compré. He atravesado momentos difíciles de
ansiedad, siempre física, pero ahí le damos. Escribo esto como memoria, como
recuerdo, de uno de los episodios más pendejos de mi vida. A inicios de mes
sentí una sensación corporal, era como si mi cuerpo me dijera: “papi, se acabó”.
Y no les voy a mentir, he tenido sí, ansiedad, pero no como la que he tenido
julio y agosto, los meses de ansiedad física más pesados.
A estas alturas conozco bien a la ansiedad. Conocer
sus manifestaciones es vital para que no se pase de la raya y te lleve al
suelo, como me llevo hace un año y de la cual, creo, me he sabido levantar.
26-09-24
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