Recuerdo que cuando ya había salido de lo más
hondo de la crisis TOC, me decía: “Ojalá tuviese solamente ansiedad. Comparado
a lo que siento, tener ansiedad no significaría nada”. Ahora me estoy tragando
mis palabras. Una vez dejé de tomar antidepresivos, allá por fines de setiembre,
sufrí lo que se llama el efecto rebote, que es algo así como el restablecimiento
de tu “normalidad” cerebral. Para entendernos: el antidepresivo cumplía una
función tal que impedía el torrente de bioquímicos que producía determinados
estados emocionales en mí. Al quitar el tapón, toda una suerte de parafernalia
psíquica se chorreaba en mí. Ese es el contexto.
Cuando me restablecí, cuando empecé a aplicar
técnicas de la terapia cognitivo conductual, es que lancé esa declaración
triunfal. Sin embargo, a mediados de enero, empezaron a sobrevenirme
manifestaciones físicas de la ansiedad. Tensiones, sudor en las manos,
sensaciones de miedo, nerviosismo, temor. ¡Putamadre! ¡No otra vez! Pero había
algo importante: si bien aún arrastraba ciertos temores de índole cognitiva,
sabía como hacerles frente. Había leído y leía al respecto. Era cuidadoso y por
eso me sentía seguro. ¿Pero quién me explicaba esos efectos físicos?
De enero para julio, ha sido una lucha
sostenida en la que mi conducta y mi mentalidad han ganado la mayor de las
veces la partida. Sí, me he sentido como la mierda, pero aún así he ido para
adelante. ¿He tenido TOC? Sí, pero con respiraciones y metodología lo he ido
dejando en la nebulosa. Dentro de todo, he sobrellevado en mis términos la
condición del TOC/Ansiedad y me he visto favorecido. De lo bueno, he agradecido.
De lo malo, he aprendido. Así han sido las cosas. Todo aquello que signifique
un reto para mí, lo he tomado. He ido a salsa, palteado. Me he ido de viaje,
palteado. He bailado, palteado. ¡He puesto a raya mi ansiedad!
Pero ha sido a la ansiedad cognitiva, con la
que puedo lidiar. Al menos con sus versiones más sutiles. Hace unas semanas
sufrí un bajón anímico que me palteó. Eso pegó la vuelta el lunes tras mi
regreso de viaje y pensé que era, tú sabes, el retorno a mi normalidad, el
dejar en el pasado una muy bonita experiencia, etc. El ejercicio me ayudó a
manejar lo que pasaba y con creces.
Pero me sobrevino, nuevamente aquella tensión
conocida. Diantres. Luego los bajones anímicos, primero suaves. Intenté ponerme
a prueba tomando café para hacer frente al demonio en vivo y en directo. Pude
lidiar con el nerviosismo. Disfruté su trifulca. Pero domingo y lunes tuve esas
caídas de ánimo más energía que hicieron que sucumba en cama. Debilidades
emocionales que se ven acompañadas por emergencias de ansiedad cognitiva, quiero
decir, funestos pensamientos de descontrol, de pena, de desequilibrio. ¡Una
lástima!
Eso ha sido un verdadero golpe para mí en estos
días. Días en donde el desconcierto, la derrota, la sumisión ante algo que no
puedes manejar se mezclan. ¿Debo tomar medicinas? Es algo a lo que me niego. Yo
no tenía estas manifestaciones antes de empezar a tomar pastillas. Pero ese soy
yo. Con todo, soy funcional, puedo echar para delante. Pero estos últimos días
han sido de miseria emocional. Esa es la certera descripción.
¿Por qué escribo esto? Para narrar mi vía crucis, o más bien mi carpe
diem emocional. No sé qué ocurra mañana, pero en estos momentos me siento
tranquilo. O al menos sin el monigote de la desesperanza. Eso es bueno.
Al momento de prepararme la cena, puse salsa y quise que mi cuerpo sienta
la energía, la rumba. Lo gocé. Al momento de hacer mis ejercicios, cojones,
para despegarme de la mala vibra con la que había estado casi todo el día, tuve
que diseñarme in situ estrategias. Tales de por qué recoger las pesas,
cinco razones por la que debería hacer un muscle up, cinco motivos por
las que debería subir y bajar al momento de hacer squats. Puede sonar hasta
estupefaciente, pero créeme que, aunque no de manera inmediata, mi estado de
ánimo cambiaba en esos momentos. Me mostraba furibundo, me mostraba agradecido,
me mostraba hasta sabio y distante de mi emocionalidad marchita. Y me dije, wow,
está bueno. Quizá deba aplicar estas estrategias cuando el tsunami de la
desolación te acecha.
Cuando me digo por qué debo de estar agradecido, mi estado mental se enfoca
en lo positivo y eso alienta mi perspectiva de futuro. Cuando me digo que
recuerde cosas que me hacen reír, pienso en comediantes norteamericanos, en mi flow
al momento de hacer reír y eso me carga la seguridad. Cuando me digo por qué
debo hacer ciertas cosas, eso refuerza mi energía, mi ímpetu, mi encabronamiento
y de eso tengo cuidado, pues la idea, mi idea, es no guiarme por
emocionalidades y estar en equilibrio. Por eso mencioné antes lo “sabio”. Pero
si hay una emocionalidad buena no soy gil y la sigo. Es así como terminé
besando a esa mi chica hermosa, de hecho.
He detallado, entonces, un poco lo que haré de aquí en adelante. Cosas por
las que debo sentirme agradecido y cosas que me han hecho sentir de buen humor.
La caída está a la vuelta de la esquina. No se trata esto de un optimismo barato
y toda la química y complejidad cerebral se van al carajo. No. Pero quiero
intentar las cosas a mi manera. Me duele mucho no ser el tipo funcional y con
posibilidades en el que me he reconocido últimamente. Por eso la seriedad, la
urgencia, y por eso este mi tiempo de escribir lo que he escrito. Soltar,
escribir me ayuda, hay también una suerte de deleite al atrapar en palabras eso
por lo que atravieso. Y si, como he dicho también muchas veces antes, ayuda,
pues… en buena hora. Salve. Que tengan buena semana…
23-07-24
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