sábado, 24 de diciembre de 2016

El día que recite ante todos

I

-La celebración por Navidad será en el segundo piso. En la sección de Ciencias Sociales-nos dice uno de los trabajadores de la Biblioteca Nacional del Perú.

“Mi sección”.

II

Subo junto a mi compa Franz. En la puerta nos espera Jeremy, el bromista hermano de Dino, puntero que gobierna con sus ojos el orden de la biblioteca periférica de El Agustino, que es donde trabajo. J. nos gasta unas bromas y haciendo dominio de maneras hidalgas nos hace entrar.

-Pasen-y sus manos se deslizan en el aire como queriendo espantar el aire que estamos a punto de atravesar.

III

Entramos a un gran salón republicano. Estantes llenos de libros de una altura que miden una cabeza más que el tamaño de un hombre promedio. Hay columnas sólidas con escudos y símbolos en sus cabeceras. El color melón nos da paz. Mesas largas de madera consistente ocupan este gran salón. La impresión que tengo al entrar acá es la de un ambiente respetuoso del estudio. Casi casi se parece a esas bibliotecas afamadas de Europa que uno encuentra en el buscador de Google. Casi casi se puede hermanar con ellas (por el diseño, colores, arquitectura), pero se queda a medias por el techo, que es de un material soso, protocolarmente funcional. Pierde, por eso, todo el aura divinamente intelectual que puede guardar. De cuando en cuando, los aparatosos carros de la avenida Abancay contribuyen a ese ingrato fin.

-Tengo que irme, mano-me dice, de pronto, mi achorado amigo.

“Haz lo que quieras”, pienso luego de intentar infructuosamente que se quede. Le doy la espalda al querido amigo y me pierdo hasta el fondo de la sección de ciencias sociales. Cuando llego a Ciencias Políticas, luego de abandonar ansiosamente el pabellón de Derecho, boto un estornudo.

IV

Mesas y sillas dispuestas en fila a lo largo de este salón rectangular, poco a poco los trabajadores empiezan a entrar al gran salón.

-Oigan, pero no estén juntos pues. Hay que mezclarse, ¡es un compartir…!-dice una trabajadora  que tiene la unidad bien metida en el corazón. Sin embargo, no le hacemos caso. De las pocas personas que aún hay, solo algunas conversan. Usan sus celulares como medio de conectarse. Otras se zambullen en sus programas de chat.

Yo espero que aparezca mi amigo el poeta Julio Aponte, quien hace su entrada acompañado de un señor grande y pelado. Sentados una mesa después de la que yo estoy, me reciben ni bien sus posaderas tocan las maderas.

-Señor Apooooonte-le saludo.

V

Los trabajadores de las diferentes áreas de la biblioteca ingresan al salón de Ciencias Sociales. Sin embargo, luego de un rato se empiezan a oír aplausos entre los presentes. Mirando hacia la puerta, se empieza a conocer el sentimiento de respeto que hay entre los trabajadores. A quien se aplaude es al nutrido grupo de limpieza, que pasa a ocupar las mesas que están más distantes de la puerta. Adelante, como cabía esperar, están los funcionarios principales de la sede Abancay. Unos trabajadores comentan.

-Deberían juntarse. ¿Qué es eso?

-En un espacio de la cultura como este, mire cómo se continúan las expresiones co-lo-nia-lis-tas-responde otro mirando de manera hosca hacia la mesa representada como principal.

VI

Tal como sucedió en días pasados, en la sede principal de San Borja, la organización del evento ha preparado la visita de una artista. El animador, un señor delgado de lentes, invita a una cuentista a que haga su entrada. En tanto, otros trabajadores van de mesa en mesa con azafates. Dejan panetones, chocolates y unos ricos panes con pollo.

-Uy, yo la conozco. Es muy buena. Ha viajado y estudiado en Brasil. Usa las alfombritas tejidas para sus cuentos…-dice una “irreverente” trabajadora que tiene una vincha con dos antenas bien prendidas. Parece, como ella quiere, una coneja.

Ante nosotros aparece una mujer de piel blanca y cabello negro amarrado. Lleva una falda larga y un polo con tirantes que dejan ver sus hombros y la forma de sus senos medianos, los mismos que responden a una contextura de piernas y glúteos grandes y bien formados. Sus ojos son redondos y algo pequeños. Sus cejas, negras, son largas pero no pobladas. La boca  es de labios delgados; el rostro es expresivo.

Rosana Reátegui, que así se llama, nos cuenta dos cuentos. El primero es el recuerdo infantil que tiene ella de una vaquita. La pérdida paulatina de las formas concretas de esta (la cola, los cuernos, las ubre o las manchas), se traduce en la aparición del animal en el cielo nocturno o en el rayar del alba en la mañana. Nos asomamos con la vista al suelo para ver las metáforas narradas.   

A medida que lo cuenta, empiezo a preguntarme sobre la fatalidad mía, que es la de no saber introducirme en el juego del relato, la trama, sea teatro, poesía o, sobre todo, cuento. Lo que significa no disfrutarlo, perderlo, pensar en cosas tales como: “¿Tan tabla soy para no disfrutar el arte?”. Pero luego me pongo práctico y digo: “No creo ser el único en este mundo que no disfruta el arte; además no creo que tenga nada de malo”. Sin embargo, al rato disfruto. Reátegui empieza contar un cuento de dos hermanitos que se pierden en medio de parajes andinos, esta vez a través de un libro hecho de telas. Utiliza muñequitos tejidos y también interactúa con el público, sobre todo los trabajadores de limpieza. Este cuento sí me gusta. Río, admiro la manera en que la gente interactúa, participa, le da vuelco de alguna manera al contenido. Lo hace rebelde. Empiezan a perderse los anteriores pensamientos. El diálogo entre el arte y yo depende de la materia, depende del contexto. Reátegui termina. En mi cabeza veo a un monstruo amigable, a una bruja disgustada, a estos dos seres que esperan a la contadora sentados en la plaza de pileta antigua. Están tristes. Ellos no pudieron participar teatralmente en medio de este saloncito.

VII

Luego de los cuentos, empieza el sorteo de los premios. ¿Se sorprenderían si les digo que duró más de media hora? ¿Qué aquí surgió lo más inmenso de este relato de la memoria?  A cada trabajador le dieron tickets con un número. Estos soprepasaban la centena. De una bolsa, alguien sacaba el número y el ganador cruzaba la sala, si estaba lejos, en medio de una variedad de aplausos que iban desde los efusivos hasta los cansados. Uno y otro trabajador iban hacia allá y recibían con agrado… Una taza roja con golosinas dentro. Cuando el número ganador pertenecía al gremio de los trabajadores de limpieza, los aplausos se dejaban oír con más fuerza, siendo el hombre grande y pelado acompañante de Aponte el que más palmas a rabiar daba. Si cabe exponer pensamientos relacionales, debo comentar lo siguiente. Cuando este me vio, me preguntó:

-¿Universitario?

-Sí.

-¿Sanmarquino?

-No. De la Católica.

-Ah…-y miró despacito a otro lado como si no le importase el dato.

VIII

“Pon música, Franz. Pon música”, exigía una coneja a un joven y flaco trabajador de pelo gris. “¿Tanto me he matado bajando música para al final nada?”. Y en efecto, nada. El concurso era más amenizado por nuestras palmas, gritos y silbidos que por la bendita música del mundo que descargó la coneja.

Quizá al tanto de esto, una sensual y madura trabajadora, Aricema fue presentada a pedido de ella para recitar un poema.

-Braaavo…-dijo alguien.

Aricema, mujer de piel clara, cabello sensual y dorado y de un inconfundible y sensual acento cubano, se presentó ante todos. Traía puesto un vestido que iba con su libre y directo temperamento. Dio las gracias y empezó a recitar “Táctica y estrategia”, de Mario Benedetti.

-Mi táctica es mirarte… Aprender cómo sos… Quererte como sos…

Aricema se movía, ponía de su cosecha, se volteaba, señalaba, sacudía el pelo, te miraba. Ya estaba hecho. La poesía estaba presente.

IX

-¡A ver el número 20!

“¡Oi…!”, sorpresa. A mi costado, un poeta se para y con su peculiar caminata rockera y desenfadada va hacia donde está el animador para recibir su premio. La coneja, sentada frente a nosotros, grita.

-¡Que recite, que recite!

La seguimos en coro.

-¡Que recite, que recite!-pronto el bullicio es generalizado.

Aponte, poeta de fuste, no rehúye a la ocasión.

-Gracias, gracias. Yo no he escrito un poema de navidad…

-¡Que recite el poema de la burguesa…!-reclamaba el reñido poema la coneja.

-…Yo no he escrito un poema de navidad, pero he escrito uno bonito que me gustaría declamarles… Este se llama “Este poema lo escribí para ti”.

Aponte empieza. Su estilo es seguro, correcto. De señor. Es un poema de amor y el artista le da el tono adecuado en el momento preciso, logrando con ello un efecto cautivante en el público. Este le celebra algunas frases. “Ayayayay…”. El poema me victimiza. Soy presa del general juego de los versos.

Aponte termina. ¡Braaaaaaaavo! Llega a la mesa, lo saludamos.

-Impecable, señor Aponte-le digo dándole la mano y mirando a este piurano, de bigotes indóciles, ojos pícaros y piel curtida.

Como me gustaría que llegue mi turno.

X

-A ver número 23.

-Número 3.

-No es común, pero… ¿A ver el 1?

12, 23, 43, 55, 21, 30, 101, 123, 70, 45. Etc. Etc.

Aplausos, teatro, risas, silbidos, gritos. Yo oscilo entre el aburrimiento, la derrota y la esperanza. De cuando en cuando mi mente es un apurado laboratorio de memoria. Repaso letras, mis manos sudan, mi corazón late. Pienso: “con ganas o sin ganas…”. Voy formando mi estrategia. Si me llaman, me mando, cual autómata nomás. A mi costado, de 8 personas, cinco ya tienen su regalo. Entre ellos la coneja, el grande y pelado, el poeta y el narrador Papo Cuentacuentos, quien debió contar uno de sus lindas narraciones.

XI

-Y estos son los últimos nueve. Así que prepárense.

7, 18, 4, 66…

-¡Sesenta y nueve mejor!-grita alguien.

.No, no. ¡Oiga…!-risas.

Se sigue.

“Sí sale, sí sale, sí sale”. “Ya si no sale, igual lo intentaste”.

Quedan tres. “Lo intentaste, barrio… Normal”.

Quedan dos.

-¡Y el número 31…! “¡31¡”.

¿A quién le importa un vaso con chocolates?

Alguien se para.

XII

Con el bastón en la mano, escucho las palmas. Corresponden a mi brazo victorioso alzado. ¿Tanto le interesa el vasito rojo? Mi corazón late. Llego donde el animador. Le saludo. Le digo algo de cerca, conmigo están mi Aricema y mi Aponte.

-Oiga-pienso en mí y en los trabajadores-¿podría recitar un poema?

-Sí, sí, claro-dice mientras verifica mi número y busca el premito-.

Me lo da. Gracias. Aprovecho para darles una mirada de saludo a los funcionarios.

-Bueno, el ganador de este número nos va a recitar un poema. ¡A ver unas palmas!

-Hola, hola -digo nerviosamente-. Quiero compartirles un poemita… Espero les guste-mi corazón late fuerte, bien fuerte-. Bueno-¿y si no me sale?-. Ahí va-suspiro, boto todo mi aire cargado…-.

-Voy a recitar –sigo aclarando-… “Los nueve monstruos” de César Vallejo.

Hace tiempo que no recitaba, pero se cumplía lo que pensé antes. Es una terapia. Perdía el miedo. O en todo caso lo trastocaba. Quería avanzar, pero el cable del micrófono no daba. Me quedé. Intentaba ver a mis amigos. Jeremy me tomaba una foto, que es la solitaria foto que ustedes pueden ver. Vería, en todo este vértigo, a Heber, encargado mío. Vi a Aricema, que con sus claros ojos de mujer que sabe del mundo también me miraba. Veía al fondo.  Veía también el techo, que no va con este santo espacio. Veía la puerta, el piso. Veía las gorras de los trabajadores de limpieza. Veía los libros, el polvo suyo, los textos, veía mi estornudo anterior. Veía, sentía. Quería darles emoción. No sé si lo logre.

Bastón al aire. Gestos, teatro. ¿Cómo es que me gusta tanto esto del teatro?

-Migraña en la cabeza…

-Que no nacen ni mueren… ¡Son los más!

-Señor ministro de salud -¡Señor Aponte!-,¿qué- … ¡!...- hacer…?

-Ah, desgraciadamente, hombres humanos. Hay -¡feliz navidad!-hermanos, muchísimo que hacer…

Gracias…

XIII

Voy camino, liberado, sin peso, hacia mi silla. Además de palmas, una mano amiga me recibe.

-Lo has hecho bien-me dice el mítico señor Aponte, poeta de fuste, carne viva y letrada de estas ciudades y campos del Perú…


24-12-16

foto: Jeremy Blanco Bellido

viernes, 16 de diciembre de 2016

Las actitudes de Guzmán y la significancia de lo que es un “plan”

Ante lo que pasa en el Ejecutivo, es natural que se hable de liderazgo. Hildebrandt, con toda su acidez y lucidez posibleS, lo ha hecho en su última columna. “Nos ha traicionado PPK”, reclama. Y desliza una posibilidad para su semanario: la instalación de una trinchera comunicacional que abogue por el poder popular. Presten atención, sobre todo, dejando echar un guiño, que en estos momentos se está llevando a cabo el Congreso de la Juventud Comunista peruana. Espero, en ese sentido, una urgente crónica de los hechos.

Pero el tema de esto no iba precisamente por ahí, sino que, en el semanario, Ricardo Velazco le hace una entrevista a Julio Guzmán, el efímero pero potente outsider de este año que se va. Me llama la atención la entrevista por cuanto Guzmán no deja de insistir en liderazgos, convicciones, ideales y demás cosas ligadas a la coyuntura pero que dejan el sinsabor de la pregunta: ¿Y Ud. Guzmán cumplió eso a rajatable durante su campaña? Aún recordamos todos el expresivo titubeo en entrevista concedida, en momentos cruciales, para El Comercio.

Guzmán muestra mucho empuje, sin embargo. Y en ese sentido, responde bien; es decir, sacándole la vuelta al asunto, como cuando el periodista le recuerda una “descoordinación” en su actitud y Guzmán zafa. Es natural, anda en campaña. Está haciendo su juego. Y si es real lo que dice, entonces demuestra que poco a poco el economista se viene fogueando. Échenle un ojo, échenle los dos, a sus palabras: habla de la creación de partido, valores, mística, cuadros. ¿Puede diferenciarse eso a lo que dicen las izquierdas juveniles al respecto? Aquí otro ribete más para la lucha ideológica, práctica.

Una última cosa: menciona, además de la incapacidad presidencial para tomar decisiones –Guzmán le da vueltas al asunto y es bueno para despertar ímpetus políticos- , la necesidad de un plan. A todo esto, ¿qué podemos decir al respecto? Una muchacha agradable, días atrás, me habló, en referencia al espacio en el que laboro: ¿y tienen un plan? Desde hace tiempo, tanto ahí como en otros lugares, menciono con algunos compañeros sobre la creación y necesidad de planes. Es fácil mencionarlo, ¿pero qué condiciones deben tener los planes? ¿Qué naturalezas deberán tener? ¿Cómo deben responder a sus contextos? Lo digo porque es sencillo hablar de planes. Suena atractivo, ¿pero qué legitimidad se tiene para decir y hacer eso? Indudablemente es un conocimiento técnico y político. No sé si Guzmán lo tenía, pero sería bueno que aquellos que nos debemos a una chamba social tengamos en cuenta este tipo de discusiones para, efectivamente, hacer más lograda nuestra labor.

16-12-16


miércoles, 7 de diciembre de 2016

¿A qué se prestó el plantón? Debates en torno a la legitimidad del respaldo a Saavedra: posturas del estudiantado de las universidades públicas

La interpelación buscada por los apristas y los fujimoristas para desestabilizar e intentar bajarse al ministro de educación nos tiene locos a todos. En un primer momento, yo demostré mi apoyo al ministro pues tuve acceso a una entrevista en la que señala algunos avances interesantes en materia de educación física, artística y sexual en los colegios. Otra cosa que le dio mi respaldo fue la ley de reforma universitaria. Confieso mi gran ignorancia sobre el tema. Sin embargo, lo único que me adhesión es que choque contra las mafias enquistadas en las universidades y, otra cosa más, una idea a la volada: la posibilidad de una mayor participación estudiantil al tener acceso a espacios a los predios institucionalizados de deliberación política. Tranquilos, dije que era algo a la volada. Esta crónica parte, entonces, de mi intención por saber más del tema y, sobre todo, mi toma de posición ante una coyuntura adversa a la reforma que busca cambiarle la cara al sistema educativo universtario: es decir, la buscona interpelación del aprofujimorismo.


I

Son las 6:00 pm. Estoy en el trabajo. Tenía previsto en la mañana informarme más del tema de la movilización estudiantil ante la interpelación congresal al ministro Saavedra pues, ya es hora, debo de reanudar mi participación en actividades políticas. No por pose, sino porque quiero ser coherente con mi discurso. Mi idea de ir a la marcha, en todo caso,  era ir a tomarle el pulso a la participación de la gente, cómo es que va la organización actual del cuerpo estudiantil capitalino.

-Baja y si quieres te explico ahí-me responde desafiante un informante musculoso. De que es de fiar, sí que lo es. Está metido en el asunto organizativo. Una de las cosas relevantes que dijo, aunque inexactas es: “Las nacionales no se van a plegar porque la marcha se ha politizado…

El tránsito entre mi lugar de trabajo y el paradero está separado por unos 30 metros, distancia suficiente para que vaya de mis promiscuos entusiasmos a un debatible cargo de conciencia: ¿debo asistir o mejor me quedo en mi casa a leer para el trabajo que debo presentar? Poniendo responsabilidades académicas de por medio, decido por lo segundo. Mi viaje, ya sentado, se vuelve como una plegaria de sumisión al academicismo.

Felizmente siempre está la gente. Al terminar sin mucho trámite el recorrido por la Vía Expresa Grau, un paradero chupa a la gente de sus asientos, la cual se desparrama como agua. El carro queda semivacío en un santiamén. Esa imagen fue muy elocuente. En un dos por tres, pedí mi recorte del pasaje y bajé. Quería emociones, como le dije a una amiga que encontré ni bien di veinte pasos al bajarme.

Camino por las fronteras del Real Plaza. Jóvenes trabajadores de las oficinas del Centro de Lima se dirigen rumbo a lo que sería el Metropolitano, Colón, etc. Vestidos, sacos, corbatas, tacos. Gestos, maneras, modales… Mientras camino a contracorriente de ellos, me pongo a preguntar sobre el potencial que podrían dar ellos para la causa proletaria. De ellos, los más vistosos son los reporteros. Caminan muy juntos y platican. Los camarógrafos llevan en mano sus herramientas y uno los envidia pues parte de su trabajo consiste en viajar, hablar y conocer. Un pensamiento deviene en preocupación: “Aguanta, son reporteros. Se van como para Grau… ¿La marcha ya…?” No lo creo sinceramente. Y cuando estaba dispuesto a coger mi celular y llamar a mi informante, me dije: “Relaaaaja… Velo por ti mismo”. Llegué a Plaza San Martín y a la habitual mancha de señores que siempre discute, se le agregaba otra más grande, situada a los mismos pies del libertador argentino.


II


Usualmente en las marchas, conozco a la mayoría de presentes. Jóvenes universitarios, activistas sociales, artistas, etc. Pero esta vez no. O en todo caso sí, pero me era raro ver a algunos. Simplemente no pensaba verlos ahí. Esa extrañeza ante los personajes me movió a que diera algunas vueltas esperando alguna cara amiga. Nada que ver. Lo que vi fue una cosa distinta.

Al lado de las pulcras y representativas camisetas blancas que hablaban de la defensa de la educación, un banner lustroso y rojo en el que se leía “Sute Lima” y el lema clasista de antaño daba claro a la cara. Lo curioso de esta presentación eran los pancartas en los que se leía: “¡Abajo Saavedra!”. Era el ying y el yang en la política.

Yo estaba en medio y evidentemente entre el círculo formado por los estudiantes y sus arengas en favor de Saavedra y los miembros del sindicato había un abismo que debía superarse. Humildemente di mi zancada al preguntarle, con mucho de la poca información que había recibido, a un manifestante del Sute:

-Señor, dígame por qué quiere bajarse al ministro.

Ni corto ni perezoso, este me dijo, en realidad, lo que sería lo previsible entre los maestros sindicalizados: “Con esta reforma se produce un despido masivo de los profesores…”. El tema del sueldo. Es curioso, pues de oídas había entendido que el sueldo de los maestros había sido elevado. Aunque, claro, siempre y cuando se atienda a cómo va el desarrollo de la carrera pública magisterial, régimen laboral que basa la línea de carrera a partir de los méritos profesionales del docente. Quería pleito y le dije si acaso no podía reconocérsele a Saavedra el hecho de nuestro avance en la prueba Pisa. El docente me retruco que la educación no se mide por estadísticas de exámenes cortoplacistas sino por medición en base a procesos de mínimo 10 años. Puede que me haya querido atarantar con una lógica de oferta de educación integral, pero no me dijo mucho respecto a lo que quería saber: si acaso su plantón no suponía que sean los tontos útiles del aprismo y fujimorismo (eso bajo el inocente supuesto de que no tengan nada que ver con ellos: Uds. saben, los extremos se terminan juntando).

Las cosas estuvieron más al ras de nuestras suelas cuando una señora de combativo dedo índice le dijo al profesor que existían despidos pues, carajo, ¡ellos, los profesores, jalaban los exámenes para la  carrera pública magisterial! ¡Qué tal raza! Ahí la lógica del chofer se volvió bolita y de nada valió su defensa, que era que estaba mal que los docentes no se puedan llevar la prueba rendida para luego estudiarla como se debía.

-¡No es el momento!-les bramó excelentemente a los del Sute, luego, un indignado señor que veía lo inoportunas de sus arengas anti-Saavedra.  


III


Mientras se desenvolvía la discusión, algunos jóvenes universitarios merodeaban y prestaban atención. Eso era muy bueno, pues sentía que escucharnos era mucho mejor que gritar arengas y conformar polos cerrados que a nada llegaban. Poco a poco, otras personas se plegaban a la discusión y quedaba clarísimo que el debate no es solamente cosa de los viejitos del ágora popular. Los que se acercaron, no obstante, parecían ser del gremio del Sute, pues no alegaban otra cosa que su desacuerdo ante el continuista y pro sistema Jaime Saavedra. De su discurso, se destacaba lo ofensivo que era para ellos la presencia de estudiantes de las privadas en ese plantón, el cual en nada beneficiaba, a su juicio, al movimiento universitario.

-Son unos pitucos, pe, son de universidad privada –decían.

Yo no lograba entender muy bien. Pensé que el asunto era defender la continuidad de Saavedra como forma de “blindarlo” de las ardides mafiosas de los congresistas apristas y fujimoristas y darle un apoyo crítico. Pero sucede que la discusiones de parte de los estudiantes adversos a la prédica del plantón revelaban una posición fundamental y pocas veces retrucada: que la reforma universitaria quita espacios de participación estudiantil a los estudiantes de las universidades estatales. Esto, realmente, no fue refutado categóricamente de parte de las fuerzas que representaban al plantón, lo cual generaba sospechas de cuán representativo era este para el grueso de la población estudiantil. ¿Me explico?

Por este motivo, me tomé la licencia de solicitar claridad en el debate e inclusive hice las veces de moderador. Debo repetir que la postura de los estudiantes en desacuerdo con el plantón, aquella que habla de la participación estudiantil en los sectores estatales, fue hábilmente dribleada. Sin embargo, a uno que insistía en que los del plantón debían elaborar un análisis más integral de la ley le expresé lo siguiente: “Puede que sea cierto lo que dice, pero tampoco no deja de ser cierto que con esta reforma universitaria se está golpeando a las mafias, así que…”.

-Pero siempre va haber mafias pues compañero. Se va Saavedra y entrará otro igual o peor que él-me dijo un compañero de lentes y con una vara de plástico negro saliendo de su mochila.

Le pregunté entonces:

-¿Entonces qué propone?

Me dijo lo que repetía como un mantra: organizarnos. Vaya lugar común.


IV


Aparece finalmente mi informante y le pregunto que nos clarifique a todos una situación: ¿por qué solo está presente Católica en este plantón? Lo que nos dijo fue que el plantón prontamente fue maniatado por los estudiantes de la universidad Esan y el gobierno, que fue entre estos dos espacios en los que se creó la protesta. Además, para darle más énfasis de respaldo al gobierno y a la gestión de Saavedra, contó que los organizadores se habían juntado con el colectivo No a Keiko para darle al plantón una personalidad más definida. Notando su renuencia ante el plantón, le observamos por qué carajo pese a lo que dice, tiene un buen fajo de volantes en la mano.

-Uy-y mentó poéticamente la madre.

Las cosas empezaron a adquirir sentido por dos razones. Primero porque de un modo más objetivo, se complementaba con el rechazo de las universidades nacionales a la implementación de la ley, con lo cual se entiende que las privadas hayan estado encabezando este plantón. En segundo lugar, se entendían de su explicación los modos en que publicitariamente se había hecho presente la acción del plantón: ¿qué michi hace una “L” en la frente de un estudiante? ¿Quién para ofender se pone una “L” de loser en la frente? ¿Para quiénes es esto “legítimo” como imagen publicitaria? Ahora que en el debate se advertía eso, pensaba en lo muy fuera de lugar que estaba. Quizá eso sea una pequeña muestra de cómo los organizadores de la movilización están en condiciones para generar propuestas consensuadas hacia la acción.


V


-Déjeme hacer una pregunta- interviene una señora- ¿por qué no están presentes las universidades nacionales aquí?

Un joven de polo rojo, barbitas, piel quemada y ropa deportiva le responde:

-Ellos tienen otra forma de combatir, más clasista. Estos son caviares-dice en referencia al plantón. Continúa:

-Sí, clasista. Hay que leer.

-Qué sugieres leer-pregunto.

-Tiene que leer a Mao.

-¿Qué obra?

-La contradicción de las contradicciones.

-¿Cómo?

-La con-tra-dic-ción de las contradicciones.

-Ah…

-Y ya si quieres algo más fuerte, el Pensamiento Gonzalo, ¿ta bien o no?


VI


Confieso que el tema de la participación estudiantil en la universidad estatal me perturbó. Fue por eso que me causó mucha sorpresa que, varios minutos después de la discusión de marras, estudiantes universitarios de la Universidad Nacional Micaela Bastidas de Apurímac presenten ante cámaras de la televisión del Estado su apoyo decidido a la Reforma Universitaria. Cuando la cámara se retiró, procedí ingenuamente a encararlos. Pero mejor lo hizo un compañero que estaba secundado por aquel personajillo de polo rojo y lector de Mao. A decir verdad expresó una inquietud fundamental: la imposibilidad de que, por ley, estudiantes denunciados por problemas políticos consiga finalizar o continuar estudios universitarios. En el marco de las persecuciones arbitrarias y rebuscadas del gobierno, el margen de acción de la ley era un instrumento político para la organización opositora al gobierno de turno. Los estudiantes de la Micaela Bastidas escuchaban con atención y asentían. Era un rostro diferente al que tenían en los televisivos minutos anteriores.

-Realmente estoy perdido-le digo a mi informante interrumpiéndole un flirteo con una compañera.

Como cabía esperar, me manda a volar. Yo llevo mis dudas a una directa estudiante de Villarreal, quien, habiendo sido entrevistada por el mismo canal estatal, dio una postura muy clara y franca sobre parte de los alumnos de ese centro de estudios: su ingrata sorpresa de que el plantón sea una suerte de portátil de Saavedra cuando la ley contiene muchos aspectos cuestionables. Sin embargo, con mucha madurez política, reconoció que es perfectible.

Por lo menos para los estudiantes de la Villarreal, me cuenta, la Superintendencia Nacional de Educación (Sunedu), el órgano rector de las universidades sean públicas o privadas, no ha cumplido una rol oportuno en el impedimento de que las mafias rectorales abandonen el poder. Es más, han apañado su descaro habilitando procesos electorales en la que estas participan, llevando con ello a una desestructuración mayor de la universidad como tal: en consecuencia, la mafia se resiste a dejar los cargos y los estudiantes pierden clases por los sucesivos manoseos administrativos. Es natural que ante la ineficiencia de la Sunedu, entonces, tengan reparos ante una protesta que a nivel práctico pareciera librar de todo mal a la administración de Saavedra.

Consultados sobre si tal como está llevado este plantón se da una espaldarazo al ya de por sí movimiento estudiantil, ella y algunos compañeros villarrealinos me dicen que no. Inclusive, como se hizo en otras ocasiones, señalan el desfase entre símbolos y realidad. Como muestra, me señalan al compañero con una “L” en la cabeza del volante: nada que ver con lo que sienten o decimos los estudiantes en nuestro variado día a día.


VII


Me despido con la decisión de hacerle un seguimiento a lo que ha sido el objeto criticado el día de hoy: el plantón en sí. Lastimosamente, este ya ha terminado y está disuelto en algunos grupos. Deseando buscar datos precisos, me acerco a un compañero de un grupo de izquierda de la PUCP y le hago llegar mis descargos:

-¿Qué me puedes decir de la impresión de que esta marcha es ilegítima por cuanto no están presentes en estas las universidades nacionales?

Hubo una mala coordinación”, me responde el compa, y me explica la disconformidad de ellos y su grupo ante una protesta que pareciera ser más una carta libre ante el programa de gobierno que un apoyo crítico como lo es el presentado de alguna u otra manera por los estudiantes nacionales presentes el día de hoy. ¿Cómo entender el proceder de los liderazgos en todo caso? Me dice que todo fue muy rápido y que su agrupación sacará un procedimiento al respecto. Le digo si acaso mi posición no es muy alarmista y que, poniendo las cosas en contexto, este es un pequeño traspié dentro de una coordinación interuniversitaria mayor. Quizá no logro dejarme entender mejor pero mi conclusión es que nada es gratuito en política: que si bien hubo que tomar decisiones rápidas habría que contemplar entre el apoyo a un programa estatal y el apoyo solidario a las universidades que le hacen observaciones, lo cual habría derivado en un apoyo crítico a la reforma. De todas maneras, no obstante, queda en el tintero la utilización política en favor del gobierno del plantón. ¿Qué implicaciones tendría esto para el movimiento social universitario de ser esto real? Son preguntas que nos hacemos ante la simple observación de un hecho: la fragmentación y hasta polarización de posiciones en un tema que nos debería urgir a todos en la unidad: la reforma de la educación superior peruana.


Foto: Fepuc


07-12-16