Siendo aproximadamente las seis,
el Parque de la Exposición mantiene ese encanto suyo que hace que la gente
asista sin pretender otra cosa que sentarse en el pasto a conversar o descansar
en una banca para ver la Fuente China. Ese encanto se contagia mientras uno
camina para hacer fila en los escalones de la Escuela Nacional Superior de Arte
Dramático (Ensad), pues la institución ofrece
gratuitamente obras de teatro para el público en general. No pasan de 20 las
personas que esperan para recoger su pase y la cartilla informativa de
descuidado estilo de redacción.
Se inicia de este modo y hasta la
próxima semana el encuentro Ficciones Teatrales En Construcción (Fitec). En
este espacio, alumnos egresados de la Ensad se enfrentan a esa obvia constante
en sus vidas artísticas: el público. Pero
se enfrentan con lo aprendido durante el curso investigación teatral. Las
puestas integran un cuerpo de investigativo que ha tomado un año de esfuerzo,
hipótesis reafirmadas y desechadas, así como “nuevas formas de hacer teatro, de
componer una ficción”, como dice Guadalupe Vivanco, orientadora del curso de
Investigación Teatral, en la cartilla informativa.
Hoy día se presentaron tres
obras. La primera es “El espejo no hace milagros” de Sebastián Salazar Bondy.
Cesia Romero, de delgada figura, fue la encargada de teatralizar este monólogo.
Interesante la forma en que se reproducen imágenes en la pared del fondo, dando
con ello una mayor representatividad a la esencia del monólogo: la dificultad
por no tener las competencias para responder a un cánon de belleza socialmente
establecido.
La segunda obra fue “Arlequín
Rey”, proyecto del artista Narayana Campos. Vestido como un bufón, más
precisos, arlequín, el artista despliega inmensurable energía y corrección.
Recorre el escenario (demasiado vecino para el espectador) y nos cuenta la
historia de un arlequín que llega a ser rey, se enfrenta a la corte y pelea
batallas. También nos cuenta el drama de no saber quiénes realmente somos,
“salvo Dios”. Dos máscaras, una capa, una corona y una espada le sirven de
acompañante a este artista que nos dijo que solo hace falta encontrar un papel
y encontrar lo poco de original que tenemos para desplegarlo en el rol a
profundidad. El arlequín se mueve como una serpiente, ostenta exuberante
energía. Por eso, no obstante, llega el comentario de un profesor de esta
institución: “le ha faltado silencio, tiene mucha energía. Pero el silencio…
puede decir mucho también”. Opina luego que el necesario silencio provendrá de
la sola práctica.
Tras la culminación de la escena
se invita al público a salir para acondicionar la sala. Ya es de noche afuera y
los comentarios sobre “Arlequín Rey” no se hacen esperar. Otro asistente
empieza a cambiar su voz de manera burlesca y repetitiva. Ciertamente, es el
efecto del papel de Narayana. Frente a nosotros el Parque ya está mucho más
desolado y las luces prendidas se reflejan en el piso de cemento como un río de
aguas quedas. “Qué bonito debe ser en invierno por estas horas”, me digo
envidiando la tarea de estudio de los actores del Ensad. Al instante, un
pequeño debate entre yo y mi colega sobre la pertinencia de decirle “bonito” a
algo que es más.
Entramos. Se nos pide que todos,
ahora sí, encendamos los aparatos móviles y “reventemos los megas”. Se solicita
también que hagamos un seguimiento al twitter y cuenta de Facebook de Sandra
Castro, la actriz. “La Campana”, de Julio Ortega cuenta cómo las redes sociales
y la tecnología pueden dominar nuestros plásticos cuerpos y la vida misma.
Pueden también hacernos caer en el sopor de la sociabilidad y las relaciones,
cuando en realidad no lo estamos. Pueden, por último, hacernos creer que el
Facebook es nuestro amigo y, en esa mentira, abrazarlo.
Las inquietudes que guían esta
performance son las de cómo compatibilizar el acontecimiento real de una obra
ficcional con la vida misma que transcurre siempre en vivo y en directo. Eso se
aprecia en “La Campana” y le da un sentido que puede hacerla parecer como un
diálogo, también una improvisación, y también una performance. Muchas cosas a la
vez, pues hay una interacción y una construcción de la ficción con el público,
pero que, evidentemente, responde a una tesis ya preparada. Es como si el juego
entre la actriz y el público legitimara lo que es un sentir: vivimos
relacionados y dominados por las redes y esta se encuentra en cada espacio de
nuestras vidas. Inclusive en la ficción del teatro. El uso de celulares,
cámaras y video aporta a (re)crear ese ambiente.
La obra finaliza. Nuevamente el
profesor de la casa de estudios sustenta: “Es repetitiva. Dos ideas durante
todo el transcurso. No hay drama”.
Una de las organizadoras nos pide
tomarnos a todos una foto. Nosotros seguimos con la resaca del alegato a la
viviente e intrusiva presencia de las redes sociales en nuestras vidas.
“Tan-tan”, suena la campana y aparecemos todos en una imagen de celular y de
cámara profesional. Listos para ser etiquetados y publicados en algún perfil de
Facebook. Sin conocernos, todos somos amigos.
Foto: Facebook de Narayana Visnu
20-02-15
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