La señora parecía Celia Cruz. ¡Qué adornada! A eso se le
llama trabajar con estilo. Senos gigantescos enfundados en una camiseta negra
deportiva. Alhajas reverberantes en cada muñeca. Uñas de saltones colores.
Chaleco de un rosado excesivo. En la cabeza, un igual gorro deportivo con el
espacio necesario para que sobresalga el ensortijado cabello en forma de cola
de caballo y que es de dorado color a cerveza. Unos lentes grandes y oscuros
que no impedían la intuición de saber que sus ojos también contenían el color
de su apariencia. Como sus lentes, también sus cejas, delineadísimas y pintadas,
eran grandes. Tan grandes que llegaban, en el campo de la sorpresa, a
sobrepasar la mitad de su muy morena frente.
No me abre esta señora la puerta de la combi. Esta con el
mentón que quiere llegar al pecho, como si realizara una oración. Al ratito, me
abre. Yo llevo en la mano derecha unas húmedas monedas producto del calor y de
la presión que les doy.
Es tan difícil encontrar a una cobradora como ella que la
solencia que tengo se me pierde. No le digo jergas sino que le digo de la neta –y
con una carita de piedad que no sé por qué me sale así-: “¿Cincuenta a Colonial…?”.
Deben ser las pastillas, el rechazo reciente de la dama, o algún plátano en el
desayuno que faltó, que la carita de mosquita muerta, con convalecencia entre
las cejas y los labios, dura más de cuatro largos segundos. En tanto, la palma
con monedas de sencillo son mostradas.
“¿Qué pasa?”, “¿Por qué esa vacilación?”, “¿Será la poesía
que me ha tocado bien en lo profundo?”. Quién lo sabe. Lo real es que la señora
me ha dicho, con mucho sandungueo en la voz: “Ya pues… con tanto gesto que te
mandas”, y me acepta las monedas.
Y es ahí que recién comprendo que la culpa lo tiene el arte.
El arte que practico y que me moviliza el gesto. La nariz, los labios, los ojos
y la ceja, sin que yo se los requiera dan una expresividad que conscientemente no se los permito. Y juro que mi cuerpo se mueve, en el
mismo sentido que cuando toca una orquesta, cuando la señora sentada en el
cobrador asiento le dice al chofer: “Baaaaaaaaaaja esquiiiiiiiiiiina…”. Juro
también que lo hace a propósito, pues cuando lo dice, mueve rítmicamente las
piedras de colores que lleva en las muñecas, y con el rabillo de su ojo
izquierdo me observa picarona.
09-03-15
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