domingo, 15 de junio de 2014

Nerviosismo en monedas de cinco

Antes de que el policía se dé cuenta de la nueva informalidad de la combi, los pasajeros de esta ya bajaron con mucha premura. La Av. Dos de Mayo aparece desordenadísima ante los ojos de todos los conciudadanos y el caballo, desde lo alto, relincha su miedo ante las gentes que, como hormigas movedizas, caminan a su alrededor. Ni qué decir de su jinete.

Juan Pablo camina directo hacia el paradero del Metropolitano. Está apurado por su entrevista de trabajo. Una media con hueco no lo deja en paz aunque, como siempre, anda con el ánimo de buen humor. Juan Pablo revisa su billetera, una costumbre que tiene desde que le robaron su I Phone en setiembre último, y está ahí. Todo conforme. Entonces, despega los ojos de la calata del día y cruza la pista. Ve que el bus del Metropolitano se va yendo. “El siguiente es mío”, piensa.

En su trajinar hacia el paradero, algo hace que se detenga. Tiene puros billetes e, insólitamente, la encargada de la caja está ausente. Los transeúntes, a quienes le pregunta si le pueden cambiar plata para poder subir al bus, no tienen nada o no quieren cambiarle. “Tamadre”, bota Juan Pablo.

El tiempo avanza y Juan Pablo tienta ir al kiosko de la calata para ver si le cambian. Nada. “Recién empieza mi día, varón”, responde el gordo que sigue atento a su crucigrama. Juan Pablo ya empieza a alarmarse. Las coasters hacen que los motores rujan con apretados pasajeros en su interior. Juan Pablo los ve, casi con envidia.

-¡Choche! –llama a un joven que camina con lentitud hacia el paradero del Metropolitano. ¡Choche!-exclama de nuevo porque el joven está ensimismado en la música de su MP3.

-¿Ah? ¿Sí?-dice este mirándolo de pies a cabeza... con una cara de terror.

-Brother, ¿me puedes cambiar esta moneda de cinco soles (Juan Pablo había encontrado una moneda de cinco soles en su bolsillo trasero)?

El joven no sale de su inquietud. Por la sien izquierda suya, una nerviosa gota de sudor aparece.

-No tengo nada, señor-balbuceó.

Juan Pablo no salía de su asombro.

-¿Qué hablas, mano? –preguntó sin que se vea lo ofendido que estaba (porque Juan Pablo hacía tiempo que había dejado de tirar piedras y ahora, como le decía Cinthya, su enamorada, se vestía decentemente: es decir, look Paolo Guerrero, camisa a cuadros, pantalón ceñido y zapatillas Converse).

-¿Qué… no me va a robar?-repitió mientras apretaba los ojos imaginándose lo peor-.

-¡No, huevón! –se animó a insultarle amigablemente Juan Pablo-. Solo quiero que me cambies la plata.

-Sí… sí tengo –dijo el joven y sacó tres monedas de un sol y una de dos soles que puso en las imperceptiblemente ansiosas manos de Juan Pablo-.

Lo extraño es que el joven daba pasos fríamente calculados hacia atrás. Juan Pablo, que para las 10:00 a.m. ya no estaba para juegos, le dijo:

-Oe huevón…-y le puso una moneda de cinco soles en el bolsillo de su camisa y se fue corriendo; “chau”-.

La línea B aligeraba su paso y se detenía en el paradero. Las puertas de vidrio templado se abrían y los pocos pasajeros que ahí estaban subían con tranquilidad, entre ellos Juan Pablo. De pronto, una mano le toca el hombro con mucha seguridad. Juan Pablo se voltea.

-Su identificación, por favor- ordena con autoridad el policía.

-¿Qué? ¿Qué pasa?

Unos metros atrás, un joven hablaba con voz temblorosa a otro policía. El joven le daba detalles sobre un ladrón armado hasta los dientes que robaba monedas de cinco soles a los transeúntes en las inmediaciones del Metropolitano.




15-06-14

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