Antes de que el policía se dé
cuenta de la nueva informalidad de la combi, los pasajeros de esta ya bajaron
con mucha premura. La Av. Dos de Mayo aparece desordenadísima ante los ojos de
todos los conciudadanos y el caballo, desde lo alto, relincha su miedo ante las
gentes que, como hormigas movedizas, caminan a su alrededor. Ni qué decir de su
jinete.
Juan Pablo camina directo hacia
el paradero del Metropolitano. Está apurado por su entrevista de trabajo. Una
media con hueco no lo deja en paz aunque, como siempre, anda con el ánimo de
buen humor. Juan Pablo revisa su billetera, una costumbre que tiene desde que
le robaron su I Phone en setiembre último, y está ahí. Todo conforme. Entonces,
despega los ojos de la calata del día y cruza la pista. Ve que el bus del
Metropolitano se va yendo. “El siguiente es mío”, piensa.
En su trajinar hacia el paradero,
algo hace que se detenga. Tiene puros billetes e, insólitamente, la encargada
de la caja está ausente. Los transeúntes, a quienes le pregunta si le pueden
cambiar plata para poder subir al bus, no tienen nada o no quieren cambiarle. “Tamadre”,
bota Juan Pablo.
El tiempo avanza y Juan Pablo
tienta ir al kiosko de la calata para ver si le cambian. Nada. “Recién empieza
mi día, varón”, responde el gordo que sigue atento a su crucigrama. Juan Pablo
ya empieza a alarmarse. Las coasters hacen que los motores rujan con apretados
pasajeros en su interior. Juan Pablo los ve, casi con envidia.
-¡Choche! –llama a un joven que
camina con lentitud hacia el paradero del Metropolitano. ¡Choche!-exclama de
nuevo porque el joven está ensimismado en la música de su MP3.
-¿Ah? ¿Sí?-dice este mirándolo de
pies a cabeza... con una cara de terror.
-Brother, ¿me puedes cambiar esta
moneda de cinco soles (Juan Pablo había encontrado una moneda de cinco soles en
su bolsillo trasero)?
El joven no sale de su inquietud.
Por la sien izquierda suya, una nerviosa gota de sudor aparece.
-No tengo nada, señor-balbuceó.
Juan Pablo no salía de su
asombro.
-¿Qué hablas, mano? –preguntó sin
que se vea lo ofendido que estaba (porque Juan Pablo hacía tiempo que había
dejado de tirar piedras y ahora, como le decía Cinthya, su enamorada, se vestía
decentemente: es decir, look Paolo Guerrero, camisa a cuadros, pantalón ceñido
y zapatillas Converse).
-¿Qué… no me va a robar?-repitió
mientras apretaba los ojos imaginándose lo peor-.
-¡No, huevón! –se animó a
insultarle amigablemente Juan Pablo-. Solo quiero que me cambies la plata.
-Sí… sí tengo –dijo el joven y
sacó tres monedas de un sol y una de dos soles que puso en las imperceptiblemente
ansiosas manos de Juan Pablo-.
Lo extraño es que el joven daba
pasos fríamente calculados hacia atrás. Juan Pablo, que para las 10:00 a.m. ya
no estaba para juegos, le dijo:
-Oe huevón…-y le puso una moneda
de cinco soles en el bolsillo de su camisa y se fue corriendo; “chau”-.
La línea B aligeraba su paso y se
detenía en el paradero. Las puertas de vidrio templado se abrían y los pocos
pasajeros que ahí estaban subían con tranquilidad, entre ellos Juan Pablo. De
pronto, una mano le toca el hombro con mucha seguridad. Juan Pablo se voltea.
-Su identificación, por favor-
ordena con autoridad el policía.
-¿Qué? ¿Qué pasa?
Unos metros atrás, un joven
hablaba con voz temblorosa a otro policía. El joven le daba detalles sobre un
ladrón armado hasta los dientes que robaba monedas de cinco soles a los
transeúntes en las inmediaciones del Metropolitano.
15-06-14
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