sábado, 3 de mayo de 2014

Los chinos en el barrio

¡Qué cambios sufría el barrio desde hace años! Se construyeron y se completaron casas, vinieron nuevas gentes, llegaron los servicios y los ruidos de la avenida se hacían cada vez más constantes. El barrio se había modernizado y los vecinos invertían bien los sueldos obtenidos en remodelar sus respectivas viviendas. Algunos, los más desencantados, se iban a departamentos cerca al mar. Pero eran unos tontos: ¿acaso podían captar la esencia del barrio en ese rectángulo de ladrillos y habitaciones que parecían ratoneras? Nada que ver. No por algo contaba María Jesús lo desdichada que se sentía cuando salía de su casa y se encontraba con un vecino en su exclusivo departamento de Magdalena: “Somos como robots”, decía con mucha lástima. “Vivimos ahí como más de seis meses y ¡no nos saludamos!”. María Jesús hacía tiempo que había dejado de ser la enamoradiza de la escuela. Ahora era una reluciente abogada. Una reluciente abogada con problemas en el lugar donde vivía.

Los del barrio se acomodaban a los cambios. Los robos aumentaban pero eran esporádicos. Lo suficientemente irregulares como para ponerse alertas. Los escarabajos daban paso a las potentes 4x4, pero también cerraban el paso: las pistas, otrora centros de esparcimiento, se veían invadidas por los tremendos carromatos quitando expectativa al juego de la muchachada. Muchachada es un decir, un nostálgico decir, antes los chicos salían en bandas de 15 o 20. Ahora resultan poco más de seis o siete. Da igual… alegran al barrio con su griterío menos a don Constanzo, que cada vez que puede, lanza sus lisuras que nadie entiende ya. Don Constanzo guarda en su interior –aunque no lo quiera aceptar- simpatía por los niños. En las tardes de los sábados salir a gritar era su nueva distracción.

Había una casa en especial. De tres pisos y amplia azotea, la casa de los Tirado era un interminable jolgorio los fines de semana. Los viernes para los jóvenes y los sábados para los mayores. El cuarentón don Genaro Tirado, quien en sus años mozos no salía mucho de su casa y por ello era tildado de pavo, se vengaba de los vecinos al tirar la casa por la ventana en sus muy connotadas fiestas. Por supuesto, los vecinos no eran invitados, salvo los de las casas aledañas. Genaro Tirado, dueño de una empresa importadora de automóviles, disfrutaba de los TLC’s firmados por el Estado peruano.

Aquel día, el señor Flores sacó como siempre su banca y se sentó. Tal cual lo hacía en su natal Camaná, se disponía realizar la tertulia de los sábados. Pero esa noche ocurrió un problema. Su compinche, el aceitunado señor Vásquez, tenía una obligación que atender en una peña por el aniversario de sus nietos. El señor Vásquez había viajado por gran parte de Latinoamérica debido a su esplendorosa voz allá por los sesenta. Hoy, a sus setentaitantos años, otro era el cantar. El señor Flores pensaba que se quedaría solo pero era erróneo. Su pequeño nieto Tadeo sacó la pelota y empezó a hacer dominadas. Para sus cortos 8 años, era todo un prodigio.

-¿Y quién quiere el premio?-bramó el payaso desde la azotea de al frente, toldeada con telas rosadas y blancas.
-Yoooooooo-respondieron en estribillo los niños-. ¡¡¡Yo, yo, yo!!!

El señor Flores, que en orgullo nadie le ganaba, ni se inmutó. Tirado había llevado su venganza a límites excesivos. Ni siquiera se dignó a invitar a los pequeños del barrio, que no tenían nada que ver con el bullying que le habían hecho los “grandes”. Pero tal era la venganza de Tirado: hacer una fiesta e invitar solo a los hijos de empresarios de otras filiales y poner los parlantes a todo volumen. Era un pedante ese Genaro.

-¿Abuelito, y mi premio?-preguntó un niño que lo había escuchado todo desde abajo.
-Bahh –soltó el señor Flore con aristocracia- ¿sabes qué da ese payaso?
-¿Qué abue? –preguntó Tadeo-.
-¡Juguetes chinos!
-Ja,ja,ja ¡¿pa’ eso?!

Y reanudó las dominaditas como solo él sabía hacer.

03-05-14




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