Deberían leerla pero para eso les
incentivaré su lectura. Por ello les dejo dos extractos, los más llamativos y
profundos que encontré (ayudado también por el trazo del lapicero rojo de mi
viejo que los remarcó). No he terminado de leerlo pero su lectura va dejando
huella y eso dice mucho de este libro escrito en la cárcel que sufrió su autor,
Howard Fast, por persecución política. La obra de la que hablo es Espartaco, la
novela histórica que cuenta la gran rebelión de los esclavos que nubló e hizo
que se prosterne Roma, la imperial ciudad de ambiguas bases (se alzaba sobre el
sistema de esclavitud) y de disciplinadas y violentas legiones, estas en su
máximo apogeo durante el recuento de Fast. Sin tanto preámbulo, ahí les van.
1.
David es un joven judío diestro
en el arte de la guerra que fue tempranamente hecho esclavo. Desde chico
conoció la felicidad de una comunidad unida y de fuertes lazos culturales pero
por azares del destino su ciudad fue invadida y se le hizo prisionero. De trabajar
en una mina pasa a trabajar en el mar
desde la difícil profundidad de las galeras. Un día el barco es tomado por
piratas y de la tripulación, él es uno de los pocos que queda para unírseles involuntariamente. Ahí aprende de la vida; de sus injusticias y
azotes. Olvida a Dios y conoce el odio.
En una refriega del barco pirata con uno romano, los romanos salen victoriosos y él junto a los que restaban es condenado a la muerte. Es salvado por Léntulo Baciato, el lanista (organizador y administrador de los circos de gladiadores) que lo compra y lo incluye en su escuela de gladiadores. Para ese entonces David lleva el corazón hecho una coraza y la frialdad recorre su cuerpo. Pero en Capua, donde queda la escuela, también está Espartaco, quien, como David, también ha experimentado cambios en su personalidad. Solo que más distintos. El aserto que suelen emplear “gladiador, no hagas amistad con gladiadores” (p. 192) para sobrellevar la dura vida de la esclavitud, no encuentra más cabida en Espartaco.
En una refriega del barco pirata con uno romano, los romanos salen victoriosos y él junto a los que restaban es condenado a la muerte. Es salvado por Léntulo Baciato, el lanista (organizador y administrador de los circos de gladiadores) que lo compra y lo incluye en su escuela de gladiadores. Para ese entonces David lleva el corazón hecho una coraza y la frialdad recorre su cuerpo. Pero en Capua, donde queda la escuela, también está Espartaco, quien, como David, también ha experimentado cambios en su personalidad. Solo que más distintos. El aserto que suelen emplear “gladiador, no hagas amistad con gladiadores” (p. 192) para sobrellevar la dura vida de la esclavitud, no encuentra más cabida en Espartaco.
“(Con mucha suavidad, Espartaco lo urge: “Una palabra mía y después una
palabra tuya. Somos personas. No estamos solos. El gran problema surge cuando
uno se encuentra solo. Estar solo es algo terrible, pero aquí no estamos solos.
¿Por qué hemos de tener vergüenza de lo que somos? ¿Hicimos algo terrible para
que nos trajeran aquí? No creo que hayamos hecho ninguna cosa terrible. Cosas
mucho más terribles las hacen los que ponen puñales en nuestras manos y nos
ordenan que matemos para distracción de los romanos. De manera que no tenemos
por qué avergonzarnos y odiarnos los unos a los otros. Todo hombre tiene
fortaleza, alguna esperanza, algún amor. Esas cosas son como semillas sembradas
en todos los hombres. Pero si las guardamos para nosotros solos, se secarán y
morirán rápidamente, y que Dios proteja a ese pobre hombre, porque nada le
quedará y la vida no valdrá la pena ser vivida. Por otra parte, si da a otros
su fortaleza, su esperanza y su amor, encontrará una reserva inagotable de esas
existencias. Esos bienes jamás se agotarán para él. Entonces la vida merecerá
la pena vivirla. Y créeme, gladiador, la vida es lo mejor que hay en el mundo.
Nosotros lo sabemos. Somos esclavos. Lo único que tenemos es la vida. De modo
que sabemos lo que vale. Los romanos tienen tantas otras cosas que la vida no
significa mucho para ellos. Juegan con ella. Pero nosotros nos tomamos la vida
en serio, y por ese motivo no podemos permitirnos estar solos. Tú estás
demasiado solo, gladiador. Háblame un poco””.
2
Será la última batalla para los
esclavos, pero pocos de ellos lo saben. Todos tienen a Espartaco en lo alto de
sus aprecios. Una forma de comunicarle tal afecto es ofreciéndole un corcel blanco,
con el cual engalanará sus dotes de estratega y sabrá diferenciarse del resto
por sus virtudes. Pero sucede algo que revelará la grandeza del esclavo de
nariz ovejuna y que canta versos de Odiseo...
“-Ha muerto un caballo-dijo-. ¿Vais a llorar porque ha muerto un
caballo? Nosotros luchamos por la vida de hombres, no por la vida de las bestias.
A los romanos les gustan los caballos, pero por los esclavos no sienten sino
desprecio. Ahora veremos quién sale airoso de este campo de batalla, si los
romanos o nosotros. Os he agradecido el regalo. Fue una prueba del cariño que
me tenéis, pero yo no necesitaba ese regalo para saberlo. Sé lo que anida en mi
corazón. Mi corazón rebosa de amor por vosotros. No hay palabras en el mundo
para expresar todo el cariño que siento por vosotros, mis queridos camaradas.
Nuestras vidas estuvieron unidas. Aunque hoy fracasemos, habremos hecho algo
que los hombres recordarán por siempre. Durante cuatros años hemos luchado
contra Roma… Cuatro largos años. Nunca volvimos la espalda al ejército romano.
Nunca huimos. Ni huiremos hoy del campo de batalla. ¿Queréis que combata desde
un caballo? Dejad los caballos para los romanos. Yo combato de pie, junto a mis
hermanos. Si hoy ganamos esta batalla, tendremos caballos en abundancia, y les
pondremos arreos para engancharlos a los arados, no a los carros romanos. Y si
perdemos…, bueno, si perdemos, no necesitaremos caballos”.
03-03-14
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