Recuerdo una larga caminata que
tuvimos un viernes por la noche en que nos contamos memorables momentos de
nuestras vidas. Me transmitió lo que le sucedió aquel día en que había tenido una queja amorosa que la
tumbó y la biblioteca había sido su refugio. Un día entero en ese aposento de
libros en abundancia fue el paliativo para su enamoradiza dolencia. En
particular, un cuento oriental donde una mujer se entrega por completo a un hombre
que es mezquino, un tonto de los que nunca faltan, y que no supo aprovechar la
inmensidad que tenía a su costado. Al final se hizo justicia y el hombre pagó
con su vida. A ella le gustó, a mí también. Esa era la inteligente manera de
vencer el escollo en que se encontraba: leer.
1.
Empezaba el ciclo 2013-I y, tal
cual el colegio, todos empezaban las clases con singular entusiasmo. Se
iniciaba el año académico y el futuro de cada estudiante pues se tornaba más al
alcance de las manos. Ella había pasado EE.GG.LL. con notas sobresalientes. Un
amigo en común, quien generalmente es dado a valorar a las personas por su
performance educativa con esos alejados criterios del “tercio superior”, “quinto
superior”, “décimo superior”, decía de ella lo que se esperaba: “¡Cholo, esa
chica la rompe!”. Y, en efecto, así era. Basta conversar con ella un ratito
para saber que domina gran cantidad de temas, que su conocimiento es amplio y
que su curiosidad no tiene fecha de caducidad. Entiende uno que al momento de
pasar por ratos amargos, sean los libros los mejores apoyos suyos.
Para esta chica devota de
Nietzsche –de la que temí pues alguna vez se declaró nihilista- y que se
entretiene con dibujitos muy dados a espirales de la muerte las cosas aquel
ciclo no fueron de todo su agrado. Terminaba EE.GG.LL., ese lugar donde se
descubren vocaciones y empiezan a percibirse los diamantes en bruto, y pasaba a
facultad. Pero no a cualquier facultad. Iba a Derecho. La brillante facultad le
abrió las puertas y toneladas de lecturas la esperaban. “Oye, qué bien.
A ella le gusta leer”. Pues no. Como me dijo una amiga que estudia ahí: “¿Un
texto así de grueso (midiendo con sus dedos un frejol imaginario) solo para
decir que el constitucionalismo es bueno para los países en cinco párrafos? Es
que es tonto…”. La facultad de Derecho, para algunos, puede ser el lugar más
parecido a una cárcel intelectual.
“Me gustaron los primeros temas
de Intro al Derecho. Filosofía del Derecho, idea de la justicia, etc. Pero
luego, cuando se iba más para la doctrina, pensaba: ¿Y a mí qué carajo me importa
eso?”, la escuché decir un día en que con mucha suerte pudimos cruzarnos. Había
enfado o desencanto en su rostro. En otra oportunidad expresó: “No puedo ir al
conversatorio… Tengo que leer esto”. Y señalaba un inmenso libro de exteriores
blancos subrayado casi todo por resaltadores. “Que les vaya bien”, finalizaba
para fijar sus ojos y meterse de lleno en la lectura. Se le notaba mal.
Acostumbrada a la libertad de pensamiento, ahora se veía constreñida a los
dictámenes de la doctrina jurídica.
2.
La razón de su estancia en la
facultad era, como irán sacando su cuenta, económica. Muchas veces nos dicen: “Primero
Derecho y luego otra carrera”, “es por tu bien, el tiempo se pasa rápido”, “verás
que te gusta y puedes hallar un montón de cosas que te atraerán”, entre una
infinidad de argumentos. Tal realidad descubre un problema social y psicológico
que consiste en aspirar a como dé lugar a tener dinero (seguridad económica) y
la dejar de lado nuestras sueños verdaderos pues todo queda subordinado a lo
anterior. El problema fluctúa entre ambos y da como resultado que se recorte la
confianza en uno mismo. Y cuando eso sucede se vive un verdadero tormento.
Lucero intentó abrirse y se lo
dijo a sus padres. Que detestaba el derecho, que quería otra carrera, que
sociología era lo suyo. No, es lo que obtuvo por repuesta. No y miedo. A punta
de voluntad logró llegar al final del ciclo. Lo llamativo era que lo hacía con
buenas notas. Pero eso no le importaba: se asfixiaba por dentro. La última semana de
cruciales exámenes se desapareció. No dio ninguno. Le llegó, como se dice, al
pincho. Una rutilante carrera como abogada se iba al tacho. Y eso fue lo mejor.
Ella ganaba la vida, se hacía dueña de sí.
3.
No fue fácil el cambio. Para
muchos fue una sorpresa. “¿Lucero? ¿Lucero hizo eso?”. Y es que no creíamos que
la chica de hablar detenido se le plantó a sus padres y les dijo que no seguía
más en la carrera y que, lejos de arredrarse por la respuesta paterna, “¡entonces
te vas de la casa, yo no te mantengo más, búscatela sola!”, cogió sus cosas y
se fue a vivir con su soledad a un cuartito en Los Olivos. Lucero dejó la universidad y ella misma se la busco. De búsqueda en búsqueda entró a un call center en el Centro.
Ahí se comprobó una vez más que todo lo que le toque hacer, lo puede hacer muy
bien. Ella fue elegida trabajadora del mes y pronto, a los meses, empezó a recomendar gente
para la chamba. Vivía y se mantenía sola, seguía posteando cosas de su adorado
Nietzsche y en sus ratos libre hacía reporterismo ciudadano. Era la libertad
responsable en persona.
Pero tenía un sueño: seguir la
carrera de sociología. Entró a la pre-San Marcos y desde ahí bregó para ingresar
a la universidad. Días y noches de esforzado estudio en donde lo más difícil
era reconciliarse con las matemáticas. No obstante, seguía. Hace unas semanas
la vi y la encontré radiante. El ritmo de chambear y estudiar puede resultar
matador, pero en ella no se percibía. Se le notaba satisfecha, tranquila. Pronto
se fue de la pollada donde estaba relajandose un rato pues debía continuar trabajando en un horario
especialmente diseñado para ella. Luego, tenía que continuar los estudios.
4.
El último fin de semana las
calles cercanas a la San Marcos se llenaron de gente y de tráfico. A la Decana
de América entraban miles de jóvenes para tentar una plaza y Lucero estuvo
entre ellos. Dos días de exámenes en donde uno a uno te mides con lo que sabes
para ingresar. Un momento trascendental en donde tus nervios deben vestirse de
acero pues si no, no tienes para contarla.
A las 9:31 llamé a su enamorado: “¿Oe,
Lucero ingresó?”. “Nada, cholo, el sistema se ha caído”. “Chucha, ya normal.
Llamo en un rato”. Pero tanta especulación no tiene espacio en esta historia:
Lucero ha ingresado en los diez primeros puestos y está requetefeliz. Los saludos
le han llegado por montones porque además de ser los saludos de la amistad, son
los reconocimientos a una mujer que solita se ha mandado contra el mundo y le
ha enseñado quién manda en casa.
10-03-14
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