Juan Luis Cipriani, jefe de la Iglesia peruana oficial, ha
cometido otro traspié. Empecinado en ensuciar su hoja de vida y ebrio del poder
concentrado que posee, quien consideró una cojudez los derechos humanos, tomó
la cerril decisión de prohibir el dictado del curso de teología en la PUCP en
el semestre académico del 2013. Los sacerdotes y laicos que deseen difundir
conocimientos relacionados a la doctrina católica tendrán que hacerlo en otro
lugar gracias a la intransigencia de este personaje. Revestido como un niñito gruñón
y engreído, Monseñor Cipriani reveló su verdadera vocación autoritaria debido
al conflicto que tiene con la citada universidad. Si no eres mía, no serás de
nadie, parece ser una de las frases de cabecera del pastor de nuestra iglesia
lorcha.
Los cursos de Teología en la PUCP distan –o distaban- mucho
de ser como los cursos de religión que se enseñaban en los colegios. Recojo mi
experiencia en cuanto a cursos de religión y casi siempre los profesores
partían de que nosotros, los alumnos, éramos empeñosos y fervorosos soldados de
Dios, cosa que era completamente ajena. Los postulados católicos, en ese
momento, entraban por una oreja y salían por la otra. Las palomilladas del
colegio salvaban el día del curso de religión y lo que más recuerdo de él es que
tenía la posibilidad de dibujar, pues las tareas demandaban gráficos.
Cosa diferente se vio en la Universidad, naturalmente por
alcanzar mayor madurez. En particular, las clases que llevé no fueron con un
profesor de mi agrado, P. Ernesto Rojas. Recuerdo que en una clase el cura defendía
la onerosidad de los representantes de la Iglesia, inmediatamente después de
hablar sobre la ascetismo de San Francisco de Asís. Era un poco contradictorio
oír eso. Sin embargo, influenciado quizá por excelentes obras, Quo Vadis, de
Henryk Sienkiewycz (debo decir que me valí de ella para aprobar el examen final)
y El evangelio según Jesucristo de mi entrañable José Saramago, la temática de
perdón, libertad y amor del curso llamó mi atención. Cabe mencionar que las
lecturas presentadas por Rojas eran mayormente históricas y por ello
presentaban las oscuridades que la Iglesia busca ocultar. Eso demostraba el
talante abierto del curso de Teología.
Asimismo, pasado el semestre, conocer la teología de la
liberación reavivó mi interés por la teología y por el catolicismo. Conocida
como la “doctrina social de la iglesia”, tan popular y estigmatizada décadas
anteriores en América Latina, esta “vertiente” prima la atención y el trabajo
por los pobres, por los menos favorecidos. Es una lucha constante por que ellos-
en realidad, todos- obtengan un mejor modo de vida. Partiendo de la solución de
los problemas sociales como algo primordial, mas no esencial (“construir el
paraíso en la tierra”), la teología de la liberación no tiene otra opción que
enfrentarse a los poderes de facto que privilegian el egoísmo y alientan la
desigualdad e injusticias con fines mortíferos para las mayorías. Todo esto es
muy bello y esperanzador tomando en cuenta el desinterés y la desidia reinantes
hoy en día.
Es así que pese al desagrado de algunos alumnos, el curso de
Teología de alguna manera competía con el de Ética, dados los contenidos de
ambos. El mensaje común indiscutiblemente es la corrección del hombre
y del descubrimiento de su destino. Si ofensivos fustigadores pro-Opus Dei
reclaman el “enrojecimiento” de este claustro universitario pues se hallan muy
confundidos. La variedad de temas presentes en los syllabus de teología (textos
sartreanos, por citar un ejemplo) no es otra cosa que labrar la discusión
académica prolífica poner a prueba los postulados de la fe rebatiendo sus
fueros. Ese era el caso de profesores como “Pipo” Zegarra, dueño de un
espléndido carisma, y el campechano Andrés Gallego. Estos cursos de teología,
si bien obligatorios en su momento, no significaban un tormento como lo fue en
la primaria, sino una posibilidad de descubrir y desafiar las creencias religiosas
de los alumnos; todo ello basado desde una perspectiva integral.
Si uno atiende la historia de diversos personases de la
religión cristiana, incluso prestando atención a los postulados cristianos,
observará qué tan lejos se encuentra el Sr. Cipriani. Es por todos sabido que
lo que busca este hombre de poca monta es poseer más poder y defender sus nada
santos intereses. Empero, indigna e entristece que aparezca como representante
de una Institución en la cual hombres en el pasado y la actualidad reconocieron
su verdadera humanidad y lucharon por una vida mejor. Quizá el arzobispo de El
Salvador, Arnulfo Romero, vilmente asesinado por la contrarrevolución, sea el
más claro ejemplo de ardorosa entrega por el prójimo.
Vivimos en un mundo que asiste a su propio funeral. Incluso
en esta perspectiva, Norman Birnbaum, sociólogo representante de toda una
generación de las ciencias sociales en el vertiginoso siglo XX, reconoce la
poca preponderancia que se le dio a los valores humanos en la senda del
progreso del hombre occidental. La filosofía y la religión, lo dijo Erich
Fromm, formas de explicar y entender al hombre, actualmente figuran en los
patios traseros. Hoy, sin intentar ser alarmista, vemos cómo se colabora por
que tal situación se mantenga.