Después de oír las palabras de
Silencio El Viajero, Paola (“Pola” para los amigos), mi amiga y yo caminamos
por las cuadras de la av. El Ejército sin rumbo fijo. Silencio El Viajero, el
joven peruano que lleva arte por los rincones de Latinoamérica, ha hecho su
escala en un local de la municipalidad de Miraflores y ha alegrado a los niños
que llegaron para verlo. Ellos se han reído y sus padres se han llevado un
mensaje de defensa al medioambiente y de defensa a la humanidad: “Yo tengo una
manzana y tú también puedes tener una manzana. Si las intercambiamos, al final
tendremos lo mismo: manzanas. Pero si yo te doy una idea y tú me das una idea:
algo ya ha cambiado. La sociedad
necesita eso para vencer tanto individualismo”. Al momento de acabar su
presentación, tras recibir el cariño de amistades, público y familiares, su
buena vibra prosiguió: “¿Quieren hacer teatro? ¡Háganlo! ¡Háganlo! Siempre
habrá alguien que les dirá que no se puede, pero esos son los miedosos, los que
se quedan. Salgan y guíense por el corazón”. Silencio dice que todo lo que ha
aprendido (que va desde malabares a cuentos orales, o de teatro hasta payaso)
lo ha aprendido en la calle. Para lograrlo, bastan las ganas. Dicho esto, nos pide
que le escribamos, nos da un abrazo a los tres y se despide con una sonrisa en
el rostro. Silencio ha cumplido su trabajo.
Paola López se siente muy
identificada con el optimismo de Silencio. Tal identificación es inversamente
proporcional a lo que su carrera demanda investigar: la política. Paola estudió
Ciencia Política en la San Marcos y, aunque pronto se dio cuenta de que no le
gustó, la terminó. “Me gusta terminar lo que empiezo”, dice Paola con fácil sonrisa.
En estos momentos, lleva clases de clown y se nota que las disfruta y la tienen
muy animada. He ahí una segura razón por la que la encontramos en “Manotas
lúdicos”, el espectáculo de Silencio. Definitivamente lo es: Paola nos está
llevando al Puericultorio Pérez Araníbar, lugar donde habrán payasos alegrando
al público. Encontramos un destino.
En el Pérez Araníbar
Son las 7:26 y llegamos a la
puerta más próxima a la av. Brasil del centro para niños. Equipados con un
cuadernos, lápices y tajadores, hacemos nuestra entrada al centro. Cinco o seis
árboles, debidamente cuidados y colocados a la entrada, dan la apariencia de
ser uno solo gracias a la gigantesca copa que el visitante tiene frente a sus
ojos. Seguimos avanzando. No nos hemos perdido –como ha ocurrido con otros-
porque mi compañera tiene buena vista y ha distinguido la flecha verde que
indica hacia dónde debemos de ir. En ese momento tengo un pensamiento tonto: “¿será
porque ella va más seguido al teatro?”.
A nuestro paso, la antigüedad de
las edificaciones habla de su majestuosidad. Diría que es arquitectura colonial
si no fuera porque un hombre que siguió arquitectura en sus años mozos me señala
que la mayoría de las construcciones pertenecen al modernismo de inicios del
siglo XX. Sin embargo, no sabe decirme con precisión a qué escuela del
modernismo pertenecen.
El salón en que se da la muestra
del taller del colectivo La Tropa del Eclipse también es de corte modernista. Frente a
él, hay un salón igual de idéntico. Ambos son atractivos a la vista y están
separados por un patio que, si se le sigue de frente, da al mar. En el salón de
la izquierda, se venden empanadas y dulces hechos por los mismos chicos del
Puericultorio y, en el de la derecha, los payasos harán reír.
Unos minutos antes de iniciar la
función, Alex Ticona, el director de la muestra y miembro de La Tropa del
Eclipse, hace un llamado para que la gente forme una fila y entre al salón ordenadamente.
Antes, por supuesto, los mayores hicieron su entrada. Las personas ingresan de
diez en diez y, con prontitud, el auditorio está repleto. Para oxigenar un poco
el aforo, Alex invita a los que deseen a sentarse en el piso de la parte
delantera. Mi compañera y yo formamos parte de la zona VIP.
Siete maneras en que has de reírte
Las luces se apagan por segundos
y se encienden para que aparezcan seis de los siete payasos que actuarán esta
noche. Posan para las cámaras, pero solo salen, ahora, cinco. Uno que parece
Larry, el de Los tres chiflados, es obstinadamente dejado de lado. Al irse
todos, queda un personaje que hace de doméstico. Barre con timidez las losetas
del salón la casa y mira con igual azoramiento al público. Solamente tomará
valor al momento de combatir a una molesta mosca que se ha posado en la nariz
de un espectador. Al intento de ultimarla de un escobazo, las luces se apagan y
él desaparece.
Con el regreso de la luz aparecen
las historias de un gordo deprimido sediento de vodka, la de un payaso
rocanrolero de malhadada columna pero de fino talento, la titánica lucha de un
torpe payaso contra una mosca atómica, la de un latin lover que pone nerviosas
literalmente a las damas y de otro que las conquista con facilidad, y,
finalmente, la de una payasa ancha y grande que guarda en ella una dialéctica
del olor. La obra, que dura cerca de hora y media, finaliza con la aromática
felicidad del abandonado gordo de inicios de la obra. Nuevamente, salen seis de
siete.
El público ha reído por montones
y ha aplaudido más. Era algo que se merecían estos payasos que se han preparado
durante seis meses para presentar un show impecable. El salón, como decíamos,
lucía lleno, y los de atrás tuvieron algunos problemas para ver la obra. Pero
este problema fue medianamente resuelto cuando un par de payasos fueron hasta
allá para vacilarse con el público. Los que no pudieron entrar veían el
espectáculo desde afuera y también se mataban de risa.
Trabajando en serio por los chicos
La entrada para ir a ver a “Los
extravagantis” era gratis, pero la salida, como se dice en la jerga del mundo
artístico, “no tanto”. Un sombrerito dejado por Ticona, situado encima de dos
sillas para estar a la altura del respetable, hacía de caja. La gente se
dirigía hacia allí para dejar sus monedas (“preferentemente las de borde
plateado”) y también para abrazar y felicitar a los payasos. Un payaso, que
decía que ser payaso era un trabajo serio, agradecía las muestras de afecto. Lo
decía con la seguridad que le autoriza su cargo: la de ser director del
Puericultorio.
“Los extravagantis” fue una obra
imperdible. Para dicha del público, esta muestra es una antesala para
posteriores puestas en escena que con seguridad nos enteraremos. De momento, lo
recaudado servirá para apoyar a los chicos del Puericultorio, como asegura la
Sociedad de Beneficencia de Lima Metropolitana. El rebosante sombrerito servirá
para completar los gastos escolares de los infantes residentes que las
donaciones hechas por el público asistente no habrían de poder cubrir. Como sabe que
el dinero no lo es todo, Carlos Canacho, el director, extendió la invitación al
público para que concurra a la inmensa cuadra seis de la Av. Del Ejército, que
es donde queda el Pérez Araníbar, y hacer voluntariado con los niños. Stefany,
mi acompañante amiga, me mira con asombrada esperanza.
La situación es complicada, pero
más llevadera cuando hay alegría de por medio al momento de superarla.
18-05-14