lunes, 10 de marzo de 2014

El poder de la voluntad de una Super Mujer: una nietzscheana en San Marcos



Recuerdo una larga caminata que tuvimos un viernes por la noche en que nos contamos memorables momentos de nuestras vidas. Me transmitió lo que le sucedió aquel día en que había tenido una queja amorosa que la tumbó y la biblioteca había sido su refugio. Un día entero en ese aposento de libros en abundancia fue el paliativo para su enamoradiza dolencia. En particular, un cuento oriental donde una mujer se entrega por completo a un hombre que es mezquino, un tonto de los que nunca faltan, y que no supo aprovechar la inmensidad que tenía a su costado. Al final se hizo justicia y el hombre pagó con su vida. A ella le gustó, a mí también. Esa era la inteligente manera de vencer el escollo en que se encontraba: leer. 

1.

Empezaba el ciclo 2013-I y, tal cual el colegio, todos empezaban las clases con singular entusiasmo. Se iniciaba el año académico y el futuro de cada estudiante pues se tornaba más al alcance de las manos. Ella había pasado EE.GG.LL. con notas sobresalientes. Un amigo en común, quien generalmente es dado a valorar a las personas por su performance educativa con esos alejados criterios del “tercio superior”, “quinto superior”, “décimo superior”, decía de ella lo que se esperaba: “¡Cholo, esa chica la rompe!”. Y, en efecto, así era. Basta conversar con ella un ratito para saber que domina gran cantidad de temas, que su conocimiento es amplio y que su curiosidad no tiene fecha de caducidad. Entiende uno que al momento de pasar por ratos amargos, sean los libros los mejores apoyos suyos.

Para esta chica devota de Nietzsche –de la que temí pues alguna vez se declaró nihilista- y que se entretiene con dibujitos muy dados a espirales de la muerte las cosas aquel ciclo no fueron de todo su agrado. Terminaba EE.GG.LL., ese lugar donde se descubren vocaciones y empiezan a percibirse los diamantes en bruto, y pasaba a facultad. Pero no a cualquier facultad. Iba a Derecho. La brillante facultad le abrió las puertas y toneladas de lecturas la esperaban. “Oye, qué bien. A ella le gusta leer”. Pues no. Como me dijo una amiga que estudia ahí: “¿Un texto así de grueso (midiendo con sus dedos un frejol imaginario) solo para decir que el constitucionalismo es bueno para los países en cinco párrafos? Es que es tonto…”. La facultad de Derecho, para algunos, puede ser el lugar más parecido a una cárcel intelectual.

“Me gustaron los primeros temas de Intro al Derecho. Filosofía del Derecho, idea de la justicia, etc. Pero luego, cuando se iba más para la doctrina, pensaba: ¿Y a mí qué carajo me importa eso?”, la escuché decir un día en que con mucha suerte pudimos cruzarnos. Había enfado o desencanto en su rostro. En otra oportunidad expresó: “No puedo ir al conversatorio… Tengo que leer esto”. Y señalaba un inmenso libro de exteriores blancos subrayado casi todo por resaltadores. “Que les vaya bien”, finalizaba para fijar sus ojos y meterse de lleno en la lectura. Se le notaba mal. Acostumbrada a la libertad de pensamiento, ahora se veía constreñida a los dictámenes de la doctrina jurídica.

2.

La razón de su estancia en la facultad era, como irán sacando su cuenta, económica. Muchas veces nos dicen: “Primero Derecho y luego otra carrera”, “es por tu bien, el tiempo se pasa rápido”, “verás que te gusta y puedes hallar un montón de cosas que te atraerán”, entre una infinidad de argumentos. Tal realidad descubre un problema social y psicológico que consiste en aspirar a como dé lugar a tener dinero (seguridad económica) y la dejar de lado nuestras sueños verdaderos pues todo queda subordinado a lo anterior. El problema fluctúa entre ambos y da como resultado que se recorte la confianza en uno mismo. Y cuando eso sucede se vive un verdadero tormento.

Lucero intentó abrirse y se lo dijo a sus padres. Que detestaba el derecho, que quería otra carrera, que sociología era lo suyo. No, es lo que obtuvo por repuesta. No y miedo. A punta de voluntad logró llegar al final del ciclo. Lo llamativo era que lo hacía con buenas notas. Pero eso no le importaba: se asfixiaba por dentro. La última semana de cruciales exámenes se desapareció. No dio ninguno. Le llegó, como se dice, al pincho. Una rutilante carrera como abogada se iba al tacho. Y eso fue lo mejor. Ella ganaba la vida, se hacía dueña de sí.

3.

No fue fácil el cambio. Para muchos fue una sorpresa. “¿Lucero? ¿Lucero hizo eso?”. Y es que no creíamos que la chica de hablar detenido se le plantó a sus padres y les dijo que no seguía más en la carrera y que, lejos de arredrarse por la respuesta paterna, “¡entonces te vas de la casa, yo no te mantengo más, búscatela sola!”, cogió sus cosas y se fue a vivir con su soledad a un cuartito en Los Olivos. Lucero dejó la universidad y ella misma se la busco. De búsqueda en búsqueda entró a un call center en el Centro. Ahí se comprobó una vez más que todo lo que le toque hacer, lo puede hacer muy bien. Ella fue elegida trabajadora del mes y pronto, a los meses, empezó a recomendar gente para la chamba. Vivía y se mantenía sola, seguía posteando cosas de su adorado Nietzsche y en sus ratos libre hacía reporterismo ciudadano. Era la libertad responsable en persona.

Pero tenía un sueño: seguir la carrera de sociología. Entró a la pre-San Marcos y desde ahí bregó para ingresar a la universidad. Días y noches de esforzado estudio en donde lo más difícil era reconciliarse con las matemáticas. No obstante, seguía. Hace unas semanas la vi y la encontré radiante. El ritmo de chambear y estudiar puede resultar matador, pero en ella no se percibía. Se le notaba satisfecha, tranquila. Pronto se fue de la pollada donde estaba relajandose un rato pues debía continuar trabajando en un horario especialmente diseñado para ella. Luego, tenía que continuar los estudios.

4.

El último fin de semana las calles cercanas a la San Marcos se llenaron de gente y de tráfico. A la Decana de América entraban miles de jóvenes para tentar una plaza y Lucero estuvo entre ellos. Dos días de exámenes en donde uno a uno te mides con lo que sabes para ingresar. Un momento trascendental en donde tus nervios deben vestirse de acero pues si no, no tienes para contarla.

A las 9:31 llamé a su enamorado: “¿Oe, Lucero ingresó?”. “Nada, cholo, el sistema se ha caído”. “Chucha, ya normal. Llamo en un rato”. Pero tanta especulación no tiene espacio en esta historia: Lucero ha ingresado en los diez primeros puestos y está requetefeliz. Los saludos le han llegado por montones porque además de ser los saludos de la amistad, son los reconocimientos a una mujer que solita se ha mandado contra el mundo y le ha enseñado quién manda en casa.

10-03-14




domingo, 2 de marzo de 2014

Los que solos se liberan



Deberían leerla pero para eso les incentivaré su lectura. Por ello les dejo dos extractos, los más llamativos y profundos que encontré (ayudado también por el trazo del lapicero rojo de mi viejo que los remarcó). No he terminado de leerlo pero su lectura va dejando huella y eso dice mucho de este libro escrito en la cárcel que sufrió su autor, Howard Fast, por persecución política. La obra de la que hablo es Espartaco, la novela histórica que cuenta la gran rebelión de los esclavos que nubló e hizo que se prosterne Roma, la imperial ciudad de ambiguas bases (se alzaba sobre el sistema de esclavitud) y de disciplinadas y violentas legiones, estas en su máximo apogeo durante el recuento de Fast. Sin tanto preámbulo, ahí les van.

1.

David es un joven judío diestro en el arte de la guerra que fue tempranamente hecho esclavo. Desde chico conoció la felicidad de una comunidad unida y de fuertes lazos culturales pero por azares del destino su ciudad fue invadida y se le hizo prisionero. De trabajar en  una mina pasa a trabajar en el mar desde la difícil profundidad de las galeras. Un día el barco es tomado por piratas y de la tripulación, él es uno de los pocos que queda para unírseles involuntariamente. Ahí aprende de la vida; de sus injusticias y azotes. Olvida a Dios y conoce el odio.

En una refriega del barco pirata con uno romano, los romanos salen victoriosos y él junto a los que restaban es condenado a la muerte. Es salvado por Léntulo Baciato, el lanista (organizador y administrador de los circos de gladiadores) que lo compra y lo incluye en su escuela de gladiadores. Para ese entonces David lleva el corazón hecho una coraza y la frialdad recorre su cuerpo. Pero en Capua, donde queda la escuela, también está Espartaco, quien, como David, también ha experimentado cambios en su personalidad. Solo que más distintos. El aserto que suelen emplear “gladiador, no hagas amistad con gladiadores” (p. 192) para sobrellevar la dura vida de la esclavitud, no encuentra más cabida en Espartaco.

“(Con mucha suavidad, Espartaco lo urge: “Una palabra mía y después una palabra tuya. Somos personas. No estamos solos. El gran problema surge cuando uno se encuentra solo. Estar solo es algo terrible, pero aquí no estamos solos. ¿Por qué hemos de tener vergüenza de lo que somos? ¿Hicimos algo terrible para que nos trajeran aquí? No creo que hayamos hecho ninguna cosa terrible. Cosas mucho más terribles las hacen los que ponen puñales en nuestras manos y nos ordenan que matemos para distracción de los romanos. De manera que no tenemos por qué avergonzarnos y odiarnos los unos a los otros. Todo hombre tiene fortaleza, alguna esperanza, algún amor. Esas cosas son como semillas sembradas en todos los hombres. Pero si las guardamos para nosotros solos, se secarán y morirán rápidamente, y que Dios proteja a ese pobre hombre, porque nada le quedará y la vida no valdrá la pena ser vivida. Por otra parte, si da a otros su fortaleza, su esperanza y su amor, encontrará una reserva inagotable de esas existencias. Esos bienes jamás se agotarán para él. Entonces la vida merecerá la pena vivirla. Y créeme, gladiador, la vida es lo mejor que hay en el mundo. Nosotros lo sabemos. Somos esclavos. Lo único que tenemos es la vida. De modo que sabemos lo que vale. Los romanos tienen tantas otras cosas que la vida no significa mucho para ellos. Juegan con ella. Pero nosotros nos tomamos la vida en serio, y por ese motivo no podemos permitirnos estar solos. Tú estás demasiado solo, gladiador. Háblame un poco””.

2

Será la última batalla para los esclavos, pero pocos de ellos lo saben. Todos tienen a Espartaco en lo alto de sus aprecios. Una forma de comunicarle tal afecto es ofreciéndole un corcel blanco, con el cual engalanará sus dotes de estratega y sabrá diferenciarse del resto por sus virtudes. Pero sucede algo que revelará la grandeza del esclavo de nariz ovejuna y que canta versos de Odiseo...

“-Ha muerto un caballo-dijo-. ¿Vais a llorar porque ha muerto un caballo? Nosotros luchamos por la vida de hombres, no por la vida de las bestias. A los romanos les gustan los caballos, pero por los esclavos no sienten sino desprecio. Ahora veremos quién sale airoso de este campo de batalla, si los romanos o nosotros. Os he agradecido el regalo. Fue una prueba del cariño que me tenéis, pero yo no necesitaba ese regalo para saberlo. Sé lo que anida en mi corazón. Mi corazón rebosa de amor por vosotros. No hay palabras en el mundo para expresar todo el cariño que siento por vosotros, mis queridos camaradas. Nuestras vidas estuvieron unidas. Aunque hoy fracasemos, habremos hecho algo que los hombres recordarán por siempre. Durante cuatros años hemos luchado contra Roma… Cuatro largos años. Nunca volvimos la espalda al ejército romano. Nunca huimos. Ni huiremos hoy del campo de batalla. ¿Queréis que combata desde un caballo? Dejad los caballos para los romanos. Yo combato de pie, junto a mis hermanos. Si hoy ganamos esta batalla, tendremos caballos en abundancia, y les pondremos arreos para engancharlos a los arados, no a los carros romanos. Y si perdemos…, bueno, si perdemos, no necesitaremos caballos”.



03-03-14