jueves, 20 de febrero de 2025

Del libro que se vive: invitación a Sueños Bárbaros

 


I

Volví a leer como se debe el año pasado recién. Es decir, libros físicos como lo hacía antes, pero ni tanto. Recuerdo haber leído más que todo crónicas cortas en revistas, artículos académicos, algunos poemas. Pero libros y sobre todo literatura, no tanto. Esa es la verdad.

Sin embargo, el año pasado arranqué con El Padrino de Puzo en circunstancias que no me lo había propuesto y la mechita simplemente se encendió. Lo leí de inmediato, pues la prosa de Puzo así lo invita y de ahí, así en volada, me aluciné y fui devorando mundos, devorando libros. Mi segunda víctima fue el también voluminoso El hombre que amaba a los perros del cubano Padura. Fue más por reto que por atracción, pero qué tal reto gratificante significó. Fue un verdadero placer para mis sentidos leer semejante obra que conjunta geografías, dramas sociales y personales y episodios de importancia histórica.

Luego, en esa viada, intenté otros libros, pero quizá fue más por querer establecerme una disciplina de lector de literatura que por amante de los libros que yo iba seleccionando. Me demoraba en leer porque francamente eran aburridos, se gastaban, se perdían en la trama, algunos eran intragables, pero continué. A fines del año pasado, sin embargo, me tracé una lista de libros que me llamaban la atención. Así es como he comenzado el año, no con este libro precisamente, pero con este libro inauguro lo que podría definir como el momento feliz de la literatura. Me refiero a Sueños Bárbaros del bárbaro Rodrigo Núñez Carvallo.


II

El primer contacto que tengo con Rodrigo Núñez es con sus colaboraciones que hace para la revista Hildebrandt en sus 13. Me ubico más o menos entre el 2014 y el 2015, su crítica contundente y demoledora a la obra de Jeremías Gamboa, Contarlo Todo, a la puesta en escena de los “Karamazov” por parte de Mariana de Althaus, sus crónicas históricas a personajes de la política y cultura peruana como Porras Barrenechea, Arguedas (la mención, en una de sus crónicas, donde Arguedas celebra la noche al ritmo del violín de Máximo Damián me es inolvidable), José Tola, Julio Mezzich; sus compactas semblanzas a su padre Estuardo Núñez, a su madre Cota Carvallo, a su hermano el fulminante Hernando Núñez, entre otros, me mantuvieron como lector de una revista que poco a poco fue perdiendo su atractivo para mí. Pero si me mantuve fue por aquella prosa de adjetivos precisos, de creación de escenarios, de diálogos frescos y atentos, propios de alguien que conoce la cosa, de alguien que parece haber estado ahí, viviéndola.


III

Sin embargo, aquella prosa no definida como distante, pero sí histórica como término que pretende respetar la objetividad de un acontecimiento y todo lo que eso implica, no es lo que aparece como medio de transmisión principal en Sueños Bárbaros. Es eso, sí, dale, pero bañado por un río de literatura, de sabor, de vida, es una corriente de tensiones que tiene como base el empeñoso trabajo artístico como lo señala Abelardo Sánchez León cuando entrevista al autor en el contexto de la publicación de la novela.

Leer Sueños Bárbaros es un goce, aún cuando empezada la novela - que arranca trepidante e intensa (los convulsos episodios en la selva peruana para la grabación de Fitzcarraldo así lo demuestran)- se da paso al inicio de la trama de las metaperlículas que es un tanto divagadora para mi gusto, pero es donde se van sentando las bases de las muchas tramas que la araña de Rodrigo va tejiendo. Y en el balance, es aceptable.

 

Sueños Bárbaros, fresco de la época de los 90 de Lima que retrata la intensidad de una familia de amigos que tiene como bastión una casa derruida que mira a la playa de Chorrillos, es una novela y una apuesta por la vida como tal. Esta novela tiene de todo, drogas, sexo, alcohol, literatura, tensiones de poder, historias de calle, de homosexualidad, de otorongos, de noches desenfrenadas en discos del sur de la ciudad, en montes de Lima este con miras a un próximo atentado terrorista, tiene de todo. Y es bueno calificarla como lo hace Sánchez León de vuelta: es una novela arrecha, pero no solo por sus detalladas, jugosas y poéticas escenas y hambre de sexo, sino que es arrecha por contar la pasión con la que los protagonistas viven sus pasiones como sus vicios y pesares: que son el cine, el teatro, el alcohol, la cocaína, la soledad, la depresión, la traición de una madre, la pérdida de un padre, la pérdida de uno mismo, el fracaso de la educación en casa, etc.

Es por eso que cuando la leía pensaba en el significado de la casa, o más bien de un hogar. Y pensar en la figura de Rafael Delucchi, sátiro de Lima sur en el buen sentido helénico, quien convoca a su hijo Ramón, hijos e hijas otorongas, amigos como Pipo, Paloma, Domingo de Ramos, Rik, Claudio y demás damas (las más de las veces veinteañeras) a su lares, da una lección de lo que es vivir por una pasión y cómo es, tal vez sin proponérselo, convocar y crear las condiciones para que esa vieja casa con miras al mar sea un espacio de encuentro (tanto para amigos, artistas, terroristas o manifestantes contra la dictadura).

Ese es uno de los designios o ideas que deja esta novela y que, si no me equivoco, era lo que le reclamaba el autor a Jeremías Gamboa con su novela: que no legaba nada. Pero Sueños Bárbalos lo hace. Para mí lo hace y con creces. No sé si es una novela que cambia la vida, pero esta novela de una metapelícula toca tu vida y con aquellos instrumentos del cine, la literatura, del teatro, de la psicología jungiana, trata al lector como una dócil pero innatamente salvaje jaguar hembra lo haría y de esta el lector sale sacudido.

Y ese ha sido mi caso: he vivido la novela. La he leído con intensidad y pasión. Incluso ahora me pregunto si acaso estoy faltando a mis deberes de lector por no haber reflexionado un poco más con ella, ser más sesudo en la comprensión de la misma, de sus etapas, episodios y, a lo Claudio o Pipo, ser más reflexivo y apartado en cuanto a ella, para… retenerla conmigo. Pero acá el Lincoln (el lector sabrá a qué me refiero) es de raigambre de Rafael o de su Ota, la actuante, la hacedora, la mandada, y es precisamente por ellos que me quede pegado a esta gran obra.



21-02-25

 

Hinchado… de palabras

Camino a Camaná, hace ya dos semanas casi, en el bus sentí una leve sensación de náuseas. No le dije nada a mi tía pues no quise alarmarla, tampoco me veía sosteniendo una bolsa de papel, como en las películas, y vomitando y haciendo todo un show en el bus cama en el que íbamos. Me quedé chitón y aguantando la sensación de náusea.

El sábado pasado tuve la misma sensación y cierta descompensación, pero la tarde de ese día terminé comiendo y bebiendo de lo lindo. Nada pasó. Al menos en ese exacto tiempo, ya en casa malestar y al día siguiente un estómago hinchado, náuseas y descompensación. Igual me fui a bailar, pero sintiendo mi estómago como un barril pesado de metal. Y náuseas.

Todo esto me conminó a que busque al doctor. Sí, a dos o tres días. Quise actuar rápido porque el lunes no hice nada de ejercicios, y eso que era primera semana, semana en donde arranco con las paralelas rusas que con dolor me ha costado “desbloquear”. Pero ocurre que el doctor con el que saqué cita, un doctor joven pero canoso, bonachón, canceló pues también se puso mal. Y…

Estas cosas se dieron en un contexto de que el lunes fui al baño unas cuantas veces. ¿Pueden creerlo? Tras esos síntomas gástricos raros, le agregué a mi dieta “blanda” un potente plato de frejoles seco. El resultado fue un tremendo festival de pirotecnia gástrica que terminó en lo que se conoce como bicicleta. La noche del día en que el doctor bonachón cancela la cita salgo a la sala y veo un plato cubierto, lo develo y veo una pizza suculenta. Toco mi estómago y siento ya alivio. “Venga pa’ acá”.

Lo que vino fue un episodio dos de la bicicleta y ahí sí me preocupé.

Acabo de terminar cita con la doctora, una simpática doctora de raíces palestinas que no dejaba de reírse cuando me veía anotar lo que decía o de poner cara de circunstancias, y me dijo que lo más probablemente tenga un episodio viral. Si bien no me gustó que me llene de medicinas a la manera de los doctores de la medicina norteamericana, me gustó que me recete zinc como medio para proteger mi sistema inmune. Eso, de hecho, me lo dateó mi fisioterapeuta hace unos meses y es posible que lo tome de manera diaria (en 30 mg.) de aquí en adelante. ¿Qué si es gastritis? Poco probable, pero ahora entiendo – e investigaré más- que la gastritis es un tema de cuidado de la mucosa gástrica y que cometemos un error si tomamos café en ayunas o algún ácido. ¿Eso va a contracorriente de aquella cultura general de beber agua con limón a ayunas? No lo sé, es una guerra de saberes y ahí está el tema de seguir investigando.

Alabado sea el de arriba por coger el problema de mi barriga como excusa para ensayar estas letras, pues como decía el adagio romano “nulla dies sine línea”.