I
Volví a leer como se debe el año pasado recién.
Es decir, libros físicos como lo hacía antes, pero ni tanto. Recuerdo haber
leído más que todo crónicas cortas en revistas, artículos académicos, algunos
poemas. Pero libros y sobre todo literatura, no tanto. Esa es la verdad.
Sin embargo, el año pasado arranqué con El
Padrino de Puzo en circunstancias que no me lo había propuesto y la mechita
simplemente se encendió. Lo leí de inmediato, pues la prosa de Puzo así lo
invita y de ahí, así en volada, me aluciné y fui devorando mundos, devorando
libros. Mi segunda víctima fue el también voluminoso El hombre que amaba a
los perros del cubano Padura. Fue más por reto que por atracción, pero qué
tal reto gratificante significó. Fue un verdadero placer para mis sentidos leer
semejante obra que conjunta geografías, dramas sociales y personales y
episodios de importancia histórica.
Luego, en esa viada, intenté otros libros, pero
quizá fue más por querer establecerme una disciplina de lector de literatura
que por amante de los libros que yo iba seleccionando. Me demoraba en leer
porque francamente eran aburridos, se gastaban, se perdían en la trama, algunos
eran intragables, pero continué. A fines del año pasado, sin embargo, me tracé
una lista de libros que me llamaban la atención. Así es como he comenzado el
año, no con este libro precisamente, pero con este libro inauguro lo que podría
definir como el momento feliz de la literatura. Me refiero a Sueños Bárbaros
del bárbaro Rodrigo Núñez Carvallo.
II
El primer contacto que tengo con Rodrigo Núñez
es con sus colaboraciones que hace para la revista Hildebrandt en sus 13. Me
ubico más o menos entre el 2014 y el 2015, su crítica contundente y demoledora a
la obra de Jeremías Gamboa, Contarlo Todo, a la puesta en escena de los
“Karamazov” por parte de Mariana de Althaus, sus crónicas históricas a
personajes de la política y cultura peruana como Porras Barrenechea, Arguedas
(la mención, en una de sus crónicas, donde Arguedas celebra la noche al ritmo
del violín de Máximo Damián me es inolvidable), José Tola, Julio Mezzich; sus
compactas semblanzas a su padre Estuardo Núñez, a su madre Cota Carvallo, a su
hermano el fulminante Hernando Núñez, entre otros, me mantuvieron como lector
de una revista que poco a poco fue perdiendo su atractivo para mí. Pero si me
mantuve fue por aquella prosa de adjetivos precisos, de creación de escenarios,
de diálogos frescos y atentos, propios de alguien que conoce la cosa, de
alguien que parece haber estado ahí, viviéndola.
III
Sin embargo, aquella prosa no definida como
distante, pero sí histórica como término que pretende respetar la objetividad
de un acontecimiento y todo lo que eso implica, no es lo que aparece como medio
de transmisión principal en Sueños Bárbaros. Es eso, sí, dale, pero bañado por
un río de literatura, de sabor, de vida, es una corriente de tensiones que
tiene como base el empeñoso trabajo artístico como lo señala Abelardo Sánchez
León cuando entrevista al autor en el contexto de la publicación de la novela.
Leer Sueños Bárbaros es un goce, aún
cuando empezada la novela - que arranca trepidante e intensa (los convulsos
episodios en la selva peruana para la grabación de Fitzcarraldo así lo
demuestran)- se da paso al inicio de la trama de las metaperlículas que
es un tanto divagadora para mi gusto, pero es donde se van sentando las bases
de las muchas tramas que la araña de Rodrigo va tejiendo. Y en el balance, es
aceptable.
Sueños Bárbaros, fresco de la época de los 90 de Lima que
retrata la intensidad de una familia de amigos que tiene como bastión una casa
derruida que mira a la playa de Chorrillos, es una novela y una apuesta por la
vida como tal. Esta novela tiene de todo, drogas, sexo, alcohol, literatura,
tensiones de poder, historias de calle, de homosexualidad, de otorongos, de
noches desenfrenadas en discos del sur de la ciudad, en montes de Lima este con
miras a un próximo atentado terrorista, tiene de todo. Y es bueno calificarla
como lo hace Sánchez León de vuelta: es una novela arrecha, pero no solo por
sus detalladas, jugosas y poéticas escenas y hambre de sexo, sino que es
arrecha por contar la pasión con la que los protagonistas viven sus pasiones
como sus vicios y pesares: que son el cine, el teatro, el alcohol, la cocaína,
la soledad, la depresión, la traición de una madre, la pérdida de un padre, la
pérdida de uno mismo, el fracaso de la educación en casa, etc.
Es por eso que cuando la leía pensaba en el
significado de la casa, o más bien de un hogar. Y pensar en la figura de Rafael
Delucchi, sátiro de Lima sur en el buen sentido helénico, quien convoca a su
hijo Ramón, hijos e hijas otorongas, amigos como Pipo, Paloma, Domingo de
Ramos, Rik, Claudio y demás damas (las más de las veces veinteañeras) a su lares,
da una lección de lo que es vivir por una pasión y cómo es, tal vez sin
proponérselo, convocar y crear las condiciones para que esa vieja casa con
miras al mar sea un espacio de encuentro (tanto para amigos, artistas,
terroristas o manifestantes contra la dictadura).
Ese es uno de los designios o ideas que deja
esta novela y que, si no me equivoco, era lo que le reclamaba el autor a
Jeremías Gamboa con su novela: que no legaba nada. Pero Sueños Bárbalos
lo hace. Para mí lo hace y con creces. No sé si es una novela que cambia la
vida, pero esta novela de una metapelícula toca tu vida y con aquellos
instrumentos del cine, la literatura, del teatro, de la psicología jungiana, trata
al lector como una dócil pero innatamente salvaje jaguar hembra lo haría y de
esta el lector sale sacudido.
Y ese ha sido mi caso: he vivido la novela. La
he leído con intensidad y pasión. Incluso ahora me pregunto si acaso estoy
faltando a mis deberes de lector por no haber reflexionado un poco más con
ella, ser más sesudo en la comprensión de la misma, de sus etapas, episodios y,
a lo Claudio o Pipo, ser más reflexivo y apartado en cuanto a ella, para…
retenerla conmigo. Pero acá el Lincoln (el lector sabrá a qué me
refiero) es de raigambre de Rafael o de su Ota, la actuante, la
hacedora, la mandada, y es precisamente por ellos que me quede pegado a esta
gran obra.
21-02-25