El año pasado tuve un percance en
el lugar que trabajaba, una biblioteca. Había extraviado un libro y, por una
ligera consecuencia, tuve que dar cuenta de todos los libros que alguna vez me
presté. Sude frío, no porque haya sido autor de otras pérdidas, sino porque si
no encontraba entre el desorden existente los otros libros de mi nómina, yo
sería el irresponsable, el culpable, ¡a pesar del certificado descuido de sus
organizadores!
A sabiendas de eso, igual me
mandé con la seguridad del padre que sabe que ha educado muy bien a sus hijos.
No podía ser de otra forma: tanto tiempo en esa biblioteca, tantas incursiones
en sus estantes, tantos ordenamientos me dotaban de una natural familiaridad
para reconocer, de lejos, cuál libro era el que buscaba, cuál no.
Así las cosas, igual caí rendido
por el milagro de encontrar los libros. Uno por uno los iba encontrando,
sabedor de que el reconocimiento de mi inocencia estaba a un solo paso. Fue
mágico, era como si ante cada encuentro, los libros me guiasen, me hablasen. Por
ahí, por ahí, ¡ahí está! Eran como seres vivos.
Al final, encontré todos los
libros, menos el extraviado. Tenso, estresado, todavía más por el calor de ese
tórrido verano, dudaba, me esforzaba en encontrar aquel libro, pero era en
vano. Igual, mis amigos los libros me tenían reservado una jugada que mejor no
les develaré. Quédense conformes, apareció el libro y santo remedio. Los
lectores, con su libro. Yo, con mi libertad.
Salí de la biblioteca caminando
feliz con mi bastón (semanas atrás había sufrido una lesión en el tobillo
derecho). Tan alucinado estaba que me prometí algún día beberme unas cervezas
solo con mis libros. Ahí sentadote y ellos mirando, observando, también
bebiendo con su vaso servido. Aunque no crean, cumplí esa promesa como cuatro
semanas después, cuando en un bar del centro le preparaba el vestido de fiesta
a un libro de fotografías de un español. Cortaba el vestido y él, con su
vasito, mirando. Me sentía loco y por eso bacán. Pero siempre es mejor tomar
con un amigo.
¿Por qué digo todo esto? Es la
fuerza que me transmite esta imagen. Hoy tuve la oportunidad de dar una charla
como a más de 200 jovencitos y jovencitas de secundaria de mi querido distrito
de El Agustino. Tranquis, ellos estaban separados en dos turnos, pero igual era
todo un desafío mantener su atención. ¿Sobre qué? Sobre mi tema, que era del
poder de la lectura. Felizmente los hice reír, aunque también reflexionar.
Igual no estoy conforme con este tipo de actividades pues el tema del
aprendizaje, creo yo, tiene que ver más con los procesos que con los puntuales
certámenes.
Por temas de tiempo, tuve que
apelar a dos temas ágiles: al del libro de mi causa el buen y joven escritor
Luis Palomino y, haciendo gala de mi capacidad de entablar relaciones, conecté
un dibujo de Bruce Lee con el libro del Tao y El Combate, obra del
norteamericano Norman Mailer que narra la histórica pelea entre Muhammad Ali y
George Foreman. Sobre el primer tema, comenté algo vital pero manoseado: la
persecución del ser humano por sus sueños. Igual, sirvió para explotar de
euforia y ponerme a hablar con estos jóvenes que cargaran sobre sus espaldas al
mundo. No me negarás, Luchito, que a pesar de mis tardanzas yo te soy un muy
buen embajador.
De otro lado, empleé la célebre
metáfora de Lee: “be like water, my friend”, la cual conecté con un pasaje del
Tao Te Ching que habla sobre la victoria de lo débil sobre lo fuerte, lo bajo
sobre lo alto, las antinomias. En ellas, la capacidad fluida del agua se precia
de ser una virtud para sortear, según nos propongamos, los obstáculos.
¿Y qué tenían que ver los
morenos? Pues empleé la pelea Ali-Foreman como clara y concreta muestra de cómo
esa reflexión se ejecuta. En la pelea, Ali dispone la siguiente estrategia:
amortiguar los golpes de Foreman y a la vez provocarlo. Foreman, rabiosísimo,
cae redondo: los sendos bombazos lo han dejado exhausto. Ali sabe lo que tiene
que hacer.
Apelar al ejercicio boxístico me
sirvió para jugar como un teatro con los chicos. Los entretuvo. Yo era Ali y un
par de estudiantes hacían de Foreman. Risas. Eso me parece bacán cuando tengo
la impresión de que pocas veces los juegos en la escuela –me refiero en el
aula- tienen un objetivo premeditado por que sus estudiantes aprendan. Ojalá me
esté equivocando.
También durante mi participación
les hablé y mostré mis dibujos. Hablé de un poeta, de un… amor y del personaje
de una película. ¿Si me escucharon las como 200 personas? Aunque quisiera
mentirles que sí, lo más probable es que no. Lo que sí sé es que terminada la
jornada una adolescente se me acerco con lapicero y papel y me dijo: “¿Me
puedes decir el nombre de la película?”.
Creo que hubiera sido tonto de mi
parte decirle que vea “Leon, el profesional” en la compañía de un adulto.
12-09-18
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