miércoles, 12 de septiembre de 2018

Si te hablara de un libro…



El año pasado tuve un percance en el lugar que trabajaba, una biblioteca. Había extraviado un libro y, por una ligera consecuencia, tuve que dar cuenta de todos los libros que alguna vez me presté. Sude frío, no porque haya sido autor de otras pérdidas, sino porque si no encontraba entre el desorden existente los otros libros de mi nómina, yo sería el irresponsable, el culpable, ¡a pesar del certificado descuido de sus organizadores!

A sabiendas de eso, igual me mandé con la seguridad del padre que sabe que ha educado muy bien a sus hijos. No podía ser de otra forma: tanto tiempo en esa biblioteca, tantas incursiones en sus estantes, tantos ordenamientos me dotaban de una natural familiaridad para reconocer, de lejos, cuál libro era el que buscaba, cuál no.

Así las cosas, igual caí rendido por el milagro de encontrar los libros. Uno por uno los iba encontrando, sabedor de que el reconocimiento de mi inocencia estaba a un solo paso. Fue mágico, era como si ante cada encuentro, los libros me guiasen, me hablasen. Por ahí, por ahí, ¡ahí está! Eran como seres vivos.

Al final, encontré todos los libros, menos el extraviado. Tenso, estresado, todavía más por el calor de ese tórrido verano, dudaba, me esforzaba en encontrar aquel libro, pero era en vano. Igual, mis amigos los libros me tenían reservado una jugada que mejor no les develaré. Quédense conformes, apareció el libro y santo remedio. Los lectores, con su libro. Yo, con mi libertad.

Salí de la biblioteca caminando feliz con mi bastón (semanas atrás había sufrido una lesión en el tobillo derecho). Tan alucinado estaba que me prometí algún día beberme unas cervezas solo con mis libros. Ahí sentadote y ellos mirando, observando, también bebiendo con su vaso servido. Aunque no crean, cumplí esa promesa como cuatro semanas después, cuando en un bar del centro le preparaba el vestido de fiesta a un libro de fotografías de un español. Cortaba el vestido y él, con su vasito, mirando. Me sentía loco y por eso bacán. Pero siempre es mejor tomar con un amigo.

¿Por qué digo todo esto? Es la fuerza que me transmite esta imagen. Hoy tuve la oportunidad de dar una charla como a más de 200 jovencitos y jovencitas de secundaria de mi querido distrito de El Agustino. Tranquis, ellos estaban separados en dos turnos, pero igual era todo un desafío mantener su atención. ¿Sobre qué? Sobre mi tema, que era del poder de la lectura. Felizmente los hice reír, aunque también reflexionar. Igual no estoy conforme con este tipo de actividades pues el tema del aprendizaje, creo yo, tiene que ver más con los procesos que con los puntuales certámenes.

Por temas de tiempo, tuve que apelar a dos temas ágiles: al del libro de mi causa el buen y joven escritor Luis Palomino y, haciendo gala de mi capacidad de entablar relaciones, conecté un dibujo de Bruce Lee con el libro del Tao y El Combate, obra del norteamericano Norman Mailer que narra la histórica pelea entre Muhammad Ali y George Foreman. Sobre el primer tema, comenté algo vital pero manoseado: la persecución del ser humano por sus sueños. Igual, sirvió para explotar de euforia y ponerme a hablar con estos jóvenes que cargaran sobre sus espaldas al mundo. No me negarás, Luchito, que a pesar de mis tardanzas yo te soy un muy buen embajador.

De otro lado, empleé la célebre metáfora de Lee: “be like water, my friend”, la cual conecté con un pasaje del Tao Te Ching que habla sobre la victoria de lo débil sobre lo fuerte, lo bajo sobre lo alto, las antinomias. En ellas, la capacidad fluida del agua se precia de ser una virtud para sortear, según nos propongamos, los obstáculos.

¿Y qué tenían que ver los morenos? Pues empleé la pelea Ali-Foreman como clara y concreta muestra de cómo esa reflexión se ejecuta. En la pelea, Ali dispone la siguiente estrategia: amortiguar los golpes de Foreman y a la vez provocarlo. Foreman, rabiosísimo, cae redondo: los sendos bombazos lo han dejado exhausto. Ali sabe lo que tiene que hacer.

Apelar al ejercicio boxístico me sirvió para jugar como un teatro con los chicos. Los entretuvo. Yo era Ali y un par de estudiantes hacían de Foreman. Risas. Eso me parece bacán cuando tengo la impresión de que pocas veces los juegos en la escuela –me refiero en el aula- tienen un objetivo premeditado por que sus estudiantes aprendan. Ojalá me esté equivocando.

También durante mi participación les hablé y mostré mis dibujos. Hablé de un poeta, de un… amor y del personaje de una película. ¿Si me escucharon las como 200 personas? Aunque quisiera mentirles que sí, lo más probable es que no. Lo que sí sé es que terminada la jornada una adolescente se me acerco con lapicero y papel y me dijo: “¿Me puedes decir el nombre de la película?”.

Creo que hubiera sido tonto de mi parte decirle que vea “Leon, el profesional” en la compañía de un adulto. 



12-09-18

miércoles, 8 de agosto de 2018

Oigo a La Balanza




Debería despegar los ojos de mi libro, pero está tan interesante la lectura que persisto[1]. El carro, este alimentador de la ruta 11 del Metropolitano, ha dejado a medio mundo fuera para donde ya estamos. Donde ya estamos, o sea, aproximándonos a la cancha conocida como el Cupa de La Balanza, es donde suelo ver este lugar como lo vi por primera vez: allá en sus partes altas, tres años atrás, con oníricas imágenes de aves libres en los soportes de los muros de los barrios. Han sido muchas las veces que volví a entrar. Muchas las veces que no le presté atención a eso, pero esta vez, quizá por venir después de buen tiempo, volví a mirar siguiendo esa especie de ritual. Vi y me quedé sorprendido. Estamos en agosto, he venido por estas mismas épocas antes, y me quedé maravillado. ¡Los cerros estaban revestidos de un húmedo tapiz verde! ¡La neblina jugueteaba con las puntas de los cerros y, bajo ellas, esa alfombra verduzca como queriendo enamorar ataviada de sabor a selva! Me quedé impresionado y bajé del carro ya con otras intenciones en mi mente. Lo programado ante la reunión prevista, a la que llegaba tarde por 20 minutos, se me esfumaba ante el verdor.

II

¿Tanto trámite para venir por apenas 10 min? Bueno, yo había cometido el error, pero también la otra parte… No seguiré. Como otros son mis objetivos, fui a buscar a uno de los más más de La Balanza: Jorge Rodríguez. “Ojalá esté”, me dije para mis adentros, sabedor de que a veces este padre de Fiteca[2] tiene la agenda apretada y suele viajar. Bueno, ni modo. Me dirigí a su casa y llamé a un amigo, psicólogo del barrio, para también conversar por si no salía lo de Jorge. Al final, ambas cosas salieron y mi amigo también se dio cita en la casa de…

III

Como muchas veces suele ocurrir, Jorge me abrió la puerta de su casa y me invitó a entrar. Lo hizo tras 10 segundos de conversación en su puerta. Pero se decidió como si entrar a su casa viniera bien tanto para él, como para mí y para la visita.

Entré y había un hombre alto, moreno y de mano fuerte al saludar. Se paró y me dijo: ¿Oye, no nos conocemos? Bueno, quizá, dije yo, pensando que era brasileño o algo por el estilo.

Al final, había sido del barrio, amigo de la infancia de Jorge. Roberto se llamaba, un tipo A1 que, contando de sus muchos amoríos, me recordó a un tío mío. Sus piernas largas se extendían en medio de la mayólica del piso. Y Jorge, sentado en el tercer mueble lo oía, platicaba conmigo. Se formó la charla.

Los temas que se tocaron fueron varios. Yo me estaba adaptando al ambiente y los oía. Les escuchaba cosas como la violencia, el consumismo, las posesiones, etc. De la nada, el hombre del barrio cuenta que es un tipo humanista, que no pasa la violencia, que no comprende que un primo suyo se las agarre con los venezolanos solo para pasar por alto su pésima calidad de vida (aunque onerosa, lucida). Reproducía las palabras de su familiar con tantos detalles que revelaban a una persona irracionalmente agresiva. Lo interesante fue cuando dijo: “yo voy a hablar con mi primo. Le voy a decir no te conozco, compare. ¿Estás confundido? ¿Yo no te conocí así? ¿Por qué hablas tantas huev…?”.

Para entonces, había mencionado, con ese castellano que contiene años y años del idioma inglés por sus años en Gringolandia, que tenía una pistola en su casa. “Sí, tengo una pistola. Pero me siento incómodo con ella en casa. O sea, me gusta disparar. Me gusta la sensación cuando disparo. Y disparo bien, ¿eh? Solo que tenerla en casa… Hay veces que me dicen: oye, pero cárgala. ¿Y si roban en tu casa? ¡Pero a mí que me importa que entren! Si entran, yo le diré al ladrón: bueno, debes de estar más desesperado que yo para venir por mis cosas, así que llévatelas y espero que te hagan bien y reflexiones… Pero si el ladrón está fumado, bueno, solo me agacharé y me cubriré la cabeza y diré: llévate todo. Es que… Yo soy como Ghandi. Si me tiras un cachetadón, te doy la otra mejilla, pero para que me des un puñete. ¿Me entiendes? Un puñete. Ahora, lo estamos escuchando…, ahora que “Mónica” está embarazada no sé cómo reaccionar, ¿no? Es una nueva situación. No la he pensado, pero… Pero bueno.

Llega la hermana de Jorge y se empieza a platicar sobre los delincuentes, los robos. ¿El problema es el contexto en donde se mueven, la realidad, como lo plantea Jorge, o el tema es de valores, de principios aprendidos por la enseñanza de los padres, como plantea este morenazo y la hermana de Jorge? La hermana cuenta:

-          Está el caso de ese hombre que vio a un pata pegándole a una mujer y se metió. Lo abolló. Y el otro sacó su pistola y le disparó. En el hospital, la familia del hombre escandalizada. Y el hombre de lo más normal. Cuando le preguntaron él respondía: “Bueno, me dispararon. ¿Son cosas de la vida, no? Pero yo no podía, no puedo soportar ver que le pegan a alguien. Yo no soporto la injusticia.

Roberto se explaya. Es que los delincuentes son delincuentes porque están resentidos con la sociedad. A ellos les han quitado, les han pegado, los han violado: ¡Ellos están resentidos con la sociedad!

Entonces yo me pongo a pensar en que: ¿este tipo no será demasiado comprensivo? Ok, le pasó algo muy feo a ese tío, pero: ¿y yo qué tengo que ver con que haya caído en la mira de un ratero, de un violador, de un borracho? ¿Para quiénes son este tipo de posturas? ¿Para los muy serenos, para los muy sabios? Es que es verdad, pero también es verdad que no todos estamos preparados para reaccionar a estas situaciones. No sé si se me entiende…

IV

Es verdad que la plática está buena. Es lo que siento. Así nomás no se habla con esta anchura, honestidad y respeto. Yo no. No me muevo en tales espacios… Como si de un acto mecánico se tratara, aprovecho todo este ambiente y saco un libro. ¡Justo en la página que quería! La “L”, o sea, cincuenta, la misma que en el libro que tengo, El Tao Te Ching, señala al pasaje de El arte de vivir, que es uno que me gusta mucho y que empieza…

Un camino de ida es la vida
Un camino de regreso es la muerte…

Se lo paso al moreno, prosigo conversando con Jorge. Su padre ha llegado, un buen anciano (“rejuvenecido”, dirán sus hijos), entrado en años y se sienta al costado del invitado. Mientras converso con Jorge, veo cómo el moreno lee el pasaje. Vuelvo la mirada a Jorge y lo escucho. Vuelvo los ojos y Roberto ha sacado un celular: “¿Lo habrá sacado para wassapear o para tomar foto?”, me digo. Y, en efecto, lo ha sacado para registrar la parte. El libro termina en las manos de Jorge. También ha llegado mi amigo el psicólogo Daniel. Se sienta a mi costado y Jorge lee, con su voz de artista…

Un viaje de ida es la vida.
Un viaje de regreso es la muerte.
Secuaces de la vida hay tres entre diez.
Secuaces de la muerte hay tres entre diez.

Hombres que por anhelo de la vida
Mueven la palanca de la muerte,
También de estos hay tres entre diez.
¿Por qué lo hacen?
Porque quieren vivir intensamente la vida.

Siempre he oído decir,
Que quien conoce el arte de vivir
Se va por el desierto
Sin evitar rinocerontes y tigres.
Pasa en medio de ejércitos sin coraza ni espada.

El rinoceronte no tiene lugar para clavar su cuerno
Ni el tigre donde hundir sus garras.
Las armas no tienen filo para penetrar.
¿Por qué razón?
Porque no existe en él lugar mortal.

Hay quienes lo entienden y hay quienes no. Yo lo entiendo con el corazón, así que no detallaré. Jorge comenta que él es más del hacer, que por el “hacer” ha sacado buenas reflexiones. No tengo ánimos de entrar en polémica sobre si importa más la vía empírica o la teórica, creo que ambas se alimentan, pero proseguimos…

V

¿Cómo así aparecimos en el periodo pre-hispánico? No lo sé. Lo que sí sé es que por 12 minutos aproximadamente Daniel se mandó con una exposición sobre el periodo incaico, las invasiones, los modos de concebir el poder según los incas, las formas de relación familiares, que resultó muy estimulante para alguien que, como yo, no tenía mucho interés en ese periodo de tiempo. Igual, como se lo he comentado, lanzó algunas apreciaciones que se condecían con su exposición histórica; a saber: ¿cómo que genes incaicos, compa?

Igual, su exposición, digna de un estimulante profesor, nos dejó satisfechos.

VI

Volvemos al tema de los robos. Pero esa vez mezclados con amor… Estaba yo caminando con una holandesa, guapa, alta, por Barcelona cuando siento que nos miran. Nos miran. Unos patas que nos quieren robar. Yo sé pues, yo he tenido calle, yo he crecido acá. Me doy cuenta y… Caminamos, y los patas nos siguen, nos siguen y. Estamos caminando y de la nada volteo y le digo: “Tú y yo podemos ser amigos”. Le extiendo la mano. El pata se queda, pero me da la mano. Pero cuando saco la mano, pues ya ha pasado el tiempo, el pata me la retiene: ¿De dónde eres tú…? Roberto responde: ¿Yo? ¿Yo soy peruano? ¿Y tú? ¡Yo soy marroco![3] Los nuevos dos amigos se despiden. Roberto le dice que a la próxima le aceptará comprar hachís. Su nuevo amigo le avisa que por esta zona lo ubica, que tiene de la buena.

Tiene otra. Estaba yo caminando con una alemana, guapa, alta, también por Barcelona. Era de noche. En eso aparecen unos patas, dos, tres. Nos empiezan a seguir. Veo la situación y le digo a mi compañera: cuando te diga corre, corres. No importa qué pase, tú corres. ¿Ves esa tienda? Ahí me ves. Seguimos caminando, uno de ellos está a unos pasos y le digo: ¡Eh! ¿Has visto a mi hermano? ¡Ese tío para fumando! ¿Eh? ¡Lo has visto! Y el pata se sorprende. Vuelve Roberto a la carga. ¿Eh, tú eres peruano? El ladrón responde: No, soy marroco. ¡Hombre! Y empieza nuevamente la charla. ¿Y la chica? ¿Corrió? No, para nada. Los chicos nos dijeron: eh… cuidado por esta zona, camaradas…

VII

El también campeón nacional de boxeo en sus años mozos se ha retirado pues su madre le ha preparado el almuerzo. Nos ha invitado, pero Jorge lo disuade: “No, somos varios, tu mamá habrá cocinado para unos cuantos…”. Se retira Roberto y deja buena impresión. Solos, Jorge, Daniel y yo, nos quedamos en su espaciosa, artística, sala.

Se empieza hablar del Fiteca, de los problemas del barrio, de algunas ONG’s que vienen al barrio y pasan por alto los procesos de trabajo que se viven acá, carajo. Llegamos nuevamente al tema de la herencia de nuestros antepasados. Jorge habla de Cusco.

-          ¿Tú sí has ido a Machu Picchu, no? –me pregunta.
-          Mmmm… A la plaza nomás he llegado.
-          ¿Y tú? – le pregunta a Daniel.
-          Yo no he ido todavía.

Ohhh… Es otra energía, dirá Jorge, un Jorge recargado. Y nos habla de un sueño. Dice cosas como que si fuera presidente haría obligatoria la visita de los escolares a Machu Picchu. Daniel y yo nos miramos too’ emocionados. Para que aprendan. Los arquitectos. ¿Los arquitectos? Malla curricular, la cambio. Obligatoria la visita a Machu Picchu. Para que sepan lo que se hizo… ¿cuánto? Aproximadamente 600 años antes…


08-08-18

Foto: Víctor Manuel Ramírez




[1] Viajes con Herodoto, de Ryszard Kapuscinski.
[2] Festival de Teatro de las Calles Abiertas de La Balanza, Comas.
[3] Oriundo de Marruecos.

domingo, 18 de febrero de 2018

Mientras escojo limones


No sé qué relación hay entre que esté serio y lleve lentes, pero hoy amanecí particularmente serio y por eso no quise usar lentes para ir al mercado. Ah, ya la tengo. Como estaba serio y no quería hablar con nadie, usar lentes era la mejor forma de hacerme el loco. “¿Qué, pasabas por ahí? Ni cuenta, es que… dejé los lentes en casa”.

Pero ya la empresa fallaba pues, yendo al mercado por la vía de los pies, me encontré con el amigo de mi hermano que en one me saludó: “Oe qué fue…”. Yo no me pude controlar y de mi seriedad salió la gana tremenda por hacer el habla. Apenas duró unos segundos pero, ya solo, me decía: “¿Todo bien?”.



La falta de lentes viene a cuento pues cuando fui donde mis caseros de la fruta y la verdura, ubicados ellos en un pequeño mercadillo improvisado en lo que sería la cochera de una casa; ni bien me acercaba me daba cuenta de que no estaba mi casero de la fruta, hombre gordísimo, con sombrero de paja tirando para vaquero (mientras escribo esto me doy cuenta de que a la próxima le preguntaré por el porqué de ese sombrero) y con unos dedos enormes que parecen ollucos quemados. El hombre es marrón como yo y es de Jauja y siempre acostumbra sentarse a la vista de todos mientras lee un periódico y cuida sus frutas. Siempre que voy me saluda y yo, siguiendo mi ritual de cada fin de semana, primero compro la verdura. Él, a mis espaldas, camina hacia sus frutas y me pela una tuna que luego me convida. Yo degusto y pienso: “hoy le compro bastante”, cosa que hago, pero nunca compro tuna pues pienso que está muy cara aunque nunca haya preguntado el precio.

Pero hoy que llegué, mi casero no estaba. Lo primero que me vino a la mente fue: “La pucha se enfermó”. Pensé eso pues hace unas semanas su hija no fue a trabajar porque estaba mal y él en alguna ocasión cercana me había dicho que se sentía mal, que no sanaba. Esas frases contrastaban con su meditada alegría cuando hacía los cálculos del saldo de las frutas compradas. Cuando salía todo perfecto me decía, reflexionaba en voz alta: “Y eso que no terminé la primaria. Ahorita sería ingeniero…”.

Pero volvamos al asunto: él hoy día no estaba. Como dije líneas arriba, primero fui donde las frutas. Mientras recogía limones le pregunté a su hija:

-¿Y mi casero? ¿Ontá?

- Ah, mi papá… Se fue a hacer deporte. Le gusta el deporte…

- ¿Ah, sí? –“Habla bien”, pensaba-.

- Sí…Se ha ido a ver el fútbol. Le gusta ver el fútbol a mi papá.

“Ah… Ahora todo tiene sentido”. Yo lo imaginaba como hincha de Cristal no sé por qué. En pleno Alberto Gallardo.

-Pero se ha ido a su tierra, Le gusta ver el fútbol en su tierra…

Ahí si la miré con una sorpresa que solo fue suspendida por…

-A la primera capital del Perú…

-Jauja-le respondí a mi casero Óscar, el de las frutas.

Yo continué escogiendo los limones. Escogía los de contextura más tierna, esos que me dicen que tienen mucho jugo que ofrecer. En eso, aparece una señora que, como muchos, empezó a hacerse autoservicio.

-¿Tiene huacatay?

-Sí, mami –y el casero le extendió un largo ramo de la hierba que da gusto.

Y la señora comenzó a deshojarlo. Puso la ramita sobre las otras verduras, unas papas bien terrosas, y comenzó y comenzó. Su actividad llamó la atención del casero y de algunas compradoras.

-Uy, casera, ¿y eso?

-Ah… -dijo sin perder la concentración- es que en casa mucho desorden causan las ramas. Así que mejor aquí. Y además es como un me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere.

Su comentario hizo que los demás se maten me risa. Yo celebre con una sonrisa su creatividad. En tanto, seguía recogiendo mis limones. De pronto, la misma casera le dijo a Óscar:

-Casero, ¿esa verdura-no recuerdo a cuál se refería-tiene?

-Uyyyyy… noooo, caserita, no tengo.

-Ahh…-expresó con disgusto de quien se le pierde la oportunidad de hacer su comida mejor.

Pero no pasó ni un segundo para que con habilidad se le responda.

-Pero tengo esta otrita.

-No, no, no… -ya se iba.

Había que ganarla.

-Pero le consigo para mañana.

-¿Para mañana?

-Sí, para mañana.

-Ah, ya pues… Mañana entonces.

Ya se iba de veras cuando la conciencia le habló a Óscar.

-Uuuuy, no casera. Para mañana no, para el maaaartes. Para el martes sí tiene.

-¿Martes? No, mucho tiempo. Ya gracias, casero. Nos vemos.

Y se fue la casera.

Qué me habrá motivado a preguntar que

-¿Y por qué para mañana no casero?-pregunté recogiendo mis últimos limones.

-Ah es que los mayoristas se ponen a tomar, pues. Toma y toma.

Dios mío, tuve una epifanía. Comencé a recordar, aunque suene ridículo, mi lectura sobre la comercio ambulatorio durante los setenta en un mercado de Huaraz. Este era un libro que retrataba la cadena de producción de productos agrícolas y cómo las vendedoras ambulantes producían valor en dichos productos al agregarle ciertas transformaciones como el embolsado, la mezcla de verduras para la ensalada, la pela de algunos de aquellos, etc. La autora, una antropóloga norteamericana, también discutía el poder de los mayoristas, los cuales, al disponer del total del producto y del enlace con los productores campesinos, podían llegar a imponer, en desmedro de ambulantes y campesinos, sus  reglas del juego.

Con eso en mente y con muchas imágenes también, repregunté:

-¿Cómo que los mayoristas?

En realidad, yo quería preguntar por los que traían los productos hacia los grandes mercados. Los intermediarios. Ahí sí la imagen que tenía aumentaba en contenido.

-Los que venden pues…

Y en su lenguaje tan propio como un poco inexplicable, quizá porque la emoción me impidió escuchar con claridad (introducía ahí las experiencias sonoras que tengo algunos domingos por la noche cuando callo y escucho los conciertos de chicha que se pierden en medio de la oscuridad nocturna de la ciudad), Óscar decía que

-Se ponen a tomar y ponen su música y toman y toman y entonces al día siguiente ya trabajan por la tarde pues, entonces mejor maaaartes, porque el lunes ya están tomados. Toman ahí con la gente, en los pueblitos…

“Habla bieeen”, pensé y coloqué ya por inercia el último limón.

-¿En serio lo que dice?

-¡Serio pue!

-Uy casero… -río- ¿qué pasa con esa mano? Deme docito para… ¿cuánto? Ah, sí, para dos kilos.


18-02-18