Hoy tenía tres postales para
regalar. De ellas, solo me acuerdo dos. Aquí van.
I
Vivir el presente es disfrutar tu
pan con pollo. Fresco, con papitas al hilo y una lechuguita por ahí que matice
bien la grasa de la mayonesa. Pero vivirlo es comerlo mientras ves tu entorno,
lo tasas, te llenas de preguntas e información. Me llevo el pan a la boca. Los
sanmarquinos salen, entran. Yo espero sentado en las tablas de madera del
paradero. Unos toman carro con estilo: trote hasta ver que los carros no te respetarán
y harán ejercicio de su derecho al correteo. Parar con estilo, pasarte la mano
por la cabeza con el peinado nuevo. Alistarse el chalequito recién comprao’.
Ayayay.
Pero yo no veo eso. Veo, algo
nuevo para mí, al padre de oriente. Al, seguro que sí, dueño de un chifa que espera
a su hija, una joven oriental de cabello liso largo y cuerpo delgado con
mochila, que se acerca a él. Estamos ante la extensión del colegio. El padre la
sonríe, la chica como si no advirtiera. ¿Qué esperan? ¿Seguirán las sonrisas?
Detrás viene otro de los herederos, un joven chino con polo-camisa azul que
también se percata de la escena alegre del viejo, que es como si no creyese.
¿El orgullo de la familia
sanmarquina cómo entra a tallar en la familia oriental? Es más: ¿qué significa
estudiar con la chica china en la universidad (¡y qué universidad!? ¿Cuáles son
las trayectorias que les competen a las segundas, terceras, cuartas
generaciones de chinos venidos al Perú?
II
No logro recordarme, pese a todo,
de la segunda postal. Lo siento.
III
Te pedí que hiciéramos una vuelta
en U y lo hicimos. Te conté que siento un bajón, que me falta confianza. “¿Para
qué, papi?”. Pal gileo. Uno debería sentir confianza para el estudio, para la
tarea, para el trabajo. ¿No para el gileo? Da igual, me hacía falta decirlo.
-Oe, pero entonces cómo es que se
prom…
- ¡Hablamos! ¡Hey, pare, pare!
Menudo hijue… que me deja con la
palabra en la boca. Mejor que te fuiste porque las calles, en estas horas
vacías, se llenan de jóvenes que simulan ser una mejor corriente que la que
vemos en los mares. Cómo se mueven estos jóvenes. No. Cómo se deslizan, con qué
suavidad. Van en patines y no son bandada, sino legión. “¿A dónde irán a
cometer sus locuras?”, me pregunto. Yo ya gané el puente colgante que me lleva
a mi casa y no puedo evitar pensar en ellos. En sus patines, su destino y
origen, y en lo feliz que se deben sentir con esos implementos a los pies. Se
retiran. Son como navegantes en las perdidas aguas del no horizonte. Ya voy
cerrando el puente y pasa otro grupo, esta vez menor. Como el de las aves que
se quedan atrás ante su conjunto pero igual, igual, remontan el vuelo. Los
pierdo. “Caray, debí gritarles”. Mas, viviendo en Perú, se espera que…
- ¿Qué hace ese loco haciendo como
“stop” en la pista?
Soy yo, que no me quiero perder
nada de información. Los paro. Muevo los brazos. Estoy como en la pista de
aterrizaje. Los aviones vienen, paran. Bajan su marcha.
No, no, no. ¿Querrán hablarme al
vuelo?
La pareja, que a ellos me he
referido, va aletargándose. La muchacha extiende su mano enguantada de material
áspero. No la logré entender. Hubiera sido bonito que yo ya la haya detenido…
Paran sudosos. Ella más que él.
- Hey, ¿de dónde son? – mis ojos,
pude verlos en los del moreno que me habla, son pura emoción.
El moreno me cuenta que son “LimaNortesobreruedasbúscanosenfacebook”.
Así, en wantan. “¿Vives por acá?”, pregunta mi amigo. “Claro”, le señalo una de
las casas de la Colonial. “Ah, qué chévere”. “¿Y a dónde van?”. “Bueno,
habíamos estado en el Centro… “. Hace un gesto que nos dice a todos: “ahí,
haciendo hora”. Qué feliz. “Ah… ahora se van pa’ la jato”. “Sí…”, sonríe,
descubierto. “Soy de Los Olivos”, responderá luego. Pienso en ti. Sí.
Detrás de ellos hay un patín con
barbita y bigote feos, gastados, no sé qué, que ronda y ronda en patín
haciéndose el importante. No le damos importancia ni a él ni a su canchita que
come. Los despido. La conversación ha de ser rápida. Me zumba: “Estuvimos con
los rollers de San Juan de Lurigancho…”. Y yo me acuerdo de las mejores mujeres
de los continentes de Lima.
Regreso a casa, ya no cansado,
pienso en que fue bueno dejarte, en antes decirte te hago la taba. Paso por un
carro. Una mujer me mira, ceño... rarazo.
- ¿Qué hace ese loco haciendo
como “stop” en la pista?
IV
¿Habrá sido la mujer morena que
caminaba con pesadez nerviosa por la auxiliar de mi avenida? Yo deseaba, en
aras de ser buen samaritano, ir a socorrerla, decirle: “tranquila, doña, soy
del barrio”. Lo justo. Como se hace con las abuelitas después del mercado. Pero
apareció su hija. Una morena joven, de sonrisa linda.
“¡Qué manía la tuya de demorarte!
¡Encima que te aviso y llegas tarde!”, le grita la vieja. “¡Ay, mamá…! Nada de
guerras. A los 30 segundos empiezan a reír.
Imagen: Hellboy - Alex Maleev
22-11-17
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