Hoy día se me averió la cámara.
¡Qué inoportuna! Se me perdió una foto, varias fotos de antología. ¿Cómo
retornar al momento en que Kiki, con sentada de filósofo, nos daba lecciones de
vida a mí, un chibolo que entra a la edad adulta, y a Cantera. Ellos se
entendían muy bien, ellos en sus 29. Yo escuchaba. Hubiera acercado la cámara
para registrar la mirada tierna de un Kiki que siempre permanece sereno ante todo; ante nuestras
preguntas, ante un machista Charlie Sheen en plena serie repetida. ¡Tranquilo
hasta para el mismo Tunche, ese demonio de la selva, tan en las antípodas de la
celestial Yolana! ¡Sereno! Pero vale decir que la serenidad se puede confundir
entre su mar de hombre exaltado, entre el torrente del romanticisimo que tiene
y que lo lleva a meterse en el conflicto cuando lo considera injusto. Ese es
Kiki, que nos mira como si fuera nuestro padre, sereno, soberano casi, y que
tiene pose de gentleman. A su costado, un rapero. Un Diego Lázaro, un ser
salido de las catacumbas del metal y que nos regala letra pura y dura y leída
en cada presentación que tiene de inacabable rap. Este loco, este demente, que
lo escucha. Hay que verlo, está con la negra gorra que así como a la luz, atrae
ideas. Está algo delgado, sus hombros, subidos ligeramente, denotan una postura
de suma atención. Sus manos contienen el interés que le tiene. Y lo hace, no
por nada celebra a Kiki cuando se manda intentando describir a una poetisa que
se las trae todas; una palabra precisa a una periodista que se entrega hasta el
último aliento en su trabajo; a la chica de pureza en danza que lo conmovió la
primera vez que este pudo verla en pleno trance dionisiaco. Ninguna palabra la
describe mejor a la última: pureza, sí, le viene de sangre; cómo no saberlo. Y ahí,
ahí estamos, el Cantera, con su camiseta deportiva adidas escuchándolo; y yo
viéndolo y pensando que así se ven los padres de familia responsables. Ellos
empiezan a hablar de arte y yo, en vez de mirarlos los escucho; intento pensar
en historias, historias buenas, tan buenas como las que se cuentan en medio de
fogatas; voy creando una, ya tengo la justificación: en el libro que compré
junto a un ángel hay rastros de sangre. Ya está la trama: a veces a los dioses
se les quiebran las alas y aterrizan en el corazón menos pensado.
06-04-15
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