viernes, 10 de julio de 2015

Traumado en traumatología




Apenas ingreso al consultorio, le doy al médico los resultados de mi tomografía para que los vea y me diga cómo voy de la espalda. Él recibe el examen, saca los papeles de adentro Lo revisa, lee. Yo espero que me dé una buena noticia, que me diga que es “grasita formada” - como me dijo Carlos, el artista recorrido- en el hueso.

El doctor mira, pone cara de análisis, toma el papel por los dos lados, baja y sube los ojos, hace algunas diagonales.

-Es un quiste-sentencia.

En la parte delantera del sobre del examen decía, también, quiste.

“¿Qué será eso?”.

El doctor saca el cd del sobre, lo pone en su monitor y busca la carpeta para abrir el archivo y poder ver en detalle el asunto.

-Cáncer…-sale esta palabra de su boca en voz bajísima.

Yo estoy tan confiado en la palabra de Carlos, en su saber propio, empírico, que pienso: “Este doctor ala weadas”.

Cuando sale un programa de fondo negro con varios indicadores, columnas, nombres, espacios, etc., el doctor ve una hoja sobre su mesa y regresa a la pantalla para teclear algo. Aparecen varias casillas y teclea palabras para luego borrarlas y nuevamente rehacerlas. Hace click en una palabra y nada sale, da vuelta atrás. El mismo procedimiento es realizado, ¿cuánto?, ¿5, 6… 10 veces?

Miro las paredes para ver si tiene algún cuadro de honor o diploma que refrende el imaginario que tenemos de los médicos: persona circunspecta que conoce al dedillo nuestras partes del cuerpo, que da el análisis preciso y te sana con drogas de diferentes efectos colaterales. No hay nada de eso (“lo sospeché desde un principio…”). Apenas hay un cuadro pintado de una iglesia con la inscripción “Perú” en la parte inferior izquierda que intenta tímidamente darle vivacidad a esta habitación promedio. Un ventilador en la columna derecha protege el ambiente de gérmenes sedentarios. Nada más. El doctor, en tanto, teclea los vínculos, da vuelta atrás en la pantalla, da vuelta adelante, da vuelta atrás, se coge el mentón, el doctor está investigando. Nada. No le importa que esté frente a él, que no sepa nada de lo que dice y sin embargo haya oído la tenebrosa palabra: “cáncer”. Yo me quedo callado, sin embargo, para apreciar cómo proceden los ineptos.

-Voyallamarala…-balbucea, pensando en que no sabe.

Sale y regresa con la secretaria.

-Tú si sabes, Mari…-le dice.

Ella se demora un poco esperando que el doctor le indique el problema.

-El paciente Flores Zeva…

-Me apellido es Solórzano-respondo de inmediato con una molestia seca.

-Oh… perdón, perdón…-se disculpa. Problema de la computadora y el doctor resuelto. La secretaria pasa, nos miramos, nuestros ojos se ponen piadosos ante el doctor que no será nunca un millenial de la medicina.

-¿Cómo dices que te apellidas?

-Solórzano Pereyra (“huevón”).

-Ya.. ya…

Teclea mi nombre, pregunta por la fecha del examen, gira la rueda del maus, busca, rebusca, vuelve a buscar, abre pantallas, cierra pantallas, vuelve a tocarse el mentón, carajo, no sabe. De nuevo con la misma cantaleta: este doctor hace y rehace las palabras, adelanta y atrasa las ventanas. Es un indeciso este doctor, es el ambiguo de la medicina. Por lo menos, hace que me dé cólera en vez de pensar en mi cáncer.

-Voyallamara…-balbucea.

La secretaria ha regresado. Lo espera respetuosa, desea que el doctor le dé la indicación. El doctor se vuelve alumno e intenta ponerse aplicado, hace algunas operaciones en la pantalla, va ahí, busca acá, teclea con miedo en un vínculo, teclea por si las moscas dos veces con cierta precaución. Al ver que no pasa nada, teclea como un desorbitado dos, tres, cuatro veces…

Voilá.

Esta vez, ya no me miro con la secretaria. Miro a la pantalla.

Ante él aparecen seis imágenes de lo que sería el interregno entre mi cavidad pélvica y mi columna. Da click en dos imágenes y pareciera que se queda maravillado el muy huevón al ver cómo huesos de mi columna o los huesos de la zona pélvica aparecen y desaparecen, cómo sus respiraciónes –pareciera ese proceso- hicieran que el calcio se fragmente y con ello se lleve a las estructuras que dan forma. Este médico prefiere los efectos especiales que dar diagnósticos.

Su película le toma ¿2? ¿3? ¿5 minutos…?

-Es un quiste…-me repite.

Voltea y me dice: “Es un quiste, es un tumor benigno; no es cáncer. No te preocupes”.

-¿Cómo, cómo?-esta vez no me hago el desentendido.

-Verás… el hueso está inflamado. Y es producto de eso, es una inflamación. Un quiste.

Me parece que la relación no da como para pensar en un quiste y que este lleve a un cáncer. El doctor debe ser un contador de chistes. Le pregunto:

-Doctor, pero… si me golpeo el dedo y se me inflama… ¿Eso es un tumor benigno?-le pregunto para hacerle ver el estúpido sobredimensionamiento que hace o la “inexperiencia” que tiene al explicar.

-No, no… no tienes cáncer.

-Pero usted ha dicho quiste.

-No, no…

Me pongo espeso y le hablo de semántica, de significados, que uno no es lo otro, que no joda, hablamos de la RAE, de los sinónimos, de los antónimos, del poder simbólico de la palabra, de lo mucho que puede afectar, que no seamos taxativos, que se vayaala.

-Bueno, si eres hipocondríaco te lo escribo.

 Voltea el papel en que pondrá una receta todavía no escrita y apunta con esmero en letras que no se parecen a la de los médicos pues esta sí es legible: NO TIENES CÁNCER.

Para ya irme le digo: “Entonces, ¿qué hago?”.

-Eso se baja solo-me dice-peeero…

-¿…mejor seguir terapia…?

-No.

Prosigue:

-Mejor te vas al médico.



10-07-15